Joseph Kanon - El Buen Alemán

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El fin de la guerra en Europa culmina con la entrada de los ejércitos aliados en un Berlín que ha aceptado una rendición sin condiciones y cerca del cual celebran la Conferencia de Potsdam Churchill, Stalin y Truman. Pero haber acabado definitivamente con el Reich no pone fin a todos los problemas. En una zona controlada por los rusos acaba de aparecer el cadáver de un soldado del ejército estadounidense con los bolsillos repletos de dinero. Jake Geismar, periodista estadounidense que ya había estado en la capital alemana antes de la guerra, vuelve allí para cubrir el triunfo aliado y culminar su campaña particular, pero también para encontrar a Lena, una mujer de su pasado. El asesinato del soldado norteamericano se cruza en el camino de Geismar, quien irá descubriendo que hay muchas cosas en juego. Más de las que imaginaba.

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Bernie sonrió y volvió a mirar en el cajón.

– No gastes tinta. Vuelve a casa. Mírate, estás destrozado. ¿Es que no has tenido suficiente?

– Me gustaría saberlo.

– ¿Qué?

– Quién era el otro hombre.

– ¿Eso? ¿Todavía estás con eso? ¿Que sentido tiene?

– Bueno, para empezar, ese hombre podría seguir trabajando para los rusos. -Jake dejó caer la carpeta en la mesa-. De todas formas, me gustaría saberlo por Gunther, para dejar el caso cerrado en su nombre.

– Dudo que a el siga importándole. ¿O es que tienes medios para enviarle un mensaje allí arriba?

Jake se acercó al mapa, que los carroñeros no se habían llevado. La Puerta de Brandeburgo. La amplia Chausee, donde había estado el palco presidencial.

– ¿Por que alguien que trabaja para los rusos iba a revelar a los americanos el paradero de Emil? ¿Por que iba a hacer eso?

– Ni idea.

– Bueno, veras, Gunther lo habría descubierto. Eso era lo que se le daba bien: encontrar cosas que no encajan.

– Ya no volverá a hacerlo -añadió Bernie-. ¡Eh, mira esto!

Había sacado una antigua caja cuadrada del fondo del cajón, forrada de terciopelo o ante, como un joyero, estaba abierta y dentro tenía una medalla. Jake pensó en las miles de medallas tiradas en el suelo de la Cancillería, no puestas a buen recaudo como ésa, atesorada.

– Una Cruz de Hierro, de primera clase -dijo Bernie-. De 1917. Era un veterano de la Gran Guerra. Nunca lo dijo.

Jake miró la medalla y luego volvió a dejarla en su sitio.

– Era un buen alemán.

– Ojalá supiera qué significa eso.

– Antes significaba esto -dijo Jake-. ¿Ya estamos?

– Sí, coge las carpetas. ¿Crees que habrá algo en el dormitorio? No tenía muchos efectos personales, ¿verdad?

– Sólo los libros.

Jake cogió un ejemplar de Karl May de la estantería, un pequeño recuerdo. Luego fue hasta la mesa, recogió una de las carpetas y la abrió. Un tal Herr Krieger. Había estado en un campo de concentración, ahora tenia categoría IV, sin pruebas de haber llevado a cabo actividades nazis. Se aconsejaba su liberación. Leyó la página de forma despreocupada, pero luego se detuvo y la miro fijamente.

¡Claro! No, no estaba claro. Era imposible.

– ¡Dios mío! -exclamó.

– ¿Que ocurre? -pregunto Bernie, que salió de la habitación al oírlo.

– ¿Recuerdas eso que has dicho de que las pruebas aterrizarían en tu mesa? Pues a la mía acaba de llegar una, creo. -Jake lo señaló con los papeles-. Necesito el jeep.

– ¿El jeep?

– Tengo que comprobar algo. Otro expediente. No tardaré mucho.

– No puedes conducir así. ¿Vas a hacerlo con una mano?

– No sería la primera vez. -Dando tumbos por el Tiergarten-. Venga, ¡deprisa! -lo urgió con la mano estirada para que le diera las llaves.

– Está anocheciendo -dijo Bernie, pero se las dio-. ¿Y yo? ¿Qué se supone que tengo que hacer aquí?

– Lee eso. -Señaló con la cabeza el ejemplar de Karl May-. Cuenta una historia buenísima.

Se dirigió al oeste, a Potsdamerstrasse, y luego al sur, en dirección a Kleist Park. En la penumbra, sólo la gigantesca sede del Consejo se veía con claridad, iluminada por las luces de un par de despachos donde algunos se habían quedado trabajando hasta tarde. El aparcamiento estaba casi vacío. Al final de la gran escalera del vestíbulo, no se veía luz tras la puerta del despacho de Muller, pero no estaba cerrada. Ya sólo los alemanes se ocultaban tras puertas cerradas a cal y canto.

