– Lo dices en serio.
– Y debería saber algo de defensa personal.
– No tengo tiempo para dirigir un curso de… -Se detuvo cuando le vio apretar las mandíbulas con determinación. ¡Ah, qué diablos! No podía discutirle los motivos al muchacho; él habría hecho lo mismo en idénticas circunstancias. Pero aquellas circunstancias nunca habían existido para él. No podía recordar ninguna ocasión en que de una u otra manera no hubiera estado luchando por sobrevivir. Las torres de marfil eran el material del que estaban hechos los mitos-. De acuerdo, dos horas al día. Instalaremos un campo de tiro en la Pista. El resto del tiempo estarás trabajando en los pergaminos. -Levantó la mano cuando Mario abrió los labios-. Y MacDuff me debe un favor. Le pediré que te enseñe algunas llaves de kárate. Eso es todo, Mario.
– ¿Empezamos hoy?
– De acuerdo, hoy.
– Es suficiente… por ahora. -Mario añadió-: Sólo una cosa más.
– Estás presionando mucho.
– Es algo que tengo derecho a saber. Es lo que debería haber preguntado en un principio. ¿Por qué persigue Grozak los pergaminos? ¿Por qué mató a mi padre?
Trevor asintió con la cabeza. El chico era muy imprevisible para contárselo todo, pero se merecía saber lo esencial.
– Tienes razón. No es justo que tenga secretos contigo. -Se volvió hacia la puerta de entrada-. Vamos, vayamos a la biblioteca y tomemos una copa. Puede que lo necesites; es una historia asquerosa.
– Tienes inquieto a Trevor -dijo Brenner cuando se reunió con Jane a su llegada a Lucerna-. Ha amenazado con mutilarme, si te no cuido de manera adecuada.
– Entonces, hazlo. Creo que tú también eres bastante bueno mutilando. -Cambió de tema-. ¿Has hablado ya con los camareros de la cafetería?
Él asintió con la cabeza.
– Está muy concurrida a primeras horas de la mañana. Parece ser que hay muchos habituales como Donato, que iba cada día. Albert Dengler, el hombre que atiende la barra, dice que vio bien al hombre con el que estaba sentado Donato. La cafetería es una especie de Starbuck, y fue él quien le sirvió cuando se acercó a la barra. Pensé que lo mejor era decirle sólo que Donato había desaparecido y no entrar en detalles.
– ¿Estará trabajando hoy o tendré que ir a su casa?
Brenner consultó su reloj.
– Debería empezar su turno dentro de una hora y cuarenta minutos.
– Entonces, vamos.
– Sí, señora. -Abrió la puerta del pasajero para que entrara en el coche-. ¿Algo más?
– Puedes asegurarte de que pase con él el tiempo suficiente para conseguir una buena descripción que me permita hacer el dibujo.
– Haré todo lo que pueda. -Sonrió-. Eso no debería ser un problema. Si es necesario, ocuparé su puesto. Como es natural, no puedo prometer que el café moka no me salga café con leche. Pero seré tan simpático, que no le importará a nadie.
– Sólo procura no poner tan nervioso a Dengler que no se pueda concentrar.
– No diría que es del tipo nervioso. O si lo es, no lo es cuando está colocado.
– ¡Oh, fantástico! ¿Está enganchado?
– A la marihuana. El olor que desprende es inconfundible, y parece muy apacible.
– Quizá demasiado apacible para que le importen los detalles.
– Bueno, si es un fumador habitual, no va a tener una memoria fantástica. Tendrás que comprobarlo, ¿no te parece? -Arrancó el coche-. Aunque si está colocado, estará lo bastante relajado para concederte todo el tiempo que necesites.
– Suele sentarse allí. -Dengler hizo un gesto con la cabeza hacia la mesa situada junto a la verja de hierro forjado que daba sobre el lago-. Es un anciano caballero muy amable. Siempre vestido con pulcritud. Nada que ver con algunos de los chicos que vienen aquí. Les tengo que decir que se pongan los zapatos. Uno diría que se dan cuenta de que esto es…
– ¿Lo había visto alguna vez con el otro hombre?
El barman negó con la cabeza.
