Otra alternativa era que uno de ellos esperara en el jardín, pero si Cartucho o Lena decían algo, haría falta más de un testigo. Cruzó corriendo la extensión de césped y se reunió con Narraway junto a la puerta de la antecocina.
Narraway miró con cautela por la ventana.
– No hay nadie dentro -dijo-, empujando la puerta. Era una habitación pequeña y ordenada llena de cestos de verduras, cubos de basura, un saco de patatas y varias cazuelas y sartenes, así como el habitual fregadero y un barreño bajo para lavar la ropa.
Subieron el escalón para entrar en la cocina, pero siguieron sin ver a nadie. Lena debía de haber oído al intruso y había ido al salón. Pitt y Narraway recorrieron de puntillas el pasillo y se detuvieron a escasa distancia de la puerta, que estaba entreabierta. Llegaban voces de dentro. La primera era de hombre, profunda y melodiosa, con un ligero matiz agudo de la emoción. Aun así, su dicción era perfecta.
– Sé que hay otros papeles, señorita Forrest. No trate de engañarme.
Entonces la voz de Lena respondió, sorprendida y ligeramente nerviosa.
– La policía ya se ha llevado todo lo relacionado con sus citas. Aquí ya no queda nada, aparte de las facturas de la casa y los balances de cuentas, y solo las que llegaron la semana pasada. Los abogados tienen todas las antiguas. Forma parte del legado de la señorita.
Esta vez en la voz del hombre se percibía miedo y cólera.
– Si cree que puede dedicarse a lo que la señorita Lamont hacía, y chantajearme, está totalmente equivocada, señorita Forrest. No voy a permitirlo. No pienso hacer nada más bajo coacción, ¿me oye? Ni una sola palabra más, escrita o hablada.
Hubo un momento de silencio. Narraway estaba enfrente de Pitt, impidiéndole ver a través de la rendija que había entre la puerta y la jamba. Tenía el ojo a la altura de la parte superior del gozne.
– ¡Ella le hacía chantaje! -exclamó Lena con una tremenda indignación-. Le asusta tanto la idea de que ella supiera quién era usted que prefiere llevarse sus papeles para bien o para mal a dejar que se descubra su identidad.
– ¡Eso ya no importa, señorita Forrest! -Había una nota frenética en la voz del hombre, como si por un momento hubiera perdido el control.
Pitt se puso rígido. ¿Corría peligro la mujer? Tal vez Cartucho había asesinado a Maude Lamont por ese chantaje, y si Lena le presionaba demasiado, volvería a matar en cuanto supiera dónde estaban los papeles. Y ella no podía decírselo porque no existían.
– Entonces ¿por qué está aquí? -preguntó Lena-. ¡Ha venido por algo!
– Solo he venido a por las notas en las que aparece escrito quién soy -replicó él-. Está muerta. Ya no puede decir nada más, y será mi palabra contra la suya. -Su tono de voz revelaba una mayor confianza-. Está muy claro a quién de los dos creerán, de modo que no se engañe y trate de hacerme chantaje usted también. Deme los papeles y no volveré a molestarla.
– No me está molestando -señaló ella-. Y no he hecho chantaje a nadie en toda mi vida.
– ¡Menudo sofisma! -se burló él-. Usted la ayudaba. No sé si hay alguna diferencia legal, pero moralmente no la hay.
– ¡Yo la creía! -Se percibía verdadera indignación en su voz; temblaba con algo parecido a la cólera-. ¡Llevaba cinco años trabajando en esta casa cuando me enteré de que era una impostora! -Se atragantó al emitir un sollozo y se quedó sin aliento. Bajó tanto la voz que Pitt se inclinó hacia delante para oírla-. Y no fue hasta después de que otra persona le obligara a hacer chantaje a ciertas personas cuando me enteré de sus trucos… con los polvos de magnesio en los cables de las bombillas… y esa mesa. Nunca los había utilizado antes… que yo sepa.
De nuevo se hizo el silencio. Esta vez fue él quien habló con urgencia, ahogado por la emoción.
– ¿No eran todo… trucos? -El grito le salió de las entrañas, lleno de desesperación.
Ella debió de notarlo porque vaciló.
