– Porque puede que no esté preparado para volver. -Desvió la mirada hacia el establo-. Yo también me he dado cuenta de esos momentos. Es como el sol que aparece en un día nublado. ¿Pero y si vuelve antes de estar preparado? ¡Por Dios!, es un asesino que hace que Rambo parezca un niño de maternal. Es una bomba de relojería lista para explotar.
– Él le quiere. Usted podría controlarlo.
– ¿Yo? Me alegra que tenga tanta confianza. -MacDuff estudió la expresión de Jane-. Y que sea tan despiadada. Debería tener más sentido común. Las mujeres son siempre la más mortífera de las especies.
– Qué tópico. Pero qué tópico. No soy despiadada. O quizá sí. Lo único que sé es que no permitiré que esos bastardos hagan daño a mi gente. -Se dio la vuelta-. Usted y Trevor están en el mismo equipo que yo. ¿Va a impedirme que hable con Jock?
MacDuff guardó silencio durante un instante, antes de decir lentamente:
– No, dejaré que lo intente. Pero tenga cuidado. Si lo hace explotar, no será agradable.
Tendría cuidado, pensó Jane mientras se dirigía de vuelta al castillo. No sólo por su propia seguridad, sino por la cordura de aquel pobre chico atormentado. Todo lo que oía sobre Reilly la enfurecía y enfermaba. Había pensado que Grozak era horrible, pero aquel matón que retorcía mentes y voluntades y negociaba con matanzas masivas estaba a su altura.
¡Condenado Reilly!
– No apruebas lo que estoy haciendo -dijo Mario cuando Jane entró en su estudio cinco minutos después-. Es necesario, Jane. Estoy indefenso ante esta gente. Eso tiene que cambiar.
– No voy a discutir contigo. -Ella se sentó en su sillón del rincón-. Entiendo cómo te sientes. Es sólo que no querría que salieras pensando que eres capaz, cuando no es así. Requiere mucho tiempo hacerse un experto en el manejo de armas y artes marciales. Y no vas a disponer de ese tiempo. Las cosas se mueven demasiado deprisa.
– Puedo empezar. De algo servirá. Y no me vas a convencer. A veces tengo una cabeza muy dura. -De repente sonrió-. Como pudo comprobar MacDuff. Creo que lo pillé desprevenido.
Ella le devolvió la sonrisa.
– Yo también lo creo. -Había dado su opinión, y era evidente que él había hecho oídos sordos. Era mejor dejarlo, y quizá volviera sobre ello más tarde. No es que confiara en que fuera a servir de algo-. ¿Cómo va la traducción?
– Avanzo con lentitud. -Mario miró la hoja de papel que tenía delante-. No he podido concentrarme.
– Lo entiendo. Y sin embargo, puede ser nuestra mejor oportunidad para impedir que ocurra ese horror.
– Me parece una posibilidad muy remota. -Levantó la vista hacia ella-. Dos mil años son muchos años. Encontrar un tesoro perdido sería como un cuento de hadas. ¿Crees que podría suceder?
– Creo que puede suceder cualquier cosa.
– Eso es una generalización.
Jane pensó en ello. Por lo general era una persona cínica y pragmática, aunque en cierto modo nunca había dudado de que siguiera existiendo el oro en alguna parte. Quizás fuera a causa de los sueños que la habían acosado durante todos esos años. Quizá porque le parecía que Cira seguía viviendo, y en consecuencia el oro era algo muy real.
– ¿Crees que esos pergaminos fueron escritos por Cira?
– Sí.
– ¿Y cuáles eran las posibilidades de que fueran encontrados en aquél túnel? En sí mismo, ese ya es un cuento de hadas.
Mario sonrió.
– Supongo que tienes razón.
– Y que lo digas.
– Hay que volver al trabajo. -Miró el pergamino-. Vete y deja que me ponga a ello.
Jane enarcó las cejas.
– Antes no te molestaba.
– Sí que lo hacías, pero estaba deseando que me distrajeras. Ahora, no. -Su sonrisa se esfumó-. Para mí todo esto ha sido más un cuento de terror que un cuento de hadas, pero quiero que alguna parte tenga un final feliz. Te lo diré, si encuentro algo.
