– Por supuesto -dijo Jock-. Y no me gustaría estar en su pellejo cuando lo atrape.
Royd frunció el ceño.
– No estoy seguro de querer que MacDuff entre en escena.
– Demasiado tarde. MacDuff ahora está involucrado. Podría haberse quedado en segundo plano si sólo se tratara de proteger a Michael. Ahora que Devlin se ha cargado a los suyos, ya no puede permanecer al margen. -Jock siguió a MacDuff hacia la cabaña-. Será mejor que vuelvas al castillo y que te miren ese brazo. ¿Quieres que pida un coche?
Royd negó con un gesto de la cabeza.
– Ya bajaré solo. -Se giró y comenzó a caminar en dirección a MacDuff.
Devlin.
¿Por qué habría enviado Sanborne a ese cabrón loco hasta el castillo? Tendría que haber sabido que habría un baño de sangre.
O quizá no. Devlin siempre había sido lo bastante listo como para hacer creer a Sanborne que era él quien tenía el control. Durante esas últimas semanas en que Royd había conseguido librarse de los efectos del REM-4, había empezado a sospechar que Devlin no era el manipulado sino el manipulador. Le agradaba lo que hacía. Le gustaba la sangre y el poder de matar, eran pasiones que podía cultivar bajo la protección de Sanborne. Quizá el REM-4 hubiera tenido un efecto marginal, pero Devlin era un asesino nato.
Y ahora le habían dado la oportunidad que necesitaba para liberar su lujuria por la violencia. Michael y Sophie eran el blanco, pero eso no había sido suficiente para él. Esa familia que acababa de masacrar sólo le despertaría el apetito. Iría a por el objetivo principal, y no pararía.
Maldito seas, Sanborne.
Voces.
Sophie levantó la cabeza. Había dejado abiertas las ventanas y las voces venían del patio de abajo.
Dejó la cama sigilosamente y se acercó a la ventana. Abajo estaban MacDuff y varios hombres, y detrás venía Royd. Sintió un enorme alivio. Se había quedado despierta después de que Michael se durmiera, preocupada y maldiciéndolo por no haber llamado.
Lanzó una mirada en dirección a Michael. Estaba profundamente dormido y con el monitor conectado. Pensó que podía ausentarse un momento y se dirigió a la puerta.
Al cabo de un momento, ya bajaba por las escaleras a toda prisa y abría la puerta de entrada.
– Maldito seas, Royd. ¿Por qué diablos no…? -Se paró en seco al ver el vendaje-. ¿Qué ha ocurrido?
– Está un poco maltrecho. -MacDuff contestó-. Usted es médico, ¿no? Cúrelo -dijo, y pasó a su lado para entrar en el castillo.
Royd hizo una mueca.
– MacDuff tiene una actitud muy severa hoy. Está irritado. Puede que necesite unos cuantos puntos de sutura, pero puedo llamar al médico del pueblo.
Ella bajó las escaleras.
– ¿Cómo ha ocurrido? -preguntó, con voz temblorosa-. Puede que el médico del pueblo te sea de más ayuda. No es mi especialidad.
– Ningún problema -dijo él, que iba a pasar por su lado-. Yo mismo me ocuparé.
– ¿Cómo te has herido? -volvió a preguntar ella.
– Un cuchillo.
– Estás blanco como una sábana. ¿Cuánta sangre has perdido?
– No demasiada.
Sophie no aguantó más.
– Cómo odio a los machos que temen reconocer una pequeña debilidad -dijo, y lo empujó hacia las escaleras-. Entra y deja que le eche una mirada.
– Vale. -Royd se tambaleó antes de subir-. Nunca discuto con una mujer más fuerte que yo. Y, en este momento, eres decididamente más fuerte. ¿Eso me exime de la categoría de macho?
– Puede ser. -Sophie lo siguió y lo cogió por el codo-. Tendremos que ver lo sensato que te muestras…
Royd volvió a perder pie y se tambaleó apoyándose contra la puerta.
– Vaya, vaya…
– Por el amor de Dios. -Sophie le puso el brazo bueno alrededor de los hombros y miró a su alrededor en busca de ayuda. MacDuff y sus hombres habían desaparecido-. No puedo quedarme aquí. Tengo que volver junto a Michael. ¿Podrás subir las escaleras si te ayudo?
– Ningún problema.
– Hay un problema -dijo ella, y comenzó a subir-. Reconócelo.
