Michael Crichton - Esfera

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En las profundidades del Océano Pacífico se descubre una misteriosa nave espacial de grandes dimensiones. Las autoridades norteamericanas envían a un grupo de científicos para que investigue el inquietante hallazgo. ¿Procede la nave de alguna civilización extraterrestre? ¿De un universo diferente? ¿Del futuro? La respuesta desafía la imaginación y escapa a cualquier intento de explicación lógica: un extraordinario y terrible poder amenaza toda la vida existente en torno al enigmático objeto.

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Apenas regresaron al habitáculo, Barnes había llamado a Washington. Estaba tratando de demorar el retorno de los científicos a la superficie.

– No, aún no la hemos abierto. Bueno, pues no la pudimos abrir. La puerta tiene una forma extrañísima y está fresada en forma muy fina… No, no se podría meter ninguna cuña en la hendidura.

Volvió a mirar a Norman y puso los ojos en blanco.

– No, eso lo intentamos también. No parece haber controles externos… Tampoco hay mensajes en la parte de afuera… Ni rótulos… Todo lo que puedo decirle es que es una esfera sumamente pulida, con algunas estrías en espiral en uno de los lados… ¡¿Qué?! ¿Abrirla con explosivos?

Norman dio media vuelta y se alejó. Estaba en el Cilindro D, en la sección de comunicaciones operada por Tina Chan. Con su calma habitual, la mujer estaba ajustando una docena de monitores. Norman le dijo:

– Usted parece ser la persona más relajada de aquí.

– Tan sólo inescrutable, señor -repuso sonriendo.

– ¿Eso es todo?

– Tiene que serlo, señor -dijo Tina Chan, mientras ajustaba la ganancia vertical de un monitor cuya imagen giraba; la pantalla mostró la esfera bruñida-. En realidad, siento que el corazón me late con violencia, señor. ¿Qué cree que hay dentro de esa esfera?

– No tengo la menor idea -confesó Norman.

– ¿Considera posible que dentro haya un extra-terrestre? Quiero decir alguna clase de ser vivo.

– Quizá.

– ¿Y estamos tratando de abrirla? A lo mejor debiéramos dejarla como está, con lo que sea que tenga adentro.

– ¿No siente curiosidad? -preguntó Norman.

– No demasiada, señor.

– No veo cómo podría funcionar la voladura -estaba diciendo Barnes por el micrófono-. Sí, tenemos SMTMP [ [14] ]. Entiendo. Diferentes tamaños… Pero no creo que puedan abrir esta cosa mediante una explosión. No. Bueno, si la viera, lo comprendería. Es un objeto perfectamente construido. Es perfecto.

Tina ajustó un segundo monitor, de modo que tuvieron dos vistas de la esfera, y pronto habría una tercera. Edmunds estaba situando cámaras para vigilar la esfera. Ésa había sido una de las sugerencias de Harry, quien había dicho: «Sométanla a vigilancia. Tal vez haga algo de cuando en cuando, quizá exhiba cierta actividad.»

En la pantalla, Norman vio la red de cables que habían sido conectados a la esfera. Se contaba con una impresionante exhibición de sensores pasivos: sonido y todo el espectro electromagnético, desde el infrarrojo hasta los rayos gamma y X. Las lecturas de los sensores aparecían en una batería de instrumentos, instalada a la izquierda de los monitores.

Entró Harry.

– ¿Nada todavía?

Tina meneó la cabeza:

– Hasta ahora, nada.

– ¿Ha regresado Ted?

– No -respondió Norman-. Sigue allí.

Ted se había quedado en la bodega con el propósito ostensible de ayudar a Jane Edmunds a montar las cámaras, pero, en verdad, todos sabían que Ted trataría de abrir la esfera. Lo estaban viendo en el segundo monitor, palpando las estrías, tocando, empujando.

Harry sonrió y dijo:

– Le falta recitar una plegaria.

– Harry, ¿recuerdas cuando estábamos en la cubierta de vuelo y dijiste que querías hacer testamento porque se notaba que en esta astronave faltaba algo? -preguntó Norman.

– Ah, eso -dijo Harry-. Olvídalo. No viene al caso ahora.

