– He oído que hasta ahora nunca había trabajado en Homicidios - comentó Bosch.
– Es cierto. Mi único trabajo como detective fue investigando delitos sexuales en la comisaría del valle de San Fernando.
– Bueno, por si le sirve de algo, yo habría asignado las cosas igual que usted.
– Pero te ha molestado que lo hiciera yo, ¿no?
Bosch reflexionó un segundo.
– Lo superaré.
– Gracias.
– De nada. Ah, lo de la huella de Powers… Seguramente se lo habría dicho, pero no me parecía que esta reunión fuera el mejor momento. Yo ya le eché la bronca por forzar el coche y él me contestó que si nos hubiera esperado, el coche seguiría allí. Aunque es un gilipollas, tiene parte de razón.
– Ya.
– ¿Le molesta que no se lo haya dicho?
Billets reflexionó un segundo.
– Lo superaré.
Bosch se quedó dormido unos minutos después de sentarse en el avión de la compañía Southwest que cubría el puente aéreo de Burbank a Las Vegas. Durmió profundamente, sin soñar, hasta que lo despertó la sacudida del aterrizaje. Mientras el aparato se deslizaba lentamente por la pista, Bosch salió poco a poco de su letargo y se sintió revitalizado por aquella hora de descanso.
Fuera de la terminal, el sol estaba en su punto más alto y la temperatura rondaba los cuarenta grados centígrados. De camino al aparcamiento, donde le esperaba un coche de alquiler, Bosch notó que el calor le privaba de sus recién recuperadas energías. Lo primero que hizo en cuanto encontró el automóvil fue poner el aire acondicionado al máximo. Acto seguido se dirigió hacia el Mirage.
A Bosch nunca le había gustado aquella ciudad, aunque su trabajo lo obligaba a ir con frecuencia. Las Vegas tenía un rasgo en común con Los Ángeles; ambos lugares eran el refugio de gente desesperada. Las Vegas era incluso peor, porque allí acababan los que huían de Los Ángeles. Bajo una fina capa de brillo, dinero, energía y sexo, latía un corazón oscuro. Bosch sabía que, por mucho que intentaran vestirla de luces de colores y diversión para toda la familia, Las Vegas seguía siendo una puta.
Si había un sitio que podía cambiar su opinión sobre la ciudad, éste era el Mirage. El hotel simbolizaba la nueva Las Vegas; era limpio, elegante, opulento, legal. Bajo la luz del sol, las ventanas del altísimo edificio resplandecían con un fulgor dorado. Dentro tampoco se habían escatimado gastos; en el vestíbulo Bosch se quedó fascinado ante la grandiosa jaula de cristal en la que se paseaban unos tigres blancos que ya quisieran para sí los mejores zoológicos del mundo. Mientras esperaba en la cola para registrarse, Harry contempló el enorme acuario situado tras la mesa de recepción. Al otro lado del vidrio, varios tiburones se desplazaban tan perezosamente como los tigres.
Cuando le llegó el turno a Bosch, el recepcionista vio una nota en su reserva e hizo una llamada. En seguida apareció el jefe de seguridad del turno de día, que se presentó como Hank Meyer y le aseguró a Harry que podía contar con la completa colaboración del hotel y el casino.
– Tony Aliso era un cliente muy apreciado - explicó Meyer - . Queremos hacer todo lo posible para ayudar, aunque dudo mucho que su muerte guarde alguna relación con su estancia aquí. Nuestro establecimiento es el más limpio del desierto.
– Ya lo sé - le tranquilizó Bosch - . Y también sé que no quieren manchar su reputación. No espero encontrar nada en el Mirage, pero tengo que dar todos los pasos. ¿De acuerdo?
– De acuerdo.
– ¿Lo conocía?
– No, yo llevo en el turno de día desde que empecé hace tres años. Por lo que me han dicho, el señor Aliso jugaba de noche.
