Iris Johansen - Cuenta atrás

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La vida de Jane MacGuire parece cambiar para siempre en un segundo cuando, en un secuestro aparentemente azaroso, su amigo de la infancia pierde la vida y mientras Jane trata de salvar la suya, escucha una frase inquietante: «No la mates, imbécil. No nos sirve muerta». De pronto, comienza a sospechar que ella era el verdadero objetivo del ataque. ¿Por qué la buscan? ¿Qué quieren de ella? A partir de ese momento Jane se ve envuelta en una terrible carrera contra el tiempo y ni siquiera su padre adoptivo, Joe Quinn, de la policía de Atlanta, podrá ayudarla. Finalmente, se ve obligada a aceptar la ayuda de Mark Trevor, un atractivo estafador por quien Jane tuvo una atracción en el pasado ¿o no? Mark está allí, dispuesto a cooperar -quién sabe por qué oscuras razones- y ambos emprenden una travesía hacia Nápoles, perseguidos por un asesino obsesionado por un misterio de dos mil años de antigüedad que puede conmocionar al mundo entero.

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Entonces, vayamos al barco. - Se alejó de la ciudad y empezó a correr -. Deprisa.

Dejé dos caballos al pie de la colina. - Antonio la adelantó -. ¿Dominicus?

También traje un caballo para ella - dijo Dominicus -. No esperaba que volviera usted. Su traición… - Se interrumpió, la mirada fija en la montaña, y masculló un juramento -. Viene hacia aquí.

Tenía razón, se percató Cira.

Aunque la corriente principal se dirigía hacia la ciudad, un riachuelo de lava líquida estaba abriendo una senda hacia la villa de Julius, dirigiéndose directamente hacia ellos.

Todavía tenemos tiempo para llegar a los caballos. - Antonio cerró la mano con fuerza alrededor de la de Cira -. Vayamos hacia el Norte y bordeemos la corriente.

Si podían. El humo y la lava parecían estar atacándolos, asfixiándolos, rodeándolos por todas partes.

Pues claro que podían, pensó Cira con impaciencia. No había llegado tan lejos para ser derrotada en ese momento.

Entonces deja de hablar y condúceme hasta esos caballos.

– Eso estoy haciendo, agotadora mujer. - Antonio la estaba arrastrando hacia un bosquecillo -. Ve a buscar tu caballo, Dominicus. Deja libre al otro animal. Dale una palmada en las grupas y envíalo hacia el norte.

Dominicus desapareció en el humo.

Cira oyó a los caballos por delante de ella, relinchando aterrorizados y forcejeando por soltarse de sus riendas.

Entonces Antonio la subió a lomos de uno de los caballos y le entregó las riendas.

Ve delante. Estaré justo detrás de ti.

Qué impropio de ti.

No hay elección. Me mantendré cerca. No me extrañaría que intentaras despistarme. - La miró a los ojos -. No dará resultado. Te abandoné una vez, y averigüé esto: que es para siempre, Cira.

Para siempre. La esperanza y la alegría se mezclaron con el miedo galopante que sentía. Espoleó el caballo para ponerlo al galope.

Las palabras tienen poco valor. Demuéstralo.

«Increíble», le oyó decir entre dientes detrás de ella.

Sólo tú pondrías una condición como esa. Lo discutiremos más tarde. Ahora tenemos que salir de este infierno.

Y vaya si era un infierno. Las chispas habían hecho arder las copas de los árboles que bordeaban la carretera. Cira echó un vistazo hacia la corriente de lava que bajaba por la montaña. ¿Estaba más cerca? Tenían que recorrer al menos un kilómetro y medio antes de que estuvieran fuera del sendero. Rezó para que la lava no les cortara el camino antes de que alcanzaran…

Un árbol en llamas se derrumbó sobre el camino ¡delante de ella! Su caballo relinchó y se encabritó. Cira sintió que se resbalaba de la silla…

¡Antonio!

Jane se incorporó de un brinco en la cama, jadeando.

– ¡No!

– Tranquila. -La mano balsámica de Antonio estaba en su hombro-. Tranquila.

No era Antonio. Era Trevor. No era hacía dos mil años. Estaban allí. En la actualidad.

– ¿Todo bien? -Trevor la recostó, acurrucándola contra su cuerpo desnudo-. Estás temblando.

