– No seas tan vanidosa. Necesitas mucho más que un suspiro para que repare en tu presencia.
Elsie soltó un gruñido de desaprobación y plantó una bandeja con torrijas sobre la mesa.
– ¿Se puede saber por qué cuernos están tan alterados ustedes dos? Este es el matrimonio falso más realista que he visto en toda mi vida. Si deciden casarse de verdad, un poco nada más, tendrán que divorciarse.
Se abrió la puerta trasera y entró Bubba.
– Por el olor, sabía que había torrijas.
Elsie se paró con las manos en las caderas.
– ¿Cuántas piensa comer?
– Con una estará bien -le contestó Bubba-. No se moleste.
Elsie sacó más huevos de la heladera.
– ¿Usted no tiene casa? -preguntó-. ¿Por qué no se ha casado?
– Porque no soy de los que se casan -respondió Bubba-. Además, no estaría bien atarme a una sola mujer. No sería justo para todas las otras muchachas que mueren por obtener mis atenciones.
Maggie se escondió detrás de su mitad de periódico e hizo un gesto burlón.
– Es especialmente crítico que yo mantenga mi soltería ahora que han sacado de circulación a Hank -dijo Bubba-. Alguien tiene que hacer el trabajo duro -Meneó la cabeza-. Todas esas mujeres, con el corazón destrozado… -Suspiró y vertió abundante almíbar sobre cuatro torrijas-. Esto casi me ha agotado.
Hank sonrió mostrando todos los dientes.
– Bubba ha noviado con la misma chica desde que estábamos en la escuela secundaria. Si sólo se atreviera a mirar a otra mujer, ella le clavaría los zapatos al suelo y lo castraría con un cuchillo para cortar pan.
– Ay, hombre -se quejó Bubba-, siempre me echas tierra encima.
Maggie consideraba a Bubba la contrapartida del Dulce Ben. Y tal vez hasta podría ser casi tan inteligente como él, pensó. Se sintió mal consigo misma por ser sarcástica con Bubba, pero no podía evitarlo. Bubba la fastidiaba.
Bubba se llevó una torrija a la boca, con el tenedor.
– Qué bueno está esto -dijo-. Sería capaz de contemplar seriamente la idea de casarme si consiguiera una mujer que cocine así -Miró a Elsie con expresión interrogante.
– Olvídelo -respondió ella-. Soy demasiado vieja para usted. Además, ni loca cocinaría cosas tan elaboradas si no fuera a cambio de un sueldo.
– Qué pena -dijo Bubba-. Peggy siempre insiste en que empiece una dieta. Para el desayuno me prepara media taza de esas cositas insignificantes, bañadas en leche descremada. Se pierden como pulgas en una piscina.
– Tal vez no le viniera mal rebajar unos cuantos kilos -recomendó Elsie, mientras lo miraba engullir su torrija.
Bubba se miró.
– El problema es que estoy todo el día sentado en una cargadora. No puedo hacer ejercicios físicos.
– Bubba tiene una retroexcavadora y una cargadora frontal -explicó Hank-. Se dedica a la construcción. Esta semana trabajará en mis campos, en la planta embotelladora.
Bubba bebió un sorbo de café.
– ¿Y bien? ¿Cómo va ese libro? -preguntó a Maggie-. He estado hablando con Elmo Feeley, en el almacén y me contó que esa historia está repleta de sexo y ya has hecho contactos para que se filme una película basada en ella.
A Maggie se le resbaló el tenedor de la mano y cayó estruendosamente sobre su plato. Tenía la boca abierta, aunque no pudo articular palabra. Y aunque hubiera podido hacerlo, no habría sabido qué decir.
Hank apoyó la taza de café sobre la mesa y miró a Maggie. Luego, a Bubba. Era la primera vez que alguien dejaba muda a Maggie y lo saboreó. Había sido la primera en pensar lo peor de él, recordó Hank. Ahora él tenía interés en ver cómo manejaba su presunta esposa una situación de falsa notoriedad que la involucraba.
– Sí ratificó Hank -sonriendo a Bubba-. Mi Caramelito se hará rica -Se acercó más a su amigo y bajó la voz hasta convertirla en un susurro-. Por eso me he casado con ella, ¿sabes? Porque necesitaba el dinero para el lagar y para el equipo de pastelería.
Maggie inspiró profundamente y entrecerró los ojos. ¡Otra vez lo mismo!
– ¿Es verdad que el libro está repleto de sexo? -preguntó Bubba.
