Peter Tremayne - Absolución Por Asesinato

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Durante el sínodo de Whitby, en el año 664 d.C, la Iglesia romana y la Iglesia celta se encuentran más enfrentadas que nunca. De hecho, estamos ante lo que puede llegar a ser una guerra de religiones en la Europa de las edades oscuras.
En ese ambiente, entre sacerdotes, doctores y reyes, empiezan a aparecer cadáveres brutalmente asesinados.
Entre sospechas y recelos, se encomienda la investigación a una monja de obediencia celta especialista en derecho, sor Fidelma, pero se le asigna como colaborador a un sajón perteneciente a la Iglesia romana, Eadulf, de quien se desconocen las intenciones. Mientras, a las puertas de la abadía la peste hace estragos y se prepara una conspiración contra el rey de Northumbria.

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– Sí. Parece que todos opinan que es la mejor elección, pues ha sido durante muchos años el secretario de Deusdedit y está al corriente de todo cuanto ocurre en Canterbury. En cuanto se dispersen los asistentes al sínodo, debe dirigirse a Roma para presentar sus credenciales al santo padre y pedirle que bendiga su nombramiento.

Los ojos de Fidelma emitieron un ligero destello.

– Roma. Me encantaría conocer Roma.

Eadulf sonrió con aire tímido.

– Wighard me ha pedido que lo acompañe en calidad de secretario y traductor, puesto que, como ya sabéis, he pasado dos años en la ciudad papal. ¿Por qué no nos acompañáis vos también, sor Fidelma? Así podríais visitarla.

Los ojos de la hermana volvieron a brillar, y se sorprendió a sí misma considerando seriamente la propuesta. Un repentino rubor encendió sus mejillas.

– Llevo mucho tiempo lejos de Irlanda -dijo adoptando una actitud distante-. Debo comunicar la muerte de Étain a mis hermanos de Kildare.

El rostro de Eadulf reflejó su decepción.

– Me habría gustado tanto poder enseñaros los lugares sagrados de aquella imponente ciudad…

Quizá fue el tono melancólico de su voz lo que la hizo sentirse molesta. El fraile estaba pidiendo demasiado. Entonces su irritación disminuyó, y poco a poco se vio obligada a reconocer que se había acostumbrado a su compañía. Le resultaría extraño no tenerlo al lado una vez finalizados la investigación y el sínodo.

Acababan de sentarse a la mesa cuando apareció sor Athelswith para informarles de que la abadesa Hilda deseaba verlos acabado el condumio.

Cuando sor Fidelma y fray Eadulf entraron en la cámara de la abadesa, ésta se levantó de su silla y fue hacia ellos con los brazos extendidos. Su sonrisa era sincera, aunque sus ojos mostraban profundos surcos, fruto de la tensión de los días pasados y la sesión última del sínodo.

– Tanto Colmán como el rey Oswio me han pedido que os traslade su agradecimiento.

Sor Fidelma tomó entre las suyas la mano de Hilda e inclinó la cabeza, al tiempo que Eadulf besaba el anillo abacial según la costumbre romana.

La abadesa calló unos instantes y luego les indicó con un gesto que se pusieran cómodos. Ella se sentó frente al fuego.

– No hace falta que os diga cuánto os debe a ambos esta abadía o, más bien, este reino.

Fidelma observó la tristeza que se ocultaba bajo su rostro.

– En realidad no hemos hecho gran cosa -repuso con suavidad-. Ojalá hubiésemos podido resolver el caso antes. -Tras arrugar el entrecejo, añadió-: ¿Os iréis también vos de Northumbria, como ha hecho Colmán?

La abadesa parpadeó ante lo inesperado de la pregunta.

– ¿Yo, hija? -respondió-. Yo he pasado aquí cincuenta años, y considero que éste es mi país. No, Fidelma, no me iré.

– Pero vos seguís la doctrina de Columba -señaló la hermana-. Ahora que Northumbria se ha convertido en súbdita de Roma, ¿seguirá habiendo un lugar para vos en este reino?

Hilda meneó dulcemente la cabeza.

– No me convertiré en romana de un día para otro, si es lo que queréis decir; pero aceptaré la decisión del sínodo por lo que respecta a seguir las costumbres eclesiásticas de Roma, aunque mi corazón siga apoyando las de Irlanda. Sin embargo, debo permanecer en Streoneshalh, en Witebia, la ciudad de los puros…, que espero siempre mantenga su pureza.

