– No soy más que un simple terrateniente que intenta que su herencia no se desmorone a su alrededor.
Ella lanzó un bufido.
– ¿Simple? Eres un aristócrata civilizado a medias, y una réplica de esos barones ladrones que te criaron.
– ¿Ves? Al fin y al cabo, no soy tan complicado. Ya me has definido.
– Apenas he rascado la superficie. -Jane se giró y se alejó por el pasillo-. Mantente en contacto conmigo. Necesito saber qué está ocurriendo.
– Eso haré -aseguró él, y siguió una pausa-. Por cierto, ¿todavía sales con Mark Trevor?
– Sí.
– ¿A menudo?
Jane miró por encima del hombro.
– Eso no es asunto tuyo, MacDuff.
– Ya, pero a veces soy un cabrón muy entrometido. Apúntalo a la cuenta de esos horribles barones ladrones. ¿Sales a menudo con él?
– Buenas noches, MacDuff.
Éste respondió con una risilla.
– Buenas noches, Jane. Es una lástima que las cosas entre tú y Trevor no vayan bien. En fin, yo ya te había dicho que podría ser…
Jane respondió enfadándose.
– Maldita sea, todo va bien entre nosotros. ¿Por qué diablos no te…? -dijo, pero calló cuando vio el brillo diabólico en su mirada-. He venido para hacerme cargo del niño, no para escuchar tus provocaciones. Vete con Jock y apártate de mi vista. Te conviene más intentar ayudar a esa pobre mujer que sangra por dentro porque no sabe a quién confiarle su hijo.
La sonrisa de MacDuff se desvaneció.
– Ahora sabe a quién se lo puede confiar, Jane. Es una mujer muy intuitiva y tendría que estar ciega para no darse cuenta de la joya que tiene al contar contigo. -MacDuff se giró y volvió a la biblioteca-. Jock y yo no te despertaremos para despedirnos. Dale las gracias una vez más a Joe.
– Espera. -Era probable que MacDuff la estuviera poniendo a prueba, pensó, frustrada. MacDuff era un maestro de la manipulación de los acontecimientos para su propia conveniencia, o ella no estaría ahí. Pero no podía verlo partir y exponerse a un posible daño con esa nota amarga-. Cuídate, MacDuff.
Una sonrisa le iluminó la cara.
– Eres una chica dulce y guapa, Jane.
– Chorradas.
– Es verdad que lo mantienes bien oculto, pero eso sólo hace que el desafío de dar con esos rasgos sea mayor. Intentaré reparar este desastre lo más rápido posible -agregó-. Tengo demasiadas cosas de que ocuparme como para perder el tiempo.
La puerta de la biblioteca se cerró a sus espaldas.
Jane vaciló un momento antes de subir. Como de costumbre, MacDuff había hurgado en sus emociones y le había hecho sentir toda la gama, desde la rabia hasta la simpatía. ¿Por qué diablos había venido?
Sabía por qué había venido. El chico. No importaba que MacDuff fuera tan pesado ni que intentara meterse en su vida privada. El curioso vínculo que había entre los dos todavía existía. Ella había procurado ignorarlo y apartarlo de su vida. Era evidente que eso no ocurriría, porque había sido incapaz de negarse cuando él le contó lo de Sophie Dunston y su hijo.
No porque fuera MacDuff, pensó, contrariada. No habría sido capaz de negarse ante nadie que le pidiera ayuda cuando se trataba de un niño. Ella misma había sufrido demasiado durante sus primeros años. Eve y Joe la habían rescatado y, ahora, Michael necesitaba a alguien que cuidara de él de la misma manera. Aunque fuera por un periodo breve, tenía que estar a su lado para ayudarle.
Y MacDuff no tenía nada que ver con ese sentimiento de obligación.
Excepto que MacDuff había leído en su carácter y utilizado ese conocimiento para hacerle una oferta a la que no se podía negar. Era una verdad que debía admitir. ¿Por qué habría de hacerlo? MacDuff era MacDuff y ese encuentro sería tan breve como el último. Cuando Sophie Dunston estuviera a salvo y viniera a buscar a su hijo, ella se marcharía sin remordimientos y con la satisfacción de un trabajo bien hecho.
