Michael Crichton - Next

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El autor de Estado de miedo nos sumerge en los aspectos más sombríos de la investigación genética, la especulación farmacéutica y las consecuencias morales de esta nueva realidad. El investigador Henry Kendall mezcla ADN humano y de chimpacé y produce un híbrido extraordinariamente evolucionado al que rescatará del laboratorio y hará pasar como un humano. Tráfico de genes, animales `de diseño`, encarnizadas guerras de patentes: un futuro turbador que ya está aquí.

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– Me lo has prometido. -El tono revelaba enfado-. Quiero que me bañes.

– Gerard, voy a mostrarte otra operación. Dime, si a veintinueve le restamos ocho, ¿cuánto queda?

– Seguro que me están vigilando -dijo el ave con voz extraña-. Mejor. Así dirán: «Pero si no fue capaz ni de matar a una mosca».

– Gerard, haz el favor de prestarme atención. ¿ Cuánto queda si a veintinueve le restamos ocho?

Gerard abrió el pico. En ese momento sonó el timbre. Gail se encontraba lo bastante cerca del animal para percatarse de que el sonido lo había realizado él. El loro era capaz de imitar todo tipo de sonidos a la perfección: timbres, teléfonos, incluso cisternas de inodoro.

– Gerard, por favor…

Se oyeron pasos. Luego, un chasquido y un crujido al abrirse la puerta de entrada.

– Qué guapa estás, nena, te he echado de menos -dijo Gerard, imitando la voz del marido.

– Gerard… -empezó Gail.

Entonces se oyó una voz de mujer.

– Oh, Richard, hace tanto tiempo…

Un silencio. Un beso.

Gail se quedó petrificada, mirando fijamente a Gerard. El loro continuó sin apenas mover el pico. Parecía un magnetófono.

De nuevo la voz de la mujer:

– ¿Estamos solos?

– Sí-respondió el marido-. El niño no llega hasta las tres.

– ¿Y dónde está…?

– Gail está en Ginebra, en un congreso.

– Entonces, tenemos todo el día para nosotros. Qué bien…

Más besos.

Los pasos de dos personas que cruzaban la sala.

El marido:

– ¿Te apetece tomar algo?

– Luego, cariño. Ahora solo me apeteces tú.

Gail se dio media vuelta y apagó la cámara de vídeo.

– ¿Vas a bañarme o qué? -preguntó Gerard.

Gail se lo quedó mirando fijamente.

Oyó cerrarse la puerta del dormitorio.

El ruido de los muelles del somier. La mujer chillaba y se reía. Más ruidos del somier.

– Déjalo ya, Gerard -ordenó Gail.

– Estaba seguro de que te gustaría saberlo -repuso el loro.

– Odio a ese pájaro asqueroso -dijo su marido por la noche. Se encontraban en el dormitorio.

– No estamos hablando de eso -respondió Gail-. Haz lo que te dé la gana, Richard, pero en casa no. En nuestra cama no.

Había cambiado las sábanas pero aun así no era capaz de sentarse en la cama, ni siquiera de acercarse. Permanecía de pie en el extremo opuesto de la habitación, junto a la ventana. Fuera, el tráfico parisino era atronador.

– Solo ha ocurrido una vez -se defendió él.

Gail no podía soportar que le mintiera.

– Mientras estaba en Ginebra -dijo ella-. ¿Quieres que le pregunte a Gerard si ha ocurrido más veces?

– No. Deja al loro en paz.

– Ha ocurrido más veces -concluyó ella.

– ¿Qué quieres que te diga, Gail? ¿Que lo siento? Muy bien, pues lo siento.

– No quiero que me digas nada -respondió ella-. Lo que quiero es que no vuelvas a hacerlo. Manten a tus fulanas alejadas de esta casa.

– Muy bien, entendido. ¿Podemos dejar el tema?

– Sí, vamos a dejar el tema -accedió Gail.

– Odio a ese pájaro asqueroso.

Gail salió del dormitorio.

– Si te atreves a tocarlo, te mato -lo amenazó.

– ¿Adonde vas?

– Voy a salir.

Fue a casa de Yoshi Tomizu. Habían iniciado su aventura amorosa hacía un año y habían vuelto a retomarla estando en Ginebra. La esposa y el hijo de Yoshi vivían en Tokio y él tenía previsto reunirse con ellos al llegar el otoño, así que lo suyo no pasaba de una mera amistad con algún que otro privilegio.

