– ¿Cuándo llegaste? -me preguntó y luego clavó un dedo en las costillas de Clay-. ¿Y por qué no me dijeron que venía?
Alguien me tomó desde atrás y me alzó del suelo.
– La hija pródiga ha regresado.
Giré la cara para ver un rostro tan familiar como el de Nick.
– Eres tan malo como tu hijo -dije liberándome de él-. ¿No saben dar la mano?
Antonio rió y me bajó.
– Tendría que apretarte más fuerte. Quizás así aprenderías a quedarte en casa.
Antonio Sorrentino tenía el mismo pelo oscuro ondulado y los ojos marronas impactantes de su hijo. Generalmente se hacían pasar por hermanos. Antonio tenía cincuenta y tres y parecía la mitad de eso, cosa que debía tanto a su pasión por la vida saludable como a que era un licántropo. Era más bajo y macizo que su hijo, con hombros anchos y bíceps que hacían que los de Clay parecieran los de un peso pluma.
– ¿Llegó Peter ya? -preguntó Antonio, sentándose junto a Jeremy, que sorbía su segundo café sin que lo perturbara la conmoción.
Jeremy negó con la cabeza.
– ¿Vienen todos? -pregunté.
– Termina tu desayuno -dijo Jeremy, con mirada crítica-. Has perdido peso. No puedes hacerlo. Si no tienes suficiente energía perderás control. Ya te alerté sobre eso.
Haciendo por fin a un lado su caballete, Jeremy se volvió para hablar con Antonio. Clay extendió la mano por sobre mi hombro, tomó un pedazo de jamón y se lo tragó entero. Cuando lo miré fastidiada, me dirigió un gesto de "sólo trataba de ayudarte".
– No metas la mano en su plato -dijo Jeremy sin volverse. Lo tuyo está en la cocina. Hay para todos.
Antonio fue el primero en salir. Cuando Nick iba a seguirlo, Clay lo tomó del brazo. No dijo nada. No necesitaba hacerlo. Nick asintió y se fue a llenar dos platos mientras Clay seguía a mi lado.
– Prepotente -murmuré.
Clay alzó las cejas, con los ojos azules destellando su perfecta inocencia. Su mano intentó sacar otro pedazo de jamón de mi plato. Le clavé el tenedor en la mano con suficiente fuerza para hacerlo aullar. Jeremy nos ignoró.
Antonio volvió al cuarto, con el plato tan cargado que pensé que en cualquier momento los panqueques se deslizarían al suelo, porque además sostenía el plato con una mano. La otra mano estaba ocupada en llevarse un panqueque a la boca. Nick llegó detrás de su padre y dejó caer el plato de Clay delante de él, luego acercó una quinta silla, la dio vuelta y se sentó con el respaldo delante. Hubo un maravilloso silencio por unos minutos. Los licántropos no hablan mucho en la comida. La tarea de llenarse el estómago exige concentración total.
El silencio pudo haber durado más si el timbre no lo hubiera hecho añicos. Nick fue a atender y volvió con Peter Myers. Peter era bajo y duro, con una sonrisa fácil y pelo rojo rebelde que siempre se veía como si él se hubiese olvidado de peinarlo. Nuevamente el ritual de abrazos de oso, golpes en la espalda, morrazos juguetones, los saludos en la Jauría era tan entusiastas como físicos, y muchas veces dejaban tantos moretones como una pelea.
– ¿Y Logan? -pregunté, cuando todos volvían a su tarea alimenticia.
– No viene. -dijo Jeremy-Tuvo que volar a Los Ángeles por un juicio. Le conté lo que sucede, pero tendremos que arreglarnos sin él por ahora.
– Lo que me recuerda algo -dijo Clay, dirigiéndose a mí-. La última vez que hablé con Logan, me comentó que habló contigo en las pascuas. Por supuesto que eso no es posible ya que dejaste de tener contacto con la Jauría, ¿verdad?
