Anne Perry - Los anarquistas de Long Spoon Lane

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Los anarquistas de Long Spoon Lane: краткое содержание, описание и аннотация

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En el verano de 1893 una explosión hace arder varios edificios. Thomas Pitt participa en la persecución de varios hombres que se refugian en una casa de Long Spoon Lane. Tras un intercambio de disparos la policía entra en el lugar y se encuentra con que uno de los anarquistas tiene un tiro en la cabeza, sus compañeros culpan a la policía y se trata de un miembro de la aristocracia.
Para resolver el caso, Pitt se verá obligado a aliarse con un viejo enemigo y ex miembro del Círculo Interior, Sir Charles Voisey.

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Este levantó la cabeza. Era un hombre de aspecto corriente, con entradas. Era de estatura y corpulencia medias y sus facciones eran vulgares hasta que se reparaba en la rígida brillantez de sus ojos y la línea inflexible que formaban sus delgados labios.

– Ah… Tellman. -Se echó ligeramente hacia atrás en la silla. Su escritorio estaba impecable y ordenado-. No estaba informado de que en nuestro distrito había un problema de falsificación. Por lo que sabía, solo circula algún que otro billete, pero, generalmente tan mal hecho que no engaña a nadie.

Tellman se puso tenso y se ruborizó.

– Señor, no creo que tengamos ese problema. Le agradecería que lo dejáramos correr.

– Desde Cannon Street me han informado de que ayer procedió a una detención en su terreno y que trasladó al hombre a esta comisaría. ¿Es así?

– Sí, señor. Tenía motivos para suponer que el billete había salido de nuestro distrito, por lo que el delito nos correspondía.

Hasta cierto punto era verdad. Debía tener muchísimo cuidado con lo que le decía a Wetron. Desconocía qué le había contado Stubbs.

– ¿Se refiere al billete de cinco libras? -Wetron enarcó ligeramente las cejas y con el tono dejó claro lo poco que importaba.

A Tellman le molestó, pero no podía permitir que se notase.

Una ligera mueca de diversión apareció en el gélido rostro de Wetron y continuó en silencio.

De repente, Tellman supo que Wetron aguardaba a que se disculpase y se retirara lo antes posible; daba la impresión de que estaba asustado o se sentía culpable. La cólera aumentaba en el interior de Tellman, que se repitió que debía ser muy cuidadoso. Cada palabra, cada matiz, incluso su manera de permanecer de pie o su expresión serían recordados. No estaba dispuesto a retroceder.

– Señor, en su momento pensé que dicha falsificación podía ser muy importante -explicó y se irguió ligeramente para cuadrarse ante el escritorio de Wetron-. Los anarquistas necesitan dinero. Hizo falta bastante dinamita para volar la casa del sargento Grover y las contiguas.

Experimentó una profunda satisfacción al ver un fugaz instante de incertidumbre en la mirada de su superior, como si lo hubiera pillado con la guardia baja. Pero enseguida se esfumó.

– Sí, no cabe duda -coincidió Wetron-. No sabía que este asunto le interesaba tanto. Claro que en su caso es bastante lógico. Sospecho que todavía sigue siendo leal a Pitt. -Dejó en el aire la ambigüedad de sus palabras-. Está a cargo de la investigación del atentado con bomba, ¿verdad?

Con gran alivio, como un corredor que recupera el aliento, Tellman recordó que esa información había aparecido en los periódicos.

– Sí, señor, es lo que dice la prensa, pero lo que me preocupa es que el sargento Grover es de los nuestros.

– ¡No sabía que lo conocía!

– Y no lo conozco, pero si esta vez le ha tocado a él, la próxima podría ocurrirme a mí. -Respiró hondo-. A no ser que haya algo acerca de Grover que desconozco.

La expresión impasible de Wetron no reveló nada. Sus manos continuaron inmóviles sobre el escritorio.

– ¿Cree que el sargento Grover es la víctima a la que apuntaron los anarquistas?

– Señor, no tengo ni la más remota idea, pero tampoco estoy dispuesto a correr riesgos. Podría ser una coincidencia que dinamitasen la casa de un policía, pero el señor Grover conoce a muchas personas de esa zona y quizá ha ofendido a algunas porque las ha puesto entre rejas y ha reducido los beneficios de sus negocios. Tal vez esas personas falsificaron un poco de dinero para los anarquistas y comentaron que les harían un favor si colocaban la dinamita en determinada calle, ¿no le parece?

Tellman quedó satisfecho con esa explicación porque tenía sentido.

Wetron lo miró fijamente.