Accionó el interruptor de la luz. El escritorio de Jeanie estaba tan ordenado como siempre, con todos los lápices en su sitio. Se acercó al archivador y pasó las carpetas hasta llegar a la que le interesaba, luego se la llevó a la mesa con los Persilscheine. Volvió a mirarla, luego miró los Persilscheine otra vez, se sentó y se hundió en la silla para pensar. Seguir las claves. Sin embargo, incluso antes de haber llegado al final de la columna, vio que Gunther lo había descubierto sin tan siquiera saberlo. Todo había estado allí desde el principio.

¿Y ahora qué? ¿Podría demostrarlo? Con un inevitable sentimiento de pesadumbre imaginó que Ron también se encargaría de eso, otra historia para proteger a los culpables en beneficio del Gobierno Militar. Quizá algo de justicia en la sombra, más adelante, cuando nadie estuviera mirando. ¿Y por qué iba a mirar nadie? Emil volvía a estar a salvo, habían frustrado los planes de los rusos, todo el mundo estaba contento salvo Tully, que había sido un segundón desde el principio. Volvía a estar en la guerra equivocada. Jake ganaría y no conseguiría nada a cambio. Ni siquiera reparaciones. Se sentó y se quedó mirando la hoja del traslado de Tully, las mayúsculas se veían borrosas en la copia de papel carbón. Esta vez no. No un ojo por ojo, pero sí algo, una reparación de guerra distinta, por los inocentes.

Se inclinó hacia delante, abrió los cajones del escritorio que le quedaban a un lado y buscó a tientas en su interior. Había montones de formularios gubernamentales, originales y copias de papel carbón agrupados en montones clasificados. Mentalmente se quitó el sombrero ante Jeanie. Todo estaba en su sitio. Sacó uno de los impresos, luego buscó otro en otra pila y voló hacia la máquina de escribir. Le sacó la funda con la mano sana y puso el primer impreso en el rodillo, alineando la máquina para que las letras quedaran dentro de la casilla, sin salirse de la línea, todo oficial. Cuando empezó a escribir, con un solo dedo, el ruido de las teclas llenó la habitación y llegó hasta el pasillo desierto. Se acercó un guardia, alarmado, pero se limitó a asentir con la cabeza al ver el uniforme de Jake.

– ¿Trabajando hasta tarde? Tendría que descansar un poco, lo digo por el cabestrillo.

– Ya casi he terminado.

En realidad, le llevaría horas, usando sólo un dedo, y le dolía el hombro. Entonces se dio cuenta de que necesitaría la corroboración de otro documento, y tuvo que volver a buscar en el escritorio. Lo encontró en el último cajón, junto al alijo de esmalte de uñas traído de Estados Unidos. Así que Jeanie tenía un amiguito… Puso el nuevo formulario en la máquina y empezó a teclear, siempre con cuidado, tenía que quedar bien. Ya casi había terminado cuando una sombra procedente de la puerta se proyectó en la hoja.

– ¿Qué está haciendo? -dijo Muller-. El guardia me ha dicho…

– Estoy rellenando un par de formularios para usted.

– Jeanie puede encargarse -sugirió con recelo el coronel.

– De esto no. Siéntese, ya casi he terminado.

– ¿Que me siente? -preguntó Muller, y echó los hombros hacia atrás sorprendido.

– Aquí tiene -dijo Jake, y sacó el formulario de la máquina-. Ya está listo. Sólo tiene que firmarlo.

– Pero ¿qué demonios está haciendo?

– Usted sabe cómo hacerlo. Se dedica a eso. Montones de firmas. Como ésta.

Puso sobre la mesa los informes de Bensheim que tenía Gunther.

Muller los cogió y les echó un vistazo rápido.

– ¿De dónde ha sacado esto?

– He estado indagando. Me gusta estar informado.

– Entonces sabrá que esto está falsificado.

– ¿Ah, sí? Tal vez, pero esto no. -Levantó la otra carpeta.

– ¿Qué es? -preguntó Muller, sin molestarse siquiera en levantar la vista.

– El traslado de Tully a Estados Unidos. Lo firmó usted. Tully estaba destinado en Francfort. No había ninguna razón para que una copia de sus órdenes acabara aquí, salvo que una de ellas fuera para el oficial que tenía que autorizarlas. Normas. Una copia llegó aquí. Puede que usted ni siquiera lo supiera, Jeanie debió de archivarla con todo lo demás cuando llegó. Era una chica eficiente. Jamás se le habría pasado por la cabeza que… -Tiró la carpeta sobre la mesa-. Claro, a mí tampoco se me habría ocurrido. ¿Por qué habría una copia aquí? Pero hay muchísimas cosas en las que no caí. Por ejemplo, por qué me ocultó el informe de la DIC. Por qué me dejó investigar para nada en el mercado negro. Y yo convencido de que le estaba sonsacando información… Debió de ser divertido oírme hacer todas las preguntas equivocadas. No avergoncemos al GM. -Hizo una pausa y miró el enjuto rostro del juez Harvey, mayor de lo que recordaba-. ¿Sabe una cosa? Todavía quiero que no haya sido usted. Tal vez sea por el pelo cano. No le pega el papel. Usted era uno de los buenos. Creí que al menos habría uno.

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