Jeffrey Archer - En pocas palabras

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Quince muestras del talento multiforme y sutil de Jeffrey Archer, quince relatos, irónicos unos, románticos otros, pero siempre llenos de ingenio y elegancia. Desde el cuento árabe, de estremecedora brevedad, “La muerte habla”, hasta la divertida jerarquía de personajes insatisfechos de “La hierba siempre es más verde”, pasando por historias de amor y entrega o por explorar las zonas oscuras de la legalidad y cómo de puede abusar de ellas, En pocas palabras lleva al lector a un universo siempre amable, pero en el que no dejan de aflorar los conflictos humanos que, a pesar de todo, constituyen la sal de la tierra.

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Este ministro en particular, el señor Will Whiting, conocido en Asuntos Exteriores como Will el Tonto, iba a ser sustituido, aseguraba el Times a sus lectores, en la siguiente remodelación del gabinete por alguien que sabía escribir sin separar las letras. No obstante, pensó Henry, como Whiting pernoctaba en la residencia del Alto Comisionado, esta sería su oportunidad de arrancar una decisión al ministro sobre el proyecto de la piscina. Henry estaba empeñado en empezar a trabajar en la nueva piscina, que tanto necesitaban los niños nativos. Había subrayado, en un largo informe a Asuntos Exteriores, que habían prometido el visto bueno cuando la princesa Margarita había visitado la isla cuatro años antes para colocar la primera piedra, pero temía que el proyecto se perdiera en el archivo de «pendientes» de Asuntos Exteriores, a menos que no dejara de machacar al respecto.

En la segunda pila de cartas estaba el estado de cuentas bancario prometido por Bill Paterson, el cual confirmaba que la cuenta externa de la Alta Comisión registraba mil ciento veintitrés koras más de lo que cabía esperar, debido al golpe de estado que nunca había tenido lugar el fin de semana. A Henry le interesaban poco los asuntos financieros del protectorado, pero como primer secretario era su deber contrafirmar cada cheque en nombre del gobierno de Su Majestad.

Solo había otra carta de cierta importancia en la pila de «Para considerar»: una invitación para pronunciar el discurso de respuesta de los invitados en la cena anual del Rotary Club, que se celebraba en noviembre. Cada año, un miembro de rango superior de la Alta Comisión se encargaba de esta tarea. Por lo visto, había llegado el turno de Henry. Rezongó, pero puso una marca en la esquina superior derecha de la carta.

Había las cartas habituales en «Mirar y tirar»: gente que enviaba ofertas gratuitas, circulares e invitaciones para acontecimientos a los que nadie acudía. Ni siquiera se molestó en echarles un vistazo, sino que devolvió su atención a la pila «Urgente», y empezó a examinar el programa del ministro.

27 de agosto

15.30: el señor Will Whiting, subsecretario de estado de Asuntos Exteriores, será recibido en el aeropuerto por el Alto Comisionado, sir David Fleming, y el primer secretario, el señor Henry Pascoe.

16.30: té en la Alta Comisión con el Alto Comisionado y lady Fleming.

18.00: visita al Queen Elizabeth College, donde el ministro entregará los premios de final de curso (se adjunta discurso).

19.00: cóctel en la Alta Comisión. Se calculan unos cien invitados (se adjuntan nombres).

20.00: cena con el general Olangi en los Cuarteles Victoria (se adjunta discurso).

Henry levantó la vista cuando su secretaria entró en el despacho.

– Shirley, ¿cuándo podré enseñar al ministro el emplazamiento de la nueva piscina? -preguntó-. No se menciona en el itinerario.

– He conseguido hacer un hueco de quince minutos mañana por la mañana, cuando el ministro se dirija al aeropuerto.

– Quince minutos para hablar de algo que afectará a las vidas de diez mil niños -dijo Henry, y bajó la vista de nuevo hacia el itinerario del ministro. Volvió la página.

28 de agosto

08.00: desayuno en la Residencia con el Alto Comisionado y principales representantes financieros del país (se adjunta discurso).

09.00: partida hacia el aeropuerto.

10.30: vuelo 0177 de la British Airways a Londres Heathrow.

– Ni siquiera consta en su agenda oficial -gruñó Henry, quien volvió a mirar a su secretaria.

