Iris Johansen - Cuenta atrás

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La vida de Jane MacGuire parece cambiar para siempre en un segundo cuando, en un secuestro aparentemente azaroso, su amigo de la infancia pierde la vida y mientras Jane trata de salvar la suya, escucha una frase inquietante: «No la mates, imbécil. No nos sirve muerta». De pronto, comienza a sospechar que ella era el verdadero objetivo del ataque. ¿Por qué la buscan? ¿Qué quieren de ella? A partir de ese momento Jane se ve envuelta en una terrible carrera contra el tiempo y ni siquiera su padre adoptivo, Joe Quinn, de la policía de Atlanta, podrá ayudarla. Finalmente, se ve obligada a aceptar la ayuda de Mark Trevor, un atractivo estafador por quien Jane tuvo una atracción en el pasado ¿o no? Mark está allí, dispuesto a cooperar -quién sabe por qué oscuras razones- y ambos emprenden una travesía hacia Nápoles, perseguidos por un asesino obsesionado por un misterio de dos mil años de antigüedad que puede conmocionar al mundo entero.

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Reilly hizo un gesto hacia la vitrina colocada en el centro del anaquel.

– Algunas de esas monedas valen una fortuna, pero nunca he encontrado la que haría que todo el mundo me envidiara, si la tuviera. Ha sido mi sueño durante muchos años. Tal vez tú puedas proporcionarme ese triunfo definitivo.

– ¿Cuál?

– Una de las monedas que recibió Judas por traicionar a Jesucristo podría estar entre el oro de ese cofre.

– Eso es una gilipollez.

Reilly hizo un gesto con la cabeza hacia el libro expuesto en el anaquel.

– No, según los rumores que se han transmitido a lo largo de los siglos. Menudo golpe maestro sería. -Sonrió-. Lo tendré todo: el oro, la fama y la estatua de Cira que me robó Trevor.

– Lo tendrá difícil para robarla desde Corea del Norte.

– La verdad es que no. Tengo gente por todo el mundo que lo único que quiere es hacer lo que yo desee.

– Para entonces MacDuff se habrá quedado con la estatua. Está tan obsesionado con Cira como todos los demás.

– Lo sé. Casi se interpone en mi camino hace un par de años, cuando perseguíamos el mismo documento.

– ¿Qué documento?

Reilly hizo un gesto con la cabeza hacia el archivador situado en un rincón de la estantería inferior.

– Tengo el original en un estuche sellado especialmente, pero la traducción está ahí. Hizo que abriera una nueva línea de pensamiento en lo concerniente a Cira y el oro. -Sonrió-. Si eres buena, tal vez te deje leer la traducción en algunas de las últimas etapas de tu entrenamiento.

Jane se puso tensa.

– No seré buena, hijo de puta. Y no haré nada de lo que me diga.

Reilly se rió entre dientes en voz baja.

– Qué falta de respeto. Ahora, si fuera Grozak, te abofetearía. Pero no soy Grozak. -Se volvió hacia Kim, que acababa de entrar en la habitación-. Dile a Norton que vaya al lugar donde explotó la mina. Si encuentra a Trevor vivo, que lo mate.

– ¡No! -El pánico se apoderó de Jane-. No puede hacer eso.

– Pero sí puedo. Puedo hacerlo todo. Eso es lo que tienes que aprender. Adelante, Kim, díselo.

Kim se volvió para salir de la habitación.

– ¡No!

– Puesto que eres nueva en esto, si me lo pides educadamente, tal vez le diga a Kim que se olvide de Trevor. -Sonrió-. Pero tendrías que pedirlo de buena gana.

La estaba observando con satisfacción maliciosa, esperando a que Jane se rindiera. Sometimiento. Quería que doblar la cerviz.

Pero no valía la pena mostrarse orgullosa, y correr el riesgo de que mataran a Trevor, para darle una lección.

– Por favor -dijo Jane con los dientes apretados.

– No ha sido muy cortés, pero daré por aprendida la lección. -Hizo un gesto para indicar a Kim que abandonara la habitación-. Aunque Cira probablemente me habría dejado matar a Trevor, antes que concederme la reparación.

– No, no lo habría hecho. Habría cedido y esperado a conseguir la suya más tarde.

– Pareces muy segura. -Ladeó la cabeza-. Prometedor. Muy prometedor.

Otra oleada de miedo recorrió a Jane. ¡Dios bendito!, era inteligente. En cuestión de minutos había conseguido que se rindiera a su voluntad, cuando ella jamás había creído que eso fuera posible.

