– Entonces estás provocando a Luke deliberadamente. Y todo esto tiene poco o nada que ver con la última vez que os liasteis, imagino. Tiene más bien que ver con la visión que te trajo aquí, a Golden.
Samantha miró la mesa con el ceño fruncido y guardó silencio. Su vacilación resultaba obvia; tan obvia como la conclusión a la que llegó y como su prolongado mutismo.
– Presionarle es una táctica peligrosa, Sam -añadió Jaylene sin inmutarse.
– Lo sé.
– Tiene que hacerlo a su modo.
– No. Esta vez, no. Esta vez tiene que hacerlo a mi modo.
Wyatt Metcalf no había conocido el miedo hasta ese momento. El miedo por su vida, al menos. No había sentido nada que se aproximara verdaderamente al terror hasta el secuestro de Lindsay. Ahora, por más que le pusiera furioso y le avergonzara, era consciente de estar aterrorizado por sí mismo. Y tenía razones para ello.
Había una puta guillotina suspendida sobre su cabeza.
Y él estaba casi completamente inmóvil, atado a una mesa de tal modo que apenas podía levantar la cabeza. Aquel leve movimiento bastaba para que viera lo bien que estaba amarrado. Y bastaba asimismo para demostrarle que aquella guillotina estaba diseñada de manera algo distinta a las que había visto en ilustraciones.
La mesa sobre la que yacía soportaba su cuerpo en toda su longitud. No había ningún cesto debajo para recoger su cabeza cercenada. La mesa tenía, en cambio, una rendija bastante profunda justo debajo de su cuello, donde acabaría descansando la pesada cuchilla de acero, entre su cuerpo y su cabeza limpiamente segada.
Seguramente la cabeza ni siquiera se movería, salvo quizá para deslizarse suavemente hacia un lado.
Cielo santo.
Intentó con todas sus fuerzas no pensar en eso. Ni en las manchas ocres que cubrían la rendija a lo largo y que le parecían sangre seca. Lo cual hacía evidente que el secuestrador no había probado su pequeño invento usando repollos a modo de cabezas.
Seguramente había empleado la guillotina para matar a Mitchell Callahan.
En lugar de detenerse a pensar en aquello, Wyatt, como buen policía, procuró hacerse una idea del lugar donde se encontraba. Lo poco que veía desde su posición estaba en su mayoría a oscuras. Dos fluorescentes (o dos focos) apuntaban hacia él y hacia la mortífera máquina, lo cual hacía muy difícil ver más allá del resplandor que le rodeaba.
– ¡Eh! -gritó de pronto-. ¿Dónde estás, cabrón?
No hubo respuesta, y el eco tenue de su propia voz le convenció de que la habitación tenía tan sólo superficies duras, sin apenas muebles ni alfombras que amortiguaran el sonido. Así que estaba posiblemente en un sótano o en un desván o, qué demonios, incluso en un almacén, en alguna parte. Tenía la sensación de que un vasto espacio vacío se extendía a su alrededor.
Pero suponía que podían ser imaginaciones suyas. O simplemente la oscuridad.
Se sentía muy solo.
Y repentinamente se preguntaba si Lindsay habría pasado por aquello mismo. ¿Se había liberado de sus ataduras de cinta aislante (que habían descubierto parcialmente cortadas, acaso para que ella pudiera desatarse en un tiempo dado) sólo para descubrir lentamente que la jaula de cristal y acero en la que se hallaba prisionera acabaría causándole la muerte?
¿Lo había sabido desde el principio o aquel malnacido había jugado con ella, la había dejado creer que podría escapar del tanque? ¿Había permanecido en la oscuridad o bajo un potente foco de luz, como él? ¿Había empezado a manar el agua poco a poco de la tubería, o había brotado a borbotones?
Con tremendo esfuerzo, Wyatt alejó de sí aquellas preguntas inútiles y atormentadoras.
Lindsay había muerto. Él no podía hacerla volver.
Y se reuniría con ella en la muerte a menos que lograra salir de allí. O… a menos que Luke fuera realmente capaz de hacer lo que aseguraba.
