Reilly. El hombre por el que, según Trevor, él y Grozak se estaban peleando.
– Ha oído hablar de Reilly. -MacDuff la miró con los ojos entrecerrados-. ¿Trevor le habló de él?
Ella asintió con la cabeza.
– Pero no me contó nada sobre ninguna conexión entre Reilly y usted o Jock.
– Él no sabe nada sobre la conexión con Jock. Sólo sabe que quiero a Reilly. -Echó un vistazo a Jock-. Muerto.
– ¿Por qué me lo cuenta, entonces?
– Porque usted le gusta a Jock, y ha decidido ayudarlo. Pensé que podría controlarlo, pero no siempre puedo estar cerca, y es posible que usted necesite información para guiarlo. No la voy a dejar que siga en esto a ciegas.
– ¿Está… loco?
– No más de lo que lo estaría cualquiera de nosotros, si hubiéramos pasado por lo que ha pasado él. Ahuyenta las cosas de su mente; en ocasiones se refugia en la simplicidad de un niño. Pero mejora día a día.
– ¿Y qué cosas intenta ahuyentar de su mente?
MacDuff tardó un instante en responder.
– Sé que mató al menos a veintidós personas. Probablemente a muchas más. Esto es todo lo que se permitirá recordar.
– ¡Dios mío!
– No fue culpa suya -dijo MacDuff con brusquedad-. Si lo hubiera conocido cuando era un niño, se daría cuenta. Era salvaje como una liebre, pero no había nadie con un corazón mejor ni una naturaleza más cariñosa. Todo fue culpa de ese hijo de puta de Reilly.
– No tendrá más de diecinueve años -susurró Jane.
– Veinte.
– ¿Y cómo…?
– Ya se lo dije, era salvaje. Se fue de casa a los quince años a recorrer el mundo. No sé cuándo ni dónde se topó con Reilly. Lo único que sé es que no hace mucho su madre acudió a mí a pedirme que fuera a recoger a su hijo. Estaba en un psiquiátrico de Denver, Colorado. La policía lo había encontrado deambulando por una carretera cerca de Boulder. Iba indocumentado. Y fueron incapaces de lograr que les dijera algo. Pasó dos semanas en el asilo antes de decir una sola palabra. Y cuando lo hizo fue para pedir pluma y papel y escribir a su madre. -Hizo una pausa-. Era una carta de despedida. Cuando acudió a mí, la mujer estaba histérica y me pidió que fuera a recogerlo. Pensaba que iba a suicidarse.
– ¿Y por qué no fue ella a recogerlo?
– Soy el señor del lugar. Están acostumbrados a acudir a mí en caso de apuro.
– ¿Y por qué no acudió a usted cuando Jock se escapó?
– No me encontraba en el país. Estaba en Nápoles, intentando reunir suficiente dinero para pagar las deudas de la Pista. -Apretó los labios-. Tendría que haber estado aquí. Casi llego demasiado tarde. Cuando llegué al hospital, Jock ya había conseguido una navaja de afeitar y se había cortado las venas de las muñecas. Lo salvaron por los pelos.
– ¿Y qué es lo que hizo usted?
– ¿Qué le parece que hice? Era uno de los míos. Alquilé un chalé en las montañas, lo saqué de aquel hospital y me quedé con él durante todo el mes siguiente. Lo aguanté mientras deliraba, despotricaba y lloraba. Le hablé e hice que me hablara.
– ¿Le contó lo que le había ocurrido?
MacDuff meneó la cabeza.
– Sólo retazos sueltos. Reilly era una imagen muy nítida en la cabeza de Jock, aunque era incapaz de decidir si era Satán o Dios. Fuera lo que fuese para Jock, lo dominaba y castigaba. Y lo controlaba. Oh, sí, vaya si lo controlaba.
– ¿Le había lavado el cerebro? ¿Tal y como me contó Trevor que había hecho con aquellos soldados?
– Según parece en aquel tiempo Reilly estaba metido a fondo en un experimento. ¿Cómo, si no, conviertes en asesino a un muchacho de buen corazón como Jock? ¿Con drogas? ¿Privándolo de sueño? ¿Mediante tortura? ¿Suministrándole alucinógenos? ¿Explotando su mente y emociones? ¿O combinándolo todo en un paquete? A Jock se le entrenó en todas las formas del asesinato, y luego se le envió a realizar los antojos de Reilly. Debe haber sido difícil mantener controlado a Jock a lo largo de una orgía de asesinatos tan prolongada como esa. Reilly demostró ser muy inteligente.
