Anne Perry - Los anarquistas de Long Spoon Lane

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Los anarquistas de Long Spoon Lane: краткое содержание, описание и аннотация

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En el verano de 1893 una explosión hace arder varios edificios. Thomas Pitt participa en la persecución de varios hombres que se refugian en una casa de Long Spoon Lane. Tras un intercambio de disparos la policía entra en el lugar y se encuentra con que uno de los anarquistas tiene un tiro en la cabeza, sus compañeros culpan a la policía y se trata de un miembro de la aristocracia.
Para resolver el caso, Pitt se verá obligado a aliarse con un viejo enemigo y ex miembro del Círculo Interior, Sir Charles Voisey.

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– ¿Has dicho a casa de Voisey? En marcha. No podrá dispararnos a los tres y a los criados.

Pitt avanzó a grandes zancadas hasta la calle principal, con Tellman al lado, e hizo señas al primer coche de caballos que pasó. Dio al cochero la dirección de Voisey, le pidió que fuese tan rápido como pudiera y montaron de un salto.

– ¡Es una cuestión de vida o muerte! -aseguró Tellman con voz tan alta que otros cocheros se volvieron para prestarle atención, aunque con incredulidad.

El coche avanzó en medio del tráfico. Ni Pitt ni Tellman hablaban. Ambos intentaban mantener el pánico a raya y no pensar en lo que podía salir mal: que Voisey venciera y se vengara de todos ellos.

Tampoco debían dejarse llevar por el entusiasmo. Aún no estaban a salvo. Detendrían a Wetron por intentar asesinar a Voisey, la prueba de la culpabilidad de Wetron estaría allí; la tendría Voisey. El mecanismo de la corrupción dejaría de funcionar y el proyecto de ley fracasaría. Sin embargo, Voisey seguiría vivo… con todo lo que ello conllevaba.

El coche rodó por la calle medio vacía y, al girar en la esquina, Pitt y Tellman estuvieron a punto de chocar entre sí, pero continuaron en silencio. El vehículo volvió a acelerar.

Pareció transcurrir una eternidad hasta que por fin se detuvo. Pitt entregó un puñado de monedas al cochero: lo que calculó que costaba aproximadamente la carrera y una generosa propina. Tellman y él corrieron por la acera y subieron a toda velocidad los escalones de la entrada de la casa de Voisey. Pitt aporreó la puerta.

El mayordomo abrió con expresión de desagrado.

– Diga, señor, ¿en qué puedo ayudarlo? -Su tono mostraba qué opinión le merecía la gente ruidosa y vulgar, cualesquiera que fuesen las circunstancias.

– ¡Tengo que ver inmediatamente a sir Charles! -respondió Pitt y tomó aliento-. Su vida corre peligro.

– Lo lamento, señor, pero sir Charles se ha trasladado a laCámara de los Comunes. Suele ir allí aesta hora.

– Hace cuarenta minutos estaba en casa -intervino Tellman, como si su protesta tuviese la menor importancia.

– No, señor -declaró el mayordomo con firmeza-. Sir Charles partió hace más de una hora.

– El inspector Wetron dijo que… -insistió Tellman y elevó el tono de voz.

– Señor, lo siento mucho, pero está equivocado -aseguró el mayordomo.

La posibilidad de una conspiración alarmó a Pitt hasta que se dio cuenta de que había una respuesta evidente.

– No estaba en casa -declaró en voz alta-. Wetron nos ha engañado a propósito. Tenemos que ir a la Cámara delos Comunes.

– ¡En la Cámara no podrá hacer nada! -dijoTellman con incredulidad.

– Por supuesto que sí, en un despacho privado.

Pitt bajó los escalones y tuvo tiempo de gritar al cochero, que había dado unos minutos de descanso al caballo y disfrutaba del espectáculo que tenía lugar en la entrada de la casa. Estaba a punto de alejarse cuando oyó la voz de Pitt y se detuvo.

– ¡A la Cámara de los Comunes! -ordenóPitt.

– Supongo que también tendré que ir lo más rápido que pueda, ¿no? -inquirió el cochero-. ¿Acaso ustedes nunca se desplazan a velocidad normal, como el resto de los mortales? ¿Es otro caso de vida o muerte?

– ¡Sí! ¡Dese prisa! Si el caballo está agotado, alcance a otro coche y cambiaremos de vehículo -respondió Pitt.

El cochero le dirigió una mirada de profundo desprecio, arrancó y no tardaron en ganar velocidad.