«Encuentro a gente desaparecida. Siento su miedo.»
Wyatt pensó en aquello con la cabeza vuelta y la mirada fija en la oscuridad de más allá del foco; aquello era mejor que mirar la maldita cuchilla que pendía sobre él.
¿Podía realmente aquel agente federal taciturno, intenso, de ojos acerados, percibir las emociones de los demás, su temor?
Su primera reacción fue una honda vergüenza porque otro hombre pudiera sentir el terror enfermizo que iba apoderándose de él, que supiera aquello de él.
No quería creer que Luke, ni nadie, fuera capaz de aquello. Todo en él rechazaba aquella simple posibilidad. Pero… tenía que reconocer que Samantha Burke había acertado al decirles que Lindsay se ahogaba. Había avisado a Glen Champion de que su secadora fallaba, lo cual muy bien podría haber provocado un incendio. Y, por más que lo había intentado, él no había podido relacionar de ningún modo eficaz a la vidente de feria con el secuestrador y sus planes.
Champion, por otro lado, le había descrito con estupor y voz entrecortada lo que había hecho Luke. Cómo había encontrado a Lindsay y lo asombroso y espeluznante que le había resultado su aparente conexión psíquica o emocional con ella en los últimos aterradores momentos de su vida.
Si Luke no era un farsante… Si Samantha no mentía…
Si era posible poseer facultades parapsicológicas, si aquello era real…
Con la vista clavada en la oscuridad, Wyatt afrontó su muerte probable y deseó tener más tiempo. Porque, si de veras cabía tal posibilidad en el mundo, aquello resultaba mucho más interesante de lo que había creído.
De pronto vio parpadear y encenderse una luz, una luz que iluminaba la esfera de un reloj digital. El reloj estaba colocado de tal modo que no sólo fuera visible para él, sino que casi le fuera imposible escapar a su visión. Wyatt comprendió inmediatamente que no marcaba la hora.
Contaba hacia atrás.
Le quedaban menos de ocho horas de vida.
Volvió la cabeza de forma que quedó mirando la reluciente cuchilla. Se concentró en ella. Y comenzó a mover las manos con ahínco, en un esfuerzo por liberarse de sus ataduras.
– ¿Por qué tiene que hacerlo a tu modo?
Samantha miró a Jaylene desde el otro lado de la mesa.
– Las dos sabemos que el peor defecto de Luke en momentos como éste es su tendencia a cerrarse a todo el mundo. A todo el mundo. Su concentración es tan absoluta, tan hermética, que apenas puede establecer contacto con nada ni con nadie, excepto con la víctima a la que intenta encontrar.
– Contigo sí.
Samantha contestó con una sonrisa irónica:
– En realidad no, salvo en un sentido muy elemental. Si éste fuera uno de sus casos típicos, al final me vería únicamente como un cuerpo cálido en la cama.
– Quieres decir que la última vez…
– Sí, en gran medida. Estaba tan encerrado en sí mismo, tan reconcentrado en el trabajo de esos últimos días, que apenas me hablaba. Tú te acordarás.
Jaylene asintió con la cabeza, reticente.
– Sí, me acuerdo. Pero todos estábamos concentrados en el trabajo, en encontrar a esa niña.
– Claro. Pero Luke… Es como si su capacidad de concentración lo consumiera por completo. Sé que entonces tú llamaste a eso «visión en túnel», supongo que intentando advertirme.
– Para lo que sirvió…
– Sí, imagino que podría haber sido más comprensiva. Pero no es fácil descubrir que te has enamorado de un hombre que la mitad del tiempo ni siquiera te ve. Casi todo el tiempo, al final.
– Sam, su concentración… ese defecto… es también su fuerza.
– ¿Lo es? -Samantha sacudió la cabeza-. Yo no soy psicóloga, pero me parece que una capacidad de concentración mental tan intensa es excelente para mantener las emociones a raya, o incluso para sofocarlas por completo. La misma emoción que Luke necesita sentir.
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