Lo dijo en serio, casi en un tono cortante, y a Jane le pareció que había envejecido desde la primera vez que lo viera. Sintió que le invadía la tristeza por la pérdida de aquel entusiasmo infantil.
– De acuerdo. -Jane se levantó-. Es hora de que llame a Eve y a Joe y les ponga al corriente. Quise hacerlo anoche, pero cuando regresé de Lucerna estaba agotada.
– ¿Les estás contando todo?
– Por supuesto. Necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir. Joe tiene contactos en todo el país. Puede que sea capaz de sacudir a las autoridades lo suficiente para que hagan un esfuerzo a gran escala para encontrar a Grozak y a Reilly.
Mario meneó la cabeza.
– A juzgar por lo que me dijo Trevor, no es probable. No hay ninguna prueba. ¿Quién los va a escuchar?
– Joe escuchará. -Jane se dirigió a la puerta-. Y Eve escuchará. Y prefiero tenerlos a ellos en mi equipo que a cualquier autoridad existente.
– ¡Joder! -murmuró Joe cuando Jane terminó-. ¡Qué horrible desastre!
– Para detenerlo hemos de encontrar a Grozak o a Reilly. Conoces gente. Debería de haber alguna manera de encontrarlos y deshacerse de ellos antes de que ocurra esto. No puede ocurrir.
– No, no puede -dijo Eve desde la otra extensión-. Y no ocurrirá. Nos ocuparemos de ello desde aquí. Joe sigue teniendo muchos contactos en el FBI. Y yo llamaré a John Logan para ver si puede pulsar algunas teclas. -Hizo una pausa-. Vuelve a casa, Jane.
– No puedo hacer eso. Al menos aquí estoy haciendo algo. Quizá pueda sacarle alguna información a Jock.
– O puede que no.
– Tengo que intentarlo. Aquí es donde está la acción, Eve. Si no logro hacer ningún avance con Jock, todavía podemos averiguar dónde está el oro por los pergaminos. Eso podría ser casi tan importante, si Trevor es capaz de llegar a un acuerdo con Reilly.
– Ese bastardo. Odio la idea de negociar con ese canalla.
– Y yo también, pero ahora mismo aceptaré cualquier medio.
– Pero nos dijiste que, según ese pergamino, Cira iba a intentar trasladar el oro fuera de ese túnel. Si lo logró, será mucho más difícil encontrarlo.
– A menos que Cira nos diga en el pergamino en el que está trabajando Mario dónde lo escondió Pía.
– Y siempre que no siga enterrado bajo toda aquella lava endurecida que arrasó la ciudad -dijo Joe.
– Sí, necesitamos que cambie la suerte. -Jane guardó silencio-. Pero, ¿sabes?, he estado pensando. Todo este asunto de Cira y los sueños y el oro ha sido algo extraño. Es como si se extendiera y nos tocara a todos. Puede que Cira esté intentando impedir… -Se interrumpió, y luego dijo con indignación-. ¡Por Dios!, no me puedo creer que haya dijo eso. Toda esta tensión debe de estar afectándome a la cabeza. Llamadme y decidme lo que hayáis podido hacer.
– No te desanimes -dijo Joe-. Los tipos malos no siempre ganan. Esta vez no lo harán. Sólo tenemos que trabajar hasta que encontremos la manera de mandar a pique sus lamentables culos. Te telefonearé más tarde.
– Nunca pensé que fuera tan malo -susurró Eve mientras colgaba el teléfono auxiliar-. Y no me gusta que Jane esté donde se encuentra la acción, ¡maldita sea! Me trae sin cuidado que sienta lástima por ese muchacho. Si empieza a presionarlo demasiado deprisa, es probable que el chico explote. Los dos sabemos con qué rapidez puede matar un asesino entrenado.
– Puede que no acabé la cosa así. Jane tiene razón, sólo hay dos alternativas en realidad. Puede que encuentren el oro y consigan negociar con Reilly para que rechace a Grozak. -Hizo una mueca-. Aunque no me gustaría depender de una posibilidad tan remota como esa.
Eve estaba callada, pensando.
– Puede que no sea tan remota.
Joe la miró inquisitivamente.
– ¿Por qué no?
Eve desvió la mirada.
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