Kay Hooper - Afrontar el Miedo

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Riley Crane se despertó completamente vestida, cubierta de sangre y con una pistola bajo la almohada. Pero lo que resultaba más aterrador aún era que no recordaba lo sucedido la noche anterior. En realidad, apenas recordaba las tres semanas anteriores.
Riley es un camaleón: ex oficial del ejército y ahora agente federal asignada a la Unidad de Crímenes Especiales, posee el don de la clarividencia y la capacidad de fundirse con su entorno, de ser lo que elija. Especialista de la UCE en lo oculto, ha sido enviada por su jefe, el enigmático Noah Bishop, a una casa en la playa, en Opal Island, para investigar diversas noticias sobre fenómenos misteriosos.
Pero eso fue hace tres semanas. Ahora, al despertarse, descubre que no puede fiarse de su memoria, que ha perdido la clarividencia de la que siempre ha dependido para protegerse, y que en su vida hay un nuevo hombre muy atractivo. Para colmo, con los recursos de la UCE recortados al mínimo, Riley se encuentra sin refuerzos. Sola, se ve obligada a enfrentarse a tientas a un juego en el que nadie a su alrededor es quien parecer ser. Y un truculento asesinato es el primer aviso de lo mucho que arriesga.
Bishop quiere sacar a Riley del caso. Y también Ash Prescott, el poderoso fiscal del distrito. Pero tanto su ex compañero en el ejército, Gordon Skinner, como el sheriff Jake Ballard creen que Riley puede atrapar a un asesino feroz. Uno de esos cuatro hombres sabe qué está pasando en este pueblecito costero, y Riley necesita desesperadamente esa información. Porque lo que no recuerda basta para costarle la vida. Esta vez, la maldad no está más cerca de lo que cree: está ya aquí.

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Casi inmediatamente, como si una puerta se abriera a unos metros de la playa, oyó las olas, el fragor rítmico del agua al estrellarse contra la tierra. Casi podía sentir la espuma del oleaje lamiéndole los tobillos, el aire ligeramente impregnado de olor a pescado y a sal.

Su sentido de arácnido había vuelto.

Lo aguzó más aún, lo intentó con más fuerza…

…ya estaba muerto cuando llegó al desierto claro del bosque. El humo de las últimas brasas del fuego ascendía rizándose, y el olor a azufre y sangre era casi insoportable. No se acercó al cadáver decapitado, que todavía goteaba sangre, sino que rodeó el claro cautelosamente, con la pistola en la mano y los sentidos en guardia.

Todos sus sentidos.

No estaba captando gran cosa, sólo impresiones tenues de figuras sombrías que se habían movido por allí, que habían bailado allí, que habían condenado sus almas en aquel claro. Un eco residual de sus cánticos y de campanas, y de invocaciones en latín.

Pero ninguna sensación de identidad, ni de vida. Era extraño. Como si los fantasmas de su cabeza fueran sólo eso: efigies irreales conjuradas, imágenes de una pesadilla superpuestas a aquel lugar.

El cadáver, en cambio, era real. Aquel hombre había sido torturado y asesinado en el claro, no había duda. Riley sabía que, si lo tocaba, el cuerpo aún estaría caliente.

Las piedras salpicadas de sangre eran reales. El fuego mortecino. El círculo de sal que vio en el suelo.

¿Para santificar el círculo, o para proteger a quien estuviera dentro de él?

No lo sabía. Y cuanto más intentaba abrir sus sentidos, más cobraba conciencia de una barrera. Los ruidos normales de la noche tenían un matiz amortiguado. El hedor acre del sulfuro se iba disipando más rápidamente de lo que esperaba, más rápidamente de lo que debía, y la sangre…

Ya no olía la sangre.

Miró rápidamente el cadáver, convencida a medias de que también lo había conjurado su imaginación. Pero el cuerpo sin vida seguía allí colgado.

Dio un paso hacia él y se quedó paralizada, dándose cuenta bruscamente de que por primera vez había entrado dentro del círculo.

El círculo cerrado.

A su alrededor se hizo un completo silencio, y su vista comenzó a emborronarse. Intentó moverse pero no pudo, no pudo ni siquiera levantar la pistola o emitir un sonido, y la oscuridad se volvió algo tangible que la envolvía en un frío abrazo del que no podía escapar.

Apenas hubo tiempo para que tenues asomos de comprensión se abrieran paso por entre la oscura bruma que cubría su mente.

Apenas hubo tiempo para que comenzara a comprender lo que le estaba ocurriendo.

Y entonces la potencia de un tren chocó contra ella, un dolor abrasador se extendió por sus nervios, un fuego brillante ardió en su mente. Por un instante eterno, se sintió literalmente conectada con la tierra de debajo de sus pies, como si una lanza de energía ardiente traspasara el suelo.

Como si toda su fuerza se descargara en ella, a la manera de un pararrayos…

– Riley…

Sólo cuando su voz la devolvió a la habitación en la que estaban, se dio cuenta de que había cerrado los ojos, y al abrirlos vio reflejado el semblante preocupado de Ash. Y sintió sus manos todavía sobre los hombros, apretándola ahora más fuerte, casi sosteniéndola erguida.

