Se detuvo. Sejer casi podía ver las imágenes como sombras en el iris del otro, conforme iban pasando.
– No fue fácil sonsacarles nada. Se abrazaron el uno al otro sin decir palabra, pero tras muchos tentativas, Halvor nos contó que su padre había estado bebiendo desde por la mañana y que había ido acumulando una rabia enloquecida. Hablaba incoherentemente, y devastó parte de la planta baja. Los chicos habían pasado la mayor parte del día fuera, pero al llegar la noche tuvieron que entrar porque hacía mucho frío. De repente se despertó y vio a su padre inclinado sobre la cama con un gran cuchillo de pan en la mano. Apuñaló a Halvor una vez, y entonces fue como si recapacitara. Salió apresuradamente, y Halvor oyó cerrarse la puerta. Luego oyeron la puerta de la leñera. Tenían una de esas leñeras antiguas en el jardín. Transcurrió algo de tiempo, y luego sonó un tiro. Halvor no se atrevió a bajar a mirar, sino que se deslizó sigilosamente a la sala de estar para llamarme. Intuía de qué se trataba. Dijo que tenía miedo de que a su padre le hubiera sucedido algo. Protección de Menores estuvo durante años intentando llevarse a esos chicos de su casa, y Halvor siempre se resistía. Pero aquella noche no protestó.
– ¿Cómo reaccionó?
El jefe de policía se levantó y dio unos pasos por la habitación. Vacilaba un poco y parecía intranquilo. Sejer no tenía intención de llenar la pausa.
– No resultaba fácil saber lo que sentía. Halvor era muy reservado. Pero para decir la verdad, no creo que fuera aflicción. Más bien daba la impresión de sentirse aliviado, tal vez porque podría por fin empezar una nueva vida. La muerte del padre fue un punto crucial. Tuvo que ser realmente un alivio. Esos chicos estaban siempre aterrados, y nunca tuvieron lo que necesitaban.
Volvió a callar. Seguía de espaldas, esperando algún comentario. Al fin y al cabo, el inspector jefe había acudido allí en busca de ayuda. Pero nada ocurrió. Se quedó quieto, como si estuviera meditando sobre algo, por fin se volvió:
– Y mucho más tarde empezamos a pensar… -dijo volviendo a su sitio-. El padre estaba en el saco de dormir. Se había quitado la chaqueta y las botas, e incluso se había puesto el jersey debajo de la cabeza. Quiero decir que se había preparado para pasar la noche, no… -añadió tomando aire-, para morir. De modo que más tarde se nos ocurrió que tal vez alguien le hubiera ayudado a pasar a la eternidad.
Sejer cerró los ojos. Se frotó enérgicamente un punto de la ceja y notó escamas de piel esparcirse delante de su ojo.
– ¿Quieres decir Halvor?
– Sí -dijo el hombre apenado-, me refiero a Halvor. Pudo haber seguido a su padre fuera, ver que estaba dormido y luego pudo haberle puesto el rifle en la mano dentro del saco y disparar.
Esta información produjo escalofríos a Sejer.
– ¿Qué hicisteis entonces?
– Nada -el jefe de la policía rural hizo un gesto de impotencia con las manos-. No hicimos absolutamente nada. Además, tampoco encontramos nada que pudiera relacionarle con el caso, nada en concreto. Excepto el hecho de que su padre se hallara más o menos en coma debido a la borrachera, y de que se hubiera acomodado para pasar la noche, quitándose las botas y haciéndose una almohada con el jersey. La herida era la típica herida del suicida. Disparo a bocajarro con orificio de entrada por debajo de la barbilla y salida por la parte alta del cráneo. Calibre dieciséis. Ninguna otra huella en el rifle. Ninguna huella sospechosa de pies fuera de la leñera. Nosotros tuvimos, al contrario que vosotros, una elección. Pero puede que tú lo llames de otra manera: ¿negligencia en el servicio? ¿Falta grave?
– Yo podría inventar cosas peores que ésa -dijo Sejer de repente sonriendo-, si quisiera. ¿Pero hablasteis con él?