Miré a Clay, pero no contesté. No necesité hacerlo. Podía ver la respuesta en mis ojos. Su rostro enrojeció de ira y atacó una feta de jamón con fuerza suficiente para sacudir la mesa. Sí, había hablado con Logan en las pascuas, el día de su cumpleaños y el mío, en Navidad y media docena de veces. Me dije que mientras no lo viera, no estaba faltando a mi voto. Además, Logan era más que mi hermano en la Jauría, era mi amigo, quizás el único verdadero amigo que he tenido. Teníamos la misma edad y compartíamos algo más que saber los nombres de ambos integrantes de la banda de rock Wham. Logan entendía el atractivo del mundo exterior. Disfrutaba de la protección y el compañerismo que ofrecía la Jauría, pero se sentía igualmente a gusto en el mundo humano, donde tenía un departamento en Albany, una novia de larga data y sentaba carrera de abogado. Cuando me enteré que Jeremy había convocado a una reunión, pensé que era genial que Logan viniera. Pero ahora quizás yo no tendría ninguna compensación ante esta visita indeseada.
Unos minutos más tarde, Jeremy y Antonio se fueron a hablar al porche de atrás. Como era el amigo más cercano y más viejo de Jeremy, Antonio muchas veces le servía para probar sus ideas, una especie de asesor de la corte. Antonio y Jeremy se habían criado juntos, hijos de las dos familias más distinguidas de la Jauría. El padre de Antonio había sido el Alfa de la Jauría antes que Jeremy. Cuando murió Dominic, muchos en la Jauría supusieron que Antonio ocuparía su lugar, aunque la jefatura no era hereditaria Al igual que sucede con los lobos verdaderos, el Alfa de la Jauría tradicionalmente era el mejor luchador. Antes de que creciera Clay, Antonio era el mejor guerrero. Además tenía más inteligencia y sentido común que una docena de licántropos normales. Pero a la muerte de su padre, Antonio apoyó a Jeremy, viendo en él virtudes que salvarían a la Jauría. Con la ayuda de Antonio, Jeremy pudo liquidar todas las objeciones a su sucesión como Alfa. Desde entonces nadie lo había desafiado. El único licántropo con poder para disputar la posición de Jeremy era Clay y Clay se hubiera cortado el brazo derecho antes que desafiar al hombre que lo había rescatado y criado como a un hijo.
Cuando Jeremy tenía veintiún años, su padre volvió con una extraña historia de una de sus salidas. Estaba pasando por Luisiana cuando sintió el olor de un licántropo. Lo rastreó y descubrió a un niño lobo, preadolescente, que vivía como un animal en los pantanos. Para Malcolm Danvers, no había sido más que una historia intrigante en la cena, ya que nadie había oído hablar antes de un niño lobo. Si bien los licántropos hereditarios no vivían su primer Cambio hasta ser adultos, generalmente entre los dieciocho y los veintiún años, un humano mordido por un licántropo se volvía licántropo de inmediato cualquiera fuera su edad. La persona más joven en convenirse en licántropo hasta entonces había tenido quince años. Se suponía que si un niño más joven era mordido, moriría, si no por la mordedura, sin duda por la conmoción. Aunque sobreviviera milagrosamente al ataque, entre los licántropos era un hecho aceptado que nadie de menos de quince años tenía la fortaleza para sobrevivir al primer cambio. El niño de Louisiana parecía no tener más que siete u ocho años, pero Malcolm lo había visto en ambas formas, de modo que era claramente un licántropo mordido. La Jauría consideró que su supervivencia era sólo cuestión de suerte, una casualidad, que no tenía nada que ver con la fuerza o la voluntad. El niño lobo sin duda no viviría mucho más. La siguiente vez que Malcolm visitara Louisiana, seguramente se enteraría de que el niño había muerto hacía tiempo. Incluso hizo apuestas con sus hermanos de la Jauría.
Al día siguiente, Jeremy tomó un vuelo a Baton Rouge, donde encontró al niño, que no tenía idea de qué le había sucedido o desde cuándo era lobo. Había vivido en los pantanos y conventillos, cazando ratas y perros y niños. A tan temprana edad sus cambios eran incontrolables y pasaba de una forma a otra continuamente, lo que casi lo había vuelto loco. El niño parecía un animal aun en su forma humana, desnudo con crenchas de pelo pegoteado y uñas como garras.
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