– A mí también me extrañó. Si vives en una bonita ciudad costera, ¿para qué alquilar una casa en una isla a ochenta kilómetros de distancia?
– Puede que no viera el mar desde su casa.
– Tampoco lo veía desde aquí. La casa no estaba en primera línea de playa. Estaba tres calles más atrás.
– Así que no vino por las vistas.
– Parece que no. Los vecinos le vieron llegar el sábado, pero parece que nadie volvió a verle después. Otra cosa rara es que la casa es grande, no es del tipo que elegiría un hombre soltero para alquilarla. Sobre todo habiendo muchas otras casas y pisos más pequeños disponibles en la isla. A los de la agencia inmobiliaria les dio la impresión de que su familia o un grupo de amigos iban a reunirse con él después.
– Y no apareció nadie.
– De momento, no.
Riley apuró su café frío, se puso en pie y sintió alivio al notar las piernas relativamente firmes.
– Quiero echar un vistazo a la casa de Tate. Después, creo que deberíamos encontrarnos con Jake y Leah en la casa de los Pearson.
Ash también se levantó.
– ¿Hay alguna relación entre ese grupo y Tate?
– Si puedo fiarme de esa parte de mi memoria, sí. Una muy importante.
– Anoche no parecías recordar ninguna. ¿Y si te falla la memoria en esto?
– Saltaré de ese puente cuando llegué a él -contestó Riley.
Llamó a Gordon desde el Hummer de Ash, usando su móvil y enchufándolo al cargador del coche antes siquiera de empezar a marcar.
– Ahorra tiempo -le explicó a Ash-. Por eso ni siquiera me molesto en llevar el mío. Parece que los descargo.
– Imagino que eso es nuevo -dijo él, pero no era en realidad una pregunta.
– Nunca duran mucho, pero sí, antes no se me descargaban tan rápidamente. A este paso, me consideraré afortunada si no se nos para el Hummer.
Ash miró la toma de corriente del vehículo y se encogió de hombros.
– Mantendré el motor en marcha.
Riley hizo la llamada y en cuanto Gordon contestó le preguntó sin preliminares:
– ¿Hablé contigo ayer?
Gordon, inmutable hasta en las situaciones más extremas, replicó sencillamente:
– No. No te he visto ni hemos hablado desde el martes por la mañana.
– Maldita sea.
– ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
– Te lo contaré luego.
– Sí -dijo Gordon-. Hazlo.
– No pasa nada, estoy con Ash. ¿Estarás en casa esta tarde?
– Sí.
– De acuerdo. Estaremos en contacto.
Cerró el teléfono y lo colocó, todavía enchufado a la toma de corriente del vehículo, sobre el salpicadero, entre los dos asientos delanteros. Luego se apartó automáticamente de él echándose hacia atrás.
– Tómate otra barrita energética -dijo Ash.
Riley sacó de su bolso otra barrita de la media docena que había llevado y se limitó a decir:
– Se empieza a notar, ¿no?
– Te tiemblan las manos -contestó Ash-. Hay un par de botes de zumo de naranja en la nevera, detrás de tu asiento. Después de lo que pasó ayer en la escena del crimen, pensé que convenía ir preparado.
Riley logró coger un bote sin tener que montarse atrás y se comió la barrita energética con el zumo.
– Esto se está volviendo ridículo -dijo.
– Está empezando a dar miedo -dijo Ash en tono todavía tranquilo, casi despreocupado-. Sé que dijiste que las cosas podían empeorar, pero…
– No era esto lo que esperabas. Lo siento.
Ash le lanzó una mirada.
– Yo puedo enfrentarme a lo que sea, Riley. Eres tú quien me preocupa.
Ella respiró hondo y exhaló lentamente, intentando concentrarse, equilibrarse.
– Tengo que descubrir qué está pasando. Si de verdad se están practicando rituales de magia negra aquí y por qué. Por qué murió Wesley Tate y si estuve involucrada de alguna manera en su asesinato. Por qué me atacaron. Y por qué estoy empeorando en lugar de mejorar a pesar de que el ataque fue hace días. Todo encaja de alguna manera. Todo forma parte de un rompecabezas. Sólo tengo que encontrar todas las piezas.
