Lord Peter expresó su satisfacción por el punto de vista de la señora Ashton y le recordó que le iba a decir algo sobre Polly.
– Sí, por supuesto. Empiezo a hablar y me voy por las ramas, pero Polly es una buena chica, aunque sea yo quien lo diga, y Rosie Thoday siempre ha sido su niña mimada, desde que era un bebé y Polly sólo tenía siete años. Bueno, pues hace un tiempo, no sé, ¿cuánto debe hacer, Luke? Debía de ser a finales de enero, quizá, a las seis ya había oscurecido, así que no sería mucho después, bueno, digamos a finales de enero. Un día Polly se acercó a Rosie y Ewie, que estaban sentadas debajo del seto que hay delante de su casa, cuando vio que las dos estaban llorando. Polly le preguntó: «Rosie, ¿qué ocurre?». Y Rosie le contestó que nada, que ahora que ella había venido las podría acompañar a la vicaría porque su padre le enviaba un mensaje al señor Venables. Por supuesto, Polly las acompañó encantada, pero no entendía por qué lloraban y, al cabo de un rato, porque ya sabe que a los niños les cuesta mucho admitir lo que les asusta, resulta que les daba miedo pasar junto a la pared del cementerio. Y como Polly es una buena chica, les dijo que no había ninguna razón para tener miedo, que los muertos están con Dios y que no pueden salir de las tumbas ni hacer daño a nadie. Sin embargo, eso no tranquilizó a Rosie y, al final, le dijo a Polly que había visto al espíritu de lady Thorpe en los alrededores de su tumba. Y, al parecer, la noche que lo vio fue la noche del funeral.
– Dios santo -dijo Wimsey-. Y ¿qué fue lo que vio?
– Sólo una luz, por lo que le dijeron a Polly. Ésa fue una de las noches en que Will Thoday se encontró peor y se ve que Rosie estuvo despierta toda la noche ayudando a su madre, porque Rosie es una buena chica, y miró por la ventana y vio una luz que se levantaba justo donde estaba la tumba de lady Thorpe.
– ¿Se lo dijo a sus padres?
– Al principio no. No quería, y recuerdo bien que cuando yo era pequeña me pasó lo mismo, sólo que yo creía oír gruñidos en el lavadero, y pensaba que eran osos, pero antes habría preferido morirme que decírselo a alguien. Y a Rosie le pasó igual; aquella noche su padre quería que llevara el mensaje a la vicaría y ella lo intentó todo para librarse, hasta que al final Will se enfadó y la amenazó con pegarle con la zapatilla. Supongo que no lo diría en serio, porque por lo general es un hombre muy agradable, pero todavía no se había recuperado del todo de su enfermedad y estaba algo susceptible, como cualquier enfermo. Así que Rosie se decidió a explicarle lo que había visto. Pero sólo consiguió enfurecerlo más, y le dijo que fuera y se dejara de tonterías, y que nunca le volviera a hablar de fantasmas y cosas así. Si Mary hubiera estado en casa, ella habría llevado el recado, pero había ido a ver al doctor Baines para las recetas de los medicamentos, y el autobús no llega hasta las siete y media, y Will quería que el mensaje le fuera entregado en mano al señor Venables, aunque ahora he olvidado de qué se trataba. De modo que Polly le dijo a Rosie que no podía ser el espíritu de lady Thorpe porque descansaba en el cielo, y que si lo era, lady Thorpe jamás le haría daño a nadie. También le dijo que debió ver la linterna de Harry Gotobed. Aunque yo creo que no pudo ser la linterna porque la niña dice que vio la luz cuando ya eran más de la una de la madrugada. Estoy segura de que si entonces hubiera sabido lo que sé ahora, habría estado más atenta.
Al comisario Blundell no le hizo ninguna gracia cuando Wimsey le repitió esta conversación.
– Será mejor que Thoday y su mujer se anden con cuidado -dijo.
– Le contaron toda la verdad -contestó Wimsey.
