Tom Clancy - Los dientes del tigre

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"Si le vas a patear el trasero al tigre, más vale que tengas un plan para enfrentarte a sus dientes."
Tom Clancy. Durante la era del terrorismo global, donde cualquiera puede acceder tanto a un fusil Kalashnikov como a algunas fatales nociones de química, o simplemente está dispuesto a morir por una "causa justa", las antiguas reglas ya no corren.
Por más organizaciones gubernamentales creadas ad hoc, las únicas efectivas son las rápidas y ágiles, libres de supervisión y restricciones y fuera del sistema.
En un anónimo edificio suburbano, una empresa invierte con éxito en acciones, bonos y divisas pero, tras la fachada financiera, de lo que se ocupa en realidad es de identificar y localizar amenazas terroristas para eliminarlas del modo que sea.
Instalado con la venia del presidente norteamericano, "el Campus" recluta a tres nuevos talentos: el agente del FBI Dominic Caruso, su hermano Brian, combatiente en Afganistán, y Jack Ryan Jr., que ha crecido rodeado de intrigas mientras su padre llegaba a la Casa Blanca.
La frenética trama de Los dientes del tigre obligará a Jack a deshacerse de sus conocimientos sobre espionaje y operaciones de inteligencia para enfrentarse a un mundo que se ha vuelto mucho más peligroso, poblado por fanáticos islámicos y narcotraficantes colombianos.
El genio de Tom Clancy para las historias amplias y absorbentes lo ha convertido en uno de los narradores más destacados de la actualidad. Su nueva novela supera las marcas anteriores.

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Las víctimas fueron a dar, sobre todo, a hospitales locales y quienes podían hablar fueron investigados para ver qué sabían o recordaban. Las balas extraídas de sus cuerpos fueron clasificadas como evidencia y llevadas al flamante laboratorio del FBI en Virginia del Norte para ser examinadas y analizadas. Toda esta información fue al Departamento de Seguridad Territorial, que, por supuesto, la transmitió toda a la CIA, la NSA y al resto de la comunidad de inteligencia estadounidense, cuyos oficiales de campo ya estaban interrogando a sus agentes para ver si contaban con información relevante. Los espías también consultaron a aquellos servicios de inteligencia extranjeros considerados amigos -claro que en la mayoría de los casos el término era exagerado- para análisis e información relevantes al caso. Y toda esa información era recogida por el Campus a través del enlace CIA/NSA. Todos los datos así interceptados iban a la gigantesca computadora central del Campus, donde era clasificada por categorías y preparada para los analistas que llegarían por la mañana.

En el piso superior, todos se habían ido a pasar la noche a sus casas, con excepción del personal de seguridad y el de limpieza. Las terminales que empleaban los analistas estaban protegidas de diversas formas para garantizar que no fueran encendidas sin autorización. La seguridad era estricta, pero, para mantenerla mejor, no era obvia, y estaba monitoreada por un circuito cerrado de cámaras de televisión cuya imagen estaba bajo constante escrutinio electrónico y humano.

En su apartamento, Jack pensó telefonear a su padre, pero decidió no hacerlo. Probablemente lo estuviesen bombardeando reporteros de la TV y los periódicos, a pesar de su conocida posición de no decir nada con respecto a nada de modo de no entorpecer la gestión del presidente Edward Kealy. Había una línea muy segura y privada que sólo conocían sus hijos, pero Jack decidió dejársela a Sally, quien era un poco más nervioso que él. Jack se conformó con enviarle a su padre un e-mail que esencialmente decía: Qué demonios y ya lo creo que me gustarfa que siguieras en la Casa Blanca. Pero sabía que lo más probable era que Jack padre le estuviese agradeciendo a Dios no estar allí, y tal vez aún guardara la esperanza de que Kealy, para variar, escuchara a los asesores que pudiera tener y pensara antes de actuar. Era probable que su padre hubiese llamado a algunos amigos en el extranjero para averiguar qué sabían y qué pensaban, y tal vez habría emitido alguna opinión de alto nivel, dado que los gobiernos extranjeros le prestaban atención sobre todo a lo que él decía quedamente y en lugares privados. Podía llamar a los amigos que le quedaban en la presidencia para averiguar qué era lo que ocurría de verdad. Pero Jack no siguió ese pensamiento hasta el fin.

En su casa y su oficina, Hendley tenía un teléfono seguro llamado STU-5, un flamante producto de AT &T y NSA. Lo había obtenido irregularmente.

En ese momento, hablaba por él.

"Sí, correcto. Tendremos la información mañana. No tiene mayor sentido quedarse en la oficina mirando una pantalla que casi no tiene nada nuevo", dijo razonablemente el ex senador, tomando un sorbo de su bourbon con soda. Luego escuchó la siguiente pregunta.