Se equilibró con esfuerzo.

– Perdona, Ash, pero…

– Mira tu cara, Riley.

Se dio cuenta de que había estado mirando la de él, y fijó la mirada en la suya.

Aquel escalofrío volvió con nuevo ímpetu.

Su cara se veía demacrada. No como si hubiera envejecido, sino como si estuviera hambrienta.

Levantó los dedos, palpó sus pómulos afilados y los huecos que había debajo de ellos. Huecos que unas horas antes no eran tan pronunciados.

– Esto no es normal -dijo Ash, y su voz se enronqueció por primera vez.

– No…, no es natural -puntualizó ella lentamente.

– ¿Qué diferencia hay? Dios mío, Riley, estás quemando calorías tan deprisa que no puedes aguantar las demandas de tu cuerpo. No puedes seguir forzándote, tienes que dejar de intentar utilizar tus capacidades paranormales porque quizá las destruyera la descarga eléctrica.

Sin dejar de mirar el rostro macilento del espejo, aquellos ojos cuya intensidad febril parecían desmentir el frío que hacía temblar su cuerpo, Riley dijo:

– No creo que sea eso. Puede que fuera el principio. Seguramente lo fue. El primer paso. Pero no se trataba de quitarme de en medio. No querían matarme. Querían debilitarme. Hacerme vulnerable.

– ¿De qué estás hablando?

– La pieza más grande del rompecabezas, Ash. Soy yo.

Él le dio la vuelta para mirarla, sin apartar las manos de sus hombros.

– ¿Cómo es posible? Cariño, todo ese rollo ocultista comenzó semanas antes de que llegaras. Semanas antes de que tuvieras intención de venir aquí.

– Pero era un buen señuelo, ¿verdad? -Iba entendiéndolo a medida que hablaba, encajando lentamente datos y acontecimientos que parecían dispares. Recuerdos deshilachados y visiones borrosas-. Posibles prácticas ocultistas en un apacible pueblecito de la playa, nada violento ni macabro, no hacía falta que viniera a investigar un equipo completo. Sólo un agente. Sólo yo. Sólo la experta en ocultismo de la unidad.

Las manos de Ash se crisparon sobre sus hombros.

– Gordon Skinner fue quien te pidió que vinieras. Alguien en quien confiabas. ¿No?

– Sí. Y eso tenía que formar parte del plan. Sabiendo que tenía un amigo de confianza que me cubriría las espaldas si era necesario, no dudaría en venir sola.

– ¿Insinúas que está involucrado?

– No. -Riley sacudió la cabeza, titubeó, luego levantó las manos para agarrar las muñecas de Ash. Casi inmediatamente, comenzó a sentirse más fuerte. Su cabeza se aclaró, sus ideas y sus conclusiones volvieron a ordenarse rápidamente en el interior de su mente.

Tenía razón.

«Se trata de conexiones. Y necesito esta conexión para resolver el caso. Qué demonios: puede que la necesite simplemente para sobrevivir.»

– No, no creo que Gordon esté implicado en esto. Voluntariamente, al menos. A sabiendas. Pero podría ser un peón. Puede que lo hayan manipulado, como han manipulado a tanta gente y tantos acontecimientos.

– Riley…

– Ash, esto, lo que me está pasando, no es natural. No debería estar ocurriendo. Las lesiones que me causó la pistola eléctrica deberían estar curándose. Lo que significa que hay algo más, alguna otra cosa que me está afectando. Algo que estaba aquí desde el principio. Algo que me roba las fuerzas, las capacidades, que juega con mis recuerdos, con mi noción del tiempo, de lo que es real y lo que no.

– ¿Qué puede hacer todo eso?

– La energía negativa. La energía oscura. Creada, controlada, canalizada y dirigida por alguien.

– ¿Por otra persona con poderes? Dijiste que era posible.

– No creo que sea otra persona con poderes paranormales. O, si lo es, no se parece a ninguna que yo conozca. Creo que es alguien que fue a sitios muy oscuros en busca de poder para lograr aquello que persigue.

– ¿Qué es?

Lentamente, ella dijo:

– Sea lo que sea, creo que tiene que ver conmigo. Acabo de tener un fogonazo de recuerdos. Al menos, creo que era un recuerdo. Del domingo por la noche. Llegaba al claro y encontraba el cuerpo allí colgado, ya muerto. Estaba sola. Pero me sentía inquieta, mis sentidos no parecían funcionar bien. Y entonces entré en el círculo.

– ¿En el círculo hecho de sal?

– Sí. Estaba cerrado. Cuando lo pisé, cuando entré en él, quedé atrapada. Encerrada. No podía moverme. No podía oír. Todo se oscurecía. Fue entonces cuando me atacaron con la pistola eléctrica. Me inmovilizaron, como una mosca metida en resina, y luego me electrocutaron intencionadamente.

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