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Stuart Kaminsky: Muerte En Invierno

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Stuart Kaminsky Muerte En Invierno

Muerte En Invierno: краткое содержание, описание и аннотация

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El detective Mac Taylor es un eficaz investigador del C.S.I. convencido de que todo está relacionado y las personas siempre tienen una historia que contar. Él y su compañera, la detective Stella Bonasera, lideran un equipo de expertos en el cambiante e inestable mundo de la ciudad de Nueva York. Estos dotados investigadores, que ven Nueva York bajo una luz única, siguen las pruebas al tiempo que reúnen pistas y eliminan dudas para, finalmente, resolver los casos. El cuerpo de un hombre de mediana edad aparece en el ascensor de un lujoso edificio del Upper East Side. En un primer momento, Mac Taylor y Aiden Burn no encuentran balas, ni restos de ADN, ninguna pista. Podría tratarse del crimen perfecto Mientras tanto, a unas pocas manzanas, Stella Bonasera y Danny Messer investigan el asesinato de una mujer protegida por el programa de testigos. Los agentes de la ley encargados de su seguridad aseguran que la víctima pasó la noche en su dormitorio del hotel y que la encontraron muerta por la mañana. El equipo C.S.I. de Nueva York deberá reunir las pruebas y resolver estos dos sorprendentes crímenes.

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– ¿Y?

– Spanio estaba totalmente dormida debido a las pastillas y al frío cuando echamos la puerta abajo. Me coloqué entre Collier y la cama para que no pudiese ver el cuerpo y asentí con la cabeza hacia el lavabo. Collier obedeció. Saqué el cuchillo del bolsillo y se lo clavé a Alberta en el cuello. Tardé unos cuatro o cinco segundos como mucho. Collier salió del lavabo. Yo había dado un paso atrás para que pudiese ver el cuchillo en el cuello. Vi cómo él iba a la otra habitación para pedir refuerzos.

– ¿Y entonces surgió el primer problema? -dijo Ward.

Taxx asintió.

– Entré en el lavabo. La ventana estaba abierta. Mi primer pensamiento fue: «Estupendo, Collier lo ha visto. Cree que el tipo entró por la ventana y volvió a salir por ella». Fue entonces cuando me di cuenta de que la nieve estaba apilada en el alféizar. Nadie podría haber entrado por la ventana sin tirar la nieve.

– Y ahí es cuando cometiste el error -dijo Ward.

Taxx asintió.

– Tiré la nieve hacia fuera con la manga -dijo-. En lugar de tirarla dentro, en la bañera. Podía oír a Collier al teléfono en la otra habitación. Salí del lavabo antes de que pudiese verme, diciendo que se trataba del escenario de un crimen y que debíamos esperar en la otra habitación a que llegasen los del CSI. No quería que entrase en el lavabo y viese que la nieve había desaparecido.

– ¿Y? -inquirió Ward.

– Ayer fui a un restaurante chino y me encontré con Helen Grandfield -dijo Taxx-. Collier debió de sospechar. Me siguió. Le vi al otro lado de la calle. Podía hablar con mi mujer y descubrir que no me había llamado la noche anterior. Podía echarle un vistazo a las fotografías del escenario del crimen y darse cuenta de que la nieve del alféizar no aparecía.

– Así que se lo comunicó a Helen Grandfield, quien le dijo que se ocuparía de eso -dijo Ward-. Y le pagó el resto del dinero.

– No tengo nada que decir en ese sentido -dijo Taxx.

– Sabía que matarían a Collier -dijo Ward.

Taxx no respondió durante unos segundos y después dijo:

– No quiero pensar en eso.

– ¿Dónde está el dinero que le pagaron?

De nuevo, Taxx no respondió. Además del dinero que había apartado y el que le había entregado Marco, tenía un seguro de vida por valor de un millón de dólares.

– Se lo contaré a Stella -dijo Danny Messer.

Aiden abrió el cajón superior del escritorio de Louisa Cormier.

– Aquí no está -dijo mirando a Mac.

– Alguien debe de haberlo robado -dijo Louisa.

– ¿Tiene caja fuerte? -preguntó Mac.

Louisa se volvió hacia Pease, quien suspiró.

– Puede abrirla su cliente o podemos abrirla nosotros -dijo Mac-. Yo creo que está en esta habitación, pero podemos…

– Ábrala, Louisa -dijo Pease-. Coopere.

Louisa Cormier se acercó a un cuadro de flores rojas de Georgia O’Keefe y lo levantó. Allí estaba la caja fuerte.

Louisa miró a Pease, quien asintió para que la abriese. Ella negó con la cabeza, pero él le urgió a que lo hiciese.

– Podremos lidiar con eso -dijo Pease amablemente-. Actuó usted en legítima defensa.

Louisa abrió la caja fuerte y con una mano enguantada Aiden sacó una Walther calibre 22. En esta ocasión supo que la bala coincidiría.

