No parecía una agente del FBI. Claro que Leah se la imaginaba con uniforme del ejército sólo porque Gordon le había enseñado un par de fotografías de los dos juntos.
– No te dejes engañar por esos ojos grandes y esa voz dulce -la había advertido con una sonrisa-. Riley no tiene ni un pelo de tonta. Ha visto la guerra y ha visto el mundo, y sabe cuidar de sí misma allí donde la mande el destino. A mí no me gustaría tenerla por enemiga, ni armada ni desarmada.
Una cosa a tener en cuenta, pensó Leah.
– ¿De verdad ayuda tener dotes paranormales? -preguntó-. En una investigación, quiero decir.
Riley hizo otro nudo en el envoltorio de plástico, lo miró con el ceño fruncido como si se preguntara por qué lo había hecho y lo tiró al cenicero que había sobre la mesa, a su espalda.
– A veces. -Dudó y luego la miró a los ojos y dijo-: Pero puede que esta vez no. Sólo para que lo sepas, ahora mismo estoy un poco fuera de juego.
– ¿Por Ash? -aventuró Leah.
Riley se sorprendió visiblemente.
– ¿Por qué lo dices?
– Porque me identifico contigo, supongo. -Leah se rio-. Una vez, cuando me estaba enamorando de Gordon, vine a trabajar calzada con dos zapatos distintos. Creía que los chicos iban a recordármelo eternamente.
Riley sonrió, pero sus ojos seguían teniendo una mirada intensa, interrogadora.
Era curioso lo claramente que surgió, pensó Leah. Aquella pregunta tácita. Sin proponérselo, se descubrió ofreciendo una respuesta.
– Ash es un tipo muy intenso, todo el mundo lo sabe. Imagino que seguramente lo es más aún de puertas para adentro, por decirlo así.
– Es un poco…, arrollador -contestó Riley, cautelosa.
– Apuesto a que sí. Se rumorea que dejó la oficina del fiscal del distrito de Atlanta porque no podía controlar su temperamento.
– ¿En serio?
Leah se encogió de hombros.
– Bueno, ya sabes: son rumores. Yo personalmente nunca he visto ningún indicio de nada parecido. Pero su intensidad salta a la vista. Vuelvo todo el rato a esa palabra, pero parece que le viene como anillo al dedo, ¿no crees?
– Sí. Sí, así es.
Leah sacudió la cabeza.
– Todo esto ha pasado en muy mal momento -dijo-. Parecía que os iban muy bien las cosas, que habíamos descubierto que todas esas supuestas prácticas ocultistas no eran más que bobadas y que Gordon se estaba preocupando por nada. Ahora, con este asesinato, todo el mundo está tenso y con los nervios de punta, y nadie piensa en otra cosa. Aquí está pasando algo, eso está claro, con ocultismo o sin él.
– Sí.
– Ayer fue bastante evidente que a Ash no le hace ninguna gracia que trabajes en el caso. ¿Lo habéis aclarado?
– Sí. Le dije que iba a colaborar en la investigación.
Leah se rio.
– Muy bien hecho. Seguramente le sentará bien descubrir que no vas a estar siempre a su disposición.
– Creo que eso ya lo sabía.
El sheriff entró en la sala en ese momento, poniendo así fin a las confidencias. Al menos, de momento.
– Buenas, tenemos papeleo -dijo-. Y estamos imprimiendo las fotografías de la escena del crimen. Riley, resulta que sí tenemos un programa de reconocimiento de patrones, y una técnico que sabe usarlo.
– ¿Melissa? -preguntó Leah.
– Sí. Lógico, ¿no? -Le pasó a Riley la carpeta marrón que llevaba y añadió-: Es la experta en informática del pueblo, y menos mal que la tenemos. Es una de esas personas con un don natural. Va a examinar las manchas de sangre de las rocas, a ver si hay algo que indique una pauta.
– Muy bien. -Riley abrió la carpeta y empezó a ojear el informe de la autopsia.
Jake estuvo un minuto paseándose inquieto por la habitación; luego se sentó a la mesa, cerca de Riley.
– No ha habido suerte: seguimos sin identificar a ese tipo -comentó.