Barnes estaba diciendo:

– No, señor secretario, llevarla a la superficie sería poco menos que imposible… Bueno, señor, es que, en estos momentos, se encuentra dentro de una bodega que está a más de quinientos metros adentro de la nave, y ésta se halla sepultada bajo nueve metros de coral, y la esfera en sí tiene sus buenos nueve metros de diámetro… Es del tamaño de una casa pequeña…

– Lo que yo me pregunto es qué hay en la casa -dijo Tina. En el monitor, Ted, presa de la mayor frustración, pateó la esfera.

– Ni con una plegaria -volvió a decir Harry-. Nunca logrará que se abra.

En ese momento, entró Beth y preguntó:

– ¿Cómo conseguiremos abrirla?

– ¿Cómo? -Harry contempló, meditativo, la esfera, que refulgía en el monitor, y se produjo un silencio-. Quizá no podamos.

– ¿No la podremos abrir? ¿Nunca?

– Es una de las posibilidades.

– Ted se suicidaría -dijo Norman riendo.

Barnes decía:

– Bueno, señor secretario, si usted tuviera a bien asignar los recursos navales necesarios para llevar a cabo una recuperación en gran escala, desde trescientos metros, podríamos intentarlo dentro de seis meses, contados desde hoy, cuando se nos asegure que en esta región haya, durante un mes, buenas condiciones meteorológicas en la superficie. Sí…, ahora es invierno en el sur del Pacífico, sí.

– Ya puedo imaginarme todo -dijo Beth-. Con grandes gastos, la Armada lleva una misteriosa esfera extra-terrestre a la superficie. La transportan a una instalación estatal ultrasecreta, en Omaha, y convocan a expertos de todas las disciplinas para que intenten abrirla. Pero nadie puede hacerlo.

– Como Excalibur -comentó Norman.

Beth prosiguió:

– Conforme pasa el tiempo van intentándolo con métodos cada vez más poderosos y violentos. Al final tratan de abrirla haciendo estallar un pequeño dispositivo nuclear, y tampoco lo consiguen. Llega un momento en el que ya nadie tiene más ideas. La esfera sigue posada allí. Transcurren décadas. Y nunca logran abrir la esfera. -Agitó la cabeza-. Una gran frustración para la especie humana…

– ¿De verdad crees que puede ocurrir eso? ¿Que nunca seamos capaces de abrirla? -preguntó Norman a Harry.

– Nunca es mucho tiempo -le contestó.

– No, señor -decía ahora Barnes-. Dado este nuevo acontecimiento, permaneceremos abajo hasta el último minuto. El clima de superficie se mantendrá durante seis horas más, por lo menos, señor, a juzgar por los informes de Metsat. Bueno, tengo que depender de ese juicio. Sí, señor. Cada hora. Sí, señor.

Colgó el radioteléfono y se volvió hacia el grupo:

– Muy bien. Tenemos autorización para permanecer aquí abajo de seis a doce horas más, en tanto las condiciones meteorológicas persistan. Tratemos de abrir esa esfera en el tiempo que nos queda.

– Ted está trabajando en eso ahora -informó Harry.

En el monitor de vídeo vieron que Ted golpeaba la esfera con las manos y le gritaba:

– ¡Ábrete! ¡Ábrete, Sésamo! ¡Ábrete, hija de puta!

La esfera no se inmutó.

«EL PROBLEMA ANTROPOMÓRFICO»

– En serio -dijo Norman-. Creo que alguien tiene que hacer la pregunta: ¿No deberíamos tomar en cuenta la posibilidad de no abrirla?

– ¿Por qué? -preguntó Barnes-. Escuchen, acabo de largar el teléfono…

– Lo sé -respondió Norman-. Pero quizá debamos pensar esto dos veces.

Con el rabillo del ojo vio que Tina asentía enérgica con la cabeza; Harry parecía ser escéptico, y Beth se frotaba los ojos, soñolienta.

– ¿Tiene usted miedo, o cuenta con algún argumento de peso? -preguntó Barnes.

– Me da la impresión -dijo Harry- de que Norman está a punto de citar material de sus propios trabajos.

– Pues, sí -admitió Norman-. Sí, puse esto en mi informe. En dicho informe, Norman le había llamado «el problema antropomórfico». Básicamente, el problema consistía en que todos los que alguna vez habían pensado o escrito sobre la vida extra-terrestre imaginaron que la vida es, en esencia, humana. Incluso si las formas de vida extra-terrestre no tuvieran aspecto humano, si fueran como un reptil o un insecto grande, o un cristal inteligente, seguirían actuando en forma humana.

– Usted está hablando de las películas -dijo Barnes.

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