La inmensidad del paisaje sobrecogió a Jack, que ocasionalmente hacía bocetos de lo que veía como si quisiera absorberlo mejor, un hábito que su padre había arraigado en él. En una semana, los hombres llegaron a Corumbá, una ciudad fronteriza cerca de la frontera boliviana y próxima al lugar donde Fawcett había llevado a cabo sus primeras exploraciones. Este enclave marcaba el final de la línea ferroviaria y el de los confortables alojamientos. Aquella noche los exploradores pernoctaron en un sórdido hotel. «Los servicios son muy primitivos -escribió Jack a su madre-. El [cuarto de baño] y la ducha combinados están tan mugrientos que hay que ir con cuidado de dónde se pisa, pero papá dice que en Cuyaba será mucho peor.» 16
Jack y Raleigh oyeron bullicio en el exterior y vieron, a la luz de la luna, siluetas desfilando de un extremo al otro de la ciudad, cantando y bailando, por la única calle que estaba en buen estado. Era la última noche de Carnaval. Raleigh, a quien le gustaba salir de noche y beber «varios cócteles excelentes», se sumó al jolgorio. «Por cierto, ahora me encanta bailar -había informado con anterioridad a su hermano-. Probablemente me consideres temerario, ¿verdad?, pero aun así supuse que tendría pocas ocasiones para evadirme en los próximos veinte meses más o menos.» 17
El 23 de febrero, Fawcett dijo a Jack y a Raleigh que cargaran el equipamiento a bordo del Iguatemi, un barco pequeño y sucio que estaba atracado en el río Paraguay y que se dirigía a Cuiabá. Raleigh apodó al barco «la pequeña bañera». Estaba ideado para transportar a veinte pasajeros, pero más del doble atestaban ya su cubierta interior. El aire apestaba a sudor y a la madera que ardía en la caldera. No había camarotes privados y para colgar las hamacas tuvieron que abrirse paso a empellones. A medida que el barco se alejaba del muelle, rumbo al norte, Jack aprovechó para practicar el portugués con otros pasajeros, pero no así Raleigh, quien carecía de esa facilidad para las lenguas y de la paciencia necesaria para captar más que faz favor («por favor») y obrigado («gracias»). «Raleigh es un tipo divertido -escribió Jack-. Llama al portugués «ese maldito idioma farfullante» y no hace el menor intento de aprenderlo. En lugar de eso, se pone furioso con todo el mundo porque nadie habla inglés.» 18
Por la noche, la temperatura descendía en picado y los exploradores debían abrigarse para dormir: camisas, pantalones y calcetines. Decidieron no afeitarse y en sus rostros pronto asomó una barba incipiente. Jack opinaba que Raleigh parecía un «maleante desesperado, como los que se ven en los thrillers del cine occidental». 19
Cuando el barco viró hacia el río São Laourenço y después hacia el Cuiabá, los jóvenes empezaron a conocer la amplia gama de insectos amazónicos. «La noche del miércoles llegaron a bordo en nubes -escribió Jack-. ¡El techo del lugar donde comemos y dormimos estaba negro, literalmente negro! Tuvimos que dormir con la cara tapada con la camisa y el cuerpo cubierto con un chubasquero. Las termitas fueron otra plaga. Nos invadieron durante un par de horas, revoloteando alrededor de las luces hasta que se les desprendían las alas, y después caían en el suelo y en la mesa por millones retorciéndose.» 20Raleigh insistió en que los mosquitos eran «casi lo bastante grandes para inmovilizarte». 21
El Iguatemi fue deslizándose por el río, tan despacio que en una ocasión una canoa lo adelantó rápidamente. Los chicos querían hacer ejercicio, pero a bordo no había espacio y lo único que podían hacer era contemplar las interminables ciénagas. «¡Cuyaba nos parecerá el Cielo después de esto!», 22escribió Jack a su madre. Dos días después, añadió: «Papá dice que este es el viaje por río más monótono y tedioso que ha hecho nunca». 23
El 3 de marzo, ocho días después de partir de Corumbá, el Iguatemi llegó a Cuiabá, a la que Raleigh describió como «un agujero olvidado de Dios […]. ¡Es mejor verlo con los ojos cerrados!». 24
