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Peter James: Tan Muerto Como Tú

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Peter James Tan Muerto Como Tú

Tan Muerto Como Tú: краткое содержание, описание и аннотация

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En el hotel Metropole de Brighton, la noche de Nochevieja una mujer es brutalmente violada cuando regresa a su habitación. Una semana más tarde alguien ataca a otra mujer. El violador se lleva los zapatos de las dos… El detective Roy Grace se da cuenta enseguida de que estos casos son muy similares a otros que quedaron sin resolver en 1997 en cuya investigación él participó. Al criminal se le apodó Hombre de los zapatos y se cree que violó a cinco mujeres antes de acabar asesinando a la sexta de sus víctimas y de desvanecerse. Ahora, Grace no sabe si se trata de alguien imitando los ataques originales o del propio Hombre de los zapatos que ha reaparecido, pero cuando las violaciones se suceden, Grace acaba por convencerse de que se trata del mismo hombre. Y de que escarbando en el pasado -una época en que Roy Grace todavía era feliz junto a su esposa Sandy, ahora desaparecida-puede encontrar la clave para resolver la investigación. Pero tiene que ser una carrera contra reloj, porque la policía se teme que vuelva a repetirse la historia después cuando llegue a la sexta víctima.

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Grace dejó su coche aparcado una travesía antes de llegar y se subió al de Branson. Estaba tenso. La confirmación de la muerte de Rachael Ryan le había quitado un peso de encima, pero al mismo tiempo le dolía. Ahora tenía que concentrarse en el plan. Le preocupaban muchas cosas.

– ¿Rock'n'roll?

Grace asintió distraídamente. El Hombre del Zapato nunca había dejado rastros de ADN. Sus víctimas decían que no podía mantener las erecciones. ¿Significaba eso que Garry Starling no era el Hombre del Zapato? ¿O que haber matado a Rachael Ryan -suponiendo que fuera el asesino- le había excitado tanto que le había hecho eyacular?

¿Por qué no estaba en su despacho esa mañana?

Si había tenido relaciones sexuales doce años antes con una mujer hallada muerta, ¿cómo iban a demostrar que Starling la había matado? Si es que era realmente él el asesino. ¿Cómo lo enfocaría el fiscal general?

Un millón de preguntas sin respuesta.

Solo tenía la convicción creciente de que el hombre que había matado a Rachael Ryan era el mismo que había secuestrado a Jessie Sheldon. Esperaba con toda su alma que esta vez las cosas acabaran de otro modo y pudiera encontrarla viva. Y que no tuviera que acabar desenterrándola de una tumba doce años más tarde.

A medida que se acercaban a la elegante entrada de Sussex Security Systems y Sussex Remote Monitoring Services, observó los coches aparcados en sus plazas designadas y la plaza vacía del presidente. Pero lo que más le llamó la atención fue la fila de furgonetas blancas con la imagen de marca de las empresas.

Había sido una furgoneta blanca la que había salido a toda velocidad del aparcamiento donde habían atacado a Dee Burchmore el jueves. Y una furgoneta blanca la que habían empleado para secuestrar a Rachael Ryan, doce años atrás.

Salieron del coche y atravesaron la puerta de entrada. Los recibió una recepcionista de mediana edad sentada tras una mesa curvada con los dos logotipos en el frontal. A su derecha había una pequeña sala de espera, con ejemplares del Sussex Life y varios de los periódicos del día, entre ellos el Argus.

Quizás al día siguiente no tendrían el Argus, teniendo en cuenta el titular que podría presentar.

– ¿Puedo ayudarles, caballeros?

Grace mostró la orden.

– ¿Ya ha llegado el señor Starling?

– No…, esto… No, todavía no -respondió ella, algo nerviosa.

– ¿Diría usted que eso es poco habitual?

– Bueno, normalmente los lunes por la mañana es el primero en llegar.

Grace le entregó la orden de registro y le dio unos segundos para leerla.

– Tenemos una orden de registro para estas instalaciones. Le agradecería que nos buscara a alguien para enseñarnos el lugar.

– Yo… Buscaré al gerente, señor.

– Bien. Iremos empezando. Dígale que venga a nuestro encuentro.

– Sí… Sí, señor, se lo diré. Cuando el señor Starling aparezca, ¿quieren que se lo diga?

– No se preocupe -dijo Grace-. Ya nos enteraremos.

Ella se quedó sin palabras.

– ¿Dónde tienen los monitores de vigilancia por circuito cerrado? -preguntó Grace.

– En la primera planta. Le enviaré un mensaje al señor Addenberry para que les lleve.

Glenn señaló a la puerta que daba a las escaleras.

– Primera planta -dijo.