– Sargento, ¿es lo que piensa el señor Pitt?

– No lo sé, señor. -Aunque no lo pareciese, acababa de decir la verdad-. Supongo que está más interesado en atraparlos que en saber si realmente querían colocar la bomba en casa del señor Grover.

Wetron sonrió y mostró sus dientes pequeños y regulares.

– Su querido señor Pitt no es muy rápido, ¿verdad? -preguntó en un tono burlón casi imperceptible-. Los anarquistas no necesitan ayuda para recaudar fondos. Hasta yo lo sé; basta estar atento a lo que se dice. ¡Parece que, pese a sus esfuerzos, el detective Pitt es incapaz de averiguarlo! Y por lo visto usted tampoco lo ha deducido.

La ira incendió las mejillas de Tellman; notó el calor y se imaginó que Wetron se daría cuenta. Por instinto habría defendido a Pitt antes que a sí mismo. Tal vez en eso consistía la provocación de Wetron. Si no saltaba, su jefe sabría que se mostraba deliberadamente cauteloso. ¿Qué esperaba? ¿Un farol? ¿Un doble farol?

Wetron se mantuvo expectante y no dejó de observarlo. Tellman debía reaccionar, ya que cualquier tardanza revelaría su ansiedad y lo haría aparecer deshonesto.

– Quizá sí -coincidió-. Tal vez tras dejar de formar parte del cuerpo ya no se entera de lo que ocurre. Por lo visto, tampoco se lo dijimos.

– Yo no estaría tan seguro. -Wetron no dejó de sonreír-. Supongo que tiene sus propios contactos e informadores, ¿no le parece, sargento?

Tellman notó que a causa de la tensión su voz sonaba ronca y parecía impostada. Sin embargo, no carraspeó.

– Veamos, señor, si usted sabe lo de los anarquistas y el señor Pitt no, hay que pensar que sus informadores no son muy competentes -razonó Tellman.

– Desde luego que hay que pensarlo. Debe de consultar a aquellos en los que sus superiores y los compañeros de sus superiores no confían.

Por fin había aparecido la advertencia indirecta. Tellman podría contárselo a Pitt y ser uno de ellos o abstenerse de decírselo y volverse indigno de su confianza.

Wetron parecía muy satisfecho. Tellman tuvo la impresión de que podía olerla.

– Ha sido muy insensato por su parte -prosiguió Wetron-. Un policía que recorre las calles y no cuenta con la lealtad de los hombres en los que confía se encuentra en una posición muy peligrosa. En Londres hay muchísimos lugares en los que esa situación podría costarle la vida.

Tellman se acordó de cuando estaba en el callejón con Grover y Stubbs. ¿Wetron lo sabía… se lo había dicho alguno de ellos? Solo la llegada accidental de Leggy lo había librado de quedar a merced de Stubbs, estuviera donde estuviese su lealtad.

– Así es, señor -confirmó-. ¿Debemos hacer un favor a la BrigadaEspecial e informarles del modo en que losanarquistas obtienen dinero? Sería conveniente y útil queestuvieran en deuda con nosotros.

– ¿Cree que algún día nos lo devolverán? -preguntó Wetron, sorprendido.

Tellman se sintió ridículo. Pitt lo haría, pero Victor Narraway era otra historia.

Wetron pareció pensárselo.

– Podríamos cambiarlo por otra cosa -comentó, reflexivo-. Si dentro de tres o cuatro días siguen dando palos de ciego los tantearé.

– A Tellman no se le ocurrió una respuesta ni se atrevió a discutir. Wetron se repantigó en el sillón y, como si apenas le interesara, preguntó-: ¿Están investigando a la familia de Magnus Landsborough?

Tellman se sobresaltó.

– Señor, no tengo ni la menor idea.

Wetron volvió a sonreír.

– Deberían buscar por ese lado. Su primo, Piers Denoon, es la persona por la que habría que empezar. Cabe la posibilidad de que, algún día, Pitt lo deduzca.

Miró a Tellman, con los ojos encendidos e inflexibles, como si pudiese leer su mente.

Tellman sabía exactamente qué hacía su jefe, que se divertía mucho con el dilema de su subordinado. ¿Tellman se lo repetiría a Pitt y se traicionaría a sí mismo o guardaría silencio y traicionaría a Pitt? La amenaza del fracaso recaería en Pitt aún más de lo que lo había hecho enla Brigada Especial, yaque la mitad de Londres se quejaba de que solo habían cogido a dosanarquistas y ni siquiera podían dar los nombres de los demás, porno hablar de capturarlos.

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