– ¡Ah! -dijo el comisario-. No me gusta que los testigos se ciñan tanto a la pura verdad. Tan pronto dicen la verdad como no y entonces ¿qué haces? Y no es que no se me ocurrió hablar con Rosie, pero su madre se apresuró a llamarla, y no me extraña. Además, en cierto modo, me preocupa preguntar a los niños sobre sus padres. No puedo evitar pensar en mis hijas Betty y Ann.
Si aquello no fue la verdad exacta, había gran parte de verdad en sus palabras, porque el señor Blundell era un buen hombre.
Sastre Paul toca un single por delante
El canal fue peligrosamente ignorado. Cada año de la República, nuestra familia informaba a la capital de que en nuestro barrio había canales embarrados y diques viejos. Mi marido y el padre de Maida se acaban de entrevistar con el presidente actual. Los recibieron muy educadamente, pero su conclusión es que no van a hacer nada.
The House of Exile
Nora Waln
Lord Peter Wimsey estaba sentado en el aula de la vicaría observando un conjunto de ropa interior. En realidad, el aula no era tal, ya hacía veinte años que no se usaba para estudiar. Sin embargo, aquella habitación había mantenido ese nombre de la época en que las hijas del párroco habían ido a un internado. Ahora se utilizaba para los asuntos de la parroquia, pero todavía flotaba en el ambiente la fragancia de las antiguas institutrices, aquéllas con corsés planos, camisas de cuello alto y mangas de farol que llevaban el pelo a la Pompadour. Había una estantería llena de libros de texto viejos que iban desde La Inglaterra del pequeño Arturo hasta el Algebra de Hall y Knight, y en una pared todavía colgaba un mapa de Europa que ya tenía color a lejía. Lord Peter se había apropiado de aquella habitación «excepto -según palabras de la señora Venables- las noches de Club de Costura, en las que me temo que lo echaremos fuera».
La camiseta y los calzones estaban encima de la mesa, como si el Club de Costura, al marcharse, se hubiera olvidado unos restos. Los habían lavado, pero aún se veían algunas manchas, como la sombra de la corrupción, y la tela estaba rota en varios puntos, como si eso fuera una marca de la mortalidad de la ropa cuando entra en contacto con la tumba. Por la ventana abierta penetró la esencia funeraria de los narcisos.
Wimsey silbaba mientras examinaba la ropa interior, que habían cosido con escrupuloso cuidado. Lo que no entendía era por qué Cranton, que había sido visto por última vez en Londres, llevaba una camiseta y unos calzones franceses tan viejos y tan cuidadosamente arreglados. La camisa y otra ropa, que también estaba limpia y doblada, se hallaba en una silla junto a la mesa. Estas piezas también eran viejas, pero estaban hechas en Inglaterra. ¿Por qué llevaría ropa interior francesa de segunda mano?
Wimsey sabía que sería imposible intentar seguir el rastro de la ropa a través de los fabricantes, porque se vendía en cientos de establecimientos de París y provincias. La tenían amontonada en el exterior de las tiendas de ropa de casa con el cartel de ocasión, y las amas de casa ahorradoras la compraban allí más barata. No había ninguna marca de lavandería, así que era de suponer que lo habían lavado en casa las mismas mujeres o las c riadas. Habían hecho un zurcido en los agujeros; habían remendado las axilas; habían cosido dos veces la cintura de la camisa, raída por el uso; y habían puesto botones nuevos en los pantalones. ¿Por qué? Uno debe economizar. Pero no era la ropa que uno compraría, ni siquiera a un vendedor de segunda mano. Y sería muy difícil, incluso para un hombre hiperactivo, desgastar tanto la ropa en tan sólo cuatro meses.
Lord Peter se pasó los dedos por la cabeza hasta que los mechones rubios se quedaron derechos. «¡Pobre!», pensó la señora Venables, mirándolo por la ventana. Había desarrollado un cálido instinto maternal hacia su huésped.
– ¿Le gustaría tomar un vaso de leche, un whisky con agua o una taza de té? -le preguntó amablemente.
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