Jodi Compton - 37 horas

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La regla básica en la investigación de casos de desaparecidos es recopilar toda la información y los indicios posibles en las primeras 36 horas tras el suceso, cuando la memoria de los testigos no está contaminada y las pistas todavía pueden ser fiables.
Sarah Pribek, una detective de la policía de Minneapolis especializada en este tipo de casos, conoce bien esta circunstancia. Cuando descubre que su marido, Shiloh, lleva desaparecido 48 horas y se pone a investigar, salen a la luz mu chas cosas que no sabía de él.

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En lugar de salir del coche, miré a Genevieve, que ya estaba ante la puerta de la casa. Pensé que se impacientaría conmigo, que iba a darme prisa como había hecho junto al árbol de la carretera, pero ahora que estábamos a salvo, lejos de Blue Earth, en propiedad privada y a cubierto de miradas, dio la impresión de relajarse. En la oscuridad era apenas una silueta, pero aprecié con claridad cómo se apoyaba en la balaustrada del porche y contemplaba el cielo estrellado.

Abrí la puerta del coche ligeramente para que la luz del techo iluminara el asiento delantero, introduje una uña bajo la solapa del sobre de color crema y lo abrí.

Sinclair había cerrado el sobre pensando que lo abriría Shiloh. Era un acto de fe. Y yo lo había guardado sin abrirlo, resistiéndome todavía a oír la vocecilla que hablaba en mi interior.

El mensaje que contenía era tan breve que la pequeña hoja de papel en el que venía escrito parecía muy grande, en comparación.

Michael, me alegro mucho por ti y por Sarah.

Sé feliz, te lo ruego.

S.

Genevieve y yo estuvimos despiertas más de una hora después de colarnos en la casa como ladronas. Deb y su marido, afortunadamente, no se despertaron.

Mientras la lavadora del sótano eliminaba los rastros de la muerte de Royce Stewart de nuestra ropa, ya que no de nuestras manos, Gen y yo terminamos de montar nuestra coartada. Yo había llamado a Genevieve desde la ciudad, para pedirle si podía ir a dormir. El registro de llamadas telefónicas lo corroboraría, si es que alguien llegaba a investigarlo. De camino, había pasado por Blue Earth para ver a Shorty, que se negó a seguir hablando del robo del coche y el accidente, aunque Gen y yo seguíamos considerándolo sospechoso. Al ver que no le sacaba nada, había vuelto a Mankato. Genevieve se había quedado despierta a esperarme y me había abierto; por eso no había llamado al timbre y había entrado sin despertar a nadie más.

Después, en las camas gemelas del cuarto de invitados, cuchicheamos en voz baja como un par de colegialas. Allí le repetí la historia que Royce Stewart me había contado, cómo Shiloh se había desviado de su trayectoria mortal en el último instante.

– ¿Te sirve de consuelo? -preguntó Genevieve.

– ¿A qué te refieres?

– ¿Te consuela saber que Shiloh no fue capaz de arrollar a Shorty?

– Sí -respondí-. Pero también me extraña. Nada ha resultado como yo había supuesto…

Guardé silencio, pensando que me costaría explicar lo que acababa de decir, aunque Gen iba a querer una explicación para unas palabras tan crípticas.

Pero Genevieve había cerrado los ojos y respiraba pausada y relajadamente. Se había dormido.

Nada era como había supuesto. Me había equivocado por completo.

En el Departamento tenía fama de impulsiva, de «ir a por todas», en palabras de Kilander. Yo era la que se tiraba al Mississippi a salvar a una cría. Genevieve tenía reputación de paciente, de conseguir que hasta el delincuente más contumaz cantara en la sala de interrogatorios.

De los tres, Genevieve, Shiloh y yo, habría dicho que era yo la máxima candidata a ceder a los dictados de una personalidad oscura y asesina. El siguiente, para mí, habría sido Shiloh. La dulce Genevieve, la última.

Y al final había resultado que Genevieve había clavado una rasqueta para papel pintado en la garganta a un hombre desarmado y, a continuación, había prendido fuego a la escena del crimen sin darle la menor importancia. Shiloh había sido el que había urdido planes de asesinato, actuando con una cólera que yo nunca había imaginado en su interior y, sin embargo, en el momento final no había sido capaz de llevar a cabo sus intenciones. Y yo había sido quien se había sentado junto al agonizante, un hombre que alentaba un odio inveterado por las mujeres y los policías, y lo había convencido para que me contara lo que necesitaba saber. Y había sido yo quien había rezado en Salt Lake City con la hermana de Shiloh.

