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Umberto Eco: El nombre de la rosa

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Apasionante trama y admirable reconstrucción de una época especialmente conflictiva, la del siglo XVI. Valiéndose de características propias de la novela gótica, la crónica medieval, la novela policíaca, el relato ideológico en clave y la alegoría narrativa, narra las actividades detectivescas de Guillermo de Baskerville para esclarecer los crímenes cometidos en una abadía benedictina… Y a esta apasionante trama debe sumarse la admirable reconstrucción de una época especialmente conflictiva, reconstrucción que no se detiene en lo exterior sino que ahonda en las formas de pensar y sentir del siglo XVI.

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Por otra parte, es indudable que al traducir el latín de Adso a su francés neogótico, Vallet se tomó algunas libertades, no siempre limitadas al aspecto estilístico. Por ejemplo: en cierto momento los personajes hablan sobre las virtudes de las hierbas, apoyándose claramente en aquel libro de los secretos atribuido a Alberto Magno, que tantas refundiciones sufriera a lo largo de los siglos. Sin duda, Adso lo conoció, pero cuando lo cita percibimos, a veces, coincidencias demasiado literales con ciertas recetas de Paracelso, y, también, claras interpolaciones de una edición de la obra de Alberto que con toda seguridad data de la época tudor[2] Liber aggregationis seu liber secretorum Alberti Magni , Londinium, juxta pontem qui vulgariter dicitur Flete brigge, MCCCCLXXXV.. Por otra parte, después averigüé que cuando Vallet transcribió el manuscrito de Adso, circulaba en París una edición dieciochesca del Grand y del Petit Albert ,[3] Les admirables secrets d’Albert le Grand , A Lyon Chez les Héritiers Beringos, Frattes, a l’Enseigne d’Agrippa, MDCCLXXV ; Secrets merveilleux de la Magie Naturelle et Cabalistique du Petit Albert , A Lyon, ibidem, MDCCXXIX.ya irremediablemente corrupta. Sin embargo, subsiste la posibilidad de que el texto utilizado por Adso, o por los monjes cuyas palabras registró, contuviese, mezcladas con las glosas, los escolios y los diferentes apéndices, ciertas anotaciones capaces de influir sobre la cultura de épocas posteriores.

Por último, me preguntaba si, para conservar el espíritu de la época, no sería conveniente dejar en latín aquellos pasajes que el propio abate Vallet no juzgó oportuno traducir. La única justificación para proceder así podía ser el deseo, quizás errado, de guardar fidelidad a mi fuente… He eliminado lo superfluo pero algo he dejado. Temo haber procedido como los malos novelistas que, cuando introducen un personaje francés en determinada escena, le hacen decir «parbleu!» y «la femme, ah! la femme!»

En conclusión: estoy lleno de dudas. No sé, en realidad, por qué me he decidido a tomar el toro por las astas y presentar el manuscrito de Adso de Melk como si fuese auténtico. Quizá se trate de un gesto de enamoramiento. O, si se prefiere, de una manera de liberarme de múltiples obsesiones.

Transcribo sin preocuparme por los problemas de la actualidad. En los años en que descubrí el texto del abate Vallet existía el convencimiento de que sólo debía escribirse comprometiéndose con el presente, o para cambiar el mundo. Ahora, a más de diez años de distancia, el hombre de letra (restituido a su altísima dignidad) puede consolarse considerando que también es posible escribir por el puro deleite de escribir. Así pues, me siento libre de contar, por el mero placer de fabular, la historia de Adso de Melk, y me reconforta y me consuela el verla tan inconmensurablemente lejana en el tiempo (ahora que la vigilia de la razón ha ahuyentado todos los monstruos que su sueño había engendrado), tan gloriosamente desvinculada de nuestra época, intemporalmente ajena a nuestras esperanzas y a nuestras certezas.

Porque es historia de libros, no de miserias cotidianas, y su lectura puede incitarnos a repetir, con el gran imitador de Kempis: «In omnibus requiem quaesivi, et nusquam inveni nisi in angulo cum libro.»

