– Siéntese, por favor -sugirió Pitt-, y él y Tellman también lo hicieron-. Señorita Forrest -empezó. Ella estaba muy atenta-. Puesto que la puerta principal estaba cerrada con llave, la puerta vidriera que da al jardín -le lanzó una mirada- estaba cerrada pero no con llave, y la única manera de salir del jardín era por la puerta que da a Cosmo Place, que estaba cerrada pero sin atrancar, es inevitable llegar a la conclusión de que a la señorita Lamont la asesinó una de las personas que estuvieron en la casa durante la sesión de espiritismo. La única alternativa es que los tres estuvieran confabulados, y no parece muy probable.
Ella asintió en silencio. En su rostro no se advertía ninguna señal de sorpresa. Seguramente ella ya había llegado a esa conclusión.
Había tenido una semana para pensar en ello, y aquel asunto debía de haber desplazado casi todos los pensamientos de su cabeza.
– ¿Se le ha ocurrido alguna razón por la que alguien podría haber querido hacer daño a la señorita Lamont?
Ella vaciló con una expresión dubitativa. Saltaba a la vista que la embargaba una fuerte emoción.
– Por favor, señorita Forrest -dijo Pitt en tono apremiante-. Era una mujer que tenía oportunidad de descubrir algunos de los secretos más íntimos y delicados de la vida de sus clientes, cosas de las que podrían haberse sentido terriblemente avergonzados, pecados del pasado, tragedias demasiado dolorosas para ser olvidadas. -Vio la instantánea compasión que asomó a su cara, como si su imaginación alcanzara a aquella gente y viera el horror de sus recuerdos con todos sus horribles detalles. Tal vez había trabajado para otras señoras que habían padecido profundas congojas: muertes de hijos, matrimonios desdichados, aventuras sentimentales que las atormentaban… La gente no siempre se daba cuenta de lo bien que conocía una criada a su señora, de lo mucho que sabía en ocasiones sobre su vida más íntima. Algunas señoras tal vez preferían verlas como confidentes silenciosas; otras tal vez se horrorizarían solo con pensar que otra persona pudiera presenciar sus momentos de mayor privacidad y llegara a saber tantas cosas. Del mismo modo que ningún hombre era un héroe para su ayuda de cámara, ninguna mujer era un misterio para su criada.
– Sí -murmuró Lena-. Nadie tiene secretos para una buena médium, y ella era muy buena.
Pitt la miró, tratando de descifrar su cara, su mirada, intentando descubrir si sabía más de lo que sugerían sus escuetas palabras. A Maude Lamont le habría resultado difícil ocultar a su criada la existencia de un cómplice, tanto para amañar sus manifestaciones como para obtener información personal acerca de futuros clientes. La presencia de un amante también se habría revelado tarde o temprano, aunque solo fuera en la actitud de Maude. ¿Se guardaba esos secretos Lena Forrest por lealtad a la muerta, o por instinto de supervivencia, porque, si los sacaba a la luz, quién iba a contratarla entonces en el futuro para ejercer un empleo tan delicado? Y ella debía tenerlo en cuenta. Maude Lamont ya no estaba allí para dar buenas referencias de ella en lo relativo a su carácter o sus cualidades. Lena venía de una casa donde se había cometido un asesinato. Sus perspectivas eran, si no desesperadas, al menos muy poco halagüeñas.
– ¿Recibía visitas con regularidad, al margen de las sesiones de espiritismo? -preguntó Tellman-. Estamos buscando a las personas que le daban información sobre la gente a la que ella luego decía… las cosas que quería oír.
Lena bajó la vista, aparentemente avergonzada.
– No hace falta saber mucho. La gente se delata sola. Y a ella se le daba muy bien interpretar las caras, comprender lo que no decían. Adivinaba cosas con mucha rapidez. No sabe las veces que yo pensaba algo y ella sabía qué era antes de que se lo dijera.
– Hemos buscado agendas por toda la casa -dijo Tellman a Pitt-. No hemos encontrado nada aparte de listas de clientes. Debía de memorizarlo todo.