Y entonces se reiría de MacDuff.
La casa al norte de Miami era pequeña, encantadora, de estilo mediterráneo español, rodeada de un muro alto que ocultaba un patio de baldosas. Royd aparcó el coche en la calle y abrió la verja de hierro.
– Muy agradable -dijo Sophie, cuando su mirada se detuvo en una pequeña fuente en el centro del patio-. ¿Has dicho que habías estado aquí anteriormente?
– Unas cuantas veces. Es una casa cómoda. -Cerró la verja-. Y segura. Me gusta tener muros a mi alrededor.
– Eso es algo que no te falta.
Él la miró.
– Supongo que no te refieres a la casa.
– Lo siento, lo he dicho sin pensar -se disculpó ella, con gesto de cansancio-. Tienes derecho a estar protegido de quien quieras.
– De ti no me estoy protegiendo.
– ¿No? -Sophie apartó la mirada de la fuente para fijarse en él. Respiró hondo-. No era eso lo que quería decir.
– Entonces cuidado con lo que dices. Porque estoy pendiente de cada expresión y de cada inflexión. -Dio unos pasos y abrió la puerta ventana-. Hay tres habitaciones, un estudio, comedor y cocina -explicó, haciendo un gesto hacia la escalera curva de hierro forjado-. Quédate con cualquiera de las habitaciones. Dúchate y reúnete conmigo en la cocina dentro de una hora. Yo saldré a buscar algo para comer. Hay un restaurante cubano a unos kilómetros de aquí. Sé que es temprano, pero me da la impresión de que te gustaría comer algo. ¿Vale?
– Vale -dijo ella, y empezó a subir la escalera-. Cualquier cosa.
– No abras si llaman a la puerta.
Ella se detuvo y se lo quedó mirando.
– Creí que habías dicho que es un lugar muy seguro.
– Es seguro. Pero sólo un tonto se fía de la seguridad. -Se giró y fue hacia la puerta.
Y Royd no era tonto, pensó ella, mientras subía las escaleras. Había vivido junto al horror durante años, el horror que ella había producido, y seguía viviendo en los márgenes de esa experiencia. Cada momento que pasaba junto a él ahondaba el arrepentimiento que sentía desde que se enteró de la existencia de Garwood.
Tendría que olvidarlo. Él había dejado muy claro que no quería su simpatía. Se daría esa ducha y llamaría a Michael para asegurarse de que todo iba bien.
Esperaba que MacDuff hubiera averiguado algo acerca de Gorshank.
Michael estaba sentado en una silla junto a la ventana. La habitación se hallaba iluminada sólo por la luz de la luna que se derramaba sobre la habitación.
– Es tarde. Deberías estar en la cama. -Jane sólo tenía la intención de echar una mirada en la habitación de Michael, pero observó, por su postura, que estaba muy tenso. Entró en la habitación y cerró la puerta-. ¿No puedes dormir?
Él negó con la cabeza.
– ¿Estás preocupado por tu madre?
– Estoy esperando que llame -puntualizó él, volviendo a asentir-. Dijo que me llamaría cuando llegara a Estados Unidos.
– Sabrá que aquí es tarde.
– Llamará. Lo prometió.
– Ella querría que dejaras de preocuparte y te durmieras. Yo te despertaré si llama. -Jane hizo una mueca mientras cruzaba la habitación hasta llegar a su lado-. Eso que he dicho es una tontería. Querer algo no siempre significa que sea posible.
– El señor MacDuff ha dicho algo parecido -dijo Michael, como si vacilara-. No tiene que quedarse conmigo. Estoy bien. Y no quiero molestarla.
– No me molestas. -Jane se sentó en el suelo y cruzó las piernas al estilo indio-. ¿Tienes miedo de dormirte, Michael?
– A veces. No esta noche. Sólo estoy preocupado por mamá.
– No se lo has dejado ver. Has sido muy valiente. Ya he visto que se siente muy orgullosa de ti.
Él negó sacudiendo la cabeza.
– Le causo muchos problemas.
Sería una tontería discutir con él. Michael era un chico inteligente, y enseguida entendería que era una mentira.
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