– Tienes miedo -dijo Reilly en voz baja-. Ese siempre es el primer paso. Sólo he de encontrar la llave y hacerla girar. No tienes miedo por ti, sino por Trevor. Es una auténtica mala suerte que probablemente esté muerto. Podría ser un instrumento valioso. -Se volvió y cogió un maletín de la mesa-. Pero siempre estarán Joe Quinn y Eve Duncan. -Colocó cuidadosamente los estuches que contenían las monedas en el maletín, antes de abrir el archivador y meter las traducciones en el mismo maletín-. Una herramienta puede ser tan eficiente como la otra.

– ¿Así es cómo entrenó a Jock? ¿Amenazó a la gente que él quería?

– En parte. Pero tenía que ir adquiriendo información por él, así que tuvo que emplear una combinación de drogas y entrenamiento psicológico. También seguiré ese mismo método contigo, aunque cada caso es diferente.

– Cada caso es una historia de terror. Usted es una historia de terror.

– ¿Pero acaso no son las historias más fascinantes de la literatura todas las que tienen un elemento de terror? Frankenstein, Lestat, Dorian Gray. -Cerró el maletín-. Vamos. Me pregunto si debería coger los manuscritos originales, en lugar de dejar…

Su teléfono sonó, y Reilly apretó el botón para contestar.

– No puedo hacerlo -dijo Jock-. Es demasiado tarde.

– Tú pusiste la maldita carga -dijo Trevor-. Ahora, altérala.

– No puede alterarla -dijo MacDuff mientras terminaba de poner un vendaje provisional en el hombro de Trevor-. Ya la ha activado. No había contado con estar aquí. Si se acerca a la plataforma de aterrizaje, saltará en pedacitos.

– ¿Y por qué en la plataforma de aterrizaje? -La mirada de Trevor se movió hacia la plataforma de asfalto medio cubierta por la nieve-. ¿Por qué no colocar una carga cerca de la casa?

– No pude acercarme lo suficiente a la casa -dijo Jock-. Hay un anillo de minas terrestres que rodea todo el perímetro. Tuve que esperar a que arreciera la nevada, poner la carga y salir de allí a toda prisa antes de que me vieran. -Miró a Trevor-. Se suponía que eran ustedes los que tenían que ir a buscar a Jane, no Reilly. No inmediatamente. Se suponía que ni Jane ni yo teníamos que estar aquí. Yo debería haber dispuesto de al menos otros treinta minutos, y todo habría acabado.

– Mala suerte. No siempre sale todo como uno piensa que saldrá. ¿Y qué es lo que impedirá que el helicóptero explote en cuanto se pose?

– Puse el cable a treinta centímetros de la plataforma y lo cubrí de nieve. La vibración no hará que estalle, aunque sí la presión directa de un pie.

– ¿Estás seguro?

Jock lo miró fijamente, desconcertado.

– Pues claro que estoy seguro. No cometo errores.

– ¿Y si Reilly no utiliza la plataforma de aterrizaje?

– Lo hará. En menos de diez minutos -dijo Jock-. Reilly es un hombre muy cauteloso. Podría no asustarse por tener que vérselas con nosotros, así que metí algo de presión.

– ¿Qué clase de presión?

– Llamé a la policía y les hablé del complejo de entrenamiento del otro lado de la frontera de Montana. -Consultó su reloj, y luego clavó la mirada en la puerta trasera-. Hace unos cuarenta minutos de eso. Si Reilly aún no ha recibido ninguna llamada del campamento, la recibirá pronto. Se marchará, y corriendo. Ordena que el helicóptero esté aquí lo antes posible.

– ¡Joder! -Trevor se volvió a MacDuff-. Dijo que era especialista en minas. Seguro que Jane se irá con Reilly. Puede incluso que la haga salir primero. ¿No puede desactivar la carga?

– No en cinco minutos. Llegaría allí justo a tiempo de encontrarme con Reilly y su tripulación.

– ¡Mierda! Entonces intentemos perseguirlos.

– No. -Jock estaba meneando la cabeza-. Ya se lo dije. No podemos arriesgarnos…

– No podemos arriesgarnos a que Jane salte por los aires -le interrumpió Trevor-. Así que encontremos una manera de entrar allí antes de que llegue el helicóptero.

– Estoy pensando en ello. -Jock arrugó la frente mientras bajaba la mano y cogía su rifle-. La distancia es un poco excesiva para un disparo certero. Esto iba a salir a la perfección. No deberían haber estado aquí. Ahora tendré que… ¡Mierda!

– ¿Qué pasa?

– Se ha levantado el viento y está barriendo la nieve que cubre el cable. Puedo ver un poco desde aquí.

Trevor también podía verlo.

– Bien.

– No. Si lo ve él, entonces todo se echará a perder. No puedo dejar que suba a ese helicóptero. Esta puede ser nuestra última oportunidad. -Empezó a avanzar-. Tal vez, si tengo cuidado, pueda salir e intentar cubrir de nuevo ese cable. -Levantó la cabeza y miró hacia el cielo-. Demasiado tarde. Se acabó el tiempo.

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