– Sí, giren a la derecha. Sigan por el pasillo, hasta el departamento de cuentas, y luego la sala de operadores, y ya estarán allí.

Los dos policías se dirigieron a las escaleras. Cuando llegaron al final del pasillo, con oficinas a ambos lados, un hombre bajito de poco más de cuarenta años, con entradas y de aspecto nervioso, con un traje gris y una fila de bolígrafos en el bolsillo del pecho, se les acercó a paso ligero.

– Hola, caballeros. ¿En qué puedo ayudarles? Soy John Addenberry, el gerente -dijo, con una voz algo melosa.

Cuando Grace le explicó quiénes eran y le habló de la orden de registro, Addenberry puso una cara como si le hubiera dado la corriente.

– Ah -dijo-. Sí, claro. Nosotros trabajamos mucho con la Policía de Sussex. Para nosotros el D.I.C. es un cliente muy importante. Mucho.

Poniéndose al frente de la comitiva, los llevó hasta la sala de control de circuito cerrado. Sentado en una silla, ante una batería de veinte monitores de televisión, había un tipo más que gordo, vestido con un uniforme que apenas le cabía, con el pelo grasiento y una pelusa en el bigote para la que decididamente ya no tenía edad. En una mesa, enfrente, había una Coca-Cola grande y una bolsa de Doritos de tamaño gigante junto a un micrófono y un pequeño panel de control, y un teclado de ordenador.

– Este es Dunstan Christmas -dijo Addenberry-. Es el controlador de turno.

Pero Grace se había quedado mirando los monitores. Y uno en particular le había hecho fruncir el ceño. Era la fachada de una casa elegante y modernísima. Señaló a la pantalla.

– El número 11. ¿Es eso el 76 de The Droveway, la casa de los señores Pearce?

– Sí -dijo Christmas-. A la señora la violaron, ¿verdad?

– No vi ninguna cámara cuando estuve allí.

– No, no debería -respondió Christmas, mordisqueándose una uña-. Creo que las de esa casa están todas ocultas.

– ¿Por qué nadie me lo ha dicho? Podría haber pruebas grabadas del ataque -replicó Grace, enfadado.

Christmas sacudió la cabeza.

– No, aquella noche no funcionaba. La línea falló desde media tarde. No se recuperó hasta la mañana siguiente.

Grace se lo quedó mirando fijamente y vio que Branson hacía lo mismo. ¿Estaba ocultando algo? ¿O era un comentario sin ninguna malicia? Entonces volvió a mirar la pantalla. La imagen cambió y apareció el jardín trasero.

Precisamente la noche del ataque. Y su nuevo sospechoso era el propietario de la empresa.

Demasiada coincidencia.

– ¿Se estropean a menudo?

Christmas negó con la cabeza y volvió a mordisquearse la uña.

– No, muy pocas veces. Es un buen sistema, y suele haber cámaras de refuerzo.

– Pero ¿las cámaras de refuerzo no funcionaron la noche del ataque de la señora Pearce?

– Eso es lo que me dijeron.

– ¿Y esa de ahí? -dijo Branson, señalando la pantalla número 17, que estaba apagada.

– Sí, esa no funciona ahora mismo.

– ¿Qué finca es la que cubre?

– La vieja cementera de Shoreham -dijo Christmas.

Capítulo 118

Lunes, 19 de enero de 2010

Jessi e sabía lo que tenía que hacer, pero a medida que se acercaba el momento, el pánico la atenazaba cada vez más, paralizándola.

Estaba acercándose. El metal de los escalones resonaba con sus pasos, lentos, regulares, decididos. Ya oía su respiración. Cada vez más cerca. Más cerca. A punto de llegar.

Por encima de su cabeza oía un sonido, como el repiqueteo del helicóptero otra vez. Pero no hizo caso; no se atrevía a distraerse. Se giró, con el cuchillo en la mano, y por fin se atrevió a mirar abajo. Y casi se le cayó el cuchillo del miedo. Solo estaba a un par de metros por debajo de ella.

Su globo ocular derecho tenía un aspecto grotesco, casi como si le mirara hacia dentro, medio hundido en una pasta de sangre coagulada y de fluido gris, y toda la órbita rodeada de un cardenal, de un morado pálido. La enorme llave inglesa le sobresalía del bolsillo superior del anorak el cuchillo de cocina en una mano. Con la otra se agarraba a los travesaños, mientras la miraba, con una expresión de odio desatado.

Estaban muy altos. El cerebro de Jessie no paraba de dar vueltas. Intentaba pensar con claridad, recordar sus clases, pero nunca le habían enseñado cómo golpear en una situación así. Si pudiera darle fuerte con los dos pies en la cara podría hacerle caer, lo sabía. Era su única oportunidad.

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