– Sabía que habría otro secuestro. Pero eso también lo sabías tú; no tenía que decírtelo.
– ¿Qué más?
– Repito que lo mismo que tú. Que el objeto de este juego tan retorcido es que los buenos encuentren a la víctima antes de que se le agote el tiempo. -Pensativa de pronto, añadió-: Aunque, en este caso, no ha marcado un plazo, ¿no? No ha pedido rescate.
– Entonces, ¿cuánto tiempo tenemos?
Ella lo miró levantando las cejas.
– ¿Se supone que debo saberlo?
– ¿Lo sabes?
Samantha miró a Jaylene, que guardaba silencio; volvió luego a fijar la mirada en Lucas y dijo con premeditación:
– ¿Eres así con todas, Luke, o sólo conmigo? Porque, como ésta es nuestra segunda vez, tengo mis dudas.
Él arrugó aún más el ceño.
– ¿De qué estás hablando?
– Ya me acerqué una vez. Demasiado, por lo visto. Y, lo mismo que ahora, te pasaste la mañana acribillándome a preguntas sobre lo que sabía y lo que no. -Hizo una pausa y añadió con frialdad-: La última vez me dolió mucho. Esta vez, sólo me fastidia.
– Sam…
– No tengo por qué estar aquí, Luke. No tengo por qué involucrarme en esta investigación. De hecho, sé que estaría mucho más segura y que desde luego tendría menos problemas si volviera a la feria, hiciera las maletas y le pidiera a Leo que nos marcháramos de aquí unos días antes; si volviera a ocuparme de mis asuntos. Estoy aquí porque tenía la impresión de que podía echar una mano. Así que, ¿por qué demonios iba a mentirte?
– Por lo que pasó la última vez -replicó él.
Jaylene, que escuchaba y observaba con calma, era muy consciente de que unos minutos preciosos iban pasando. Pero aún más consciente era de la necesidad vital de que Samantha y Lucas alcanzaran una suerte de entendimiento. Enfrentados el uno al otro (pensó), ambos estaban, en el mejor de los casos, incompletos. De modo que siguió observando, y escuchó, y no dijo nada.
– Ah, ya veo. -Samantha sacudió la cabeza con una sonrisa leve y amarga-. Es venganza lo que busco. ¿No es eso? ¿De veras crees que me quedaría de brazos cruzados y permitiría que muriera gente inocente sólo porque hace tres años me dejaste? Porque, si es así, Luke, es que nunca me has conocido.
– Yo no… -Él se detuvo y dijo luego con voz firme-: No, no es eso lo que creo. Lo que creo es que nos estás ocultando algo, Sam. La visión que te trajo aquí…
– No te ayudaría a encontrar a Metcalf ni al asesino aunque te la contara con todo detalle. Y ya he dicho que no pienso contarte nada más de esa visión. Tengo mis motivos. Tendrás que creer, o confiar en que esos motivos son buenos. -Le sostuvo fijamente la mirada-. Antes no confiabas en mí. Quizá por eso se fue todo al infierno, o puede que no tuviera nada que ver. En todo caso, esta vez es un poco distinto. Así que tienes que decidir, Luke. Enseguida. O confías en mí o no confías. Si confías, estoy dispuesta a hacer lo que pueda para ayudarte en la investigación. Si no, me marcho. Inmediatamente.
– No me gustan los ultimátums, Sam.
– Llámalo como quieras. Pero decídete. Porque no voy a volver a bailar al son que tú me marques.
Antes de que Lucas pudiera responder, el ayudante Champion entró en la sala. Su semblante juvenil tenía una expresión atormentada.
– Nada -informó sin esperar a que le preguntaran-. No hay rastro del sheriff por ninguna parte. Vosotros habéis estado en su apartamento. ¿Habéis…?
Fue Jaylene quien dijo:
– No hay indicios de violencia, ni de que hayan forzado la entrada, aunque vuestra unidad forense sigue allí. Su coche estaba en el sitio de siempre. Y parece que durmió en su cama.
Lucas se apartó de Samantha con cierta brusquedad.
– Puede que no -dijo-. Por lo que me dijo, estaba durmiendo en el sofá.
