– Y lo harás. Más tarde.
– Puede que más tarde no aparezcas. ¿Qué te impediría incumplir tu parte del trato, después de que yo cumpliera la mía?
– Como es natural, después del ataque tendré que esconderme bajo tierra durante algún tiempo. Pero no soy tan idiota de intentar engañarte. Sólo tendrías que soltar a uno de tus zom… de tus hombres para que me diera caza.
Reilly pensó en ello. No es que no hubiera considerado ya esa posibilidad. Cuando uno hacía tratos con hombres como Grozak, tenía que estar preparado.
– Eso es verdad. Podría estar dispuesto a aceptar un retraso en el oro, si me consigues a la mujer. Sólo un retraso, Grozak.
– ¿Y seguirás suministrándome los hombres para la fecha fijada?
– Colaboraré contigo. Tendrás cuatro hombres pocos días antes de la fecha fijada. Eso te dará tiempo para que los alecciones sobre lo que han de hacer exactamente. Pero necesitarán que yo les llame por teléfono para ponerse en acción. Lo haré justo antes del ataque, si tengo a la mujer. -Momento para clavar el aguijón-. Si no consigo a la mujer, llamaré a Trevor y le ofreceré tu cabeza en bandeja de plata y reiniciaré las negociaciones con él.
– Menudo farol. Nunca te entregaría a la mujer.
– Puede que sí. Hay quien piensa que se puede prescindir de cualquier mujer cuando se la contrapone con la moneda de judas. ¿No lo harías tú?
– No soy Trevor.
Y Reilly dio gracias de que así fuera. Con Trevor era mucho más arduo negociar, y no se le podía manipular.
– Ya lo veremos. Es un punto a discutir, si cumples. Comunícame cuando puedo esperar a la mujer y acordaremos un lugar de encuentro. -Colgó el teléfono.
¿Había presionado lo suficiente?
Tal vez. Si no, ya presionaría más.
Se levantó para dirigirse a las estanterías. Había expuestas varias monedas del mundo antiguo de valor incalculable. Durante años había reunido todos los objetos de los que había podido apoderarse de Egipto, Herculano y Pompeya, pero las monedas eran su pasión. Incluso en aquellas épocas habían significado poder.
¡Qué tiempos!, pensó. Debería haber vivido entonces, durante aquella etapa dorada de la historia. Un hombre podía forjar su vida y las vidas de los demás con una eficacia despiadada. Eso era para lo que había nacido. No es que no pudiera hacerlo en los tiempos actuales, pero entonces no sólo se aceptaban los esclavos, sino que sus dueños eran admirados y respetados. Los esclavos vivían y morían según el capricho de sus dueños.
Cira había nacido esclava, y sin embargo nunca había sido conquistada.
Él la habría conquistado. Habría encontrado una manera de doblegarla, aun sin las herramientas que utilizaba en ese momento. Menudo sujeto habría sido ella, pensó con nostalgia. Controlar a una mujer de aquella fuerza habría sido absolutamente tonificante.
Pero Jane MacGuire también era fuerte. Había leído sobre la trampa que le había tendido a aquel asesino que la acosaba. Pocas mujeres habrían arriesgado lo que ella arriesgó, y conseguido triunfar.
Reilly se había sentido intrigado, y el parecido con Cira había excitado su imaginación. Últimamente había estado fantaseando acerca de cómo iba a interrogarla. Sólo; Jane MacGuire seguía confundiéndose con Cira en su mente.
Sonrió con repentino regocijo cuando tuvo una idea. ¿Qué mejor manera de escarbar en su mente y en sus recuerdos que hacerla creer que era Cira? Debía considerar esa posibilidad más detenidamente…
* * *
– En qué piensas, Jock? -El lápiz de Jane volaba sobre el cuaderno de dibujo-. Estás a miles de kilómetros de distancia.
– No estaba seguro de si estabas enfadada conmigo -respondió Jock con seriedad-. El señor está enfadado. Me dijo que no debía haberle protegido de Mario esta mañana.