– Y un monstruo.
– Sin duda. Y los monstruos no merecen caminar por esta tierra. Y no lo hará durante mucho más tiempo. He llegado a un trato con Trevor. Reilly es para mí. Lo demás no me importa.
A Jane se le ocurrió algo.
– ¿Por qué Jock? Es una casualidad demasiado grande que lo escogiera él sin venir a cuento.
– Nada de casualidades. Nunca he ocultado que he estado buscando el oro de Cira. La historia que apareció en Internet me atrajo como atrajo a todos los demás. La olla de oro donde acaba el arco iris. La respuesta a mis oraciones. He hecho cinco viajes a Herculano en los últimos tres años, y el hecho debe de haber llegado a oídos de Reilly. Trevor dice que ha estado ojo avizor con todo y todos los que pareciera que podrían tener alguna oportunidad de encontrar el oro antes que él. Está obsesionado con esas monedas de oro, y es probable que quisiera averiguar si me había enterado de algo importante. Jock entraba y salía del castillo sin parar antes de que decidiera irse a ver mundo. ¿A quién preguntar mejor? -Apretó los labios en una mueca de amargura-. Lo más seguro es que lo siguiera para hacerle unas cuantas preguntas cruciales y luego decidiera utilizarlo de otras maneras, al ver que Jock no podía contarle nada.
– Así que usted empezó a perseguir a Reilly. ¿Le pudo contar Jock algo acerca de él?
– No gran cosa. Siempre que empezaba a recordar le entraban convulsiones y empezaba a soltar gritos de dolor. Un pequeño regalo posthipnótico de Reilly. El chico está mejorando, pero no lo he vuelto a intentar desde aquel primer mes. Estoy esperando a que se cure. Si es que se cura alguna vez.
– Y en su lugar se asocia con Trevor. ¿Por qué?
– Soy una de las personas a las que Dupoi notificó su intención de traicionar a Trevor. Todo el mundo en Herculano sabía que yo estaba interesado, y él pensó que tal vez tuviera suficiente dinero para hacerle una oferta interesante. -Hizo una mueca-. Se equivocó. Pero gracias a Dupoi, me enteré de bastantes cosas sobre Trevor y sus antecedentes para saber que podía tener los mismos objetivos que yo… así como los contactos para encontrar a Reilly. -La miró fijamente a los ojos-. ¿Tiene miedo ahora de que Jock ande por aquí?
Jane volvió la vista hacia Jock.
– Un poco.
– Entonces la he pifiado. Pensé que lo entendería.
– Se hacen difíciles de entender veintidós asesinatos.
– Si hubiera sido un asesino que trabajara para su Gobierno, usted lo aceptaría. En algunos círculos sería un héroe.
– Sabe que ese argumento no cuela. El chico me inspira compasión, pero se me hace incomprensible de todo punto que Reilly pudiera cambiarlo de esa manera. -Jane se puso derecha-. Así que no me esforzaré. Aceptaré que ocurrió y partiré de ahí.
– ¿Pero en qué dirección? ¿Lo va a abandonar?
– ¡Maldito sea! Ese no es mi problema. -¿Qué iba a hacer? Jock la había conmovido y obsesionado desde el instante en que lo había visto. La terrorífica historia la había impresionado, aunque también la había hecho sentir muchísima pena por el chico-. No sé lo que voy a hacer. -Pero si decidía hacerlo, tenía que hacerle frente. Atravesó la Pista con aire resuelto hacia Jock.
El muchacho la miró fijamente a la cara mientras se acercaba.
– Te ha hablado de mí, ¿verdad? Y vas a decirme que no quieres volver a dibujarme.
– ¿Por qué piensas eso?
– Porque soy horrible -dijo sin más el muchacho-. Ahora lo ves, ¿verdad?
¡Oh, mierda! Jane se vio asaltada de nuevo por aquella dolorosa compasión.
– No eres horrible. Sólo hiciste cosas horribles. Pero no las vas a volver a hacer.
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