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Stuart Kaminsky: Muerte En Invierno

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Stuart Kaminsky Muerte En Invierno

Muerte En Invierno: краткое содержание, описание и аннотация

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El detective Mac Taylor es un eficaz investigador del C.S.I. convencido de que todo está relacionado y las personas siempre tienen una historia que contar. Él y su compañera, la detective Stella Bonasera, lideran un equipo de expertos en el cambiante e inestable mundo de la ciudad de Nueva York. Estos dotados investigadores, que ven Nueva York bajo una luz única, siguen las pruebas al tiempo que reúnen pistas y eliminan dudas para, finalmente, resolver los casos. El cuerpo de un hombre de mediana edad aparece en el ascensor de un lujoso edificio del Upper East Side. En un primer momento, Mac Taylor y Aiden Burn no encuentran balas, ni restos de ADN, ninguna pista. Podría tratarse del crimen perfecto Mientras tanto, a unas pocas manzanas, Stella Bonasera y Danny Messer investigan el asesinato de una mujer protegida por el programa de testigos. Los agentes de la ley encargados de su seguridad aseguran que la víctima pasó la noche en su dormitorio del hotel y que la encontraron muerta por la mañana. El equipo C.S.I. de Nueva York deberá reunir las pruebas y resolver estos dos sorprendentes crímenes.

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– Eso dañaría la reputación de mi clienta -dijo Pease-. Como cualquier clase de negociación.

– Tenemos el arma -dijo Fineberg mirando a Mac.

– Estamos examinando el arma que guardaba la señorita Cormier en su cajón -dijo él.

– Y probablemente determinarán que el arma no… -empezó a decir Pease.

– La bala que encontramos en el hueco del ascensor coincide -dijo Mac-. La señorita Cormier disparó a Charles Lutnikov, se puso el abrigo, agarró la pistola y las tenazas, que con toda probabilidad guardaba en su vitrina de trofeos, las metió en su bolsa, bloqueó el ascensor en su planta y bajó las escaleras a toda prisa a tiempo para dar su acostumbrado paseo matinal. Eran las ocho de la mañana de un tormentoso fin de semana. Seguramente nadie necesitaría aquel ascensor durante horas. Además, tenía pensado estar fuera sólo media hora.

– Y según esa extravagante historia, ¿dónde se supone que fue mi clienta? -preguntó Pease.

– Al club de tiro Drietch, a cuatro manzanas de distancia -dijo Mac-. A pesar del hielo y la nieve pudo llegar en unos quince minutos. Yo lo he hecho en ese tiempo. Ella sabía que el club de tiro no estaría abierto hasta tres horas después en sábado. Abrió la puerta exterior con una simple tarjeta de crédito. Su detective ha hecho lo mismo en tres de sus libros. La señorita Cormier debía de haber comprobado que podía hacerse.

– Premeditación -dijo Joelle Fineberg.

– Su clienta fue a la sala donde se guardan las armas -prosiguió Mac-. Cortó el candado de la caja que contiene la pistola que había usado en el club de tiro, sacó la pistola, la metió en su bolso y la reemplazó por el arma del crimen. Después tiró el candado en la zona de tiro. Sabía que alguien acabaría dándose cuenta, tras volver a cambiar las armas, que encontrarían la Walther del club de tiro, que cualquier detective competente sabría que no había sido disparada recientemente y sabía que el examen de la bala y la pistola no coincidiría, pero lo que ella no sabía era que llegaríamos hasta aquí. Si Drietch o cualquier otro comprobaba la caja antes de que ella volviese a cambiar las pistolas, creería estar viendo la que guardaban normalmente allí. La señorita Cormier era lo bastante de fiar para no registrar su bolso, pero eso poco importaba.

– Insustancial… -dijo Pease.

– Le sugiero que lea una de las tres primeras novelas de su clienta si quiere saber hasta qué punto es insustancial esta historia.

Pease negó con la cabeza de forma cansina, como si escuchar a Mac fuese un castigo no merecido con el que tenía que cargar.

Mac ignoró al abogado y prosiguió.

– La señorita Cormier regresó a su casa a toda prisa, dejó las tenazas en el sótano, subió las escaleras, desbloqueó el ascensor para que pudiese bajar a la planta baja, y dejó el arma que se había llevado del club de tiro en el cajón.

– ¿Y después? -preguntó Pease sin dejar de sacudir la cabeza como si estuviese escuchando por la fuerza un cuento de hadas.

– Esperó a que llegásemos y nos enseñó el arma enseguida, prácticamente insistió en hacerlo. Era el arma que había sacado del club de tiro, no la que siempre guardaba en su cajón. Cuando nos fuimos, volvió al club de tiro, dijo que quería practicar y cambió las pistolas de nuevo, dejando la que solía estar en la caja. La agente Burn fue al club de tiro, examinó la pistola y determinó que no era el arma del crimen.

