– ¿Un mensaje cifrado? Es muy raro. ¿Puede leerlo?
– No, pero le prometo que lo sacaré. O encontraré a alguien que lo haga. Tengo la esperanza de que Cranton pueda descifrarlo por nosotros. Aunque apuesto lo que sea a que no lo hará -dijo Wimsey, pensativo-. Además, aunque lo comprendamos, me temo que no vamos a sacar nada.
– ¿Por qué no?
– Porque puede apostar su vida a que la persona que mató a Legros, ya sea Cranton o Thoday o alguien a quien todavía no hemos llegado, se llevó las esmeraldas.
– Supongo que es verdad. De todos modos, milord, si leemos el mensaje cifrado y descubrimos el escondite y no hay nada, eso será una buena señal de que estamos siguiendo el camino correcto.
– Sí -añadió Wimsey, mientras Blundell y Bunter subían al coche y salían de Leamholt a una velocidad que hizo que el comisario se estremeciera-. Pero si las esmeraldas no están y Cranton dice que él no las cogió y no podemos demostrar lo contrario, y si no podemos descubrir quién era en realidad Legros o quién lo mató, entonces, ¿dónde estamos?
– Pues justo donde empezamos -respondió el señor Blundell.
– Sí. Es un país de espejismos. Hacemos todo lo que podemos y volvemos a estar en el mismo sitio.
El comisario lo miró de reojo. La zona de los pantanos, llana y cuadriculada como un tablero de ajedrez, desaparecía a lo lejos.
– Un país de muchos espejismos -añadió Blundell-, igual que la foto del libro. Aunque, para no movernos del sitio, sólo puedo decir que no lo parece, milord, al menos no en lo que le preocupa.
Lord Peter sigue a su campana guía hasta el frente
Seguiré insistiendo al joven conductor del provecho que sacará de escribir repiques o incluso carrillones enteros, porque así tendrá una visión más completa del funcionamiento de las campanas.
On Change-Ringing
Troyte
– Bueno, naturalmente -admitió Cranton sonriendo con arrepentimiento desde la almohada delante de lord Peter-, si el caballero me reconoce, no hay nada más que decir. Tendré que aclararles unas cuantas cosas, porque se han dicho muchas mentiras sobre mí. Es cierto que estuve en Fenchurch St Paul el día de Año Nuevo; que si es un lugar precioso para empezar el año, diría que no. También es cierto que no había dado señales de vida desde septiembre. Y si me pregunta, creo que es culpa de la policía por no haber dado conmigo antes. No sé para qué pagamos tantos impuestos.
Se calló y cambió de posición.
– No se canse yéndose por las ramas -dijo el inspector jefe Parker de la policía de Londres amablemente-. ¿Cuándo empezó a dejarse barba? ¿En septiembre? Me lo imaginaba. ¿Cuál era la idea? No creía que cambiaría tanto, ¿verdad?
– No. Para ser sincero, se me pasó por la cabeza desfigurarme el rostro. Pero luego pensé: «Jamás reconocerán a Nobby Cranton si esconde sus hermosas facciones detrás del pelo negro», así que me sacrifiqué. Ahora no estoy tan mal, ya me he acostumbrado, pero cuando crecía me veía horrible. Me recordó aquellos buenos tiempos cuando vivía bajo la generosidad de su majestad. ¡Ah! Y mire mis manos. Jamás se han recuperado; y yo le pregunto: ¿cómo puede un caballero seguir con su profesión después de tantos años de arduo trabajo manual? Como yo digo, eso es dejar a uno con la miel en los labios.
– Así que tenía algo entre manos desde el pasado mes de septiembre -continuó Parker pacientemente-, ¿De qué se trataba? ¿Tenía algo que ver con las esmeraldas Wilbraham?
– Bueno, para ser sincero, sí -respondió Nobby Cranton-. Vengan, les explicaré toda la verdad sobre ese asunto. Nunca me importó, jamás me había importado, que me metieran en la cárcel por lo que hice. Pero un caballero se siente ofendido cuando se duda de su palabra. Y cuando dije que no tenía las esmeraldas, era cierto. Nunca las tuve, y ustedes lo saben. Si las hubiera tenido, no estaría viviendo en un antro como éste, apuesten lo que quieran. Estaría viviendo como un caballero en medio del bosque. Las habría cortado y distribuido antes incluso que ustedes dijeran «mu». Hablando de seguirles la pista, jamás habrían descubierto cómo las había distribuido.
