Powers se reclinó sobre la silla con una sonrisa de desconcierto.
– No lo entiendes, ¿verdad? - dijo Powers - . El chico de los recados eres tú. El problema es que no tienes nada que repartir. Con lo que me has dicho no puedes colgarme lo de Aliso. Yo encontré el cuerpo, tío, y abrí la puerta del maletero. Si visteis una huella, la dejé entonces. El resto es un montón de mierda que no significa nada. Si te presentas ante un fiscal con eso, se van a reír en tu cara. Así que tráeme el teléfono, chico de los recados. Anda, date prisa.
– Todavía no, Powers. Todavía no.
Bosch estaba sentado en su puesto de Homicidios con la cabeza sobre la mesa. Junto a un codo tenía una taza vacía de café y, al borde de la mesa, un cigarrillo que se había consumido por completo, dejando una nueva cicatriz en la vieja madera. Estaba solo. Eran casi las seis y un tímido rayo de sol comenzaba a asomar por las ventanas de la oficina, que estaban orientadas al norte. Harry había pasado más de cuatro horas con Powers, pero no había avanzado ni un ápice. Ni siquiera había hecho mella en su talante tranquilo. Estaba claro que el corpulento policía había ganado los primeros asaltos del combate.
Sin embargo, Bosch no dormía. Simplemente estaba descansando y esperando. Seguía concentrado en Powers. A Harry no le cabía ninguna duda; estaba seguro de que tenía al asesino esposado a esa silla. Las pocas pruebas que había conseguido apuntaban claramente al agente, pero lo que le convencía era su propia experiencia con criminales. Bosch estaba convencido de que un hombre inocente se habría asustado. Un hombre inocente no habría adoptado la actitud arrogante de Powers ni lo habría provocado de esa manera. Sólo restaba romper ese caparazón de arrogancia. Bosch estaba cansado, pero seguía animado a continuar. Lo único que le preocupaba era el tiempo; tenía el reloj en contra. Billets volvería al cabo de tres horas.
Bosch metió la colilla y las cenizas en la taza vacía y lo arrojó todo a la papelera que había debajo de la mesa. A continuación se puso en pie, encendió otro cigarrillo y dio un paseo por entre las mesas de la oficina de detectives. Quería despejarse un poco para estar listo para el siguiente asalto.
Bosch pensó en localizar a Edgar por el busca y preguntarle si él y Rider habían encontrado algo útil, pero decidió no hacerlo. Sabía que no podía perder tiempo. Además, de haber encontrado algo, ellos ya le habrían llamado.
De pie al fondo de la oficina y con estos pensamientos flotando en su cabeza, los ojos de Harry se posaron en la mesa de Delitos Sexuales. Al cabo de unos segundos se dio cuenta de que estaba mirando una Polaroid de la niña que había venido a la comisaría con su madre para denunciar que la habían violado. La foto era la primera de una pila que alguien había adjuntado a los informes sobre el caso. La detective Mary Cantu lo había dejado encima de todos sus papeles para mirárselo el lunes. Sin prestar atención, Bosch sacó la pila de fotos y comenzó a mirarlas. La niña había sido duramente maltratada. Para Bosch, los morados que había captado la cámara de Mary Cantu eran un testimonio deprimente de todo lo peor de aquella ciudad. A él siempre le había parecido más fácil tratar con víctimas muertas. Las vivas le afectaban profundamente porque nunca podían ser consoladas del todo. Siempre se quedaban con la pregunta de por qué.
A veces Bosch pensaba que Los Ángeles era un enorme desagüe donde iban a parar todas las miserias humanas. Era un lugar donde la gente buena parecía estar en minoría en comparación con la mala: los psicópatas, los tramposos, los violadores y los asesinos. Era un lugar que engendraba a alguien como Powers fácilmente. Demasiado fácilmente.