– ¿Qué pensaba usted de sus facultades, señorita Forrest? -preguntó Pitt de pronto-. ¿Cree en la capacidad de ponerse en contacto con los espíritus de los muertos? -La observó con atención. Ella había negado que hubiera ayudado a Maude Lamont, pero sin duda había recibido alguna ayuda, y allí no había nadie más.
Lena inspiró hondo y exhaló el aire en un suspiro.
– No lo sé. Como mi madre y mi hermana han muerto, me gustaría creer que están en alguna parte donde pudiera volver a hablar con ellas. -Su rostro se ensombreció, dominado por una emoción tan profunda que a duras penas podía controlarla. Era más que evidente que seguía sintiendo un gran vacío, y Pitt lamentó tener que avivar el dolor, y más delante de otras personas. Era un tema que requería privacidad.
– ¿Ha visto usted alguna manifestación? -preguntó. La respuesta al asesinato de Maude Lamont se escondía, al menos en parte, en aquella casa, y tenía que encontrarla, tanto si afectaba a Voisey o a las elecciones como si tenía otro tipo de implicaciones. No podía dejar que el asesinato quedara impune, independientemente de la víctima y el motivo.
– Eso creía -dijo ella vacilante-. Hace mucho tiempo. Pero cuando quieres algo desesperadamente, como hacía esa gente… -miró de reojo las sillas donde los clientes de Maude se habían sentado en las sesiones de espiritismo- tal vez lo veas de todos modos, ¿no?
– Sí, es posible -coincidió él-. Pero a usted no le interesaban los espíritus con los que esa gente quería ponerse en contacto. Piense en todo lo que oyó, todo lo que sabía que la señorita Lamont era capaz de inventar. Hemos oído hablar a otros clientes de voces, música, pero la levitación parece haber ocurrido solo aquí.
Ella parecía desconcertada.
– Elevarse en el aire -explicó Pitt, y vio un repentino destello de comprensión en su mirada-. Tellman, eche otro vistazo a la mesa -ordenó. Se volvió hacia Lena Forrest-. ¿Recuerda haber visto algo distinto la mañana siguiente a una sesión: alguna cosa fuera de lugar, un olor característico, polvos, cualquier cosa?
La mujer guardó silencio tanto tiempo que él se preguntó si se estaba concentrando en algo o sencillamente no tenía intención de responder.
Tellman estaba sentado en la silla que solía ocupar Maude. Lena tenía la vista clavada en él.
– ¿Movió alguna vez la mesa? -preguntó Pitt de pronto.
– No. Está clavada al suelo -respondió Tellman-. He tratado de moverla antes.
Pitt se levantó.
– ¿Y la silla? -Mientras lo decía se acercó a ella, y Tellman se puso de pie y la levantó. Con gran sorpresa, vio que había cuatro leves hendiduras en las tablas del suelo donde habían estado apoyadas las patas. Seguramente ni siquiera el uso continuado podría haberlas hecho. Se acercó a una de las otras sillas y la levantó. No había hendiduras. Alzó la vista rápidamente hacia Lena Forrest y advirtió en su cara que sabía algo.
– ¿Dónde está la palanca? -preguntó en tono grave-. Está en una situación muy precaria, señorita Forrest. No ponga en peligro su futuro mintiendo a la policía. -Detestaba las amenazas, pero no podía perder tiempo tratando de levantar el suelo de madera para encontrar el mecanismo, y necesitaba saber hasta qué punto estaba involucrada ella. Podía ser crucial más adelante.
Lena Forrest se levantó lívida y rodeó la silla. Se inclinó y tocó el centro de una de las flores talladas en el borde de la mesa.
– Apriétela -ordenó él.
La mujer le obedeció, y por un instante no pasó nada.
– ¡Vuelva a apretarla! -repitió él.
Ella se quedó totalmente inmóvil.
Poco a poco la silla empezó a levantarse, y al bajar la vista, Pitt vio que también se levantaban las tablas del suelo, pero solo las que soportaban las cuatro patas. Las demás permanecieron en su sitio. No se oyó ningún ruido. Cuando estuvieron unos veinte centímetros por encima de la otra parte del suelo, se detuvieron.
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