El maestro de ceremonias golpeó con su mazo y pidió silencio. Una cálida salva de aplausos recibió a Billy Gibson cuando se adelantó para situarse ante el micrófono. Dejó su discurso sobre el atril y sonrió a los congregados.
– Amigos míos -empezó-, por no hablar de uno o dos contrincantes. -Levantó su copa en dirección a Eamonn, satisfecho al ver que aún seguía entre ellos-. Comparezco ante vosotros esta noche con el corazón dolorido, consciente de lo mucho que os debo a todos. -Hizo una pausa-. Y me refiero a todos sin excepción.
Vítores y aplausos siguieron a estos comentarios, y Maggie se alegró al ver que Eamonn se unía a las carcajadas.
– Recuerdo bien el día que entré en el cuerpo. En aquellos tiempos, las cosas estaban muy duras.
Siguieron más vítores y silbidos estridentes de los más jóvenes. El tumulto se desvaneció cuando el jefe continuó su discurso, pues nadie deseaba negarle la oportunidad de rememorar viejas anécdotas en su fiesta de despedida.
Eamonn aún estaba lo bastante sobrio para observar al joven agente que entraba en la sala, con una expresión angustiada en la cara. Se encaminó a toda prisa hacia el escenario, y aunque no se sintió capaz de interrumpir el discurso de Billy, obedeció las instrucciones del señor Hogan y dejó una nota en mitad del atril.
Eamonn buscó el móvil de inmediato, pero no lo encontró en ninguno de sus bolsillos. Habría jurado que lo llevaba encima al llegar.
– Cuando a medianoche entregue mi placa… -dijo Billy, mientras bajaba la vista hacia su discurso y veía la nota que le habían dejado delante. Hizo una pausa y se ajustó las gafas, como si intentara calibrar el significado del mensaje. Después, frunció el ceño y miró a sus invitados-. Debo pediros disculpas, amigos míos, pero parece que se ha producido un incidente en la frontera que requiere mi atención personal. No me queda otro remedio que irme ahora mismo, y pido a todos los oficiales que se reúnan conmigo afuera. Espero que nuestros invitados continúen disfrutando de la fiesta, con la seguridad de que volveremos en cuanto hayamos solucionado el problemilla.
Solo una persona llegó a la puerta antes que el jefe, y ya estaba saliendo del aparcamiento antes de que Maggie se diera cuenta de que había abandonado la sala. Sin embargo, el jefe, con la sirena a toda pastilla, todavía consiguió adelantar a Eamonn cuando faltaban tres kilómetros para la frontera.
– ¿Le hago parar por exceso de velocidad? -preguntó el chófer del jefe.
– No, mejor que no -dijo Billy Gibson-. ¿De qué serviría toda esta representación si el actor principal no pudiera hacer su entrada gloriosa?
Cuando Eamonn frenó su coche en el límite de su propiedad, unos minutos después, la encontró rodeada por una gruesa cinta azul y blanca que anunciaba: PELIGRO. NO ENTRAR.
Saltó del coche y corrió hacia el jefe, al que estaban informando un grupo de agentes.
– ¿Qué coño está pasando? -preguntó Eamonn.
– Ah, Eamonn, me alegro de que hayas conseguido llegar. Estaba a punto de llamarte, por si aún estabas en la fiesta. Al parecer, hace más p menos una hora vieron a una patrulla del IRA en tus tierras.
– De hecho, aún no lo han confirmado -dijo un joven agente, que estaba escuchando con mucha atención a alguien por un teléfono móvil-. Informes contradictorios procedentes de Ballyroney sugieren que podrían ser paramilitares lealistas.
– Bien, sean quienes sean, mi interés primordial ha de ser la protección de vidas y propiedades, y con ese objetivo he enviado a los artificieros para comprobar que Maggie y tú podéis volver a casa sin el menor peligro.
– Eso es una chorrada, Billy Gibson, y lo sabes muy bien -dijo Eamonn-. Te ordeno que salgas de mis tierras, antes de que mis hombres te echen por la fuerza.