Fawcett escribió que habían alcanzado el «punto de partida» para internarse en la selva. Sin embargo, tuvieron que esperar varias semanas a que las lluvias amainaran para «la consecución del gran propósito». 25Aunque Fawcett detestaba esperar y demorarse, no se atrevió a partir antes de que llegara la estación seca, como había hecho en 1920 en compañía de Holt con consecuencias desastrosas. Y aún quedaban cosas por hacer: reunir provisiones y estudiar los mapas a conciencia. Jack y Raleigh intentaron domar sus botas nuevas caminando por el monte aledaño. «Raleigh tiene los pies cubiertos de tiritas Johnson, pero está más alegre que nunca ahora que se aproxima el día de la partida», 26comentó Jack. Llevaban consigo los rifles y practicaban el tiro, disparando a objetos como si fueran jaguares o monos. Fawcett les había aconsejado que ahorrasen munición, pero ambos estaban tan emocionados que gastaron veinte cartuchos solo en el primer intento. «¡[Vaya] ruido infernal!», 27exclamó Jack refiriéndose a los disparos. Raleigh alardeaba de ser un excelente tirador, «aunque esté mal que yo lo diga». 28
Los jóvenes comían más de lo habitual. Jack incluso infringió su dieta vegetariana con pollo y ternera. «Estamos engordando -dijo a su madre- y confío en ganar cinco kilos antes de partir, pues necesitamos carne extra para soportar el hambre en ciertas etapas de la expedición.» 29
Un misionero estadounidense, alojado en Cuiabá, tenía varios ejemplares de Cosmopolitan, la popular revista mensual propiedad de William Randolph Hearst, y Raleigh y Jack se las pidieron a cambio de libros que habían llevado consigo. Cosmopolitan evocaba un mundo que ambos jóvenes conocían y que no volverían a ver al menos durante dos años. Las publicaciones de esa época llevaban anuncios de latas de sopa de tomate Campbell de a doce centavos y de la American Telephone & Telegraph Company («En lugar de hablar a través de un tabique, hay comunicación entre continentes»). Aquello recordó a Raleigh su hogar y se puso «sentimental», según sus propias palabras. Las revistas también contenían varias historias de aventuras apasionantes, entre ellas «La emoción de enfrentarse a la eternidad», en la que el narrador preguntaba: «¿Qué hacer con el miedo? ¿Qué sé del coraje? […] Hasta que realmente se enfrente a una crisis, ningún hombre sabe cómo reaccionará».
Antes que enfrentarse a sus propias reservas de coraje, Jack y Raleigh preferían pensar en lo que harían cuando regresaran de la expedición. Estaban seguros de que el viaje los convertiría en ricos y famosos; sus fantasías seguían siendo más propias de adolescentes que de jóvenes. «Tenemos intención de comprar motocicletas y disfrutar al máximo de unas buenas vacaciones en Devon, visitando a todos nuestros amigos y nuestros sitios preferidos», 30dijo Jack.
Una mañana fueron con Fawcett a comprar animales de carga a un rancho del lugar. Aunque Fawcett se quejó de que el dueño le «estaba timando», compró cuatro caballos y ocho burros. «Los caballos son bastante buenos, pero los burros están muy fracos (débiles)», afirmó Jack en una carta a su familia, alardeando de la última palabra que había aprendido en portugués. Jack y Raleigh pusieron inmediatamente nombre a los animales: una muía obstinada recibió el de Gertrude; otra, con la cabeza con forma de bala, Dumdum, y una tercera, de aspecto triste, acabó llamándose Sorehead («cascarrabias»). Fawcett compró también un par de perros de caza que estaban, según dijo, «encantados con los nombres de Pastor y Chulim». 31
Para entonces, la casi totalidad de los habitantes de la remota capital habían oído hablar de los famosos ingleses. Algunos contaron a Fawcett leyendas de ciudades ocultas. Un hombre dijo que recientemente había llevado a la ciudad a un indígena de la selva que, tras ver las iglesias de Cuiabá, comentó: «Esto no es nada; en mi selva hay edificios mucho más grandes y majestuosos que estos. Tienen puertas y ventanas de piedra. El interior está iluminado por un gran cuadrado de cristal abierto en una columna. Brilla con tanta intensidad que deslumbra a la vista». 32
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