Meyer tenía unos treinta años y la nueva imagen que el Mirage, y toda Las Vegas, deseaba proyectar al mundo. El encargado de seguridad explicó que el hotel había precintado la habitación donde se había alojado Aliso para que pudiera ser inspeccionada. A continuación le entregó la llave a Bosch y le pidió que la devolviera en cuanto hubiese terminado. Meyer agregó que los crupieres y los corredores de apuestas que trabajaban en el turno de noche estaban a su disposición. Dada la frecuencia de sus visitas, todos ellos conocían a Tony Aliso.
– ¿Hay una cámara encima de las mesas de póquer?
– Em… sí.
– Si tienen un vídeo de la noche del jueves al viernes, me gustaría verlo.
– ¿Cómo no?
Bosch quedó con Meyer en la oficina de seguridad a las cuatro, hora en que cambiaban los turnos del casino y los crupieres que conocían a Aliso entraban a trabajar. Así también podría echarle un vistazo a la cinta de vigilancia de las mesas de póquer.
Unos minutos más tarde Bosch se hallaba solo, sentado en la cama de su habitación. El cuarto era más pequeño de lo que esperaba pero no podía quejarse; era el más cómodo y bonito que había visto en Las Vegas. Harry cogió el teléfono, se lo puso en el regazo y llamó a la División de Hollywood para averiguar cómo iban las cosas.
– Hola.
– Vaya, el Miguel Ángel del asesinato, el Rodin del homicidio.
– Muy gracioso. ¿Qué tal va todo?
– Bueno, de momento Billets ha ganado la batalla - le informó Edgar - . No ha venido nadie de Robos y Homicidios a quitarnos el caso.
– Muy bien. ¿Y tú? ¿Has encontrado algo?
– Casi me he pulido el papeleo, pero ahora tengo que dejarlo porque el guionista estará al caer. Dice que no necesita abogado.
– Vale, hasta luego. Dile a la teniente que he llamado.
– Muy bien. Por cierto, tenemos otra reunión a las seis. Llama y te pasaremos al altavoz.
– De acuerdo. Hasta entonces, pues.
Bosch se quedó sentado en la cama unos segundos. Deseaba echarse a dormir, pero sabía que no podía. Tenía que seguir con el caso.
Venciendo el cansancio se levantó y deshizo su pequeña bolsa de viaje. Primero colgó en el armario las dos camisas y el par de pantalones que había traído y después colocó su ropa interior y calcetines en el estante. Al acabar salió de la habitación y cogió el ascensor hasta el último piso.
La suite de Aliso estaba al final del pasillo. Bosch abrió la puerta con la tarjeta electrónica que le había dado Meyer y entró en una habitación el doble de grande que la suya, con dormitorio, sala de estar y hasta un jacuzzi de forma ovalada junto a una ventana que ofrecía una vista espléndida del desierto y la cadena montañosa de suave color cacao al noroeste de la ciudad. Justo debajo se veía la piscina y la otra gran atracción del hotel: un acuario con delfines. Bosch distinguió uno bajo el agua resplandeciente. El pobre parecía tan fuera de lugar en aquella piscina como él en aquella suite.
– Delfines en el desierto - comentó en voz alta.
La habitación era un derroche de lujo, por lo que debía de estar reservada a jugadores de elite. Cuando Bosch miró a su alrededor, le pareció que todo estaba en su sitio y que acababan de pasar la aspiradora. Eso significaba que, de haber habido alguna prueba, ya habría desaparecido. De todos modos, decidió llevar a cabo una inspección de rutina. Primero buscó debajo de la cama y después examinó los cajones de la cómoda. Detrás del mueble encontró una caja de cerillas de un restaurante mexicano llamado La Fuentes, aunque resultaba imposible determinar cuánto tiempo llevaba allí.
El cuarto de baño era todo de mármol rosado con grifería dorada. Bosch echó un vistazo, pero no vio nada de interés. A continuación abrió la mampara de la ducha y miró dentro, pero tampoco detectó nada. Sin embargo, cuando estaba a punto de cerrarla, se percató de que había algo en el desagüe: una pequeña partícula dorada que se había quedado adherida a él. Harry la recogió con el dedo y supuso que coincidiría con las motitas doradas que habían encontrado en las vueltas de los pantalones de Aliso. Ya sólo le faltaba averiguar qué era y de dónde venía.
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