– ¿Te has vuelto loco? -le preguntó Emil, pálido.
– Sube ahí y quédate con Brian, el hombre del Adlon. Te conoce. Intenta que no se te vea y no vayas a ninguna parte, con nadie. ¿Lo has entendido?
– ¿Adonde vas tú?
– A divertirme un poco.
– ¿Aún no estamos a salvo? -Emil parecía inquieto.
¿Lo estaban? ¿Quién iba a capturarlos en presencia de la prensa? Al fin y al cabo eso daba más seguridad que el mismísimo ejército. Pero ¿quién sabía lo que iba a hacer Shaeffer? Era su última oportunidad.
– Sigue por ahí, y podría no estar solo.
Un hombre capaz de hacerse con uniformes rusos para llevar a cabo una incursión. Jake se volvió.
– ¿Vas a dejarme aquí? -insistió Emil, y miró a su alrededor en busca de un resquicio por el que echar a correr.
– Ni se te ocurra. Lo creas o no, soy tu mejor opción, de modo que estamos atados el uno al otro. Ahora, sube. Volveré.
– ¿Y si no vuelves?
– Entonces todos tus problemas se habrán acabado, ¿no crees?
– Sí -admitió Emil, sin dejar de mirarle-. En efecto.
– Pero estarías en un tren camino de Moscú. Te sobraría tiempo para pensar. Haz lo que te digo si quieres salir de aquí con vida. Vete, ya.
Emil vaciló unos segundos, luego colocó una mano en el balaústre de madera de la escalera y empezó a subir. Jake se abrió paso de nuevo hasta la primera fila de espectadores. Tenía que atraer la atención de Shaeffer antes de que él mirara al palco, pero su mirada ya buscaba con desesperación entre la muchedumbre que rodeaba a Jake, y se detuvieron con el ceño fruncido por la sorpresa al posarse en su rostro. Otra unidad rusa pasaba en rígida formación. Alejarlo del palco. Jake empezó a desplazarse a la izquierda justo por detrás de la primera fila, aún visible pero rodeado por otras cabezas, para que cualquiera de ellas pudiera ser la de Emil. Shaeffer lo seguía por el otro lado de la calle; su espigada corpulencia se estiraba sobre la multitud para no perder de vista a Jake. Jake se mezcló entre el público, más denso cerca de la Puerta. Dejó atrás grupos de indistintos soldados estadounidenses. Tenía que alejarse del palco. Miró más allá de las columnas de soldados que desfilaban. Allí seguía, mirándole, los mismos ojos decididos, exasperados, en busca de una grieta en la fila. Debía de haber visto ya que sólo la cabeza de Jake bajaba por la calle, que Emil se había quedado atrás, en algún lugar. ¿Por qué lo seguía? No era una maniobra de distracción, sabía lo que se hacía. Primero, Jake; después regresaría a por Emil, que le creería, aliviado al ver a su cordial interrogador, y cerraría su propia trampa.
Jake vio la Puerta de Brandeburgo adornada con los Tres Grandes. A partir de ahí, la calle se ensanchaba y se abría a Pariserplatz, donde había una gran muchedumbre entre la que sería más fácil perderse. Más tropas rusas, fusiles al hombro; la cabeza rubia seguía sobresaliendo por encima de las demás y moviéndose con Jake entre filas de casacas grises. Detrás de ellos, más allá de la Puerta, un alto en la marcha, un hueco suficientemente amplio. Shaeffer cruzaría por él. Jake aceleró el paso para intentar ganarle ventaja. Pasó junto a la Puerta y avanzó hacia la atestada plaza. Una banda tocaba Stars and Stripes Forever. Volvió la vista atrás. Como temía, Shaeffer corría por el espacio abierto para cruzar antes de que la banda lo ocupara. Ya estaba en su mismo lado. Jake miró hacia el final de Unter den Linden; las aceras estaban ocupadas por los rusos. Tendría que fundirse en la multitud, retroceder hacia el Reichstag. Sin embargo, la concurrencia era más densa allí, una tapadera pero también un obstáculo que lo frenaba. Detrás de él, por encima de la música, oyó a Shaeffer gritar su nombre. Tenía que perderlo cuanto antes. Aceleró el paso, como caminando sobre barro, el cuerpo por delante de los pies.
