Bosch entró en la sala, se sentó frente a Powers y le mostró dos hojas de papel.
– Vale, Powers. Vengo a informarte de la situación.
– Ahórrate saliva, gilipollas. Sólo pienso hablar con mi abogado.
– Bueno, para eso he venido. ¿Por qué no te calmas y hablamos del tema?
– ¿Que me calme? ¿Me arrestáis, me esposáis como a un maldito delincuente y luego me dejáis aquí durante una hora y media mientras decidís lo mucho que la habéis jodido? ¿Y quieres que me calme? ¿De qué vas, Bosch? No pienso calmarme. ¡Suéltame ya o dame el teléfono de una puta vez!
– Bueno, ése es el problema, ¿no? Decidir si presentar cargos o no. Por eso he venido, Powers. Pensaba que tal vez tú podrías ayudarnos.
Powers no pareció prestar atención, sino que bajó la mirada y miró el centro de la mesa. Sus ojos revelaban que estaba considerando todas las posibilidades.
– Esto es lo que hay - le anunció Bosch - . Si te detengo ahora, tendremos que llamar a un abogado y los dos sabemos que ahí se acabó la historia. Ningún abogado va a permitir que su cliente hable con la policía. Iremos a juicio y tú ya sabes lo que significa eso: suspensión de empleo y sueldo. Tendremos que pedir que no haya fianza y te pasarás nueve o diez semanas en la trena antes de que se arreglen las cosas a tu favor. O no. Mientras tanto, saldrás en la primera plana de todos los periódicos. Entrevistarán a tu madre, a tu padre, a tus vecinos… Bueno, ya sabes de qué va el rollo.
Bosch sacó un cigarrillo y se lo metió en la boca. No lo encendió ni le ofreció uno a Powers porque recordaba que él ya se lo había rechazado en la escena del crimen.
– La alternativa a eso es sentarnos aquí e intentar aclararlo todo - prosiguió - . Ahí tienes dos hojas. Lo bueno de tratar con un policía es que no tengo que explicártelo. La primera es una hoja de derechos; ya sabes lo que es. Firmas conforme comprendes tus derechos y luego eliges. O hablas conmigo o llamas a tu abogado después de que presentemos los cargos. La segunda hoja es la renuncia a representación legal.
Powers contempló en silencio las hojas mientras Bosch ponía un bolígrafo encima de la mesa.
– Te quitaré las esposas en cuanto estés listo para firmar - le prometió - . Como ves, lo malo de tratar con un policía es que no te puedo colar un farol. Ya conoces el asunto. Sabes que si firmas f la renuncia y hablas conmigo, o bien saldrás de ésta o te meterás hasta el cuello…: Puedo darte más tiempo si quieres pensártelo.
– No necesito más tiempo - replicó - . Sácame las esposas.
Bosch se levantó y se colocó detrás de Powers.
– ¿Eres zurdo?
– No.
Apenas había espacio entre la espalda de aquel hombretón y la pared. Con la mayoría de sospechosos era una posición peligrosa, pero Powers era policía y sabía que si intentaba algo, perdería cualquier posibilidad de salir de esa sala y retornar a su vida normal. También era consciente de que alguien los estaría observando desde la sala cuatro, listo para entrar si había violencia. Así pues, Bosch le quitó la esposa de la mano derecha y la cerró en torno a una de las barras metálicas de la silla.
Powers firmó las dos hojas rápidamente. Bosch intentó no dejar traslucir su alegría al ver que el policía cometía semejante error. Se limitó a guardarse el bolígrafo en el bolsillo.
– Pon el brazo a la espalda.
– Venga, Bosch. Trátame como un ser humano. Si vamos a hablar, hablemos.
– Pon el brazo a la espalda.
Powers obedeció y soltó un suspiro de frustración. Bosch lo esposó de nuevo al respaldo de la silla y regresó a su asiento. Se aclaró la garganta mientras repasaba mentalmente los últimos detalles del caso. En aquel momento su misión era clara; tenía que hacer que Powers creyera que podía ganar, que podía salir de allí. Si lo creía, tal vez comenzaría a hablar. Y si comenzaba a hablar, Bosch pensaba que podía ganar la batalla.
