– Es la verdad.
– ¿Él… no me quiso?
– No, eso no es cierto -se apresuró a decir Grace-. Te quiso. Pero deseaba mantenerte a salvo…, mantenernos a las dos a salvo.
Frankie le escudriñó el rostro.
– ¿De veras?
– De veras. -Hasta ese preciso instante Grace no se había percatado de que creía lo que Kilmer le había contado-. Así que tienes que confiar en Jake, porque el te quiere mucho, mucho. -La abrazó con fuerza y luego la apartó para mirarle a los ojos-. Y él nunca me daría nada que me enfermara si luego no pudiera ponerme bien.
– Igual que en aquella película que vimos. Aquella de la tumba.
Al principio Grace no le entendió.
– ¡Ah, Romeo y Julieta ! -Se rió entre dientes-. Sí, volveré definitivamente a la vida al cabo de doce horas. Pero tendrás que defender el fuerte hasta que lo haga.
Frankie asintió con la cabeza.
– Y fingiré asustarme cuando estés enferma.
– No creo que tengas que fingir. -La besó en la frente-. Pero no te asustes demasiado; eso hará que me sienta peor. ¿De acuerdo?
– De acuerdo. -Frankie se humedeció los labios-. ¿Cuándo?
– Me tomaré lo que me ha dado Jake a mitad de la noche para que mañana sea cuando peor me encuentre. -Le retiró el pelo de la cara a Frankie con una caricia-. Y no puedes hacer nada por mí, excepto cuidar de los caballos. Te hará daño verme así, y tendrás que ser valiente.
– A lo mejor eso que te ha dado no funciona.
– Lo hará. Porque Jake dijo que lo haría. Ahora consigamos algo de comer y veamos si nos dejan volver junto a los caballos. No he oído más disparos, ¿y tú?
– No. -Frankie estaba temblando-. Lo he estado pensando, y esto no me gusta, mamá.
– Ni a mí tampoco. Y aún me gustará menos mañana. Pero es nuestra única oportunidad, cariño. Y tenemos que aprovechar cualquier oportunidad que se nos presente. -Se levantó-. Ahora, vayamos a tranquilizar a tu Maestro .
Grace remetió la manta cuidadosamente alrededor de Frankie, que ya dormía, y se dirigió en silencio a la puerta de la tienda. Un instante después estaba fuera y era interceptada por el centinela.
– No estoy intentando escapar -dijo cansinamente-. Es sólo que tengo que inspeccionar a los caballos una vez más. A Marvot no le importaría que lo hiciera, se lo aseguro.
– Son las tres de la mañana -dijo el hombre con suspicacia-. Vuelva a meterse en la tienda.
– Mire, no me siento muy bien, y no quiero discutir. ¿Quiere ir a despertar a Marvot y explicarle que me está impidiendo hacer mi trabajo? No le hará mucha gracia.
El centinela titubeó, y por fin se hizo a un lado.
– Puedo ver perfectamente el corral desde aquí. Manténgase visible. Le doy diez minutos.
– No necesitaré tanto tiempo.
Charlie estaba en el extremo opuesto del corral, pero levantó la cabeza cuando Grace se acercó.
No he venido a molestarte. Tenía que decirte que mañana no te veré. Frankie vendrá en mi lugar, y estará asustada y preocupada, y me gustaría que fueras un poco amable con ella. Procuraré venir a verte mañana por la noche, y pasado iremos al desierto. No va a ser como las otras veces. Me trae sin cuidado que encuentres algo. Si quieres deambular durante todo el día, por mí fantástico. Pero ayúdame, y te prometo que tú y Hope os veréis libres del enemigo. ¿De acuerdo?
El caballo la miró fijamente, y luego apartó la mirada.
Eso es reconfortante .
Grace se dio la vuelta y se dispuso a salir.
Charlie relinchó.
Se volvió para mirarlo; el caballo seguía mirándola.
¿Qué demonios? ¿Es que esperaba que el caballo se pusiera a hablar, como el mister Ed de aquella antigua serie de televisión? Si ni siquiera sabía hasta qué punto la entendía. Si es que comprendía algo. Desde niña, había creído que a veces había sido capaz de explotar aquella comprensión. Si uno se preocupaba lo suficiente, podían crearse aquellos lazos entre los caballos y las personas. Pero en aquel momento se sintió lo bastante desanimada como para preguntarse si no se estaría engañando.