– Así que volvió a Fenchurch St Paul para encontrarlas, supongo -sugirió Wimsey.
– Correcto. ¿Por qué? Porque sabía que tenían que estar allí. Ese canalla… ya saben a quién me refiero…
– ¿A Deacon?
– Sí, ese canalla de Deacon. -La cara del enfermo se distorsionó por una mezcla de miedo y rabia-. Nunca salió del pueblo. No pudo deshacerse de ellas antes de que lo cogieran. Revisaron su correspondencia, ¿no es cierto? Si las hubiera empaquetado y enviado a alguien, las habrían encontrado, ¿no? No. Las dejó allí, en algún sitio, no sé dónde, pero las tenía él. Y yo quise ir a buscarlas. Quise ir a buscarlas y traérselas para que retiraran lo que dijeron en el juicio de que las tenía yo. Qué mal hubieran quedado al tener que admitir que yo tenía razón, ¿no?
– ¿Usted cree? -dijo Parker-. Ésa era la idea, ¿verdad? Iría a buscar el botín y nos lo traería como un buen chico, ¿no?
– Correcto.
– Ni hablar de sacar ningún beneficio, claro.
– Oh, cielos, no.
– En septiembre no acudió a nosotros y nos sugirió que lo ayudáramos a buscarlas.
– Bueno, eso es cierto -admitió Cranton-. No quería estar rodeado de molestos policías. Era mi juego, ¿no lo entiende? Todo era idea mía, como dicen los artistas.
– Encantador -dijo Parker-. ¿Y qué le hizo pensar que sabía dónde buscarlas?
– ¡Ah! -exclamó Cranton con prudencia-. Algo que una vez dijo Deacon me dio una idea. Pero en eso también mintió. Nunca he conocido a un mentiroso más grande que ese tipo. Era tan malvado que le salía veneno por los poros de la piel. Me está bien por tratar con ladronzuelos de segunda. Estos tipos son espíritus pobres y solitarios. No tienen ningún sentido del honor.
– Qué bonito -repuso el inspector jefe-. ¿Quién es Paul Sastre?
– ¡Otra mentira! -respondió Cranton, con aire triunfal-, Deacon me dijo que…
– ¿Cuándo?
– En el…, ¡vaya!…, en el banquillo de los acusados, perdón por mencionar un lugar tan vulgar. Me dijo: «¿Quieres saber dónde están las piedras? Pregúntaselo a Paul Sastre o a Batty Thomas», y luego me sonrió. «¿Quién son ésos?», le pregunté, y él me respondió riéndose más: «Los encontrarás en Fenchurch», y añadió: «Aunque me parece que no volverás por allí en una temporada». Entonces le pegué un puñetazo, con perdón, y el policía tuvo que separarnos.
– ¿En serio? -preguntó Parker, incrédulo.
– Se lo prometo, quería morirme, pero cuando volví a Fenchurch descubrí que esas personas no existían, sólo me explicaron una estúpida historia sobre campanas. Así que al final me olvidé del tema.
– Y desapareció el sábado por la noche. ¿Por qué?
– Bueno, para ser sincero, había una persona en ese pueblo que no me gustaba; tenía la sensación de que mi cara le traía recuerdos, a pesar del cambio que había sufrido con la barba. Así que, como no quería peleas, porque no es de caballeros, me fui sin hacer ruido.
– ¿Y quién era esa persona tan penetrante?
– Pues esa mujer… la esposa de Deacon. Habíamos estado hombro con hombro, por así decirlo, en unas circunstancias bastantes desafortunadas, y no quería volver a recordarlo. Nunca pensé que me la encontraría allí y, francamente, me pareció de muy mal gusto.
– Regresó cuando se casó con un hombre llamado Thoday -dijo Wimsey.
– ¿Se volvió a casar? -preguntó Cranton, cerrando los ojos-. ¡Oh! No lo sabía. Bueno, eso me ha dejado helado.
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