– Su cliente ocultó el arma homicida bien a la vista -dijo Fineberg-. En el cajón de su escritorio. Supuso que los agentes del CSI no volverían a examinarla tras determinar que no había sido disparada.

– La bala coincide con su pistola -dijo Mac mirando a Louisa Cormier-. Hizo que todo fuese demasiado complicado.

– Casi funcionó -susurró Louisa Cormier.

– Louisa -le advirtió Pease inclinándose sobre su clienta antes de sentarse-. Defensa propia -dijo-. Charles Lutnikov fue al apartamento de mi clienta tras amenazarla por teléfono. Ella tenía un arma para protegerse. Intentó luchar con él. El arma se disparó. Le entró el pánico.

– Y entonces se le ocurrió la elaborada trama -dijo Fineberg.

– Sí -dijo Pease-. Es escritora y tiene una imaginación muy activa.

– Que no le permite escribir sus propios libros -dijo Mac.

– Ya veremos qué opina un jurado sobre eso -dijo Pease.

– ¿Por qué amenazó Lutnikov a la señorita Cormier?

Ni el abogado ni su clienta respondieron.

– Homicidio involuntario -dijo Pease-. Sentencia suspendida.

– No -dijo Fineberg-. Las pruebas que han reunido estos agentes demuestran intencionalidad, premeditación y encubrimiento.

Pease se inclinó a un lado para susurrarle algo a Louisa al oído. Una mueca de horror tiñó su rostro.

– Homicidio en segundo grado -dijo Fineberg.

– Nada tiene que hacerse público. Consiga del juez el secreto de sumario. Dígale lo que quiera a la prensa.

Fineberg miró a Mac y luego volvió a mirar a Pease. Negó con la cabeza.

– ¿Off the record ? -dijo Pease tomando la mano de su clienta.

– Off the record -dijo Fineberg.

– ¿Louisa? -dijo Pease con la mano colocada ahora en el brazo dispuesto a guiarla.

– No puedo -dijo Louisa Cormier mirando a Pease.

Pease ladeó la cabeza y dijo:

– No pueden usarlo a menos que les demos permiso.

Louisa Cormier suspiró.

– Disparé a Charles Lutnikov. Me estaba chantajeando -dijo mirando la mesa con las manos cruzadas y los nudillos blancos.

– Le había estado pagando para que escribiese sus libros -dijo Fineberg.

– No era una cuestión de dinero -dijo Louisa-. Se trataba de crédito literario. Quería que en el futuro mis libros llevasen el nombre de los dos. Le ofrecí más dinero. No estaba interesado.

– ¿Por eso le disparó? -preguntó Fineberg.

– Me dijo que se quedaría con el manuscrito del nuevo libro y que no me lo entregaría hasta que quedase constancia ante notario de que el libro iría firmado por los dos. No podía hacer eso. La gente, los editores, los críticos empezarían a pensar cosas sobre mis libros anteriores, y no podía contar con que Charles no dijese nada de los libros anteriores.

– ¿Y…? -dijo Fineberg tras una larga pausa de Louisa Cormier.

– Cuando subió, detuve el ascensor. Llevaba el manuscrito en las manos, apretado contra su pecho como un bebé. Quería que fuese nuestro bebé. Intenté razonar con él, le dije que si seguíamos por la misma línea le ayudaría a publicar sus propios libros. No estaba interesado. Alargó la mano hacia los botones del ascensor y entonces ocurrió.

– Le disparó -dijo Fineberg.

– No deseaba hacerlo -dijo-. Lo único que quería era amenazarle, advertirle, asustarle para que me entregase el manuscrito. La puerta del ascensor se cerró y me pilló la mano. Agarró la pistola. Estaba furioso. La pistola se disparó. La puerta volvió a abrirse. Pude comprobar que estaba muerto. Apreté el botón de parada y cogí el manuscrito.

– Desafortunado accidente. No. Defensa propia -dijo Pease con una amplia sonrisa.

– Entonces, ¿por qué escondió la pistola? -dijo Fineberg-. ¿Por qué montó todo esto?

– Mi carrera, mi… Me asusté -dijo Louisa Cormier.

– No tenía pensado dispararle, pero de inmediato trazó un plan, un plan realmente complicado, en cuanto le disparó. Estaba de camino al club de tiro con la pistola y las tenazas de cortar hierro en cuestión de minutos, casi de segundos, después de disparar a Lutnikov -dijo Fineberg con escepticismo.

– Háganos una oferta, señorita Fineberg -dijo Pease-. Una buena oferta.

17

– Siento que hayamos llegado a esto, Stevie -dijo Dario Marco sentado tras su escritorio-. Eres un buen trabajador, un leal empleado y un buen tipo.

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