– Estás tensa -observó, masajeándole la espalda. Tenía manos de santo-. ¿Has discutido con Richard?

– No. Bueno, un poco. -Gail contempló la luz de la luna que se colaba por la ventana. Brillaba de un modo particular.

– Entonces, ¿qué te pasa? -preguntó Yoshi.

– Me preocupa Gerard.

– ¿Por qué?

– Richard lo odia. Lo odia de verdad.

– Vamos, no le hará nada. Ese animal es muy valioso.

– Puede que sí o puede que no. -Se sentó en la cama-. Será mejor que vuelva a casa.

Yoshi se encogió de hombros.

– Tú misma. Si crees que…

– Lo siento -se disculpó ella.

Él la besó con suavidad.

– Haz lo que creas que tienes que hacer.

Gail exhaló un suspiro.

– Tienes razón -dijo-. Soy una estúpida. -Volvió a deslizarse entre las sábanas-. Dime que soy una estúpida, por favor.

C033.

Brad Gordon apagó el televisor y gritó:

– ¡Está abierto! Entre.

Era mediodía. Se encontraba en el piso que ocupaba en una tercera planta de Sherman Oaks. Veía el partido de fútbol y esperaba a que le trajeran una pizza. Para su sorpresa, cuando se abrió la puerta quien entró fue la mujer más atractiva que había visto en su vida. Era la elegancia personificada: de unos treinta años, alta, delgada. Vestía al estilo europeo y llevaba unos zapatos de tacón no demasiado alto. Tenía un aspecto moderadamente provocativo. Brad se inclinó hacia delante en el sillón y se frotó la barbilla; hacía tres días que no se afeitaba.

– Lo siento -se disculpó-. No esperaba visitas.

– Me envía su tío, el señor Watson -anunció la mujer, avanzando en línea recta hacia él. El hombre se apresuró a ponerse en pie-. Me llamo Maria Gonzales. -Tenía un ligero acento extranjero, pero no precisamente español. Más bien parecía alemana-. Trabajo para la empresa que se encarga de las inversiones de su tío -explicó al tiempo que le estrechaba la mano.

Brad asintió, captando el suave aroma de su perfume. No le sorprendió que semejante belleza trabajara para tío Jack, el tipo sabía rodearse de colaboradoras atractivas y muy competentes.

– ¿En qué puedo ayudarla, señorita Gonzales?

– A mí, en nada -contestó con suavidad. Buscaba con la mirada un sitio donde sentarse. Al final, decidió permanecer de pie-. Pero a su tío, sí.

– Claro. Haré lo que sea.

– Supongo que no es necesario que le recuerde que fue su tío quien pagó la fianza para que lo dejaran en libertad y que también será él quien asuma los costes de la defensa. Puesto que lo acusan de haber abusado sexualmente de una menor, el proceso será duro.

– Pero si me tendieron una trampa…

La chica levantó la mano.

– Eso no es asunto mío. La cuestión es que su tío lo ha ayudado muchas veces a lo largo de los años y ahora necesita que le devuelva el favor. Es confidencial.

– ¿Tío Jack necesita que yo lo ayude?

– Sí.

– Muy bien, de acuerdo.

– Esto es estrictamente confidencial.

– Bien. Entendido.

– No debe hablar de esto con nadie, bajo ningún concepto.

– Muy bien, entendido.

– No puede decir ni palabra de todo esto. Si habla, se quedará sin defensa y pasará veinte años en la cárcel por haber abusado de una menor. Ya sabe lo que eso significa.

– Sí. -Brad se secó las manos en los pantalones-. Ya lo sé.

– No se le ocurra meter la pata, Brad.

– Vale, vale. Dígame de una vez qué es lo que tengo que hacer.

– Su empresa preferida, BioGen, está a punto de anunciar un gran descubrimiento. Se trata de un gen que cura la adicción a las drogas. El anuncio es el primer paso hacia la comercialización de un producto que va a arrasar y que atraerá muchísima financiación. Su tío ocupa un puesto muy importante en la empresa y no quiere que los nuevos inversores lo eclipsen. Quiere que se asusten y desaparezcan.

– Aja…

– Para eso, tiene que difundirse una mala noticia sobre BioGen.

– ¿Qué mala noticia?

– En estos momentos, el producto comercial más importante de BioGen es la línea celular Burnet. Se la compraron a la UCLA -explicó María Gonzales-. La línea celular produce citocinas, unas moléculas de importancia fundamental para la curación del cáncer.

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