– ¡Llegaremos demasiado tarde! -se lamentó Tellman con los dientes apretados-. ¡El muy cabrón ya habrá disparado!

Pitt no contestó. Temía que Tellman estuviese en lo cierto.

Fue otra interminable carrera en medio de la congestión del tráfico. La impaciencia y la sensación de fracaso no consiguieron acortarla ni evitaron que ambos sintieran que estaban ante lo inevitable.

Por fin llegaron ala Cámara de losComunes. Pitt pagó con casi todo el dinero que le quedaba, pidió alcochero que lo gastase en el caballo y corrió para alcanzar aTellman, que ya se había adelantado una veintena demetros.

En cuanto se identificaron los dejaron pasar y los acompañaron hasta el despacho de Voisey. Al girar al final del largo pasillo se dieron cuenta de que era demasiado tarde. Un corro de personas muy serias obstruía el paso. Hablaban en voz baja, tenían el cuerpo en tensión y los rostros pálidos y afligidos.

– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Pitt, que se detuvo al llegar junto a los congregados, pese a que temía que ya lo sabía.

– Es terrible -respondió uno de los secretarios. Era un joven pálido que iba bien vestido. Llevaba un fajo de papeles y los agitaba, por lo que las hojas producían un sonido suave-. Ha sido realmente espantoso.

– ¿Qué ha ocurrido? -repitió Pitt en tono apremiante. -¡Vaya! ¿No se ha enterado? Han disparado a sir Charles Voisey. El inspector de policía está aquí. Es el jefe de Bow Street. ¡Han disparado a un parlamentario enla Cámara de losComunes! ¿Adónde iremos a parar?

Pitt se abrió paso a codazos hasta que llegó a la puerta y se encontró a un metro de Wetron, que estaba blanco como el papel y parecía compungido. En el mismo instante en el que sus miradas se cruzaron Pitt vio el brillo del triunfo y supo que lo habían derrotado.

Wetron no dejaba ver absolutamente nada. Para los presentes solo era un hombre asustado y afectado por un terrible suceso.

– Vaya, comisario Pitt -musitó, como si Pitt todavía ostentara su antiguo cargo-. Me alegro de que haya venido. Ha sido terrible. Me temo que las pruebas son irrefutables. Ha sido trágico. Quería interrogar a sir Charles, con la esperanza de que me diese alguna explicación, pero no tenía nada que decir. El sentimiento de culpa lo dominó. Me atacó con un abrecartas. No tuve elección. -Daba la impresión de que le costaba pronunciar esas palabras y de que estaba triste, pero en su mirada se veía la victoria y el sabor intenso y dulce del poder. Para los que se encontraban a su lado esa expresión podía significar cualquier cosa, pero para Pitt su sentido estaba claro como el agua.

– Inspector Wetron, ¿a qué pruebas se refiere? -preguntó Pitt inocentemente, como si no tuviese ni la más remota idea. La expresión de Wetron no se alteró.

– De corrupción, señor Pitt, de corrupción a todos los niveles, no solo por parte de agentes de policía en servicio. Lamento profundamente tener que reconocerlo, pero sir Charles estaba confabulado con el comisario Simbister, de Cannon Street. Por si eso fuera poco, parece absolutamente evidente que también estaba relacionado con los anarquistas que cometieron el horroroso atentado en Scarborough Street. Está indiscutiblemente ligado a la dinamita empleada. Ojalá no fuese así. -No sonrió porque había demasiados testigos, pero el sentimiento de triunfo encendió su mirada.

Pitt tenía que aceptar la derrota, amarga como la hiel; no encontró munición con la que devolver el golpe. Carecía de sentido preguntar si Voisey había reconocido su culpabilidad. Wetron diría que había admitido su culpa aunque Pitt supiera que no era cierto.

– Informaré al señor Narraway -masculló Pitt-. Las pruebas de la culpabilidad de los terroristas de Scarborough Street serán bienvenidas.

Se preguntó si Wetron delataría a sus cómplices, a los hombres que habían acatado sus órdenes. Era lo más probable. Si no tenían idea ni pruebas acerca de dónde procedían las órdenes, no tenía nada que perder y tal vez ganaría mucho. La posibilidad de que Wetron se alzase también con esos laureles lo enfureció; le pareció muy injusto y se lamentó de su impotencia, pero no había nada que hacer.

– Comprendo -coincidió Wetron en tono ligeramente condescendiente-. Se las pasaré en cuanto mis hombres las hayan analizado. Es evidente que, ante todo, debemos resolver la muerte de sir Charles.

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