– Sí. Es la consecuencia física lógica de una alteración temporal de la actividad eléctrica normal del cerebro. Como una explosión de energía que provocara una dispersión, una fragmentación de los recuerdos. Te faltaba la capacidad de hilarlas, pero todas las piezas, todas las experiencias, seguían ahí.
– ¿Sólo los recuerdos?
– Dímelo tú.
Riley se quedó allí parada, con el teléfono de la casa pegado al oído, mirando distraídamente por las ventanas que daban al mar. Ash esperaba pacientemente en la terraza, con la mirada pensativa fija en el agua. Riley se preguntó qué pensaba; qué sentía.
No tenía ni idea.
Respiró hondo antes de contestar a Bishop.
– No, no sólo los recuerdos. Más cosas. Los sentidos. Las emociones. Hasta la capacidad normal de interpretar las expresiones de los demás, de formarte una idea de lo que piensan y sienten. Todo está disperso, lejano.
– Pero no los conocimientos. Ni el entrenamiento. A eso todavía puedes acceder.
– Creo que sí -dijo ella con cautela.
– Entonces yo diría que sigue estando todo ahí, Riley.
– En pedazos.
– Puedes volver a juntarlos.
– ¿Sí? ¿Cómo? -Temía que su voz sonara tan trémula como se sentía.
– Ya has dado el primer paso. Fuiste capaz de usar tu clarividencia en la escena del crimen.
– Pero nunca la había usado así.
– Cabe la posibilidad de que la descarga eléctrica haya alterado eso para siempre.
Ella se dio cuenta de que tenías las uñas cortas clavadas en la palma de la mano y se obligó a abrir el puño derecho. Mientras miraba cómo se desvanecían las marcas enrojecidas, dijo lentamente:
– ¿Hay algún precedente?
– Más o menos. Los campos eléctricos nos afectan, Riley. Prácticamente a todos. Pero el cómo nos afectan depende de cada individuo. Puede tener efectos secundarios impredecibles, desde una leve desorientación a un cambio radical de nuestras capacidades. Pero una descarga directa al cerebro… El único caso parecido que conozco es el de un médium que se electrocutó accidentalmente. Se le paró el corazón, pero pudieron reanimarle.
– ¿Y? ¿Sigue viendo muertos?
– Antes no los veía, sólo los oía. Ahora los ve en tecnicolor y los oye tan claramente como me oyes tú a mí. Constantemente, si deja caer el escudo que tardamos más de un año en enseñarle a levantar.
– Es como vivir en medio de una multitud ruidosa a la que sólo puedes ver y oír.
– Sí. No es agradable.
– Ese médium no forma parte del equipo.
– No. Puede que algún día sí, pero todavía no. Ahora mismo sólo puede intentar llevar una vida aparentemente normal.
Riley habría preferido seguir hablando de los problemas de otras personas, pero volvió a concentrarse de mala gana en los suyos.
– Entonces, la descarga de esa pistola puede potenciar o alterar mi clarividencia hasta el punto de que ahora quizá pueda tener visiones.
– Es posible.
– No me lo habías dicho. ¿Verdad? Dios mío, ni siquiera recuerdo si hablamos ayer.
– Sí, un momento. Y no noté nada raro en la conversación, así que está claro que durante esas horas que no recuerdas te comportaste normalmente. En cuanto a si hemos hablado de la posibilidad de que tus capacidades se hayan visto alteradas, no, no de manera concreta.
– ¿Crees que es posible?
– ¿Francamente? -Una primera nota de cansancio se filtró en su voz-. Han pasando tantas cosas aquí que no he tenido mucho tiempo de pensar en nada más.
– Sí, te vi en las noticias. Parece un caso difícil.
– Lo es. Pero ahora mismo todos los equipos están trabajando en casos difíciles. Incluida tú, Riley.
– Lo sé. Debería regresar a Quantico. Pero las respuestas están aquí, Bishop. Además, ha muerto al menos una persona, y es muy posible que haya otra víctima. Y yo estoy involucrada. No sé cómo, pero lo estoy. No puedo escapar de eso.