El hermano Eadulf se removió incómodo, preguntándose por qué no lograba zafarse de la pena que lo inundaba. Después de todo, su facción había sido la vencedora del gran debate: había triunfado la unitas Catholica. La ley de Roma imperaba por fin en todos los reinos sajones. Entonces, ¿por qué tenía la sensación de que se había perdido algo?

– ¿Quién sustituirá a Colmán en el obispado? -preguntó en un intento de sustraerse a su melancolía.

– Tuda -respondió Hilda con una sonrisa triste-. Aunque recibió su educación en Irlanda, profesa la ortodoxia romana. Él será el nuevo obispo de Northumbria. No obstante, Oswio ha prometido que será Eata de Melrose quien ocupe el cargo de abad de Lindisfarne.

Eadulf quedó perplejo.

– Pero Eata también respaldaba la doctrina de Columba.

Hilda asintió.

– Ahora ha aceptado la romana, de acuerdo con la decisión del sínodo.

– ¿Y qué pasará con el resto? ¿Qué será de Chad, Cedd, Cutberto y los demás? -quiso saber Fidelma.

– Todos consideran que es su deber permanecer en Northumbria, y acatarán el dictado del sínodo. Cedd se ha ido a Lastingham con su hermano, el abad Chad; en cuanto a Cutberto, acompañará a Eata a Lindisfarne para ejercer de prior.

– Al parecer, el cambio ha sido pacífico -meditó Fidelma-. ¿Está Northumbria libre de toda amenaza de guerra de religión?

La abadesa se encogió de hombros.

– Aún es temprano para determinarlo. La mayoría de los abades y obispos ha aceptado la decisión del sínodo, y ésa es una buena señal, aunque también hay muchos que han preferido acompañar a Colmán en su regreso a Iona, y quizá continúen hasta Irlanda para fundar nuevas colonias religiosas. No creo que la paz del reino corra peligro, al menos en lo referente al aspecto religioso. El ejército de Oswio acabó a tiempo con los rebeldes de Alhfrith. El soberano llora la muerte de su primogénito, pero se sabe más seguro en el trono que nunca.

Eadulf levantó una ceja y observó lacónico:

– Pero aún existe una amenaza.

– Ecgfrith es joven y ambicioso. Ahora que ha muerto Alhfrith, el primogénito, ha exigido a su padre que lo nombre reyezuelo de Deira; sin embargo, sigue teniendo los ojos puestos en el trono de Oswio. Además, estamos rodeados de naciones hostiles: Rheged, Powys, el reino de los pictos…; todos están deseando encontrar una situación propicia para atacarnos. Y Mercia aún tiene sed de venganza. El rey Wulfhere no ha olvidado que Oswio mató a Penda, su padre. En estos momentos está extendiendo su poder al sur del Humber. Como veis, la amenaza puede venir de cualquier parte y en cualquier momento.

Fidelma la miró consternada.

– ¿Es ésa la razón por la que Oswio ha dejado la abadía tan pronto para unirse a su ejército?

La abadesa, de repente, mostró una sonrisa irónica impropia de ella.

– Ha ido en busca de su ejército por si a Ecgfrith se le ha pasado por la cabeza que su padre pueda ser tan débil como afirmaba Alhfrith.

Tras un incómodo silencio, la abadesa Hilda miró a Eadulf pensativa.

– Los obispos han elegido a Wighard como nuevo arzobispo de Canterbury, por lo que en breve viajará a Roma. ¿Vais a acompañarlo?

– Necesita un secretario que le haga también de intérprete. Yo he vivido en Roma, y me alegra la idea de volver a ver la ciudad. Por supuesto que iré con él.

Hilda dirigió entonces a Fidelma una mirada inquisitiva.

– Y vos, sor Fidelma, ¿adónde pensáis ir ahora?

La hermana se encogió de hombros después de vacilar unos instantes.

– Regreso a Irlanda. Debo llevar a Kildare las noticias de la muerte de Étain y de la decisión del sínodo.

– Es una lástima que separéis dos talentos como los vuestros -observó la abadesa con aire travieso, mirando a una y a otro-. Juntos hacéis una pareja formidable.

El fraile se ruborizó y emitió una tos nerviosa.

– En realidad es la hermana Fidelma la que posee el talento -dijo atropelladamente-. Yo no hice más que prestar ayuda física cuando fue necesario.

– ¿Qué pasará con Gwid? -terció Fidelma para cambiar de tema.

La expresión de Hilda se hizo más severa.

– Será tratada según es costumbre entre los sajones.

– ¿Qué significa eso?

– Tan pronto como Oswio haga público su veredicto, saldrá de su celda para ser ejecutada mediante lapidación por las hermanas de la abadía.

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