Pitt oía la respiración de Narraway y sintió la tensión que le atenazaba mientras permanecían de pie casi tocándose.
– Hay poderes auténticos -dijo Lena muy débilmente-. Yo misma los descubrí.
Una vez más se quedaron en silencio, como si él no pudiera soportar escuchar aquello.
– ¿Cómo? -dijo por fin-. ¿Cómo iba a saberlo usted? ¡Me dijo que utilizaba trucos! Que los descubrió. ¡No me mienta! Lo vi en su cara. ¡Se quedó destrozada! -Era casi una acusación, como si de alguna manera fuera culpa suya-. ¿Por qué? ¿Por qué le importa tanto?
La voz de ella sonaba casi irreconocible, aunque no podía ser de nadie más.
– Porque mi hermana tuvo un hijo fuera del matrimonio. Murió, y como era ilegítimo no lo bautizaron… -Se esforzaba por respirar, oprimida por el dolor-. De modo que no lo enterraron en terreno sagrado. Entonces ella acudió a una médium… para saber qué le había ocurrido después… después de la muerte. La médium también era una impostora. Fue más de lo que ella pudo soportar y se suicidó.
– Lo siento -dijo él con suavidad-. El niño al menos era inocente. No habría perjudicado a nadie… -Se interrumpió, sabiendo que era demasiado tarde y que de todos modos se trataba de una mentira. Las normas de la Iglesia sobre la ilegitimidad y el suicidio no eran de su competencia, pero en su voz se advertía compasión y desdén hacia las personas que con tanta crueldad las dictaban. Era evidente que no veía a ningún Dios en ellas.
Narraway se volvió y miró a Pitt.
Pitt asintió.
Se oyó un murmullo procedente de la habitación.
Narraway se volvió de nuevo.
– ¡Usted no estaba aquí la noche que la mataron! -dijo el hombre-. Yo mismo vi cómo se marchaba.
Lena resopló.
– ¡Vio la lámpara y el abrigo! -replicó ella-. ¿Cree que no he aprendido nada en las semanas que he trabajado aquí después de averiguar que ella era una impostora? Me he dedicado a observar y escuchar. No es difícil si tienes cuerdas.
– ¡Oí cómo colgaba otra vez la lámpara fuera de la puerta principal al salir a la calle! -Pronunció aquellas palabras como una acusación.
– Un puñado de piedras que tiré -dijo ella con sorna-. Dejé en el suelo otra lámpara en una cuerda. Luego salí… para ver a una amiga que no tenía reloj. La policía lo comprobó, como me había imaginado.
– ¿Y la mató… después de que nos marcháramos todos? ¡Y dejó que nos echaran a nosotros la culpa! -Volvía a estar furioso, y asustado.
Ella lo notó.
– Aún no han culpado a nadie.
– ¡Me culparán a mí cuando encuentren esos papeles! -Su voz sonó estridente; la compasión había desaparecido.
– ¡Bueno, pues yo no sé dónde están! -replicó ella-. ¿Por qué… por qué no se lo preguntamos a la señorita Lamont?
~ ¿Qué;
– ¡Pregúnteselo a ella! -repitió Lena-. ¿No quería saber si hay vida después de la muerte, o si esto es el final? ¿No vino aquí para eso? ¡Si hay alguien capaz de volver para decírnoslo, es ella!
– ¿Ah, sí? -La voz de él estaba preñada de sarcasmo, y sin embargo, no pudo ocultar un atisbo de esperanza-. ¿Y cómo vamos a hacerlo?
– ¡Ya se lo he dicho! -Esta vez ella también fue brusca-. Tengo poderes.
– ¿Quiere decir que aprendió alguno de los trucos de la señorita Lamont? -Las palabras estaban llenas de desdén.
– ¡Sí, por supuesto que lo hice! -exclamó ella con mordacidad-. Ya se lo he dicho. Desde que Nell murió no he dejado de buscar. No me dejo engañar tan fácilmente. También había parte de verdad antes de que empezaran los chantajes. Es posible invocar a los espíritus en las circunstancias apropiadas. Corra las cortinas y se lo mostraré.
Se hizo el silencio.
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