Sol Devlin colgó su móvil.
Cumple con la tarea que te fue encomendada.
Ya sentía el placer agitándose en su interior. Detestaba que Sanborne le restringiera ciertos movimientos, y en ocasiones intentaba deliberadamente evitarlo diciendo o haciendo algo que lo obligara a darle vía libre. La mayor parte del tiempo, Sanborne no se daba cuenta de que era el esclavo quien lo controlaba a él.
La idea lo hizo sonreír. Ignoraba si podía liberarse de Sanborne si lo intentaba. En una ocasión lo había intentado, y había sido doloroso. Demasiado doloroso cuando ni siquiera sabía si quería vivir sin el objetivo que le había dado Sanborne. Estaba bien alimentado. Tenía a su alcance mujeres y drogas.
Y disfrutaba de lo que hacía.
¿Cuánto de ello era condicionamiento? No le importaba. El placer estaba presente, y eso sí le importaba. Como este momento, cuando la expectación empezaba a agitarse en cuanto pensaba en lo que iba a hacer.
Pronto. Dentro de unas horas.
Devlin se giró para observar la cabaña de pastores, varios cientos de metros más abajo.
– Mi madre viene a verme. -Michael colgó lentamente el teléfono-. Dijo que llegaría en unas horas.
MacDuff esperaba la noticia desde la noche anterior, cuando Jock le había informado de la muerte de Edmunds.
– ¿Y cómo te sientes tú al saberlo? -preguntó MacDuff, con voz queda.
– Bien… Supongo. No quería hablar. Sonaba… preocupada.
– Tiene derecho a estar preocupada, por lo que tú y Jock me habéis contado.
Michael alzó la mirada.
– Pero ¿hay alguna otra cosa? ¿Algo que usted sabe pero que no me ha contado?
¿Debería mentirle? No, el chico había vivido episodios demasiado fuertes como para agregar el engaño.
– Sí, y no tengo intención de contártelo. Es tu madre la que tiene ese derecho.
Michael frunció el ceño.
– No quiero esperar.
– Mala suerte. -MacDuff sonrió-. No siempre consigue uno lo que quiere -Se puso de pie-. Pero yo podría ayudarte a quitártelo de la cabeza. ¿Quieres bajar a la explanada y jugar un rato al fútbol conmigo?
– No me servirá para olvidarme.
– ¿Qué te juegas? Te daré tan duro que no serás capaz ni de pensar -dijo, yendo hacia la puerta-. Venga, pasaremos a buscar a Jock al bajar y le haremos jugar de portero.
Michael vaciló.
– Me había dicho que revisara estos cajones y viera si podía encontrar unos papeles que parecen antiguos.
– Por hoy estás excusado -dijo MacDuff, que ya cruzaba la puerta-. Necesito un poco de ejercicio.
– ¿Qué hacen esas malditas ovejas en medio del camino? -preguntó Sophie, con las manos tensas sobre la falda-. Alguien debería estar cuidando de ellas.
– Es probable que el pastor esté cerca. En Escocia hay que ser tolerante -dijo Royd, mientras avanzaba lentamente entre el rebaño-. No es grave.
– Ya sé que no es grave -dijo Sophie, humedeciéndose los labios-. Supongo que estoy nerviosa. Por amor de Dios, no las atropelles.
– ¿En serio? Yo jamás habría dicho que estás nerviosa -Royd encendió los faros del coche-. Allá está el castillo de MacDuff, un poco más adelante.
El castillo se alzaba, enorme e intimidatorio, dominando el paisaje de la campiña. A Sophie le recordaba una escena inspirada en Ivanhoe.
– Entonces, acelera. Tengo que ver a Michael.
– ¿Piensas contárselo esta noche?
– No tiene sentido dejarlo para después. Tengo que ser yo quien le cuente lo de Dave. -Frunció el ceño-. No puedo tener absoluta seguridad de que no venga alguien e intente arrestarme.
– Creo que puedes estar segura de que eso no sucederá -aseguró Royd-. Por lo que Jock me ha contado, MacDuff no es alguien a quien puedas coger por sorpresa.
– Yo no estoy segura de nada… ¡Para! -Habían estado a punto de atropellar a una oveja que había vuelto a saltar al camino. Sophie bajó del coche y asustó al animal para que saliera de en medio. Luego, volvió a subir-. Tardaremos toda la noche en llegar a la puerta.
