Janet Evanovich - Qué Vida Ésta

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Es una verdad universa reconocida que si se tiene un trabajo de riesgo, lo mejor que se puede hacer es mantenerlo al margen de la vida privada.
Sin embargo, ésta es una regla que la incombustible Stephanie Plum, la caza recompensas más patosa de la Costa este, parece incapaz de cumplir
En esta nueva entrega de sus descacharrantes aventuras, cuando Stephanie emprenda la búsqueda de una madre y una hija desaparecidas, no sólo la perseguirán malos malísimos como el mafioso Eddie Abruzzi, sino que además tendrá que soportar los bienintencionados consejos de la abuela Mazur, arreglarle la vida a su hermana Valerie, aceptar con buena cara la ayuda entusiasta aunque poco eficaz de su amiga Lula, los hirientes comentarios de los policías de su pueblo, siempre dispuestos a pasar un buen rato con sus meteduras de pata… Y por si todo esto fuera poco aún tendrá que decidir entre abandonarse a la lujuria en brazos del apuesto y misterioso Ranger o reconciliarse con Joe Morelli su novio de toda la vida

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– ¿Para probarlo?

– Sí. Sólo que no le dijo a nadie que se lo llevaba, y lo estuvo probando cuatro días, hasta que la pillaron.

– Una mujer con esa iniciativa es digna de respeto.

Connie me entregó dos expedientes.

– El segundo que no se ha presentado en el juzgado ha sido Andy Bender. Es reincidente en violencia doméstica. Creo recordar que ya le detuviste en otra ocasión. Probablemente estará en casa, borracho como una cuba, sin enterarse de si es lunes o viernes.

Hojeé el expediente de Bender. Connie tenía razón. Ya había tenido que vérmelas con él. Era un negado delgaducho. Y un bebedor de la peor especie.

– Es el fulano aquel que me siguió con la sierra mecánica -dije.

– Sí, pero tómalo por el lado positivo. Al menos no tenía pistola.

Puse los dos expedientes en mi bolso.

– Quizá podrías meter el nombre de Evelyn Soder en tu ordenador y ver si te cuenta sus secretos más ocultos.

– Los secretos más ocultos suponen una búsqueda de cuarenta y ocho horas.

– Ponlo en mi cuenta. Tengo que irme pitando. Necesito hablar con el Mago.

– El Mago no contesta a su busca -dijo Connie-. Dile que me llame.

El Mago es Ranger. Es el Mago porque hace magia. Pasa misteriosamente a través de puertas cerradas con llave. Parece que lee el pensamiento. Es capaz de no comer postre. Y puede producirme un calentón con sólo tocarme con la punta de un dedo. No estaba muy segura de si debía llamarle. En aquel momento teníamos una relación extraña, llena de dobles sentidos y de tensión sexual sin resolver. Pero también éramos socios, o algo parecido, y él tenía unos contactos que yo nunca podría tener. La búsqueda de Annie iría infinitamente más rápida con la colaboración de Ranger.

Entré en el coche y marqué el número de Ranger en el teléfono móvil. Le dejé un mensaje en el contestador y empecé a leer el expediente de Bender. No parecía que hubiera pasado nada nuevo desde la última vez que le vi. Seguía sin trabajo. Seguía pegando a su mujer. Y todavía vivía en las viviendas sociales del otro extremo de la ciudad. No iba a ser difícil encontrar a Bender. Lo difícil iba a ser meterle a la fuerza en el CR-V.

Oye, me dije, no tiene sentido ponerse negativa de entrada. Míralo por el lado positivo, ¿vale? Sé una de esas personas que ven la botella medio llena. A lo mejor el señor Bender está arrepentido de no haberse presentado en el juzgado. A lo mejor se alegra de verme. A lo mejor se le ha quedado la sierra mecánica sin combustible.

Puse el coche en marcha y me dispuse a cruzar la ciudad. Era una tarde agradable y las viviendas de protección oficial parecían habitables. Los jardines yermos de delante de las casas desprendían un optimismo que sugería que tal vez este año creciera en ellos algo de hierba. A lo mejor los contenedores de la acera dejaban de rezumar aceite. A lo mejor caía un billete de lotería con un premio grande. Pero, claro, a lo mejor no.

Aparqué delante de la casa de Bender y me quedé observando un rato. A falta de una expresión más acertada, esta parte del suburbio podría describirse como de apartamentos con jardín. Bender vivía en el bajo. Con su esposa maltratada y, afortunadamente, sin hijos.

Una especie de bazar al aire libre, por llamarlo de alguna manera, ofrecía sus mercancías a poca distancia. El bazar estaba formado por dos coches, un viejo Cadillac y un Oldsmobile nuevo. Los dueños los habían aparcado en la acera y vendían bolsos, camisetas, DVD y Dios sabe qué más, expuestos en los maleteros. Unas cuantas personas deambulaban a su alrededor.