– Un desconocido logró sorprender y dejar fuera de combate a una agente con experiencia el domingo por la noche.
– No me lo recuerdes -murmuró ella.
Bishop ignoró su comentario.
– No sabes si pretendía matarte, aunque todo indica que sí. Tu memoria y tus instintos son, como mínimo, poco de fiar, y estás quemando energía a una velocidad mucho mayor de lo normal. Has sufrido dos episodios de amnesia en las últimas cuarenta y ocho horas, y has perdido los recuerdos de más de la mitad de ese tiempo. Estás teniendo sueños y visiones de lo que parecen ser rituales de magia negra extremos, que, como tú y yo sabemos, son extremadamente raros. Y no tienes refuerzos.
– ¿Adonde quieres ir a parar? -preguntó ella con frivolidad premeditada, sin saber si él la dejaría salirse con la suya. Normalmente no la dejaba.
– Riley…
– Está bien, es una locura. Estoy loca. Seguramente. Pero también estoy asustada, por si no te has dado cuenta.
– Me doy cuenta -dijo él-. Hasta sin telepatía. Cuanto más se complica un caso, más frívola te pones.
Riley frunció el ceño.
– ¿Tan predecible soy?
– Es un mecanismo de defensa. En tu caso, un arma de supervivencia.
– Como si dijera: «No os molestéis en matar a esa pobre rubita, es una lunática y está claro que ha perdido la cabeza, así que es inofensiva».
– En parte, sí. Pero también es otro tipo de coloración defensiva. Si te ríes de una situación o te la tomas a la ligera, no puede ser tan grave, ¿no? La gente se tranquiliza y suele dejar de agobiarte.
Riley fijó la mirada en el hombre que esperaba en la terraza y dijo:
– Me parece que esta vez no va a funcionar.
– No con todo el mundo, al menos. Si Ash Prescott es tu salvavidas, tienes que ser completamente sincera con él.
A Riley no le sorprendió que Bishop hubiera percibido sus dudas concretas: ignoraba si estaba leyéndole el pensamiento a larga distancia.
– Le dije que era mi salvavidas. Pero…, ¿crees que llegaremos a eso?
– Creo que es posible. Has sufrido dos episodios de amnesia en dos días, Riley, el segundo más largo que el primero. Eso sugiere por sí solo que tu estado se está agravando, en lugar de mejorar.
– Sí, eso me temía. Pero el cerebro está diseñado para repararse a sí mismo, ¿no? ¿Para construir nuevos caminos cuando los viejos se destruyen?
– Sí, más o menos. Por eso espero que tu estado se estabilice. El hecho de que no haya sido así hasta ahora indica algún tipo de daño duradero.
Riley se quedó pensando un momento. Intentaba pensar claramente. Había una idea al borde de su mente, algo que no podía alcanzar, y aquello la sacaba de quicio porque estaba segura de que era al menos parte de la respuesta.
«¿Había algo…, algo de lo que me di cuenta?¿Algo que tenía sentido?»
Bishop dijo:
– También es muy inquietante que te hayas comportado normalmente durante esas lagunas.
– Dímelo a mí. Ash me ha contado lo que pasó durante las horas que no recuerdo y, hasta donde sé, me comporté con normalidad.
– De modo que lo más probable es que experimentaras ese tiempo con toda normalidad y que después, por alguna razón desconocida, perdieras la memoria de esas horas. O al menos que no puedas acceder a ellas.
– Eso parece.
– No sabemos qué desencadenó ninguno de los dos episodios.
– Si es que los desencadenó algo.
– Las lagunas de memoria siempre las provoca algo, al menos eso demuestra nuestra experiencia. Estabas usando tus capacidades la segunda vez, pero no la primera. ¿Recuerdas algo que tengan en común los momentos anteriores a los episodios de amnesia?
Riley estaba a punto de decir que no, pero se detuvo y se lo pensó con más calma.
– Justo antes del primero estuve hablando con dos personas de ese grupo satánico de la isla del que te hablé. Steve y Jenny. Cuando me desperté después de ese primer episodio, acababa de tener un sueño en el que veía celebrar una especie de misa negra en la que Jenny servía de altar.
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