"¿Tenemos prisa?", preguntó Brian.
"Ya nos quitamos los guantes del todo", les dijo Bell a ambos. "Su blanco serán personas que han hecho, planean hacer o apoyan misiones destinadas a provocar serios daños a su país y sus ciudadanos. No estamos hablando de asesinatos políticos. Nuestros blancos serán exclusivamente personas comprometidas en actividades criminales".
"La cosa va más lejos. No somos los verdugos oficiales del estado de Texas, ¿verdad?", preguntó Dominic.
"No, no lo son. Eso va por fuera del sistema legal. Procuraremos neutralizar fuerzas enemigas mediante la eliminación de personal relevante- Ello debiera, por lo menos, entorpecer su capacidad de operar, y esperemos que también fuerce a sus dirigentes a asomar la cabeza, de modo que también nos podamos ocupar de ellos".
"De modo que esto – Dominic cerró el legajo y se lo devolvió a su anfitrión- es un permiso de caza, sin límite para cobrarse piezas y de temporada permanente".
"Así es, pero dentro de límites razonables".
"Está bien", observó Brian. Recordó que sólo veinticuatro horas atrás había tenido en sus brazos a un chiquito agonizante. "¿Cuándo comenzamos el trabajo?"
Hendley se hizo cargo de la respuesta:
"Pronto".
"Eh, Tony, ¿qué hacían aquí?"
"Jack, yo no sabía que vendrían hoy".
"No me has contestado". Los ojos azules de Jack tenían una dureza poco habitual.
"Ya has deducido para qué existe este lugar, ¿no?"
Y eso era respuesta suficiente. Ajá. ¿Sus propios primos? Bueno, uno era infante de marina, y el del FBI -el abogado, como Jack lo había considerado alguna vez- había sacado del medio a un pervertido en Alabama. Lo había leído en los diarios, y hasta lo había comentado brevemente con su padre. Era difícil desaprobarlo, siempre que hubiera ocurrido dentro de los límites de la ley, pero Dominic siempre había respetado las reglas -ése era prácticamente el lema de la familia Ryan. Y era probable que Brian hubiese hecho algo en la infantería de marina que le ganó notoriedad. En la secundaria, Brian había sido el típico jugador de fútbol, mientras su hermano había tendido más bien al equipo de debates. Pero Dominic no era cobarde. Al menos un delincuente había aprendido esto por las malas. Tal vez hubiera personas que necesitaban aprender que no se jode con un país grande que tiene hombres de verdad a su servicio. Todo tigre tiene dientes y garras…
Y en los Estados Unidos, los tigres eran grandes.
Alcanzada esa conclusión, decidió volver a buscar a SóMoHa@eurocom.net. Tal vez los tigres fueran a buscar alimento. Eso le dejaba a él el papel de perdiguero. Le gustaba. Había algunas aves a las que tenían que retirarles el carné de vuelo. Se las ingeniaría para investigar esa identifición a través de los intervenciones de la NSA en la jungla de las cibercomunicaciones del mundo. Todo animal dejaba un rastro y él lo seguiría con el olfato. Bueno, pensó Jack, a fin de cuentas este trabajo tenía cosas divertidas, ahora que veía cuál era el objetivo.
Mohammed trabajaba en su computadora. Detrás de él, la televisión seguía repitiendo lo de la "falla de inteligencia", lo cual lo hizo sonreír. Sólo tendría como resultado disminuir aún más la capacidad de la inteligencia estadounidense, especialmente con las distracciones operativas que indudablemente producirían las audiencias del Congreso de los Estados Unidos. Era bueno tener aliados como ésos en el país-objetivo. No eran muy distintos de los jerarcas de su propia organización, quienes procuraban que el mundo coincidiera con lo que ellos opinaban más que con las realidades de la vida. La diferencia era que sus jerarcas al menos lo escuchaban a él, porque él obtenía resultados verificables, que, afortunadamente, coincidían con las visiones abstractas de ellos sobre la vida y la muerte. A Mohammed no le importaba que fueran estúpidos. Había que emplear las herramientas disponibles y, en este caso, lo que tenía eran martillos con que aplanar los clavos cuyas cabezas sobresalían en el mundo.