Miré a Genevieve. Ahora era una asesina, pero dormía con una paz que superaba todo lo comprensible.

A mí no me vino el sueño con tanta facilidad. Todavía estaba despierta cuando los primeros rayos de sol se filtraron por las tupidas cortinas del cuarto de invitados de los Lowe y el gallo del corral empezó a cacarear.

Genevieve se desperezó y abrió los ojos.

– ¿Sarah? -dijo cuando me vio, como si hubiera olvidado por completo los sucesos de la noche. Después, tendió las manos hacia mi cama. Le di una de las mías y la apretó.

Cuando oímos que Deborah y Doug se movían por la casa, nos levantamos. Hubo unas ligeras exclamaciones de sorpresa al advertir mi presencia.

– Sarah tenía un asunto por aquí cerca -explicó Gen-. Llamó bastante tarde. Probablemente, no oísteis el teléfono. Descolgué al primer zumbido.

– ¡Ah! -dijo Doug, frotándose la barbilla, y si él o Deborah sospechaban algo tras aquella breve y vaga explicación, no lo revelaron.

– ¿Tenéis hambre? También hay café -dijo Deb.

– Sí, tomaré un café -acepté, y me di cuenta de que también me apetecía comer algo.

Al cabo de un cuarto de hora, los cuatro nos sentábamos en torno a la mesa de la cocina a tomar linguiga con huevos y café. Hasta donde soy capaz de reconstruir lo sucedido, fue en ese preciso instante cuando Shiloh se presentó en la comisaría de policía de Masón City, Iowa, para confesarse autor del asesinato de Royce Stewart.

Capítulo 22

La memoria juega malas pasadas, dijo el psicólogo de la policía que entrevistó a Shiloh. La convicción de éste de haber matado a Royce Stewart era producto de la amnesia retrógrada. Como muchas víctimas de accidentes, no recordaba los momentos inmediatos al trauma. En su caso, sin embargo, su propia mente le había suministrado los detalles; unos detalles que habían resultado no ser ciertos. Shiloh se había responsabilizado de ello sin querer.

Para preparar el asesinato de Stewart, había recorrido la escena del crimen una y otra vez, repasándolo mentalmente y dándose ánimos para llevarlo a cabo. De algún modo, debido a la violencia del accidente, la imaginación se había convertido en recuerdos.

– Lo vi en mi cabeza -me contó-. Cuando lo pensaba, lo veía caer. Hasta noté el impacto en la furgoneta al arrollarlo. Era tan real…

Shiloh no recordaba con claridad el lapso entre el accidente y su visita a la comisaría de Iowa. Sabía que tenía una herida en la cabeza y fiebre, pero no se le ocurrió buscar un médico. Estaba paranoico, convencido de que la policía andaba tras él, a lo que contribuía la presencia de un helicóptero que sobrevolaba la zona para hallar al presunto desaparecido Thomas Hall.

Se internó aún más en el bosque, desplazándose sin ninguna lógica hacia el sur, en lugar de encaminarse a las Ciudades Gemelas, donde había gente que podía darle refugio.

Una mañana, después de haber dormido más horas de lo habitual, despertó más lúcido y comprendió que debía entregarse.

Llevó bastante tiempo, sin embargo, que todas las partes involucradas aclararan los detalles.

A las 7.20 de la mañana, el sargento de guardia de Masón City disfrutaba de una taza de café y de sus últimos cuarenta minutos de servicio aquella mañana de domingo cuando Shiloh se presentó a realizar su confesión.

Lo que dijo Shiloh, en realidad, fue que era el tipo que había atropellado a Royce Stewart en Blue Earth, Minnesota. La última parte de su declaración fue: «No me pongan las esposas. No pretendo resistirme y es probable que tenga un brazo roto».

El sargento de guardia lo trató con la cautela debida a un hombre que se declara asesino. Lo metió en una celda del calabozo mientras consultaba con su superior. Para los dos quedó claro que Shiloh probablemente estaba enfermo, además de herido, y destinaron un agente para que lo condujera al hospital, donde le compusieron el brazo y lo trataron de una herida en la cabeza y fiebre alta.

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