Anne Perry - Falsa inocencia

Здесь есть возможность читать онлайн «Anne Perry - Falsa inocencia» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Falsa inocencia: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Falsa inocencia»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El inspector William Monk, ahora miembro de la Policía Fluvial del Támesis, se enfrenta a un enemigo muy peligroso: Jericho Phillips, sospechoso de dirigir una extensa red de prostitución infantil. Sin embargo, tras el juicio, Phillips es liberado. Decidido a probar su culpabilidad, Monk reabre el caso; pero a medida que se sumerge en los bajos fondos de Londres se percata de que el misterioso apoyo que recibe Phillips proviene de altas esferas de la sociedad. Con el apoyo de su esposa Hester, William Monk se enfrenta al más peligroso y escurridizo criminal de toda su carrera.

Falsa inocencia — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Falsa inocencia», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Señor Orme -comenzó Tremayne su turno de preguntas, el cual con toda probabilidad se prolongaría hasta el aplazamiento para el almuerzo y también buena parte de la tarde, quizás hasta última hora-. ¿Trabajó usted con el señor Durban desde que sacaron del río el cuerpo del niño hasta que el mencionado señor Durban falleció a finales del año pasado?

– Sí, señor, así es.

– Ya hemos oído que el señor Durban demostró un gran interés por este caso. Según sepa usted de primera mano, ¿podría describirnos lo que se hizo con vistas a resolverlo, tanto por parte de él, de lo que tendrá usted pruebas, como por la suya?

– Sí, señor. -Orme se puso más rígido-. Desde el principio fue obvio que habían asesinado al niño y que antes había sufrido malos tratos -dijo con claridad, haciendo llegar su voz al último rincón de la sala. Nadie se movía ni susurraba en la tribuna del jurado ni en la galería-. Teníamos que averiguar su identidad y sus orígenes. No llevaba nada encima que nos diera un nombre, pero por la manera en que lo habían tratado parecía probable que hubiese caído en manos de uno de esos que venden niños a burdeles, pornógrafos y demás gentes de esa ralea.

Pronunció las últimas palabras con hiriente indignación.

– ¿Pudieron deducir todo eso partiendo de un cuerpo? -dijo Tremayne, fingiendo cierta sorpresa.

Aquello era exactamente lo que Rathbone había esperado y lo que él haría si invirtieran sus papeles: sacar toda la información dándole forma de relato y con detalles que el jurado nunca olvidaría. Los pobres diablos tendrían pesadillas durante años. Se despertarían bañados en sudor oyendo correr el agua.

– Sí, señor, es muy probable -contestó Orme-. Muchos niños, y también niñas, están famélicos. Son pobres, no tienen elección. Pero lo de las quemaduras es distinto.

– ¿No es posible que un hombre pobre y de talante violento, tal vez borracho, pegue incluso a sus propios hijos llevado por la desesperación? -insistió Tremayne.

– Sí, señor -reconoció Orme-. Por supuesto que lo es. Pero los pobres no tienen cigarros. No es el mal genio lo que te hace encender un cigarro, fumarlo hasta que está bien caliente y luego sostenerlo contra el cuerpo de un niño hasta quemarle la piel, causándole marcas en carne viva que sangran hasta que se forman costras.

Varias personas de la galería gritaron, pero callaron de inmediato, y uno de los miembros del jurado dio la impresión de estar mareado. Tenía el rostro sudoroso y la tez de un tono ligeramente verdoso. El hombre que tenía al lado le asió del brazo para tranquilizarlo.

Tremayne aguardó un momento antes de proseguir.

Rathbone lo entendió. Él habría hecho lo mismo y le pasó por la cabeza que posiblemente Tremayne no estuviera fingiendo su repugnancia o su aflicción.

– ¿Eso dio lugar a que siguieran un curso concreto en sus investigaciones? -preguntó Tremayne, como si le costara mantener la compostura,

– Sí, señor-contestó Orme-. Visitamos los lugares donde sabíamos que había gente que tenía chicos de esa edad para utilizarlos. Los habíamos investigado a conciencia, señor. No era ayudante de deshollinador ni jornalero de ninguna clase. Bastaba con verle las manos. Ni rastro de hollín, ni callos de recoger estopa ni de ningún otro trabajo de esa clase. Pero si me perdona, señor, por decirlo en público, había otras partes de su cuerpo que habían sido muy usadas.

Estaba colorado, la emoción le quebraba la voz.

– El forense no mencionó nada a ese respecto -señaló Tremayne a regañadientes. Su cuerpo presentaba una rigidez extraña, había perdido su acostumbrada elegancia.

– No le preguntamos, señor. No es una cuestión médica, es sentido común -le dijo Orme.