– Bien, no es tan sencillo -dijo el jefe-. Acabo de recibir un mensaje de los artificieros, anunciando que ya han entrado en tu casa. Te tranquilizará saber que no han encontrado a nadie, pero están muy preocupados porque han descubierto un paquete no identificado en el invernadero, y otro similar en el garaje.
– Pero no son nada más que…
– ¿Nada más qué? -preguntó el jefe en tono inocente.
– ¿Cómo ha conseguido tu gente burlar a mis guardias? -preguntó Eamonn-. Tenían órdenes de expulsarte si ponías un pie en mi tierra.
– Ahí está la cuestión, Eamonn. Habrán salido un momento de tu propiedad sin darse cuenta, y debido al inminente peligro que corrían sus vidas, consideré necesario ponerlos a todos bajo custodia. Para protegerlos, ¿comprendes?
– Apuesto a que ni siquiera tienes una orden de registro para entrar en mi propiedad.
– No la necesito -dijo el jefe-, si soy de la opinión de que la vida de alguien está en peligro.
– Bien, ahora que ya sabes que ninguna vida corre peligro, ni lo corrió en ningún momento, ya puedes salir de mi propiedad y volver a tu fiesta.
– Este es mi siguiente problema, Eamonn. Acabamos de recibir otra llamada, esta vez de un informante anónimo, para avisarnos de que ha puesto una bomba en el garaje y otra en el invernadero, y serán detonadas justo antes de medianoche. En cuanto me informaron de esta amenaza, comprendí que era mi deber repasar el manual de seguridad, con el fin de averiguar cuál es el procedimiento correcto en circunstancias como las actuales.
El jefe extrajo un grueso opúsculo verde de un bolsillo interior, como si siempre lo llevara encima.
– Te estás echando un farol -dijo O'Flynn-. Careces de autoridad para…
– Ah, aquí está lo que buscaba -dijo el jefe, después de pasar unas cuantas páginas. Eamonn miró y vio un párrafo subrayado con tinta roja-. Deja que te lea en voz alta las palabras exactas, Eamonn, para que puedas comprender el terrible dilema al que me enfrento. «Si un oficial de rango superior a mayor o inspector jefe cree que vidas de civiles corren peligro en el escenario de un supuesto ataque terrorista, y está presente un miembro cualificado de los artificieros, lo primero que ha de hacer es evacuar a todos los civiles de la zona, y a continuación, si lo considera apropiado, provocar una explosión controlada.» No podría estar más claro -dijo el jefe-. Bien, ¿puedes informarme de qué hay en esas cajas, Eamonn? De lo contrario, he de asumir lo peor, y proceder de acuerdo con el manual.
– Si dañas mi propiedad en cualquier forma, Billy Gibson, te advierto que te demandaré y te sacaré hasta el último penique.
– Tus preocupaciones son innecesarias, Eamonn. Te aseguro que en el manual hay páginas enteras dedicadas a la compensación por víctimas inocentes. Consideraríamos nuestra obligación, por supuesto, reconstruir tu bonita casa, ladrillo a ladrillo, recreando un invernadero del que Maggie se sentiría orgullosa y un garaje capaz de albergar todos tus coches. No obstante, si tuviéramos que gastar esa cantidad de dinero de los contribuyentes, deberíamos asegurarnos de que la casa estaba construida en un lado u otro de la frontera, para que un desdichado incidente como este no pudiera ocurrir jamás.
– No te saldrás con la tuya -dijo Eamonn, mientras un hombre corpulento aparecía junto al jefe, cargando un detonador.
– Te acordarás del señor Hogan, por supuesto. Te lo presenté en la fiesta de despedida.
– Si apoyas un dedo en ese detonador, Hogan, haré que pases el resto de tu vida laboral ante los tribunales. Así olvidarás cualquier idea de llegar a ser jefe de policía.
– El señor O'Flynn tiene toda la razón, Jim -dijo el jefe, al tiempo que consultaba su reloj-, y no quisiera ser responsable de perjudicar tu carrera en ningún sentido. Veo que no tomas el mando hasta dentro de siete minutos, de modo que será mi triste deber cargar con esta pesada responsabilidad.
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