Leah quiso decirle que dejara a Riley asimilar el informe que estaba leyendo, pero mantuvo la boca cerrada.
Sin levantar la vista, y aparentemente sin dejar de leer, Riley dijo:
– No me sorprende: falta la cabeza y sus huellas dactilares no están en los archivos. Sigue sin haber denuncias de desaparición que encajen, supongo.
– Sí. No se ha informado de ninguna desaparición.
– ¿Es raro en esta zona?
– ¿Que no se denuncien desapariciones? No, es normal. No hay mucha gente que falte de casa, excepto algún adolescente que tarda en volver, de vez en cuando, o algún pescador borracho que se queda dormido en su barca.
Leah se decidió a hablar.
– Si desapareció el domingo por la tarde o a primera hora de la noche, han pasado menos de cuarenta y ocho horas. A no ser que haya alguien esperándole en casa, sea donde sea, es normal que nadie le haya echado de menos. Sobre todo, si estaba de vacaciones.
Riley asintió con la cabeza.
– Los hábitos de los veraneantes varían. No todo el mundo da paseos por la playa o visita los restaurantes o las tiendas. Algunos vienen con una bolsa de libros o un maletín lleno de trabajo, se sientan delante de la ventana, encargan la comida por teléfono y no salen de su parcelita de arena alquilada hasta que llega la hora de volver a casa. Si ese hombre vino solo, puede que su ausencia se haya notado tan poco como su llegada.
– ¿Cómo lo haces? -preguntó Jake.
Ella le miró por encima de la carpeta abierta.
– ¿El qué?
– Leer y hablar al mismo tiempo. ¿O estás fingiendo que lees?
Leah mantuvo otra vez la boca cerrada y se limitó a escuchar.
– No -contestó Riley-. Estoy leyendo. Es un don que tengo. Me enseñó otro agente de la unidad.
– Debe de ser muy útil -refunfuñó él.
– A veces.
– Eso se considera un rasgo masculino, ¿no? Ser capaz de compartimentar mentalmente. O emocionalmente.
– Eso he oído decir.
– ¿No estás de acuerdo?
– En realidad nunca me he parado a pensar en ello. -Riley seguía hablando con calma, y su leve sonrisa era amable, pero Leah estaba segura de que era perfectamente consciente de lo que estaba pasando.
Jake estaba exhibiendo uno de sus rasgos menos favorecedores, un rasgo que Leah reconocía por haberlo visto a menudo. Sencillamente, estaba acostumbrado a que las mujeres le prestaran atención pasara lo que pasase a su alrededor. Prácticamente todas. Y a esa parte de él le desagradaba quedar en segundo plano, ya fuera detrás de otro hombre o de un asesinato.
Evidentemente, quedar en tercer plano en lo que a Riley concernía le estaba sacando de quicio.
Leah hizo una apuesta consigo misma respecto a qué curso imprimiría Jake a la conversación.
– Seguramente también se te dan bien los números -dijo.
– Sí -contestó Riley, todavía amablemente-. Y también sé cambiar una rueda y el aceite del coche, utilizar herramientas eléctricas, interpretar cualquier mapa con precisión, dar en el blanco en el campo de tiro o en campo abierto, y jugar al billar. Y no es que quiera alardear, ni nada por el estilo. Sólo lo digo.
– ¿Y al póquer?
– También.
– Un dechado de virtudes -dijo Jake-. ¿Sabes cocinar?
– Me temo que no.
– Entonces es una suerte que Ash sí sepa, ¿no?
Leah ganó su apuesta.
– Supongo que sí. -Riley se encogió de hombros.
– ¿Es que no te importa?
– Bueno, suelo comer fuera de casa, así que es un cambio. Podría acostumbrarme.
A Jake le desagradó tan visiblemente aquella respuesta que Leah estuvo a punto de echarse a reír. Pero no lo hizo. A fin de cuentas, era su jefe.
Riley cerró la carpeta y se dio unos golpecitos con ella en la otra mano.
– Volviendo al asesinato, como no tenemos forma de identificar el cuerpo, creo que lo mejor será buscar a un hombre que no esté donde deba estar. Empezando por lo más sencillo. Los veraneantes.
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