– ¿Cómo escaparía con dos caballos indisciplinados y un desierto que cruzar? -Se dio la vuelta y se acercó a Hope . La yegua parecía mucho más tranquila que Charlie . Desde el nacimiento del potro, había estado mucho más apacible-. Tendría que tener un genio en una botella.
Él asintió con la cabeza.
– Y Kilmer no es un mago. -Marvot se alejó del lugar con el séquito de vehículos tras él.
Grace le dio una palmadita a Hope y volvió junto a Charlie .
– Bueno, ya estamos solos, muchacho. -Miró hacia el desierto y sacudió la cabeza. Las dunas eran enormes, y el sol que caía sobre ellos sería achicharrante en unas pocas horas. Pudo ver en la distancia las colinas de la cordillera del Atlas, que parecían frescas y sugerentes en comparación con la aridez inhóspita que la rodeaba. Había leído en alguna parte que en el Sahara había una duna gigantesca del tamaño de Rhode Island. Mirando aquellas dunas, se lo podía creer.
«Kilmer no es un mago.»
«Kilmer no está por ninguna parte.»
Pero Marvot se equivocaba. Ella había trabajado con Kilmer, y sabía que en ocasiones podía ser un mago. Si no quería que lo encontraran, no lo encontrarían. Estaría allí, junto a ella, cuando lo necesitara.
– Ea, vamos. -Se impulsó para subirse a lomos de Char l ie y empezó a recoger la cuerda de Hope . Entonces, cuando miró a la yegua, se paró. Aquella cuerda era una absoluta idiotez. Como sí fuera a poder controlar al animal con ella. Hope seguiría a Charlie sin ninguna cuerda, que podría ser un estorbo. Soltó a la yegua-. Vamos, Hope . Acabemos con esto para que puedas volver junto a tu potrillo.
La yegua relinchó y se unió a ellos.
– ¿ Charlie ?
¿Se movería? ¿Se negaría a moverse, como había hecho siempre con anterioridad cuando lo habían llevado allí?
Charlie, ¡maldita sea! Vamos. Da igual adonde. Sólo muévete.
El semental avanzó un paso, y luego otro.
Si no te das prisa, seguiremos aquí cuando Marvot regrese, y no quiero volver a verlo tan pronto.
Charlie empezó a caminar, y luego se puso al trote.
¡Aleluya! Grace apretó las piernas contra el caballo.
Bueno, ambla un poco por ahí, y divirtámonos hasta que Kilmer venga a buscarnos.
Pero el cielo seguía estando cristalino, de un azul tan intenso que le hería los ojos cuando lo miraba.
Y Kilmer no aparecería hasta que la tormenta hiciera acto de presencia.
– ¿Dónde está el maldito siroco? -gruñó Kilmer mientras se limpiaba el sudor de la frente-. Grace lleva horas ahí fuera, y no podemos hacer nada.
Adam se encogió de hombros.
– Pronto. Ten paciencia.
– Eso díselo a Marvot. Es evidente que esos caballos no están moviéndose hacia ningún sitio concreto. Se limitan a dar vueltas. Si a Marvot le da por pensar que Grace no le es útil, la matará sin pestañear.
– Quizá le dé otro día.
– ¿Otro día? Dijiste que el siroco iba a suceder hoy.
– Tal vez Hassan se ha equivocado. Te dije que sólo es preciso en un noventa por ciento.
Kilmer masculló un juramento.
– Adam, esto es…
– Espera. -El jeque levantó la cabeza-. ¿No lo notas?
– ¿El qué?
– El viento.
– No noto nada.
– Entonces quizá me haya equivocado. Ya no lo siento…
– Estás caminando en círculos, Charlie . -Grace bebió un trago de agua de su cantimplora-. Sé muy bien que hemos visto antes este lecho de arroyo seco. -Durante las dos últimas horas, el caballo había estado deambulando acercándose a las colinas del Atlas varias veces. ¡Caray!, tal vez estuviera buscando agua-, ¿Tienes sed? -Grace se bajó del semental y vertió agua en el recipiente que había llevado con ella-. No debería quejarme. Has hecho un buen trabajo al no dejar de moverte. Lamento que tal vez sea por nada. Creo que el hombre del tiempo del jeque está chiflado. Parece que quizá vamos a tener que hablar con Marvot para intentarlo de nuevo…
Charlie había levantado la cabeza con tanta rapidez que derramó el agua del recipiente. El semental relinchó y piafó.