– Creo que ya está despejado -dijo Royd, acelerando con cautela-. Tendré cuidado con el rebaño.
– No es culpa tuya. Este lugar está en el culo del mundo y me extraña que MacDuff no tenga mejores…
– Alto. -Un guardia había salido de la sombra junto a las puertas del castillo. Llevaba un M16 y, cuando el coche se detuvo, los iluminó con el haz de su linterna-. ¿La señora Dunston?
– Sí -dijo ella, y se tapó los ojos para que no la deslumbrara-. Apague eso.
– Enseguida. -El hombre estaba haciendo una comprobación con una foto que tenía en la mano-. Tenía que asegurarme. Al señor no le agradan las visitas inoportunas. Me llamo James Campbell.
– ¿De dónde ha sacado la foto?
– Jock -dijo Campbell, y miró a Royd-. ¿El señor Royd?
Éste asintió con un movimiento de la cabeza.
– ¿Ahora puede apartarse para que podamos pasar?
El hombre sacudió la cabeza.
– El señor MacDuff me dijo que lo enviara a la explanada cuando llegara. Él y el chico están allá -dijo, señalando hacia la derecha-. Pueden bajar y dar la vuelta al castillo yendo hacia el acantilado.
– No me gusta esto. -Royd abrió la puerta-. Iré yo, Sophie. Tú sigue y llega hasta el castillo. No entiendo por qué MacDuff se arriesgaría a dejar que Michael ande sólo fuera del recinto.
– ¿Arriesgarse? -preguntó James Campbell, que paret a indignado-. No hay ningún riesgo. El Señor está aquí.
Era como si hubiera dicho «Superman está aquí», pensó Sophie Era evidente que aquel hombre sentía el mismo respeto que Jok por el señor de aquellas tierras. Aquella similitud era reconfortante.
– Voy contigo -dijo Sophie, y bajó del coche-. ¿Jock está con ellos?
Campbell asintió.
– Entonces llámelo y dígale que vamos hacia allá -dijo Sophie, alcanzando a Royd.
– Podrías haber dejado que yo me ocupara de esto -dijo él, en voz baja.
– Podría -dijo ella, y apuró el paso-. Pero dudo de que haya algo de lo que ocuparse. No creo que los hombres de Sanborne estén apostados en las afueras del castillo.
– Y tú quieres ver a Michael lo antes posible.
– Ya lo creo que quiero verlo -murmuró ella-. No me hago ninguna ilusión con todo esto y quisiera que acabe.
Royd guardó silencio.
– ¿Me dejarás adelantarme y asegurarme de que todo está bien?
– Estamos en esto juntos. Yo he tomado la decisión. Si es una trampa, entonces…
– Michael.
Ella era la madre de Michael. Tenía que seguir viva para protegerlo. Sophie respiró hondo y se detuvo.
– Vale, ve tú. Si no has vuelto en cinco minutos, volveré al castillo e intentaré esquivar a Campbell en la entrada.
– No es nada fácil esquivarlo. -Era Jock, que de pronto había aparecido en el sendero. Llevaba el torso desnudo y estaba bañado en sudor, pero sonreía-. Y si lo consiguieras, tendría que despedir al pobre hombre -añadió, alzando la mano a manera de saludo y frunciendo la nariz-. Hola, Sophie, te abrazaría pero mi estado es un poco asqueroso. MacDuff y Michael me han dejado hecho un trapo.
– ¿Qué dices?
– Venid conmigo -dijo.
Dio media vuelta y desapareció en la oscuridad.
Sophie frunció el ceño mientras lo seguía. ¿Hecho un trapo? ¿De qué diablos hablaba?
Y entonces doblaron una esquina del castillo y vio la explanada. Era un trozo de terreno llano flanqueado a ambos lados por rocas enormes y lisas.
Y corriendo de un lado a otro estaban Michael y un hombre alto de pelo oscuro, con el torso desnudo e igual de sudado que Jock. Tenía el pelo recogido con un pañuelo. Los dos estaban sin aliento y reían como si no tuvieran preocupación alguna en el mundo.
Sophie se quedó mirando, asombrada. No era el Michael que ella se había imaginado durante el viaje. Parecía… libre. Sintió una ola de alegría que, enseguida, fue barrida por un sentimiento de espanto, al pensar que estaba a punto de destruir esa alegría.
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