Bueno, había que olvidarlo. Sólo podía hacer lo que buenamente pudiera. No era como si…
Charlie relinchó una vez más. Y cuando Grace volvió a mirarlo de nuevo, vio que el caballo se había dirigido al lugar donde ella había estado parada junto a la valla y la miraba de hito en hito.
Si me entiendes, se bueno con Frankie. Ayúdala .
Volvió a toda prisa a la tienda y pasó junto al centinela sin mirarlo siquiera.
Frankie seguía durmiendo.
Era tan bonita. No debía despertarla hasta que fuera necesario. No iba a tardar en llevarse un buen susto.
Grace miró su reloj: las 3:45. Era el momento.
Sacó el paquete y llenó un vaso de agua del cubo que tenía al lado de la cama.
No debía pensar en ello. Sólo tenía que hacerlo.
Ingirió el polvo, y luego se bebió el agua como si fuera la bebida de menos graduación que se bebe después de otra más fuerte. Rompió el diminuto paquete rápidamente y lo metió en el fondo de la mochila. Tenía que actuar deprisa; no sabía con qué rapidez actuarían aquellos polvos. Volvió a poner el cacillo metálico en el cubo del agua, se tumbó y se echó la manta por encima. Había hecho todo lo que podía. Se las había arreglado para decirle al centinela que no se sentía bien. Y se había tomado los polvos en el momento lógico. Si la hacían ponerse enferma las doce horas completas que Kilmer le había dicho, entonces no podría trabajar hasta la última hora de la mañana siguiente.
No se sentía enferma. Quizá Kilmer le había dado unos polvos equivocados y…
«Confía en él», le había dicho a Frankie. Sonrió con arrepentimiento. Qué extravagancia tener que confiar en él para que le diera una dosis que…
Jadeó de dolor.
Su estómago se contrajo y sintió unos retortijones terribles.
Apenas tuvo tiempo de alcanzar el cubo de agua antes de vomitar.
– Tienes un aspecto horrible. -Marvot la miraba con el entrecejo arrugado-. El centinela dice que has estado vomitando durante una hora. ¿Qué es lo que te pasa?
– ¿Cómo lo voy a saber? -Grace cerró los ojos cuando las náuseas volvieron a invadirla-. ¿Me has envenenado?
– No seas idiota -replicó él secamente-. Te necesito.
– Eso cambia las cosas. Entonces, quizá haya sido algún alimento en mal estado, o la gripe, o… quizá me ha picado una chinche. No lo sé. Decide tú. -Volvió a acercarse al cubo tambaleándose-. Yo estoy ocupada.
Volvieron a sacudirla las arcadas, pero en su estómago ya no había nada que arrojar. ¡Dios bendito, que mal se sentía!
– Me siento algo mejor que hace una hora. Quizá lo peor ya ha pasado.
– Tienes muy mala cara. -Su boca se curvó en una mueca de asco-. Y esta tienda huele a vómito. -Se dirigió a la puerta-. Estas cosas me desagradan.
– A mí también. -Grace tenía frío y estaba temblando. ¡Por Dios, Kilmer!, ¿tenías que hacer tan bien este trabajo? Sí, había tenido que hacerlo, o no habría resultado convincente-. ¿Me puede ver un médico?
– ¡Y qué más! No permitiré que haya ninguna interferencia del exterior. Aquí no se celebra una conferencia, ni esto es Ginebra. -Marvot miró a Frankie, que estaba acurrucada en un rincón-. Puede que te anime a recuperarte el recordarte que, sin ti, ella no me resulta de ninguna utilidad.
– Dame un poco de tiempo. -Grace se inclinó de nuevo sobre el cubo cuando las náuseas volvieron-. Sólo unas horas.
Cuando volvió a levantar la cabeza, Marvot se había ido.
– No pensé que fuera a ser así, mamá -dijo Frankie en un susurro. Sus ojos eran enormes en la palidez de su rostro-. ¿Te vas a morir?
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