– ¿Qué sucede?
Hope también estaba piafando, y tenía la mirada desorbitada.
Asustados. Estaban asustados.
Y Charlie miraba hacia el oeste.
Grace desvió rápidamente la mirada hacia el horizonte occidental.
Oscuridad.
Hacía un instante había estado despejado. En ese momento, el horizonte era una neblina oscura.
El siroco.
Un velo de arena se movía a toda velocidad y se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Estaría allí en unos minutos.
Y ella estaría oculta a la vista de Marvot y sus hombres.
– Vamos, Kilmer -susurró-. Ven y recógenos.
Se quitó a toda prisa la blusa que se había puesto encima de la camiseta y el pañuelo con el que se había recogido el pelo. Con un poco de suerte, Kilmer y sus hombres estarían allí en pocos minutos, pero aquella arena sería una manta asfixiante si tanto ella como los caballos la respiraban. Rasgó la camisa en dos y mojó las dos partes.
– Esto no os va a gustar. -Se acercó a Charlie -. Pero tienes que confiar en mí. Creo que Hope dejará que se lo ponga, si te ve a ti. Si quieres salvaría, me tendrás que dejar hacerlo.
La arena ya le aguijoneaba en la cara, y sin embargo todavía no tenían la tormenta encima.
Charlie la rehuyó.
– Tienes que dejar que te ayude, Charlie . -Grace se daba cuenta de la desesperación que había en su voz-. Confía en mí.
El caballo siguió retrocediendo.
Grace se detuvo, y respiró hondo.
– No puedo obligarte a que lo hagas. Pero nunca te he mentido. Y jamás te he hecho daño. No te lo haré ahora.
El semental se paró y la miró fijamente. Las ráfagas de viento le levantaban las crines. Tenía los músculos en tensión.
Ella dio un paso adelante.
– Por favor. Sólo te voy a poner esto sobre los ojos y la nariz para que puedas respirar mejor. Y luego vamos a permanecer aquí juntos, hasta que llegue la ayuda. ¿De acuerdo? -Charlie había dejado que se acercara. Grace le puso lentamente la tela sobre los ojos y la nariz y la ató-. No pasa nada -dijo con voz tranquilizadora-. No tienes nada que temer. Ahora voy a por Hope y la traeré junto a ti. Os engancharé a los dos con la cuerda para que no os separéis, y yo la sujetaré para que no os enredéis con ella. Ahora, no te muevas.
Milagrosamente, el caballo se movió con inquietud, pero no se desbocó. Pocos segundos después, Grace había puesto la tela sobre los ojos y el hocico de Hope y se quedó entre los dos animales.
No podía respirar. La arena se arremolinaba en torno a ella, lacerándole la carne sin cubrir como diminutos cuchillos.
Se ató el pañuelo sobre la cara y rodeó a los caballos con los brazos, hundiendo las manos en sus crines.
– Por favor, no os dejéis llevar por el pánico -susurró-. Todo irá bien. Manteneos firmes y no tengáis miedo. -Intentó que los animales se dieran la vuelta, de manera que no enfrentaran al viento, que estaba soplando ya con una intensidad de tormenta. Tuvo que agarrarse desesperadamente a los caballos para no caerse. Hablarles. Decirles algo. Evitar que salgan corriendo hacia la tormenta y se rompan una pierna.
Grace habló. Cantó. Recitó canciones infantiles.
Kilmer, ¿dónde estás?
– ¡Maldita sea!, ¿dónde está? -Marvot apretó con más fuerza los prismáticos-. No puedo ver a esa zorra.
– El siroco -dijo Hanley-. Una tormenta de arena.
– Ya sé que es una tormenta de arena -dijo Marvot con sarcasmo-. Lo que quiero saber es cuándo va a acabar.
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