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Anne Perry: Una visita navideña a Romney Marshes

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Anne Perry Una visita navideña a Romney Marshes

Una visita navideña a Romney Marshes: краткое содержание, описание и аннотация

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Mariah Ellison, la irritable abuela de la serie del inspector Pitt, se ve forzada a pasar la Navidad en Romney Marshes con los Fielding. Pero pasar la Navidad con ellos es algo muy diferente a lo que está acostumbrada. Cuando llega una prima de la familia, Maude Barrington, la abuela ya se ve al límite de su aguante. Maude le parece una persona poco fina, algo rara… y fascinante, aunque se ocupa bien de no decírselo a nadie y manifestar en público un ligero desdén. Pero cuando aparece muerta, la abuela, intentando descubrir lo que ocurrió, deberá enfrentarse a revelaciones sorprendentes sobre su propio pasado. Una visita navideña en Romney Marshes tiene la combinación perfecta de misterio y crimen en la ambigua sociedad victoriana, sin olvidar una ración generosa de alegría navideña.

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– Sí, señora. Saint Mary the Virgin.

– ¿Qué más? ¿Hay asociaciones, fiestas? ¿La gente organiza veladas musicales o charlas? ¿Organiza… lo que sea?

La chica parecía aturdida.

– No lo sé, señora. Se lo preguntaré a la cocinera. -Y antes de que Mariah pudiera excusarla, se dio media vuelta y salió huyendo.

– ¡Idiota! -murmuró bajito la vieja dama.

¿Dónde demonios estaba Caroline? ¿Cuánto tiempo iba a pasear con aquel viento huracanado? Estaba enamorada de Joshua y se comportaba como una chiquilla. Era ridículo.

No volvieron hasta al cabo de una hora y media, alegres, despeinados por el viento y cargados de noticias sobre toda clase de eventos que parecían provincianos y terriblemente aburridos. Un anciano caballero daría una conferencia sobre mariposas en la sala parroquial. Una dama soltera pretendía relatar sus viajes por una desconocida región de Escocia, o peor que eso, una región que había sido conocida y olvidada, sin duda por numerosas y buenas razones.

– ¿Alguien juega a cartas? -indagó Mariah-. ¿Que no sea al burro o la mona?

– No tengo ni idea -respondió Caroline acercándose al fuego-. Como yo no juego, no lo he preguntado nunca.

– Se requiere inteligencia y concentración -le dijo en tono cáustico su suegra.

– Y mucho tiempo libre -añadió Caroline-. Y nada mejor en que ocuparlo.

– Siempre es mejor que chismorrear sobre los vecinos -replicó Mariah-. ¡O regodearte de las desgracias ajenas!

Caroline la fulminó con la mirada, y le costó no perder los estribos, esfuerzo que no se le escapó a la vieja dama.

– Comeremos a la una -anunció-. Si le apetece dar un paseo, hace un día ventoso pero muy agradable. Y mañana podría llover.

– Claro que podría llover mañana -dijo Mariah con acritud-. En un clima como este, no es un comentario muy perspicaz. ¡Podría llover cualquier día del año!

Caroline no intentó disimular su irritación ni el esfuerzo que le costaba no replicarle. El hecho de que le costase tanto reportaba a la vieja dama una pequeña y perversa satisfacción. ¡Bien! ¡Al menos su nuera aún guardaba cierta apariencia de sentido del deber! ¡Al fin y al cabo, había sido la esposa de Edward Ellison durante la mayor parte de su vida adulta! ¡Le debía algo a Mariah Ellison!

– Tal vez dé un paseo esta tarde -dijo-. Esa doncella mencionó algo sobre una iglesia, me parece.

– Saint Mary the Virgin -le explicó Caroline-. Sí, es muy bonita. De origen normando. Este suelo es muy blando, así que la torre está apuntalada por unos enormes contrafuertes.

– Estamos en un pantano -dijo Mariah dando un bufido-. Se debe de estar hundiendo todo. ¡Es un milagro que no estemos hundidos hasta las rodillas en el barro, o algo peor!

Y así pasó la mayor parte de los dos interminables días siguientes. Pasear por el jardín era deprimente; casi todo había muerto, los árboles estaban negros sin hojas, y parecían gotear sin cesar. Era demasiado tarde incluso para las últimas rosas, y demasiado pronto para las primeras campanillas de invierno.

No había nada que valiera la pena hacer, nadie con quien hablar o a quien visitar. Y quienes acudían a visitarlos eran insoportablemente aburridos. No tenían nada de que hablar salvo de gente a la que Mariah no conocía; ni ganas. Nunca habían estado en Londres y no sabían nada sobre la moda, la buena sociedad o los acontecimientos importantes que estaban sucediendo en el mundo.

