Ver manual de usuario en disco, con referencia a: seguridad de utilización de productos químicos y procedimiento primeros auxilios en caso de incidente químico. Productos químicos implican riesgo en piscinas. Bañarse, con correspondiente riesgo para jugador humano de eliminación por ahogamiento, también peligroso. Pero agua y ejercicio rítmico coordinado de muchos grupos de músculos regeneran y tonifican.
Ver biblioteca multimedia. Tecnología bélica. Ejército alemán pionero utilizar gas venenoso, en Primera Guerra Mundial (1914-18). Gas de cloro lanzado por millares de cilindros a lo largo frente de seis kilómetros en Ypres, 22 abril 1915. Gas produce opresión en pecho jugador humano, constricción de garganta, edema pulmonar, pánico, luego sofocación y eliminación.
Piscina disponía continuamente de dos elementos activos para producir gas de cloro: hipoclorito de sodio y ácido clorhídrico. Yuxtamezcla crea reacción química que genera calor y gas venenoso. Mayor eficacia gas cuando productos químicos mezclados en válvula de salida cerrada y bomba puesta en marcha, procedimiento que lleva mezcla a ebullición.
Sólo necesaria pequeña cantidad de gas. Menos de 2,5 mg por litro (aproximadamente 0,085 % en volumen) en atmósfera de piscina causa eliminación en minutos. Tan fácil como alterar campo magnético aplicado a transformador de lámpara consola de jugador humano Hideki Yojo, reduciendo y aumentando velozmente campo para crear simple ciclo de histéresis, provocando parpadeo ultrarrápido de bombilla halógena llena de gas.
Apagar aire acondicionado. Cerrar puerta piscina. Desconectar teléfono. Esperar.
Reactivar aire acondicionado. Poner en circulación aire filtrado a 5 micrones con 95 % eficacia. En treinta minutos atmósfera piscina volvió normalidad. Bien/bueno.
[Comprobar cada posición varias veces pues suele haber más datos que recoger de lo que pueda calcularse. Acceder Pantalla Comunicaciones a intervalos regulares. Nunca se sabe cuándo puede aparecer el último dato actualizado.
Nosotros hacemos los edificios, y luego los edificios nos hacen a nosotros
Francis Duffy
Por el circuito cerrado de televisión, Mitch veía trabajar a Kenny en la sala de informática. Si había algo que no podía negarse a Kenny, pensó Mitch, era su nivel de concentración. No levantaba la vista ni un momento. Mantenía los ojos fijos en la pantalla y los dedos en el teclado. Pasaron otros quince minutos y Mitch, impaciente por tener noticias, trató de llamarle por teléfono. Incapaz de conducir toda la amplitud de banda en transmisión celular, el circuito cerrado sólo ofrecía imágenes. Pero era fácil ver que Kenny no contestaba.
– ¿Qué le pasa? -dijo Mitch-. ¿Por qué no coge el teléfono?
Bob Beech, que estaba a su espalda, se encogió lacónicamente de hombros y sacó una barrita de chicle de uno de los numerosos bolsillos de su chaleco deportivo.
– Lo habrá desconectado, probablemente. Suele hacerlo cuando se pone a resolver algún problema. Llamará cuando tenga algo que decirnos, ya verás.
– A lo mejor deberías ir a ayudarle -sugirió Mitch.
Beech respiró hondo y sacudió la cabeza.
– El Yu-5 es cosa mía, pero el sistema de gestión del edificio es de Aidan Kenny. Si necesita mi ayuda, ya me la pedirá.
– ¿Dónde está Richardson? -preguntó Mitch, meneando la cabeza con aire de cansancio-. Tenía que ir a buscar a Kay.
Mitch pulsó el ratón para ver la piscina. En la imagen que mostraba el circuito cerrado de televisión no había ni rastro de Kay, pero al pie de la pantalla seguía el mismo objeto sin identificar.
Marty Birnbaum se acercó a Mitch y se inclinó hacia el monitor.