– Lo sé -dijo Shirley-, pero el Alto Comisionado pensó que, como la visita del ministro es tan breve, debía concentrarse en las prioridades más importantes.

– Como el té con la esposa del Alto Comisionado -resopló Henry-. Asegúrate de que se siente a desayunar a tiempo, y de que el párrafo que te dicté el viernes sobre el futuro de la piscina esté incluido en el discurso. -Henry se levantó-. He examinado las cartas y las he marcado. Voy a ir a la ciudad, a ver en qué estado se encuentra el proyecto de la piscina.

– Por cierto -dijo Shirley-, Roger Parnell, el corresponsal de la BBC, acaba de llamar, pues quería saber si el ministro hará alguna declaración oficial cuando visite Aranga.

– Telefonéale y dile que sí, después le envías por fax el discurso que el ministro pronunciará durante el desayuno, y subraya el párrafo sobre la piscina.

Henry abandonó el despacho y subió a su pequeño Austin Mini. El sol caía de plano sobre su techo. Aun con las dos ventanillas bajadas, ya estaba cubierto de sudor cuando tan solo había recorrido unos cientos de metros. Algunos nativos le saludaron cuando reconocieron el Mini y al diplomático de Inglaterra que tan preocupado parecía por su bienestar.

Aparcó el coche al otro lado de la catedral, que habría sido descrita como una iglesia parroquial en Londres, y recorrió a pie los trescientos metros que distaba el emplazamiento de la futura piscina. Maldijo, como siempre que veía la parcela de tierra yerma. Los niños de Aranga contaban con muy pocas instalaciones deportivas: un campo de fútbol de tierra, que se transformaba en campo de criquet cada primero de mayo; un ayuntamiento que hacía las veces de pista de baloncesto cuando el consistorio no celebraba sesión; más una pista de tenis y un campo de golf en el Britannia Club, del que los nativos no podían ser socios, y donde no se permitía entrar a los niños… a menos que fuera para barrer la pista. En los Cuarteles Victoria, que distaban apenas un kilómetro, el ejército tenía un gimnasio y media docena de pistas de squash, pero solo tenían permiso para utilizarlos los oficiales y sus invitados.

Henry decidió en aquel mismo momento imponerse la misión de que la piscina quedara terminada antes de que Asuntos Exteriores le enviara a otro país. Utilizaría su discurso en el Rotary Club para animar a los miembros a entrar en acción. Debía convencerles de que adoptaran el proyecto de la piscina como la Caridad del Año, y persuadiría a Bill Paterson de que aceptara el cargo de presidente de la Petición. Al fin y al cabo, como director del banco y secretario del Rotary Club, era el candidato idóneo.

Pero antes estaba la visita del ministro. Henry empezó a meditar en los temas que le comentaría, y recordó que solo contaría con quince minutos para convencer al maldito hombre de que presionara a Asuntos Exteriores para recaudar más fondos.

Dio la vuelta para marcharse, y vio a un niño que estaba de pie en el borde del solar, intentando leer las palabras grabadas en la primera piedra: «Piscina de St. George. Esta primera piedra fue colocada por su Alteza Real la princesa Margarita el 12 de septiembre de 1987».

– ¿Esto es una piscina? -preguntó el niño con inocencia.

Henry se repitió las palabras mientras caminaba de vuelta a su coche, y tomó la decisión de incluirlas en su discurso al Rotary Club. Consultó su reloj, y pensó que aún tenía tiempo para pasarse por el Britannia Club, con la esperanza de que Bill Paterson estuviera comiendo allí. Cuando entró en el club, vio a Bill, sentado en su habitual taburete de la barra, leyendo un ejemplar atrasado del Financial Times.

Bill levantó la vista cuando Henry se acercó a la barra.

– ¿No tenías que ocuparte hoy de la visita del ministro?

– Su avión no toma tierra hasta las tres y media -dijo Henry-. He venido porque quería hablar contigo.

– ¿Necesitas algún consejo sobre cómo gastar el excedente conseguido con el tipo de cambio del viernes?

– No. Tendré que recaudar algo más si quiero poner en marcha el proyecto de la piscina.

Henry se fue del club veinte minutos después, tras haber arrancado la promesa a Bill de que presidiría el Comité de Petición, abriría una cuenta en el banco y preguntaría al director de la central de Londres si haría la primera donación.

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