Jaylene frunció los labios pensativamente.
– Su arma estaba encima de la mesa baja, así que eso encaja. Y había un montón de botellas de cerveza en el cubo de la basura de la cocina. Yo diría que anoche bebió mucho.
– Bebe todas las noches -dijo Lucas lacónicamente.
Samantha se fue al otro lado de la habitación, lejos de él, y se sentó.
– No me parecía de los que beben hasta perder el sentido -opinó con templanza-. Así que quizá lo ayudaron.
Champion dijo con cierta vehemencia:
– Nadie ha podido llevarse al sheriff si no estaba fuera de combate. Si no, se habría defendido. Y le habría pateado el culo a ese tipo. Aunque no tuviera su arma, era cinturón negro, por el amor de dios.
Lucas y Jaylene se miraron.
– Lo cual hace aún más probable que el secuestrador utilizara algún tipo de droga -dijo él-. Wyatt no es ningún enclenque, y acarrear un peso muerto no es fácil… pero es mucho más sencillo que enfrentarse a un hombretón que sabe cómo usar sus músculos.
– Puede que el secuestrador tuviera una pistola -sugirió Samantha.
– Puede -convino Lucas-. Es probable. La pregunta es ¿la usó para reducir a Wyatt?
El joven ayudante parecía impaciente.
– La unidad forense analizará todas las botellas que encuentren en casa del sheriff -dijo-. Pero, aunque descubramos que le drogaron, ¿qué importa eso? No nos ayudará a encontrarlo. ¿Por qué no estamos buscándolo?
Jaylene contestó con calma:
– El ayudante jefe está convocando a todo el mundo en este preciso momento, Glen. Todos los coches patrulla saldrán a buscar al sheriff, al igual que todos los agentes y los inspectores. Pero…
– Pero -concluyó Lucas- aún no sabemos cómo reducir la zona de búsqueda. Este condado es muy grande, ¿recuerdas? Y tiene demasiados sitios inaccesibles o remotos.
– Entonces, ¿por qué no hacen lo que saben hacer? -preguntó Champion con aspereza.
– Hemos mandado el original de la nota a Quantico…
– No me refiero al trabajo del FBI -repuso Champion, cada vez más impaciente-, sino a lo otro. A lo suyo. ¿Por qué no sienten dónde está el sheriff?
– No es tan sencillo -contestó Lucas al cabo de un momento.
– ¿Por qué no?
Con el mismo tono premeditado que había empleado poco antes en una conversación mucho más íntima, Samantha respondió:
– Porque para hacerlo, tiene que abrirse. Y ahora mismo está tenso como un tambor.
Lucas volvió la cabeza para mirarla y una expresión casi de estupor se apoderó por un momento de sus rasgos. Sin decir palabra, salió de la habitación.
Champion parecía confuso.
– ¿Se ha enfadado? ¿Adonde va?
– Seguramente a hablar con el ayudante jefe -dijo Jaylene en tono tranquilizador-. No te preocupes, Glen. Haremos todo lo que esté en nuestro poder por encontrar al sheriff.
– Pues será mejor que le encontremos antes de que sea demasiado tarde, ¿no? -De pronto la voz de Champion parecía un tanto desigual; estaba claro que recordaba vivamente la imagen de Lindsay Graham flotando sin vida en su tumba de agua.
– Haremos todo lo que esté en nuestra mano -le dijo Jaylene-. Y tú puedes sernos de gran ayuda. Tendremos que revisar los sitios más inaccesibles de la lista e inspeccionar especialmente aquéllos a los que no llegamos cuando estábamos buscando a Lindsay. Organiza equipos de rastreo armados, como la otra vez, cada uno con al menos una persona que conozca de verdad el terreno.
El ayudante del sheriff asintió con la cabeza y salió apresuradamente de la sala para cumplir la tarea que se le había encomendado.
Cuando se hubo ido, Jaylene miró a Samantha con las cejas levantadas.
– ¿Sabes lo que estás haciendo?
Samantha masculló a medias para sí misma:
– Dios mío, espero que sí.
Jaylene asintió con la cabeza. Acababa de ver confirmada una corazonada.
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