– Lo trajimos para interrogatorios rutinarios, al fin y al cabo se trataba de un incidente con disparos. Pero no llegamos a ninguna conclusión. Su hermano tenía sólo seis años, no entendía aún el reloj y no podía ni afirmar ni desmentir la hora de los hechos. La madre estaba atiborrada de Valium y ningún vecino había oído el disparo. La familia vivía bastante apartada del mundo, en una casa horrible que originalmente había sido una tienda de ultramarinos, una casa gris con una alta escalera de piedra, y una sola ventana junto a la puerta.
Se limpió debajo de la nariz aunque no había nada que limpiar.
– Pero muchas cosas hablaban en contra, afortunadamente.
– ¿Cómo qué?
– Si realmente fue Halvor el que pegó el tiro, tendría que haberse puesto boca abajo junto a su padre, con el rifle a lo largo del pecho y la culata justo debajo de la barbilla, a juzgar por el ángulo del tiro. ¿Sería capaz de pensar con tanta claridad un muchacho de quince años, con una mejilla partida en dos por un cuchillo?
– No es del todo impensable. Después de convivir año tras año con un psicópata, se aprenderán, estoy seguro, algunos trucos. Halvor es espabilado.
– ¿Eran novios él y la chica de Holland?
– Más o menos -contestó Sejer-. Tu hipótesis no me agrada, pero tendré que considerarla.
– ¿Y tendrás que hacerla pública?
– Estaría bien que me dieras copia de las actas del caso, aunque sería imposible probar algo después de tanto tiempo. Creo que no tienes nada que temer. Yo también he prestado servicios en zonas rurales y sé lo que es. Uno establece enseguida ataduras con la gente.
El policía rural miró con gesto triste por la ventana.
– Y ahora seguro que he perjudicado a Halvor contándote esto. Él se merece algo mejor. Es el chico más atento y considerado que he conocido jamás. Cuidó de su madre y de su hermano durante toda su vida, y he oído que ahora vive con la vieja señora Muntz y se ocupa de ella.
– Así es.
– Y cuando por fin consigue una novia, tiene que acabar así. ¿Cómo está? ¿Consigue salir a flote?
– Sí. Tal vez no espere más de la vida que constantes catástrofes.
– Si mató a su padre -dijo el policía rural mirando a Sejer a los ojos-, fue en defensa propia. Salvó al resto de la familia. Era él o ellos. Me cuesta mucho creer que fuera capaz de matar por otras razones. Por lo tanto, no es del todo justo usar esto en su contra. Además, este episodio nunca se ha aclarado del todo. Yo he solucionado el problema a posteriori declarándolo inocente. Dejemos que la duda hable en su favor -se llevó una mano a la boca-. La pobre Lilly no sabía lo que hacía al darle el sí a Torkel Muntz. Mi padre fue jefe de policía de este lugar antes que yo. Siempre había problemas con Torkel. Era un pendenciero, pero un hombre guapísimo. Y Lilly era hermosa. Tal vez hubieran llegado a ser algo en la vida por separado. Pero, ¿sabes?, hay ciertas combinaciones que no funcionan. ¿Verdad?
Sejer asintió.
– Hoy tenemos una reunión en la sección, y tendremos que evaluar la posibilidad de acusarle. Me temo…
– ¿Qué?
– Me temo que no consiga que el equipo esté de acuerdo en dejarle en libertad. No después de esto.
Holthemann hojeó el informe y los miró severamente, como si quisiera provocar los resultados mediante la fuerza de su mirada. El jefe de la sección era un hombre al que uno no atribuiría ninguna perspicacia o posición si uno, por ejemplo, coincidía con él en la cola de la caja en el hipermercado. Era seco y gris como hierba marchita, con una calva brillante y sudorosa y una mirada velada cortada en dos, detrás de dos lentes bifocales.
– ¿Y qué pasa con ese tipo raro del camino de la colina? -preguntó-. ¿Lo habéis investigado a fondo?
– ¿A Raymond Låke?
– El anorak que cubría el cadáver le pertenecía. Y Karlsen dice que están corriendo ciertos rumores.
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