Miró su correo electrónico para ver si Uda había obedecido sus instrucciones con respecto al aspecto bancario. Estrictamente hablando, habría podido dejar que las cuentas de Visa simplemente se extinguieran, pero en ese caso cabía la posibilidad de que algún comedido empleado bancario hurgara para ver por qué no había sido pagada la última remesa de cuentas. Mejor, pensó, dejar un poco de dinero de más en la cuenta y dejarla activa, pero latente, porque a un Banco no le incomodaría tener un exceso de efectivo en una bóveda electrónica y si esa cuenta quedaba latente, a ningún empleado bancario se le ocurriría investigarla. Cosas como ésa pasaban todo el tiempo. Se aseguró de que el número de cuenta y la clave de acceso permanecieran ocultas en su computadora, en un documento que sólo él conocía.
Consideró la posibilidad de enviarles una carta de agradecimiento a sus contactos colombianos,pero los mensajes no esenciales eran una pérdida de tiempo, además de una invitación a la vulnerabilidad. Los mensajes no se enviaban para entretenerse o para mostrar buena educación. Sólo cuando era estrictamente necesario y de la forma más breve posible. Sabía lo suficiente como para temer la capacidad de los estadounidenses para obtener inteligencia electrónica. Los medios de prensa occidentales hablaban mucho de "escuchas", de modo que su organización había abandonado por completo el empleo de los teléfonos satelitales que tan prácticos les habían resultado. En lugar de eso, confiaban en mensajeros, que transmitían información que memorizaban cuidadosamente. Era incómodamente lento, pero tenía la ventaja de ser completamente seguro… a no ser que el mensajero resultara corrompido de alguna manera. Nada era totalmente seguro.Todo sistema tenía sus debilidades. Pero de lo disponible, lo mejor era Internet. Las cuentas individuales eran maravillosamente anónimas, dado que podían ser obtenidas por terceros no identificados, tras lo cual las identidades eran transferidas a los verdaderos usuarios finales, que por lo tanto sólo existían en forma de electrones o ratones -tan parecidos entre sí como los granos de arena del Cuadrante Vacío, seguras y anónimas hasta lo imposible. y había literalmente miles de millones de mensajes de Internet por día. Tal vez Alá estuviera al tanto de cada uno de ellos, pero sólo porque Alá conocía la mente y el corazón de todos los hombres, capacidad que no había transmitido ni siquiera a Los Creyentes. De modo que Mohammed, que rara vez se sentía a salvo quedándose en el mismo lugar por más de tres días, se sentía libre para usar su computadora a discreción.
El Servicio de Seguridad Británico, cuyo cuartel general estaba en Thames House, río arriba del Palacio de Westminster mantenía literalmente cientos de miles de intervenciones telefónicas -las leyes de privacidad del Reino Unido eran mucho más amplias que las de los Estados Unidos… en lo que hace a las agencias del Estado- cuatro de las cuales se centraban en Uda bm Sali. Uda se aplicaba a su teléfono celular, que rara vez daba algo valioso. Las cuentas de correo electrónico de su trabajo en el distrito financiero y de su casa eran las más valiosas, ya que desconfiaba de las comunicaciones verbales y prefería el correo electrónico para todos sus contactos importantes con el mundo exterior. Esos incluían los mensajes de y a su país natal, que en general eran para asegurarle a su padre de que el dinero de la familia estaba seguro. Curiosamente, no se molestaba en usar un programa de encripción, pues daba por sentado que el mero volumen de mensajes que manejaba la web bastaba para excluir la posibilidad de vigilancia oficial. Además, había muchas personas en Londres que se dedicaban al negocio de la preservación de capitales -muchas de las propiedades más valiosas de la ciudad estaban a nombre de extranjeros- y el tráfico de dinero era algo que la mayor parte de las personas que estaban en el juego encontraba aburrido. El alfabeto del dinero tenía pocas letras y al fin y al cabo su poesía no conmovía el alma.
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