– Cometieron un error que mi Pat Fantome no habría cometido -dijo Louisa.

– Louisa -le advirtió Pease, pero su clienta no pudo resistirse.

– No comprobaron el número de serie de la pistola que guardaba en mi escritorio cuando vinieron por primera vez -dijo-. Habrían descubierto que no era mi pistola, sino la de Mathew Drietch, pero no encontraron razón para hacerlo. Estuve a punto de conseguirlo.

Louisa alzó la mano derecha y juntó el dedo índice y el pulgar hasta casi tocarse.

– El Pat Fantome de Charles Lutnikov seguramente habría comprobado el número de serie -admitió Mac-. Pero Pat Fantome no es real. Nosotros sí lo somos. Cometemos errores y después asumimos esos errores.

Mac le relató a Louisa Cormier sus derechos.

La puerta de metal se abrió y apareció Anthony Marco vestido con el mono color naranja de la prisión. Miró a Ward y a Mac.

– ¿La chica guapa no ha venido en esta ocasión? -preguntó Marco.

– Está enferma -dijo Mac.

– Le enviaré flores -dijo Marco con una sonrisa.

– ¿Qué sucede? -preguntó el abogado de Marco.

– Los juicios van rápido -dijo Marco-. Hemos conseguido un acuerdo.

– No, qué va -dijo Ward-. No necesitamos su cooperación.

Anthony marco miró a su abogado por encima del hombro y después volvió a centrarse en Mac y en Ward.

– ¿Qué? -preguntó Marco.

– ¿Conoce a Steven Guista?

– No -dijo Anthony sentándose derecho.

– Él sí le conoce -dijo Ward-. Sabe un montón de cosas sobre usted y sobre su hermano y ha sido incluido en el programa de protección de testigos.

– ¿Contra mí? -preguntó Anthony señalándose.

Mac asintió.

– Dicen que mató a un policía y le dio una paliza a otro -dijo Anthony.

– Creía que no le conocía -dijo Ward.

– Mentí.

– El testimonio de Guista es insostenible -dijo el abogado de Anthony-. ¿Qué le han ofrecido para que cometa perjurio?

– Nada -dijo Ward-. No pidió nada. No le ofrecimos nada.

– Yo no tengo nada que ver con el asesinato de Spanio -insistió Anthony-. Eso fue idea de Dario. Vaya a preguntarle si su testimonio es sostenible o no.

– Su hermano ha muerto -dijo Mac.

– No -protestó Anthony.

– Que su abogado haga una llamada -dijo Mac.

– ¿Dario ha muerto? El estúpido hijo de puta muere y me deja… ¿Pueden hacerme esto? ¿Pueden hacerme esto? -le preguntó Anthony a su abogado.

El abogado no respondió.

Epílogo

La tormenta de nieve había remitido, pero no así el cortante frío. Mac se puso en pie, con las manos en los bolsillos, con los pies separados para que el viento no le apartase de la lápida de Claire. La parte superior de la lápida de piedra sobresalía de la nieve y Mac recordó que algunas tumbas sólo tenían simples placas de metal, ahora enterradas bajo sesenta centímetros de nieve.

La máquina quitanieves se acercó cuidadosamente, y el señor Greenberg, que lo había preparado todo para que limpiasen el lugar, estaba allí supervisando, señalando hacia dónde tenía que dirigirse la máquina y cómo había que abrir un sendero a través de la nieve hasta el aparcamiento.

Mac tenía un ramo de flores en la mano, y sentía cómo el viento tiraba de las rosas de varios colores -rojas, rosas, blancas y amarillas- que tanto le había costado encontrar tras la tormenta.

El triste silbido del viento cortaba el pacífico silencio de la mañana. Greenberg, un hombre delgado y bajo que debía de tener unos sesenta años, con las mejillas rosadas y ataviado con un pesado abrigo, permanecía a una discreta distancia, con las manos cruzadas. Mac dio unos cuantos pasos hacia la tumba.

A su espalda oyó el sonido de un vehículo que acababa de atravesar las puertas del cementerio y llegaba hasta donde Mac había aparcado.

No se volvió. Ahora estaba junto a la lápida, leyendo las palabras grabadas en la piedra. Oyó pasos por el sendero y ahora sí se dio la vuelta. Eran Don Flack, Aiden, Stella y Danny. Stella iba ligeramente apoyada en el brazo de Danny.

– No deberías haber salido del hospital -dijo Mac cuando se aproximaron.

– Es tu aniversario -respondió Stella-. No quería perdérmelo.

Se reunieron alrededor de la tumba y Mac se agachó para dejar las flores apoyadas en la piedra y protegerlas así un poco del viento.

Greenberg se acercó con presteza y aseguró las flores con una piedra redonda. Entonces se puso en pie y le entregó a cada uno de los presentes una pequeña piedra.

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