– Tiene razón. Mario no estaba haciendo nada malo, y tú no puedes ir por ahí matando gente sin más ni más. -¡Vaya por Dios!, qué simplista sonaba aquello-. Si MacDuff no llega a detenerte, habrías hecho algo terrible.
– Eso lo sé… a veces. -Jack arrugó la frente-. Cuando pienso en ello. Pero cuando estoy preocupado, no puedo pensar, y sólo lo hago.
– Y estás preocupado por MacDuff. -Miró el dibujo-. ¿Qué más cosas te preocupan?
Jock meneó la cabeza y no contestó.
No había que presionarlo. Jane dibujó en silencio durante unos minutos.
– Mario está muy triste. No era a MacDuff a quien quería hacer daño.
– Eso es lo que me dijo el señor. Quiere castigar al hombre que trabaja con… -El apellido salió con dificultad-. Reilly.
– Así es. Y también a Reilly. Eso debería complacerte. ¿No quieres que Reilly sea castigado?
– No quiero hablar de él.
– ¿Por qué no?
– Se supone que no tengo que hablar de él. Con nadie.
A todas luces un resto de aquel maldito lavado de cerebro seguía allí.
– Se supone que tienes que hacer lo que quieras hacer.
Una repentina sonrisa se dibujó en sus labios.
– Excepto matar a Mario.
¡Uy Dios!, un destello de humor negro. Durante un instante, cuando Jane lo miró a los ojos, no vio nada infantil en él.
– Excepto matar a cualquier inocente de haber obrado mal. Pero nadie debería poder controlar tu mente ni tu libertad de expresión.
– Reilly. -De nuevo se esforzó en pronunciar su nombre-. Reilly lo hace.
– Entonces, tienes que impedírselo.
Jock negó con la cabeza.
– ¿Por qué no? Tienes que odiarlo.
El muchacho la miró.
– ¿No es así?
– No me está permitido.
– ¿No es así?
– Sí. -Él cerró los ojos-. A veces. Es difícil. Duele. Como un fuego que no se apaga. Cuando el señor vino a buscarme, no odiaba a Reilly. Pero después… está ahí, quemándome.
– Porque recuerdas lo que te hizo.
Abrió los ojos y meneó la cabeza.
– No quiero recordar. Me duele.
– Si no te permites recordar, si no nos dices donde podemos encontrar a Reilly, entonces habrá otras personas a quienes se les haga daño y sean asesinadas. Y será por tu culpa.
– Me duele. -Se levantó-. Tengo que volver a mi jardín. Adiós.
Jane lo observó alejarse con un sentimiento de impotencia. ¿Había conseguido siquiera abrir una brecha? Le gritó mientras se alejaba.
– No he terminado el dibujo. Reúnete aquí conmigo a las cinco.
Jock no respondió y desapareció en el interior del establo.
¿Acudiría?
– Lo ha disgustado. -MacDuff se dirigió hacia ella desde el establo-. Se suponía que tenía que ayudarlo, no pincharlo.
– Eso le ayudará a acordarse de ese bastardo de Reilly. Usted también debería de pensar en ello. Me dijo que había intentado que le diera información sobre Reilly.
– Y fracasé.
– Puede que fuera demasiado pronto.
– Y puede que las heridas sean tan profundas que moriría desangrado, si empieza a hurgarlas.
– Va a morir gente, ¡maldición!
– Confío en que Trevor encuentre a Reilly antes de que eso ocurra.
– Pero podría ser suficiente con unas cuantas palabras de Jock.
– Puede que ni siquiera sepa donde se esconde Reilly. Lo intenté todo, la primera vez que lo encontré, incluida la hipnosis. Pero eso le hizo entrar en barrena. Yo diría que ese es uno de los primeros bloqueos que Reilly le inculcó.
– ¿Y si lo sabe? -Cerró el cuaderno de golpe-. ¿Y si puede señalar el camino y no intentamos animarle a que lo haga? -Le sostuvo la mirada a MacDuff-. Me parece que puede estar cambiando, puede que… esté volviendo. -Hizo un gesto de frustración-. ¡Joder!, no voy a hacerle daño. ¿Por qué es tan reacio a que lo intente?
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