"Es probable", respondió a una muy obvia inquisición. "Pero aún no hay nada 'duro'… más o menos lo que es de esperar a esta altura, sf'.

Otra larga pregunta.

"En este momento contamos con dos tipos, casi listos… Si, así es, unos cuatro. En este momento los estamos estudiando de cerca -es decir, lo haremos mañana. Jerry Rounds está pensando duro en eso, también Tom Davis – así es, no lo conoces, ¿no? Negro, del otro lado del río, ambos aspectos de la casa. Muy astuto, buen instinto para las finanzas, también participa del aspecto operativo. Es sorprendente que nunca te lo hayas cruzado. ¿Sam? Quiere comenzar cuanto antes, créelo. El asunto es escoger bien los blancos… Sé que no puedes ser parte de esto, discúlpenme por haberlos llamado "blancos".

Un largo monólogo y una pregunta final.

"Sí, lo sé. Para eso estamos. Pronto Jack. Pronto… gracias, compadre. Tú también. Nos vemos". Y colgó, sabiendo que en realidad no vería a su amigo en el futuro cercano, tal vez nunca más. Y eso era una verdadera lástima. No había mucha gente que entendiera las cosas como ésta, y la pena era ésa. Una llamada más, esta vez por un teléfono normal.

La identificación de llamadas le informó a Granger quién era antes de atender,

"Sí, Gerry"

"Sam, esos dos reclutas. ¿Estás seguro de que están dispuestos a jugar en primera?"

"Todo lo dispuestos que haga falta", le respondió el jefe de operaciones a su jefe.

"Tráelos para la comida. Tú, yo, ellos y Jerry Rounds".

"Llamaré a Pete por la mañana temprano". No tenía sentido hacerlo ahora. A fin de cuentas, sólo se tardaba dos horas en llegar.

"Bien. ¿Tienes alguna duda?"

"Gerry, el movimiento se demuestra andando. Tarde o temprano tendremos que hacerlo".

"Sí, tienes razón. Nos vemos mañana".

"Buenas noches, Gerry". Granger cortó la comunicación y siguió leyendo su libro.

La mañana de noticias fue particularmente sensacional en los Estados Unidos de hecho para todo el mundo. CNN, FOX, MSNBC y todas las demás agencias poseedoras de cámaras de TV y estudios móviles transmitieron por satélite al mundo una historia que nada fuera de una explosión nuclear habría podido opacar. Los diarios europeos expresaron condolencias rituales por esa nueva penuria de los Estados Unidos – condolencias que pronto olvidarían o retirarían, si no en sus detailes, sí en la práctica. Los medios estadounidenses hablaron del miedo que sentía la ciudadanía. Por supuesto que sin que lo registrasen encuestas ni sondeos, en todo el país los ciudadanos adquirieron armas de fuego para su protección personal, propósito para el que no resultarían muy útiles, si es que lo eran en absoluto. La policía supo sin necesidad de que nadie se lo dijese que debía estar particularmente atenta a cualquiera que pareciera provenir de cualquier país al este de Israel, y si algún abogado idiota decía que eso era centrar las sospechas en un grupo étnico, que se fuese a la mierda. Los crímenes del día anterior no habían sido cometidos por un tur de noruegos.

Creció ligeramente la asistencia a las iglesias.

En todos los Estados Unidos, las personas fueron a sus trabajos y realizaron sus tareas, con un "¿qué me cuentas de esto?';dirigido a sus compañeros de trabajo, quienes invariablemente meneaban la cabeza y continuaban fabricando acero, automóviles o entregando el correo. De hecho, no estaban muy asustados porque, aun si se había tratado de cuatro incidentes, éstos habían ocurrido lejos de donde vivía la mayor parte de ellos, esos episodios eran muy infrecuentes y no lo suficientes como para constituir una amenaza personal seria. Pero todos los trabajadores del país sabían en su corazón que alguien, en algún lugar, necesitaba una patada en el culo.

A doce millas de su trabajo, Gerry Hendley miraba sus diarios; el New York Times era traído por un mensajero especial, mientras que el Washington Post venía en una camioneta de reparto regular. En ambos casos, los editoriales parecían escritos por un mismo clon, que exigía calma y prudencia, notaba que el país tenía un presidente para hacerse cargo de estos terribles episodios e instaba plácidamente al Presidente a que pensara antes de actuar. Las columnas de opinión eran ligeramente más interesantes. Algunos columnistas, incluso, reflejaban al ciudadano del común. Ese día, todo el país clamaba venganza, y para Hendley la buena noticia era que tal vez el fuera quien la suministraría. La mala era que, si lo hacía bien, nadie se enteraría jamás.

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