5 de enero de 1980

Nota

E1 manuscrito de Adso está dividido en seis días, y cada uno de éstos en períodos correspondientes a las horas litúrgicas. Los subtítulos, en tercera persona, son probablemente añadidos de Vallet. Sin embargo, como pueden servir para orientar al lector, y como su uso era corriente en muchas obras de la época escritas en lengua vulgar, no me ha parecido conveniente eliminarlos.

Las referencias de Adso a las horas canónicas me han hecho dudar un poco; no sólo porque su reconocimiento depende de la localización y de la época del año, sino también porque lo más probable es que en el siglo xiv no se respetasen con absoluta precisión las indicaciones que San Benito había establecido en la regla.

Sin embargo, para que el lector pueda guiarse, y basándome tanto en lo que puede deducirse del texto como en la comparación de la regla ordinaria con el desarrollo de la vida monástica según la describe Edouard Schneider en Les heures bénédictines (París, Grasset, 1925), creo que podemos atenernos a la siguiente estimación:

Maitines(que a veces Adso llama también Vigiliae , como se usaba antiguamente). Entre las 2.30 y las 3 de la noche.

Laudes(que en la tradición más antigua se llamaban Matutini ). Entre las 5 y las 6 de la mañana, concluyendo al rayar el alba.

Prima.Hacia las 7.30, poco antes de la aurora.

Tercia.Hacia las 9.

Sexta.Mediodía (en un monasterio en el que los monjes no trabajaban en el campo, ésta era, en invierno, también la hora de la comida).

Nona.Entre las 2 y las 3 de la tarde.

Vísperas.Hacia las 4.30, al ponerse el sol (la regla prescribe cenar antes de que oscurezca del todo).

Completas.Hacia las 6 (los monjes se acuestan antes de las 7).

Este cálculo se basa en el hecho de que en el norte de Italia, a finales de noviembre, el sol sale alrededor de las 7.30 y se pone alrededor de las 4.40 de la tarde.

Prólogo En el principio era el Verbo y el Verbo era en Dios y el Verbo era - фото 1

Prólogo

En el principio era el Verbo y el Verbo era en Dios, y el Verbo era Dios. Esto era en el principio, en Dios, y el monje fiel debería repetir cada día con salmodiante humildad ese acontecimiento inmutable cuya verdad es la única que puede afirmarse con certeza incontrovertible. Pero videmus nunc per speculum et in aenigmate [4] La verdad la «vemos ahora a través de un espejo y en enigma». La frase es originaria de san Pablo y aplicada al mismo concepto de la trascendencia divina (I-Corintios, 13,12). y la verdad, antes de manifestarse a cara descubierta, se muestra en fragmentos (¡ay, cuán ilegibles!), mezclada con el error de este mundo, de modo que debemos deletrear sus fieles signáculos incluso allí donde nos parecen oscuros y casi forjados por una voluntad totalmente orientada hacia el mal.

Ya al final de mi vida de pecador, mientras, canoso y decrépito como el mundo, espero el momento de perderme en el abismo sin fondo de la divinidad desierta y silenciosa, participando así de la luz inefable de las inteligencias angélicas, en esta celda del querido monasterio de Melk, donde aún me retiene mi cuerpo pesado y enfermo, me dispongo a dejar constancia sobre este pergamino de los hechos asombrosos y terribles que me fue dado presenciar en mi juventud, repitiendo verbatim [5] «verbatim» (adverbio derivado de «verbum» [palabra]). «Palabra por palabra». cuanto vi y oí, y sin aventurar interpretación alguna, para dejar, en cierto modo, a los que vengan después (si es que antes no llega el Anticristo) signos de signos, sobre los que pueda ejercerse la plegaria del desciframiento.

El señor me concede la gracia de dar fiel testimonio de los acontecimientos que se produjeron en la abadía cuyo nombre incluso conviene ahora cubrir con un piadoso manto de silencio, hacia finales del año 1327, cuando el emperador Ludovico entró en Italia para restaurar la dignidad del sacro imperio romano, según los designios del Altísimo y para confusión del infame usurpador simoniaco y heresiarca que en Aviñón deshonró el santo nombre del apóstol (me refiero al alma pecadora de Jacques de Cahors, al que los impíos veneran como Juan XXII).

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