– Y luego juntarlas para que tengan sentido.
– Sí. -Riley cogió otra barrita-. Y me quedan unas treinta horas para conseguirlo. Si no, mañana a última hora Bishop me ordenará volver. Y me pasaré un mes haciéndome análisis hasta de ADN y mirando manchas de tintas para los doctores de la UCE.
– Por diversas razones -dijo Ash tranquilamente-, preferiría que eso no ocurriera.
– Yo también.
– Entonces, ¿cómo puedo ayudarte?
– Intenta que no me descentre.
– Haré todo lo que pueda. -Metió el Hummer en el corto camino de entrada de la casa de Wesley Tate y aparcó.
No era la escena de un crimen, de modo que la gran casa de tercera línea de playa no había sido acordonada ni estaba vigilada. Riley, no obstante, había llamado a Jake antes de salir para pedirle permiso para registrar la casa y decirle que Leah y él se reunieran con ellos en la casa de los Pearson una hora después.
El había accedido a ambas cosas y había llamado a la agencia inmobiliaria para explicarles su visita a la casa alquilada por Wesley Tate, de modo que alguien de la oficina estaba esperándoles para darles las llaves.
Colleen Bradshaw era una morena muy guapa, vestida para matar (o seducir), y Riley comprendió nada más verla que era una de esas mujeres «disponibles» que había en la vida de Ash.
No fue sólo por su ropa, mucho más elegante de lo que era habitual en la isla; los agentes inmobiliarios enseñaban casas a posibles compradores y arrendatarios, y Riley había visto a los suficientes como para saber que durante las horas de trabajo iban casi todos muy bien vestidos sólo por ese motivo. Ni siquiera fue por su sonrisa cálida, ni porque le tocara tres veces el brazo mientras él se la presentaba brevemente a Riley.
Fue porque su sonrisa no se transmitió en ningún momento a sus ojos grises y gélidos.
«Esta mujer me odia.»
Riley se sorprendió un poco, pero no se inquietó. Tenía demasiadas cosas en las que pensar como para preocuparse de las ex amantes de Ash.
O al menos para preocuparse mucho.
– Jake me ha dicho que te dé la llave -le dijo Colleen a Ash, entregándosela como si fuera una piedra preciosa que tuviera que colocar con toda reverencia sobre la palma de su mano. Y acariciarla un segundo o dos.
Riley cambió de postura ligeramente, sólo para que se viera la pistola que llevaba en la cadera.
– Gracias, señorita Bradshaw -dijo con el tono de cortés indiferencia que reservaba para las camareras y los cajeros de los bancos-. Nos ocuparemos de que llegue sana y salva a su oficina en cuanto acabemos aquí.
– Por supuesto. Ha sido un placer conocerla, agente Crane.
– Igualmente. Eh, señorita Bradshaw… ¿Conoció usted a Wesley Tate? ¿Habló con él?
– No, lo siento. De esta cuenta se encarga otro agente.
– Entiendo. Gracias.
– Ha sido un placer. Ya hablaremos, Ash.
– Hasta luego, Colleen.
Vieron meterse a aquella morena alta (con ceremonia innecesaria, pensó Riley) en su cochecito deportivo y alejarse de allí, y sólo entonces dijo Riley:
– ¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos?
Ash no pareció sorprendido.
– Un par de meses, el invierno pasado.
– Está claro que no fue ella quien lo dejó.
– No. -Ash levantó la llave que le había dado Colleen-. ¿Vamos?
– Ah. Eres discreto. Es bueno saberlo.
– No hay nada que contar. -Se adelantó hacia los escalones de entrada de la casa alquilada de Wesley Tate-. Había atracción, pero no teníamos mucho en común.
– Chispa, pero no fuego.
– Exacto.
– ¿Y cómo es que me odia?
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