Kay Hooper - Afrontar el Miedo

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Riley Crane se despertó completamente vestida, cubierta de sangre y con una pistola bajo la almohada. Pero lo que resultaba más aterrador aún era que no recordaba lo sucedido la noche anterior. En realidad, apenas recordaba las tres semanas anteriores.
Riley es un camaleón: ex oficial del ejército y ahora agente federal asignada a la Unidad de Crímenes Especiales, posee el don de la clarividencia y la capacidad de fundirse con su entorno, de ser lo que elija. Especialista de la UCE en lo oculto, ha sido enviada por su jefe, el enigmático Noah Bishop, a una casa en la playa, en Opal Island, para investigar diversas noticias sobre fenómenos misteriosos.
Pero eso fue hace tres semanas. Ahora, al despertarse, descubre que no puede fiarse de su memoria, que ha perdido la clarividencia de la que siempre ha dependido para protegerse, y que en su vida hay un nuevo hombre muy atractivo. Para colmo, con los recursos de la UCE recortados al mínimo, Riley se encuentra sin refuerzos. Sola, se ve obligada a enfrentarse a tientas a un juego en el que nadie a su alrededor es quien parecer ser. Y un truculento asesinato es el primer aviso de lo mucho que arriesga.
Bishop quiere sacar a Riley del caso. Y también Ash Prescott, el poderoso fiscal del distrito. Pero tanto su ex compañero en el ejército, Gordon Skinner, como el sheriff Jake Ballard creen que Riley puede atrapar a un asesino feroz. Uno de esos cuatro hombres sabe qué está pasando en este pueblecito costero, y Riley necesita desesperadamente esa información. Porque lo que no recuerda basta para costarle la vida. Esta vez, la maldad no está más cerca de lo que cree: está ya aquí.

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– Estoy intentando decírtelo… -Hizo una pausa bruscamente, fijándose en su expresión, y sintió que una oleada escalofriante se apoderaba de ella-. Ayer -logró decir-. Ayer por la mañana. Te conté lo del ataque del domingo por la noche.

Él asintió con la cabeza.

– Sí, eso me lo contaste.

– ¿Y…, y lo de los episodios de amnesia? ¿Lo del tiempo perdido?

Los dedos de Ash apretaron los suyos.

– Cariño, no me dijiste nada de episodios de amnesia ni de tiempo perdido. Es la primera noticia que tengo.

*****

Era todavía temprano, poco antes de las ocho, y Riley se había acurrucado en una de las cómodas sillas de mimbre de la terraza de su casa, con la esperanza de que el sol radiante de aquel día caluroso disipara el frío que sentía por dentro.

Una ducha caliente no había servido de nada, ni tampoco el magnífico desayuno que le había preparado Ash. Ni siquiera se había fijado en qué estaba comiendo: era sólo combustible capaz de suministrarle la energía que tanto necesitaba.

Y ni siquiera estaba segura de que todavía le funcionara.

Miraba fijamente el océano, dejando vagar de cuando en cuando la mirada para observar distraídamente a los más de doce propietarios de perros que habían sacado a sus mascotas a dar un último paseo antes del «toque de queda canino» que les impedía acceder a la playa durante la mayor parte del día.

Era una mañana de verano, tranquila y agradable, llena de actividades tranquilas y agradables. Actividades normales. Gente normal. Riley dudaba de que alguna de aquellas personas viera desintegrarse el mundo tal y como lo conocía.

– Ten. -Ash se sentó en otra silla, a su lado, y le dio una taza grande de café-. Hasta al sol sigues temblando.

– Gracias. -Riley estuvo unos minutos bebiendo el café a sorbos, consciente de que él la observaba, esperando. Por fin suspiró y se volvió un poco en la silla para mirarle-. Bueno. ¿Por dónde íbamos?

– Nos habíamos quedado en la reunión de ayer por la mañana en el departamento del sheriff. Parece que todo eso lo recuerdas con claridad.

Ella asintió con la cabeza.

– Está bien. Supongo que también recuerdas casi toda la conversación que tuvimos después, sobre por qué me habías pedido que me involucrara oficialmente en la investigación. Fue entonces cuando me contaste por fin lo del ataque del domingo por la noche. Que había afectado un poco a tu memoria y mucho a tus sentidos. Dijiste que querías que alguien en quien confiaras te vigilara por si acaso el ataque te había afectado más de lo que creías.

Riley rebuscó entre los «recuerdos» que tenía y se preguntó de nuevo de qué certezas podía fiarse.

– ¿No te dije que había olvidado la mayor parte de las últimas tres semanas?

Ash frunció el ceño.

– No fue eso lo que dijiste. No recordabas el ataque, ni las horas anteriores. Tampoco recordabas por qué saliste, ni dónde fuiste esa noche. Fue lo que me dijiste. Lo único que me dijiste.

– Ah.

– Riley, ¿me estás diciendo que no recuerdas nada de las últimas semanas?