– Estoy perfectamente. -Jane se humedeció los labios-. Supongo que debía haber esperado tener pesadillas después de decirme lo que Reilly quería hacerme. No me puedo imaginar nada peor que tener a alguien capaz de controlar tu mente y tu voluntad. Pensar en ello hace que me vuelva loca. Cira nació esclava. Probablemente relacioné…

– Tranquila. Respira hondo. Tú no eres Cira, y Reilly no te va a poner las manos encima.

– Ya lo sé. -Guardó silencio durante un instante-. Lo siento.

– No hay nada que sentir. ¿Qué clase de pesadilla era?

– Creía que todo le iba a salir bien a ella, y entonces el árbol…

– ¿A Cira?

– ¿A quién si no? Parece que me estuviera asediando. -Torció el gesto-. ¡Carajo!, parece de lo más raro. Sigo convencida a medias de que debo de haber leído algo sobre ella en algún lugar que hace que tenga estos sueños.

– Pero sólo medio convencida.

– No lo sé. -Se acurrucó más-. Parecen tan reales, y es como una historia que se fuera desarrollando. Como si ella intentara decirme algo. -Se incorporó apoyándose en un codo-. No vayas a reírte de mí.

– No me atrevería. -Trevor sonrió-. El espíritu de Cira podría derribarme con un rayo. -Su sonrisa se esfumó-. O quizá podrías decidir dejarme. De una u otra manera, me enfrentaría al desastre.

– Ahora te estás burlando -dijo ella sin seguridad. La expresión de Trevor era extraña, tensa y carente de humor.

– ¿Eso hago? Puede que sí. -La volvió a recostar y apretó los labios contra el pelo de su sien-. Dirías que sería demasiado pronto. Probablemente tendrías razón. Pero sé muy bien que quiero tener la oportunidad de averiguarlo. -Ciñó sus brazos alrededor de ella cuando sintió que se volvía a poner tensa-. De acuerdo. Dejaré de hacer que te sientas molesta. Buenas noticias, yo mismo estoy bastante inquieto. Esperaba un buen revolcón con una mujer a la que he deseado durante años. No esperaba… -Se interrumpió-. Creo que es conveniente un cambio de tema. ¿Te importaría contarme tu último sueño con Cira?

Jane titubeó. Había evitado contarle a nadie los detalles de aquellos sueños, a excepción de Eve. Eve no sólo era como su otro yo, sino que tenía sus propios secretos que ni siquiera había revelado a Joe. Jane podía entender aquella omisión instintiva. Ella era tan reservada como Eve, y le resultaba difícil confiar a alguien aquellos sueños que en nada se parecían a unos sueños.

– Lo comprenderé, si no quieres hablar de ello -se apresuró a decir Trevor-. Pero quiero que sepas que, pienses lo que pienses, lo creeré. Confío en tu instinto y en tu buen juicio. Y a la mierda todo lo demás.

Jane guardó silencio durante un instante.

– No sé qué creer -dijo con voz entrecortada-. Cira estaba saliendo del túnel. Antonio estaba con ella. Igual que Dominicus. Se dirigían a un barco fondeado en la costa. Cira había pagado a Demónidas para que la sacara de Herculano.

– ¿Demónidas?

– Es un hombre codicioso. Ella cree que la esperará, aunque… -Meneó la cabeza-. Aunque el mundo de ambos se está desmoronando. Antonio no está tan seguro. -Jane miró fijamente la oscuridad-. El fuego los rodea. Los cipreses que flanquean el camino están todos ardiendo. Uno se derrumba sobre la carretera delante de Cira. Ella se cae del caballo y llama a gritos a Antonio… -Cerró los ojos-. Parece algo sacado de los Peligros de Paulina, ¿no te parece? A Dios gracias, entonces no había vías del ferrocarril. Probablemente habría atado a Cira a los rieles mientras una locomotora avanzaba rugiendo hacia ella.

– La misma Cira parece desenvolverse a la perfección en ese terreno -dijo Trevor-. Demónidas…

Ella abrió los ojos para mirarlo.

– ¿En qué estás pensando?

– Bueno, no has sido capaz de descubrir que te hubieras encontrado con ninguna referencia a Cira antes de empezar a soñar con ella. Demónidas es un nuevo personaje de este embrollo. Puede que fuera un mercader y comerciante famoso. Quizá podamos seguir la pista de Cira a través de él.

«Podamos.» Jane sintió una oleada de afecto al oír la palabra.

– Si existió.

– No seas pesimista. Existe hasta que se demuestre lo contrario. Veré que puedo hacer mañana para encontrar alguna referencia sobre él.

– Ese es mi trabajo.

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