– Vale - comenzó Bosch - . Te lo voy a poner fácil. Si logras convencerme de que nos hemos equivocado, saldrás de aquí antes de que amanezca.
– Eso es todo lo que quiero.
– Bueno, sabemos que tienes una relación con Verónica Aliso anterior a la muerte de su marido. Y también sabemos que lo seguiste a Las Vegas en un mínimo de dos ocasiones antes del asesinato.
Powers mantuvo los ojos fijos en la mesa, pero Bosch era capaz de leerlos como si fueran las agujas de un polígrafo. Al mencionar Las Vegas, Harry detectó un pequeño temblor en las pupilas de Powers.
– No hay duda - insistió Bosch - . Tenemos el registro del Mirage. Ahí fuiste torpe, Powers. Gracias a esa prueba podemos relacionarte con Tony Aliso en Las Vegas.
– Bueno, me gusta ir a Las Vegas. ¿Qué pasa? ¿Tony Aliso también estaba? Vaya, qué casualidad. Por lo que dicen, iba allí muy a menudo. ¿Qué más tenéis?
– Tenemos tu huella, la huella dactilar dentro del coche. Y el pasado domingo recargaste el Pepper Spray, pero no cumplimentaste un informe de empleo de fuerza para explicar por qué lo usaste.
– Se me disparó sin querer. No hice un informe de empleo de fuerza porque no la hubo. No tenéis nada. ¿Mis huellas? Claro que las tenéis, pero yo abrí el coche, gilipollas. Yo encontré el cadáver, ¿recuerdas? Esto es un chiste, tío. Creo que más me vale llamar a mi abogado y arriesgarme. Ningún fiscal va a haceros caso con esta mierda.
Bosch hizo caso omiso de sus provocaciones.
– Por último, tenemos tu pequeña expedición de esta noche. Tu explicación es absurda, Powers. Bajaste a buscar la bolsa de Aliso porque sabías que estaba allí y pensabas que había algo que tú y la viuda no habíais visto: medio millón de dólares. La única duda es si ella te avisó por teléfono o si tú estabas en la casa cuando pasamos a verla esta mañana.
Bosch se fijó en que las pupilas de Powers volvían a temblar, aunque sólo por un instante.
– Ya te he dicho que quiero a mi abogado.
– Supongo que eras el chico de los recados, ¿no? Verónica te envió a buscar el dinero mientras ella esperaba en la mansión.
Powers lanzó una carcajada forzada.
– Eso me ha gustado: «chico de los recados». Lástima que casi no conozca a esa señora, pero lo has intentado. Muy bueno, Bosch. Tú también me gustas, pero voy a decirte una cosa. - Powers se reclinó sobre la mesa y bajó la voz - . Si alguna vez te encuentro a solas por la calle, te voy a partir la cara.
Powers se incorporó y asintió. Bosch sonrió.
– ¿Sabes qué? Hasta ahora no estaba seguro, pero ahora sí. Lo hiciste tú, Powers. Tú eres el asesino. Y olvídate de la calle, porque no vas a volver a ver la luz del día. Así que dime, ¿de quién fue la idea? ¿Quién sacó el tema primero: tú o ella?
Powers bajó la mirada y sacudió la cabeza.
– Déjame ver si lo adivino - prosiguió Bosch - . Supongo que tú subiste a la mansión y viste todo lo que tenían, el dinero, los coches… Quizás habías oído hablar de Tony y empezaste por ahí… Estoy seguro de que fue idea tuya, Powers. Aunque tengo el presentimiento de que ella sabía que se te ocurriría. Es una tía lista; esperó a que se te ocurriera… - Bosch hizo una pausa - . ¿Y sabes qué? No tenemos ninguna prueba contra ella. Nada. La tía te manipuló perfectamente, hasta el final. Ella no irá a la cárcel mientras que tú - Bosch señaló a Powers con el dedo - vas a pagar por todo. ¿Es eso lo que quieres?
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