– En tu lugar -dijo en voz baja-, no me molestaría mucho en buscar a esos dos. Si Ray ha encontrado a Kay, a lo mejor prefiere que le dejen en paz durante un rato…
– Quieres decir…
Birnbaum enarcó las pálidas cejas, casi invisibles, y se pasó la mano por los rubios bucles, tan pulcros y menudos que más de uno en la oficina, incluido Mitch, se había preguntado si no eran producto de la permanente. ¿Y el bronceado? También parecía artificial. Tanto como la sonrisa, en cualquier caso.
– ¿Aunque tenga que coger un avión?
– Ninguno de nosotros va a ninguna parte, de momento. Además, sabiendo cómo es Richardson, no creo que lo que esté haciendo le lleve mucho tiempo, ¿verdad?
– No, supongo que no, Marty. Gracias.
– De nada. Y como no es nada, tampoco hay por qué decirlo, ¿eh, Mitch? Ya le conoces.
– Ah, sí, perfectamente -repuso Mitch en tono sombrío.
Se levantó, se quitó la chaqueta, se deshizo el nudo de la corbata y, remangándose, se acercó a la ventana. En el edificio hacía cada vez más calor.
Fuera de la Parrilla, el cielo estaba cobrando un delicado matiz purpúreo. En la mayoría de los edificios vecinos se habían apagado las luces, la gente había salido pronto ante la perspectiva del fin de semana. Aunque no veía la calle, Mitch sabía que había poco tráfico en el centro. Era la hora en que vagabundos y borrachos empezaban a invadir el barrio. Pero Mitch habría organizado gustosamente un paseo a medianoche por el barrio más peligroso de la ciudad con tal de salir de la Parrilla.
El calor no le importaba tanto como la pestilencia, pues ahora el tufo a excremento era inequívoco. Primero carne podrida. Luego pescado. Y ahora olor a mierda. Casi era como si aquella peste le produjese un efecto psicosomático, aunque era consciente de que ése no era el único motivo de su inquietud. Lo que empezaba a preocuparle verdaderamente era la idea de que Grabel hubiese saboteado de algún modo los sistemas de gestión para vengarse de Richardson. ¿Y qué mejor momento que un par de días antes de la inspección? Grabel también entendía de ordenadores. No tanto como Aidan Kenny, pero sabía lo que se hacía.
Se volvió y echó una mirada por la habitación. Todos estaban sentados en torno a la larga y pulida mesa de ébano o arrellanados en el gran sofá de cuero bajo el ventanal que llegaba al techo, esperando que ocurriese algo. Consultando el reloj. Bostezando. Ansiosos por salir, por marcharse a casa y darse un baño. Mitch decidió no decir nada. No tenía sentido alarmarlos sin un motivo justificado.
– Las siete -anunció Tony Levine-. ¿Por qué coño tarda tanto Aidan?
Se levantó y se dirigió al teléfono.
– No contesta -le advirtió Mitch en tono aburrido.
– No voy a llamarle a él -explicó Levine-, sino a mi mujer. Esta noche íbamos a ir a Spago.
Curtis y Coleman aparecieron en el umbral. El policía de más edad miró inquisitivamente a Mitch, que se encogió de hombros y sacudió la cabeza.
– ¿No podríamos al menos abrir una ventana? -sugirió Curtis-. Esto huele peor que una perrera.
Empezó a sacar su radio de servicio.
– Las ventanas no se abren, se proyectaron así. Y no son únicamente a prueba de balas.
– ¿Qué quiere decir eso?
– Quiere decir -explicó Beech- que aquí no podrá utilizar la radio. El cristal es parte integrante de la jaula de Faraday que envuelve el edificio.
– ¿La qué?
– La jaula de Faraday. Se llama así por Michael Faraday, que descubrió el fenómeno de la inducción electromagnética. Tanto el cristal como el armazón de acero son como una pantalla con toma de tierra que nos protege de los campos eléctricos externos. Si no, las señales emitidas por las unidades de representación visual podrían interceptarse mediante un sencillo aparato de vigilancia electrónica. Y utilizarse para reconstruir la información que aparece en los monitores. Una empresa como ésta debe tener mucho cuidado con el espionaje industrial. Cualquiera de nuestros competidores estaría dispuesto a pagar una fortuna para apoderarse de nuestros datos.
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