– Siempre estaba solo. No, una vez vino con una mujer. -Arrugó la frente-. De casi sesenta años, pelo gris y un poco rellenita.
Jane supuso que se trataba de la hermana de Donato.
– ¿Hace cuanto tiempo fue eso?
El hombre se encogió de hombros.
– No sé. Seis meses, tal vez.
La descripción era buena; excelente, para el tiempo transcurrido desde el hecho. Brenner tenía razón acerca del olor a porro que desprendía Dengler, pero no debía de ser un fumador habitual, si tenía una memoria tan buena.
– ¿Vio algo fuera de lo normal en el hombre que se sentó en la mesa de Donato?
Dengler reflexionó.
– Era alto y delgado. Tenía unas piernas largas. Parecía todo piernas.
– No, de su cara.
Dengler volvió a pensar en ello.
– Nada realmente fuera de lo normal. Ojos grandes. Castaños, creo.
– ¿Ninguna cicatriz?
Negó con la cabeza.
– Era un poco pálido de tez, como si trabajara en algún sitio cerrado. -Hizo una pausa, durante la cual observó el cuaderno de dibujo que Jane tenía abierto delante de ella-. ¿De verdad puede hacer esto?
– Si usted me ayuda.
– Oh, claro que la ayudaré. Aquí se aburre uno. Esta es la primera cosa interesante que me ocurre en meses. -Torció el gesto-. Eso parece un poco cruel. No es que no me preocupe que encuentren a ese anciano. Como le dije, era un hombre apacible que nunca hablaba con nadie. ¿Y dice que ha desaparecido? ¿Sospechan que es un delito?
No hay nada más delictivo en esta tierra, pensó Jane mientras recordaba la muerte de Donato.
– Lo sabremos cuando lo encontremos.
– ¿Trabaja usted con la policía?
– No, soy amiga de la familia. -Eso era vedad-. Están muy preocupados. Como es natural, entregaré el dibujo a las autoridades en cuanto consigamos un buen parecido.
– Está muy segura.
Jane le dedicó una sonrisa.
– Por supuesto que sí. Sin duda es usted un hombre inteligente con una memoria excelente. Si trabajamos juntos el tiempo suficiente, lo conseguiremos.
– Me está haciendo la pelota. -Sonrió de repente-. Pero eso me gusta. ¿Por dónde empezamos?
Jane cogió el lápiz.
– Por la forma de la cara. Tenemos que tener un lienzo sobre el que trabajar. ¿Cuadrada? ¿Redonda? ¿Angulosa?
– ¿Casi terminado? -Brenner se paró al lado de Jane-. Han pasado más de cuatro horas.
Ella no levantó la vista del cuaderno de dibujo.
– Quiero estar todo lo segura que pueda. -Ensombreció un poco la mejilla izquierda-. No es fácil, ¿verdad, Albert? Hay tantas elecciones que hacer…
– Déjela tranquila -dijo Dengler-. Estamos haciendo todo lo que podemos.
«Estamos.»
Brenner reprimió una sonrisa. Era evidente que Jane había encandilado a Dengler hasta el punto de llevarlo a considerar que formaban un equipo. Aquello lo sorprendió, puesto que Brenner sólo había visto el lado duro y desconfiado de Jane MacGuire. Había sido interesante observarla manejar hábilmente a Dengler. Sin duda era una mujer polifacética.
– Lo siento. -Brenner se apartó-. Pensé que debía controlar un poco. Volveré a mi barra a limpiar la máquina de café o lo que sea.
– Espera. -Jane añadió un poco de flequillo al pelo del dibujo del hombre-. ¿Algo así, Albert? -Volvió el dibujo hacia él-. ¿Es este el hombre?
Dengler se quedó mirando el dibujo de hito en hito.
– ¡Dios mío!
– ¿Es él?
Dengler asintió con la cabeza, y entonces sonrió con orgullo.
– Tan fiel como una foto. Lo conseguimos.
– ¿No hago ningún cambio?
– Le ha puesto un poco menos de pelo. El resto es perfecto como está.
– ¿Significa eso que no tengo que hacer más cafés con leche? -preguntó Brenner.
– Él está seguro. -Jane le entregó el dibujo a Brenner-. ¿Quién es?
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