Bosch volvió a poner las fotos en su sitio, avergonzado por su voyeurismo desconsiderado del dolor de aquella niña. Luego volvió a su mesa y llamó a su casa. Hacía más de veinticuatro horas que no había pasado por allí y esperaba que Eleanor Wish contestara - había dejado la llave debajo del felpudo - o que hubiera un mensaje de ella. Después de que sonara tres veces, oyó su propia voz en el contestador diciéndole que dejara un mensaje. Bosch marcó su código para consultar sus mensajes y la máquina le dijo que no había ninguno.
Harry se quedó un rato pensando en Eleanor, con el auricular todavía en la oreja. De pronto oyó su voz.
– Harry, ¿eres tú?
– ¿Eleanor?
– Estoy aquí.
– ¿Por qué no contestabas?
– Porque pensaba que era para ti.
– ¿Cuándo has llegado?
– Ayer por la noche. Te estaba esperando. Gracias por dejar la llave.
– De nada… Eleanor, ¿dónde has estado?
– En Las Vegas. Necesitaba mi coche… cerrar mi cuenta corriente, cosas así. ¿Dónde has estado tú toda la noche?
– Trabajando. Tenemos un nuevo sospechoso en la comisaría. ¿Pasaste por tu apartamento?
– No, no tenía por qué. Sólo hice lo que tenía que hacer y volví.
– Perdona por despertarte.
– No importa. Estaba preocupada por ti, pero no quería llamarte por si estabas liado con algo.
Bosch quería preguntarle qué iba a pasar entre ellos, pero estaba tan feliz de que ella estuviera en su casa que no se atrevió a estropearlo.
– No sé cuándo volveré a casa - dijo.
Bosch oyó abrirse y cerrarse las puertas del pasillo y unos pasos que se acercaban a la oficina de detectives.
– ¿Tienes que colgar? - preguntó Eleanor.
– Em…
Edgar y Rider entraron en la oficina. Rider llevaba una bolsa de pruebas de color marrón con algo muy pesado dentro. Edgar acarreaba una caja de cartón en la que alguien había escrito la palabra «Navidad» con rotulador grueso. Sonreía de oreja a oreja.
– Sí - contestó Bosch - . Tengo que colgar.
– Vale. Hasta luego.
– ¿Estarás ahí?
– Aquí estaré.
– Vale, Eleanor. En cuanto pueda iré para allá.
Bosch colgó y miró a sus dos compañeros. Edgar seguía sonriendo.
– Te hemos traído tu regaló de Navidad, Harry - anunció Edgar - . Tenemos a Powers en esta caja.
– ¿Son las botas?
– No, no había botas; es aún mejor que las botas.
– Enséñamelo.
Edgar levantó la tapa de la caja y sacó un sobre de color marrón. Luego inclinó la caja para que Harry pudiera ver el interior. Bosch silbó, asombrado.
– Feliz Navidad - dijo Edgar.
– ¿Lo has contado? - preguntó Bosch, todavía hipnotizado por los fajos de billetes.
– Cada fajó lleva un número - explicó Rider - . Si los sumas hay un total de cuatrocientos ochenta mil dólares. O sea que está todo.
– No es un mal regaló, ¿eh, Harry? - comentó Edgar con entusiasmo.
– No. ¿Dónde estaba?
– En un altillo - contestó Edgar - . Uno de los últimos sitios donde miramos. Vi la caja en cuanto asomé la cabeza.
Bosch asintió.
– Vale. ¿Qué más?
– Encontramos esto debajo del colchón.
Edgar extrajo unas fotos del sobre marrón. Eran copias de diez por quince, cada una con la fecha impresa digitalmente en la esquina inferior izquierda. Bosch las puso sobre la mesa y las examinó con cuidado, cogiéndolas por las esquinas. Esperaba que Edgar también las hubiera tratado del mismo modo.
La primera foto era de Tony Alisó entrando en un coche, aparcado delante del Mirage. La segunda también era de la víctima caminando hacia la entrada del Dolly's. A continuación había una serie de fotos de Tony hablando con el hombre que Alisó conoció como Luke Goshen. Ésas estaban tomadas desde lejos y de noche, pero en la entrada del club había tantos rótulos de neón que estaba muy iluminada. Se veía claramente que eran Alisó y Goshen.
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