– Son de no creer, las cosas que han escrito en ese diario -dijo Hank-. Durante estas tres últimas noches, Maggie y yo lo hemos leído página por página y he descubierto que hay cosas con las que jamás habría fantaseado. Hemos puesto en práctica cada una de ellas, para asegurarnos de que son humanamente posibles. Maggie jamás incluiría en su libro algo que no haya experimentado personalmente. Ya sabes, es como probar la comida antes de escribir un libro de recetas culinarias.
Bubba rió con carcajadas entrecortadas y golpeó a Hank en el brazo.
– Qué cochino eres.
Elsie golpeó a Hank en la cabeza con su cuchara de madera.
– Dios te va a castigar por eso -Se mordió el labio para no reírse a carcajadas y enseguida se volvió en dirección a la cocina.
Maggie seguía boquiabierta, asida a la mesa. Tenía los nudillos blancos y los ojos destellantes y pequeños.
– Deberías tomarte con calma todo eso del diario, por un tiempo al menos -murmuró Bubba a Hank-. Parece que se ha puesto un tanto nerviosa. ¿Me entiendes?
– Así es siempre -contestó Hank-. Hambrienta. Con sólo mencionar el diario se convierte en una bestia. Sólo está tratando de dominarse. Por eso se agarra así de la mesa. Se resiste a arrancarme la ropa mientras desayunamos.
– ¡Caracoles! -exclamó Bubba-. ¿Te encuentras bien? Me refiero a que esta mujer no estará lastimándote ni nada por el estilo, ¿verdad?
Hank terminó su café y guiñó un ojo a Bubba.
– Puedo controlarla.
Bubba se rió y volvió a golpearle el brazo.
Hank se levantó. Besó a Maggie en la cabeza y le oprimió suavemente los hombros.
– Sé que estás desesperada, pero ahora debo irme a trabajar, Buñuelito. Tal vez hayas descubierto nuevas técnicas para cuando vuelva a almorzar.
– Yo… te… -comenzó ella. Tomó un frasco de frutillas en conserva y lo arrojó hacia la puerta, pero Hank y Bubba ya habían desaparecido por la galería trasera de la casa. El frasco atravesó el vidrio de la puerta y se estrelló contra unos cajones de manzanas vacíos.
– ¿Has oído eso? Sonó ha roto -dijo Bubba.
– No te preocupes -respondió Hank-. A veces se pone violenta cuando la dejo sola.
– Está loca por ti, ¿eh?
Maggie y Elsie se quedaron observando el agujero que se había hecho en el vidrio de la puerta.
– No le ha errado por mucho -le dijo Elsie-. De no haber sido por esa puerta…
– En realidad, no fue mi intención pegarle. Sólo quería arrojarle algo.
Elsie asintió.
– Buen trabajo.
Maggie se rió.
– Hank se habría decepcionado si yo no le hubiera arrojado algo. Adora provocarme.
– ¿Quiere decir que no estaba enojada de verdad?
– Por supuesto que sí. Ese hombre me saca de quicio.
Elsie meneó la cabeza.
– Esto se complica demasiado para mí. Mejor voy a lavar la vajilla.
Maggie limpió la galería trasera y subió a trabajar. Pensó que sería otro día perfecto: cielo azul y una brisa muy tenue. A la distancia, se oyó el ruido de un motor. Maggie pensó que se trataría de la cargadora de Bubba. Releyó las notas que había escrito a mano. Tenía el diario a su derecha, abierto en el tres de diciembre de 1923. Tía Kitty hablaba del tiempo, de la tragedia del bebé de los Thorley, muerto de difteria, y de Johnny McGregor, quien, según ella, era el hombre más apuesto que había visto en su vida. El “diario”, en rigor de verdad, estaba constituido por varios diarios, que cubrían un período de treinta y dos años. Entre otras cosas, representaba una crónica de amor por John McGregor. Maggie decidió dar a su libro un carácter de ficción histórica. De ese modo, podría brindar un relato fehaciente, conforme a los deseos de su tía Kitty, sin perjuicio de la privacidad de su familia. Al recordar que alguien había violado la propiedad de Hank, quizá con el fin de apoderarse de ese diario, Maggie sintió escalofríos. Tenía que tratarse de un enfermo, porque tía Kitty no había sido una persona famosa. Por otra parte, el diario carecía de valor pecuniario. Tal vez no valiera nada. Más aún, Maggie sospechaba que su libro, una vez terminado, tampoco iba a tener mucho valor. Su objetivo era simplemente publicar la historia de tía Kitty. Para ella, eso representaba una tarea maravillosa.
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