– Vale, hay un problema -dijo él, y avanzó lentamente-. Pero no es nada que no pueda superar.
– Será mejor que me lo digas si te vas a desmayar. No quiero que los dos nos caigamos por la escalera.
– Iré por mis propios medios. Sólo deja…
– No he dicho que quisiera dejarte solo. He dicho que me avises para que no nos caigamos los dos. No pienso dejarte solo.
– No es una decisión demasiado brillante. No tiene sentido que tú también te caigas.
– Ninguno de los dos va a… -dijo Sophie, respirando hondo-. Pero si vuelves a insultar mi inteligencia, estaré tentada de soltarte y dejar que te desangres hasta morir.
– Ya no sangro.
– Cállate. -Habían llegado al rellano. Sophie lo sujetó con fuerza y empezaron a subir el segundo tramo de escalera-. Hay una cosa que se llama saber aceptar la ayuda con dignidad.
Él guardó silencio. Cuando llegaron a lo alto de la escalera, dijo:
– Nunca aprendí a hacer eso. Cuando era niño, sabía que tenía que apañármelas solo. No recuerdo que nadie me ofreciera ayuda. Y luego, cuando me convertí en soldado, era diferente. Tenía que ser el mejor.
– ¿Y ninguno de los que estaban ahí podía pedir ayuda?
– Yo no podía.
Sí, Sophie entendió que él no sería capaz de bajar la guardia hasta ese punto. Tenía demasiadas cicatrices, y esa manera de ser atrevida e impetuosa habría rechazado a cualquiera que intentara ir más allá de esa dura capa exterior.
Dios, realmente sentía lástima por él. Nadie deseaba la simpatía ajena menos que Royd, pero ella sentía lástima por aquel chico que debía de haberse sentido profundamente solo. Quizá lástima no era la palabra. Sus propios padres la habían querido y entendido cuando ella crecía. Sólo después de ese día horrible en el lago se sintió desconcertada y sola. Incluso entonces había tenido a Michael y a Dave para protegerse de ese aislamiento. Sí, lo que ahora sentía era auténtica simpatía. Pero aquello no mitigaba sus deseos de tocarlo, de darle consuelo.
– Basta. -Royd la miraba con un deje de dureza-. Ya veo que estás preparando ese jarabe de sensiblería con que vas a todas partes. No lo quiero. Tíralo en algún otro sitio.
Ella lo miró, exasperada. Estaba herido y debilitado, pero eso no le impedía ser igual de duro y de resistente que siempre.
– Eso haré. Y no les reprocho a tus padres adoptivos que no te hayan consolado. Lo más probable es que les hubieras mordido.
– Es probable. -Royd sonreía-. Así está mejor. Así es como me gusta verte. Pero a ti no te mordería -advirtió, y luego agregó-. A menos que me lo pidas.
La sensualidad. Un momento antes, había querido consolarlo y, al siguiente, le había hecho sentir esa conciencia que era como un cosquilleo. Con todo lo que había ocurrido, Sophie había pensado que su reacción hacia él se había desvanecido. Desvió rápidamente la mirada.
– Eres incorregible -dijo. Lo hizo sentarse en un tresillo forrado de terciopelo frente a la habitación de Michael-. Quédate aquí. Tengo que echar una mirada a mi hijo. O puedes ir a la habitación de al lado, la mía, y esperar.
– Creo que esperaré aquí. -Reclinó la cabeza contra la pared y cerró los ojos-. Tómate tu tiempo.
Con los ojos cerrados parecía todavía más vulnerable, y Sophie casi olvidó sus duras palabras. Sin embargo, no debía olvidarlas. Royd no era vulnerable y ella tenía que dejar de sentir esa creciente debilidad por él.
– No te quedes dormido o te caerás del tresillo. No sé si sería capaz de levantarte.
Él sonrió sin abrir los ojos.
– Yo confiaría en ti. Y sí que podrías.
Ella abrió con cuidado la puerta de la habitación de Michael y entró. Seguía dormido. Cruzó la habitación para mirarlo de cerca. Parecía tranquilo, pero eso podía cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Parecía tan pequeño e indefenso. Vulnerable. Hacía sólo unos minutos había pensado lo mismo de Royd, y él lo había intuido y la había rechazado cruelmente. Michael también empezaba a rechazar cualquier muestra de compasión. Él nunca sería rudo con ella, pero su respuesta había sido la misma de Royd. Michael empezaba a hacerse mayor y quería cargar con sus propios problemas.
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