– Entiendo. ¿Eso les condujo a investigar en algún lugar concreto?

– Probamos suerte en muchos sitios a lo largo del río. Saber dónde están es parte de nuestro trabajo.

– ¿Y averiguaron de dónde había salido?

– No, señor; no con seguridad.

– Aquí sólo vale la seguridad, señor Orme.

– ¡Ya lo sé! -De repente el carácter de Orme estaba a punto de aflorar; le costaba dominar sus sentimientos-. Sabemos que Jericho Phillips mantenía a muchos chicos, sobre todo jóvenes, tan pequeños como de cinco o seis años. Los recogía allí donde los encontraba y les daba cama y comida. Muchos de ellos vivían en su barco, pero nunca encontramos nada en él. Tenía vigías que siempre nos reconocían.

Rathbone consideró la opción de objetar que Orme estaba exponiendo conclusiones en vez de pruebas, pero apenas merecía la pena señalarlo. Decidió no hacerlo.

– ¿De modo que nunca vio nada raro en ese barco? -dedujo Tremayne.

– No, señor.

– En tal caso, ¿por qué se plantearon siquiera su nombre? -dijo Tremayne amablemente, como si estuviera desconcertado-. ¿Qué fue lo que atrajo su atención, aparte de la creciente desesperación por averiguar aunque sólo fuera el nombre del niño?

Orme exhaló un suspiro.

– Un informante vino a decirnos que Jericho Phillips tenía una especie de cruce entre burdel y peep-show en su barco. Obligaba a chicos jóvenes a realizar ciertos… actos… -Se calló, sinceramente avergonzado. Desvió la mirada hacia la galería, consciente de que debía haber mujeres, entre el público. Enseguida miró hacia otro lado, enojado consigo mismo por su flaqueza.

Tremayne no lo ayudó. La expresión de su rostro, el mohín de sus labios, dejaba claro que encontraba repulsivo el asunto y que sólo lo abordaba porque se lo debía a los muertos y también a la verdad.

– Actos antinaturales, con niños -dijo Orme abatido-. Chicos. Usaba cámaras para sacar fotos que luego vendía a la gente. Así ganaba más dinero que cobrando sólo a los que miraban.

Tenía el semblante congestionado, el color le subía hasta el pelo.

Tremayne fue exquisitamente prudente.

– ¿Eso es lo que les contó el informante, señor Orme?

– Sí, señor.

– Entiendo. -Tremayne cambió de postura-. ¿Y le pidieron que los condujera allí para poder cerciorarse de que fuese verdad? Al fin y al cabo, podría haberse inventado toda la historia, ¿no es cierto?

– Sí, señor, podría haberlo hecho. Pero se negó a acompañarnos y a prestar declaración. Dijo que le estaban haciendo chantaje porque había visto las fotos. En mi opinión, es probable que hubiese comprado unas cuantas. Estaba muerto de miedo.

Esta vez sí que Rathbone se puso de pie y protestó.

– El testigo puede opinar lo que guste, señoría, pero eso no es una prueba.

Tremayne inclinó la cabeza, acató esbozando una sonrisa y se volvió de nuevo hacia Orme.

– ¿Les dijo eso, señor Orme?

– No, señor, ni siquiera quiso darnos su nombre.

Tremayne encogió los hombros con un ligerísimo y elegante ademán de confusión.

– ¿Tenía algún propósito al presentarse, si estaba dispuesto a decirles tan poco y no jurar nada de ello?

– No, señor, la verdad es que no -admitió Orme-. Quizá sólo nos ayudó a limitar la búsqueda, por decirlo así. Al señor Durban se le daba bastante bien dibujar. Hizo un bosquejo del rostro del niño muerto y luego un dibujo del aspecto que podría haber tenido de pie y vestido. Lo mostramos un par de semanas o así para ver si alguien podía ponerle nombre o decirnos algo sobre él.

– ¿Y fue así?

– Sí, señor. Nos dijeron que había sido rapiñador [4]. Un chavalito nos contó que recogían carbón en las tierras que cubre la marea alta cuando tenían seis o siete años. Sólo sabía que le llamaban Fig, pero estaba seguro de que era él por la forma tan curiosa en que le crecía el pelo por delante. No sabía su nombre completo ni de dónde procedía. Quizá fuese expósito y nadie supiera mucho más. Desapareció pocos años atrás, aunque su amigo rapiñador no supo decirnos exactamente dónde ni cuándo. No se acordaba, y de nada sirvió insistir. Encontramos a unos cuantos chicos más que confirmaron lo que nos había contado. Todos lo conocían como Fig.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Falsa inocencia»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Falsa inocencia» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Falsa inocencia»

Обсуждение, отзывы о книге «Falsa inocencia» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x