Los rusos no eran tan afables como los soldados estadounidenses y rezongaban cuando pasaba entre ellos. Sabía, atrapado entre paredes de soldados, que no iba a conseguirlo. ¿Importaba? Shaeffer no dispararía entre tanta gente. Aunque tampoco tendría que hacerlo. Estaba en la zona rusa, donde las personas desaparecían. ¿Por qué había tenido que dejar el palco? Shaeffer no podía correr el riesgo de exponerse en la parte occidental. Allí, sin embargo, Jake podía ser engullido sin que nadie se diera cuenta nunca. Aunque montara una escena, perdería. La policía militar rusa haría una llamada rápida al sucesor de Sikorsky, y Shaeffer regresaría solo. Nada habría ocurrido. Desaparecido, como Tully.
– Amerikanski -exclamó un ruso cuando tropezó con él.
– Disculpe. Lo siento.
Sin embargo, el ruso no lo miraba a él, sino al frente, donde las tropas estadounidenses seguían a la banda. Retrocedió un paso para dejar pasar a Jake, por lo visto creyendo que se dirigía a reunirse con su unidad. «Que no se te olvide qué uniforme vistes.» Miró hacia el desfile. No era la espectacular 82. aDivisión, sino uniformes corrientes, como el suyo, la protección de Gunther. Agachó la cabeza para desaparecer de la vista de Shaeffer y se escurrió entre la muchedumbre, agazapado hasta llegar a la marcha. Varios rusos se echaron a reír: resaca, el aturdimiento habitual que acababa por convertirse en un infierno. Avanzó en paralelo a las filas que marchaban y, cerca del centro de una fila de soldados, empujó de lado a uno para hacerse sitio y se sumó a ella.
– ¿Quién coño eres tú?
– Me sigue un policía militar.
El soldado esbozó una sonrisa picara.
– Pues sigue el paso.
Jake dio un respingo, realizó una torpe danza hasta que el avance del pie izquierdo coincidió con el de los demás, luego irguió los hombros y balanceó los brazos al unísono, tornándose invisible. Sin mirar atrás. Pasaban por el punto en el que debía de encontrarse Shaeffer, volviendo la cabeza a un lado y a otro, furioso, peinando a los rusos, buscando en todas partes salvo en el desfile.
– ¿Qué es lo que has hecho? -musitó el soldado.
– Fue un error.
– Ya.
Esperó a oír de nuevo un grito llamándolo, pero allí sólo se oía Sousa, campanillas y tambores. Cuando franquearon la Puerta hacia la parte occidental, sonrió para sí; marchaba en su propio desfile de la victoria. No era la victoria de la guerra contra los japoneses, sino la de una guerra privada que ya quedaba atrás, en la parte oriental. Se acercaban al palco más deprisa de lo que podía hacerlo nadie entre la multitud. Aunque Shaeffer se hubiese rendido y hubiese decidido volver, tardaría varios minutos antes de llegar al palco de la prensa, tiempo suficiente para meter a Emil en el jeep y huir. Jake echó un vistazo rápido a un lado. Patton saludaba. Tenía tiempo suficiente, pero seguían siendo unos pocos minutos. Al menos, ahora lo sabía. Lo que no sabía era qué le había sucedido a Gunther.
Resultó más fácil salir del desfile que infiltrarse en él. Tras pasar junto al palco presidencial, hicieron una pausa y, mientras marchaban sin avanzar, Jake se deslizó a un lado y se coló entre el público de la curva en dirección al palco de la prensa. Sólo unos minutos. ¿Y si Emil se había marchado? Pero allí estaba, ni siquiera en el palco, sino junto a la escalera fumando un cigarrillo.
– Eh, ¿qué le dije? Siempre vuelve -dijo Brian-. Respire tranquilo.
– ¿Qué hacéis aquí abajo? ¿Ha intentado huir?
– Qué va. Ha sido un buen chico, pero ya conoces a Ron. La curiosidad mató al gato, así que pensé que…
– Gracias, Brian -le atajó Jake, apurado-. Te debo otra.
Volvió la mirada atrás. Nadie, todavía. Brian, mirándolo, señaló con la cabeza en la dirección opuesta al palco.
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