Rebusqué en el bolso y encontré el cilindro de tamaño mini del spray de pimienta. Lo agité para asegurarme de que estuviera en buenas condiciones y me lo guardé en el bolsillo del pantalón para tenerlo a mano. Saqué un par de esposas de la guantera y me las coloqué por la parte trasera de los vaqueros, bajo la pretina del pantalón. Muy bien; ya estaba equipada como una auténtica cazarrecompensas. Me acerqué a la puerta de Bender, inspiré profundamente y llamé.

La puerta se abrió y Bender me miró a la cara.

– ¿Qué?

– ¿Andy Bender?

Se inclinó hacia mí entornando los ojos.

– ¿La conozco de algo?

No pierdas el tiempo, me dije mientras buscaba las esposas a mi espalda. Muévete rápido y cógele por sorpresa.

– Stephanie Plum -dije sacando las esposas y cerrándole una alrededor de la muñeca izquierda-. Agente de fianzas. Tenemos que ir a la comisaría y que le den una nueva fecha para el juicio.

Le puse una mano en el hombro y le hice girar para ponerle la otra esposa en la muñeca derecha.

– Eh, espera un momento -dijo él, dando un tirón-. ¿Qué coño es esto? No voy a ir a ningún sitio.

Hizo un movimiento para alejarse de mí, perdió el equilibrio, se escoró hacia un lado y se dio contra una mesa auxiliar. Una lámpara y un cenicero se estrellaron contra el suelo. Bender los miró pasmado.

– Me has roto la lámpara -dijo, con la cara enrojecida y los ojos achinados-. No me hace ninguna gracia que me hayas roto la lámpara.

– ¡Yo no he roto la lámpara!

– He dicho que la has roto. ¿Eres dura de oído?

Levantó la lámpara del suelo y la tiró contra mí. Yo me aparté y la lámpara pasó por mi lado y fue a dar contra la pared.

Metí rápidamente la mano en el bolsillo, pero Bender me inmovilizó antes de que pudiera hacerme con el spray. Era unos centímetros más alto que yo, delgado y nervudo. No es que fuera especialmente fuerte, pero era peligroso como una serpiente. Y estaba enardecido por el odio y la cerveza. Rodamos por el suelo unos instantes, dándonos patadas y arañazos. Él intentaba hacerme daño y yo intentaba librarme de él, pero ninguno de los dos estábamos teniendo mucho éxito.

La habitación era un batiburrillo de cosas, con montones de periódicos, platos sucios y latas de cerveza vacías. Nos golpeábamos contra sillas y mesas, tirando platos y latas al suelo y rodando luego por encima de ellos. Una lámpara de pie cayó al suelo, seguida de una caja de pizza.

Logré escapar de su abrazo y ponerme en pie. Él se lanzó tras de mí, blandiendo un cuchillo de cocina. Supongo que debía de estar entre el montón de basura que cubría el suelo de la sala. Solté un grito y me di la vuelta. No tenía tiempo de sacar el spray de pimienta.

Se movía con una rapidez sorprendente, teniendo en cuenta que llevaba una cogorza de cuidado. Salí corriendo a la calle. Y él me siguió pisándome los talones. Dejé de correr cuando He gamos al mercadillo de objetos robados y puse el Cadillac entre Bender y yo, mientras recuperaba el aliento.

Uno de los vendedores se me acercó.

– Tengo unas camisetas muy bonitas -me dijo-. Exactamente iguales que las que venden en Gap. Y las tengo en todas las tallas.

– No me interesa -dije.

– Las llevo a muy buen precio.

Bender y yo bailábamos alrededor del coche. Primero se movía él y luego me movía yo, luego se movía él, y luego me movía yo. Mientras, intentaba sacar el spray de pimienta del bolsillo. El problema era que los pantalones eran demasiado ajustados, el spray estaba en el fondo del bolsillo y las manos me sudaban y me temblaban.

Había un sujeto sentado en el capó del Oldsmobile.

– Andy -gritó-, ¿por qué persigues a esa chica con un cuchillo?

– Porque me ha fastidiado el almuerzo. Yo estaba tan tranquilo comiendo mi pizza y viene ella y me la destroza entera.

– Ya lo veo -dijo el tipo del Oldsmobile-. Tiene pizza por todas partes. Parece que se ha revolcado en ella.

Había otro fulano sentado en el Oldsmobile.

– Pervertida -dijo éste.

– Chicos, ¿por qué no me echáis una mano? -pedí-. Haced que tire el cuchillo. Llamad a la policía. ¡Haced algo!

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