– Fragmentos dispersos, pero… -Suspiró-. Maldita sea, recuerdo que ya hemos tenido esta conversación antes. No recordaba lo nuestro, pero cuando me tocaste supe que éramos amantes, sentí lo que había entre nosotros, y eso era lo único en este maldito embrollo de lo que estaba segura. Así que no te enfades porque haya fingido, porque en lo que más cuenta no estaba fingiendo. Iba un poco a tientas, eso es cierto. Pero no estaba fingiendo.

– Estuviste muy convincente -dijo él por fin.

– ¿Ves?, otra vez te estás enfadando. Por favor, no me hagas repetirte el discurso sobre cómo me ha afectado lo que me pasó el domingo por la noche y sobre cómo tuve que aclararlo todo a ciegas, no sólo lo nuestro.

– Perdona -dijo él irónicamente-, pero yo no estaba allí la primera vez.

– Sí estabas. -Riley sacudió la cabeza-. Al menos así lo recuerdo yo. Maldita sea, era…, es tan real… No lo entiendo. No entiendo nada.

Ash la miró pensativamente.

– Bueno, sigues temblando un poco, pero también pareces estar tomándotelo con mucha calma.

Ella no se molestó en explicarle que en la UCE uno aprendía a afrontar las cosas inesperadas que le salían al paso sin previo aviso.

O tenía que marcharse. A toda prisa.

Sólo dijo:

– No es calma, es aturdimiento. Es muy distinto.

– Quizá deberías volver a Quantico, Riley.

– No. -Respondió inmediatamente, sin pensar, y en cuanto se oyó sintió que era lo correcto, lo que debía hacer. No estaba segura de casi nada, pero estaba absolutamente convencida de que tenía que quedarse. Iba contra la lógica y la razón (por no hablar de su adiestramiento), pero era lo que sentía.

«¿Y cómo puedo fiarme de lo que siento más que de lo que pienso? ¿Es un impulso genuino que lucha por abrirse paso entre la confusión de recuerdos perdidos y sentidos de los que no puedo fiarme, o es simple cabezonería, un deseo de no abandonar hasta que haya hecho mi trabajo?»

Podía ser cualquiera de las dos cosas. O ninguna.

Ash reclamó de nuevo su atención diciendo:

– Mira, los dos sabemos, o al menos eso espero, que no quiero que te vayas. He estado reuniendo todos los argumentos que se me ocurren para que pidas el traslado aquí, para que trabajes quizá en la oficina del FBI en Charleston. Pero dijiste que estabas pensando en tomarte un mes y medio de vacaciones, así que pensé que tenía un poco más de tiempo para presentar mi alegato.

Momentáneamente distraída (lo cual no era de extrañar, teniendo en cuenta su estado mental), Riley dijo:

– ¿Un mes y medio? ¿Dije que estaba pensando en quedarme…? ¿Cuánto? ¿Otras dos semanas?

Él asintió con la cabeza.

– El sábado hace un mes que estás aquí.

– Eso tampoco tiene sentido -murmuró ella. El domingo anterior por la noche ya sabía que Bishop y los demás miembros del equipo estaban saturados de trabajo. Quizá no hubiera hablado con Bishop, pero tenía por costumbre mantenerse al corriente de lo que pasaba en la unidad allá donde iba, y no lograba entender que estuviera considerando la posibilidad de prolongar sus «vacaciones» sabiendo que la UCE andaba escasa de personal.

– Muchas gracias -dijo Ash.

Riley sacudió la cabeza.

– No tiene nada que ver con lo nuestro. Bishop está investigando el caso de un asesino en serie que está haciendo estragos en Boston. Las noticias hablan de eso todos los días. Y yo sabía que los demás equipos estaban igual de ocupados. Ahora mismo, la UCE está al límite de sus efectivos. Sería muy raro que hubiera decidido quedarme aquí, trabajando en lo que se suponía que era una investigación oficiosa y de poca importancia.

– ¿De poca importancia?

– En un contexto general, sí. Al menos, hasta lo que pasó el domingo. Hasta ese momento, lo más violento que había pasado eran un par de incendios intencionados que habían causado daños materiales. No había ningún herido, y Jake y su gente no me necesitaban para investigar eso. ¿Para qué iba a quedarme aquí, sabiendo que hacía falta en otra parte? A no ser que…

Ash la observaba intensamente.

– ¿Sí?

– A no ser que supiera, por muy inofensiva que pareciera la situación a simple vista, que Gordon tenía razón y estaba pasando algo muy peligroso. Tú estás seguro de que todo lo que te decía indicaba que…

– Que no era «para tanto», creo que fueron tus palabras exactas. -Él frunció el ceño-. Aunque a juzgar por cómo te has comportado desde el domingo, podrías haberme dicho eso y creer todo lo contrario, y yo no me habría enterado. O eso parece.

Ella suspiró.

– Sabía que íbamos a tener que hablar de esto otra vez.

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