Fue entonces, a media tarde del segundo día, cuando llegó una carta para Joshua. La abrió mientras tomaban el té en el salón. El fuego rugía al subir por la chimenea, la lluvia golpeaba en la ventana en la oscuridad, mientras densas nubes oscurecían la débil luz invernal. En una bandeja de plata había una tetera con té caliente, panecillos tostados con mantequilla fundida dentro, bañados por un sirope dorado. La cocinera había preparado un pastel de Madeira particularmente sabroso y pastas de té acompañadas de mantequilla, mermelada de frambuesas y una crema tan espesa que se podía comer con tenedor.

– Es una carta de tía Bedelia -dijo Joshua mirando a Caroline con el ceño fruncido-. Dice que tía Maude ha regresado sin avisar de Oriente Medio, y esperaba que la invitaran a pasar la Navidad. Pero es imposible porque tienen otro invitado muy importante al que no pueden echar para hacerle sitio a ella.

– ¡Pero es Navidad! -dijo Caroline consternada-. ¿Seguro que no pueden hacerle un hueco? No pueden rechazarla de ese modo. Maude es un miembro de su familia. ¿Tan pequeña es la casa? Tal vez un vecino pueda acogerla, pues solo sería una noche.

El rostro de Joshua se tensó. Parecía preocupado y un poco azorado.

– No, su casa es grande, al menos tiene cinco o seis dormitorios.

– Si tienen tanto espacio, entonces ¿cuál es el problema? -preguntó Caroline con cierto nerviosismo en la voz, como si temiera la respuesta.

Joshua bajó los ojos.

– No lo sé. La llamo tía Bedelia, pero en realidad es la prima de mi madre y no la conozco demasiado, ni a su hermana Agnes. En cuanto a Maude, se fue de Inglaterra cuando yo nací.

– ¿Se fue de Inglaterra? -Caroline estaba asombrada-. ¿Quieres decir para siempre?

– Sí, eso creo.

– ¿Por qué?

Joshua se ruborizó y puso cara de tristeza.

– No lo sé. Nadie quiere hablar de ello.

– Por lo que parece, simplemente no quieren recibirla -dijo Mariah con franqueza-. Como excusa es muy mala. ¿Y qué demonios esperan que hagas tú?

Joshua la miró fijamente y sus ojos la hicieron sentir incómoda, aunque no comprendió muy bien por qué. Tenía unos preciosos ojos de color avellana, y muy sinceros.

– No, suegra -respondió, empleando un título para ella que no tenía ningún derecho a usar-. La envían aquí, a nuestra casa.

– ¡Eso es ridículo! -dijo Mariah más fuerte de lo que pretendía-. ¿Y qué demonios vas a hacer tú?

– Acogerla -respondió-. No será difícil. Tenemos dos dormitorios más.

Caroline dudó solo un instante.

– Claro -consintió sonriente-. Aquí tenemos de todo. No será ningún problema.

¡Mariah no podía creerlo! ¡Iban a acoger a aquella desdichada! Como si ser desterrada igual que un mueble de segunda mano no fuera ya bastante malo, ahora tendría que compartir la poca atención o cortesía que recibía con una pobre desgraciada, cuya familia no podía soportarla. Tendrían que satisfacer sus necesidades y sin duda escuchar las interminables y absurdas historias de vaya usted a saber qué lugar sumido en la ignorancia donde había estado. Todo aquello era realmente demasiado.

– Tengo dolor de cabeza -anunció Mariah y se levantó-. Iré a acostarme un rato a mi habitación.

Caminó de manera precaria hacia la puerta, apoyándose pesada y deliberadamente en el bastón, aunque en realidad no le hacía ninguna falta.

– Buena idea -admitió Caroline de manera algo cortante-. La cena se servirá a las ocho.

Mariah no podía decidir de inmediato si llegaría una hora antes o quince minutos después. Tal vez sería mejor antes. Si llegaba tarde, sin duda serían lo bastante groseros para empezar sin ella, y se perdería la sopa.

Maude Barrington llegó a la mañana siguiente, bajó del carruaje que la había llevado hasta allí y caminó con paso ágil hasta la puerta principal, donde la esperaban Joshua y Caroline. Mariah había preferido observar desde la ventana del salón, donde tenía una excelente vista, para no parecer indiscreta, lo cual habría sido muy vulgar, ni simular estar encantada con su llegada y salir a recibirla con los brazos abiertos, lo cual habría sido muy hipócrita. Estaba furiosa.

Maude era una mujer bastante alta y tenía unos hombros cuadrados muy poco favorecedores. Una curva suave habría sido mejor, más femenina. Sus cabellos parecían no ser de ningún color, pero al menos eran abundantes; en aquel momento asomaban por debajo de un sombrero que podía haber estado de moda en otro tiempo, pero ahora era un auténtico desastre. Vestía un traje de viaje que parecía que había recorrido todo el mundo, sobre todo los lugares cálidos y polvorientos, y no tenía forma ni color perceptibles.

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