»Pero no parece probable que los Drexler pudieran haber tenido mucho interés en Martin Albers. Era uno de los jefes de las operaciones clandestinas de las SS y las SD en Budapest hasta 1944, cuando fue arrestado por haber tomado parte en el complot de Stauffenberg para matar a Hitler y colgado en el campo de concentración de Flossenburg en abril de 1945. Pero me atrevería a decir que se lo tenía bien merecido. Por lo que dicen todos, Albers era un cabrón, aunque tratara de liquidar al Führer. A muchos de vosotros todo eso os costó un carajo de tiempo. ¿Sabes?, nuestra gente de Inteligencia cree que incluso Himmler estaba enterado de la existencia del complot, pero dejó que siguiera adelante confiando en ocupar él mismo el lugar de Hitler.
»De cualquier modo, resulta que este Max Abs era el criado, chófer y hombre para todo de Albers, así que parece como si estuviera honrando a su antiguo jefe. La familia Albers murió en un ataque aéreo, así que supongo que no quedaba nadie más que erigiera una lápida en su memoria.
»-Un gesto bastante caro, ¿no te parece?
»-¿Tú crees? Bueno, yo odiaría que me mataran cuidándote el culo, boche.
Luego Belinsky me habló de la compañía Pullach.
– Es una organización patrocinada por los estadounidenses, dirigida por los alemanes y fundada con el objetivo de reconstruir el comercio alemán interzonal. La idea es que Alemania llegue a ser económicamente autónoma lo más rápidamente posible para que el Tío Sam pueda dejar de sacaros a todos vosotros de apuros. La sede de la empresa está en una misión estadounidense llamada Camp Nicholas, que hasta hace pocos meses estaba ocupada por las autoridades de la censura postal del ejército de Estados Unidos. Camp Nicholas es un lugar enorme que fue construido para Rudolf Hess y su familia. Pero cuando se «ausentó sin permiso», Bormann se lo quedó durante un tiempo, y luego Kesselring y su Estado Mayor. Ahora es nuestro. Hay las suficientes medidas de seguridad paraconvencer a la gente del lugar de que el campo alberga algún tipo de establecimiento de investigación técnica, pero eso no es extraño teniendo en cuenta su historia. En cualquier caso, la buena gente de Pullach lo evita, prefiriendo no saber mucho de lo que hay allí, incluso si es algo tan inofensivo como un equipo de especialistas económicos y comerciales. Supongo que son expertos, teniendo en cuenta que Dachau está a apenas unos kilómetros de allí.
Pensé que eso parecía eliminar a Pullach, pero ¿qué pasaba con Abs? Matar a un inocente solo para conservar el anonimato no parecía encajar en el carácter de alguien que quiere recordar la memoria de un héroe de la resistencia alemana (si existía algo así). ¿Y qué relación podía tener Abs con Linden, el cazador de nazis, salvo como informador de algún tipo? ¿Sería posible que también hubieran matado a Abs, al igual que a Linden y a los Drexler?
Me acabé el café, encendí un cigarrillo y por el momento me conformé con que esas y otras preguntas no pudieran plantearse en otro foro que el de mi cabeza.
El número 39 iba hacia el oeste a lo largo de la Sieveringer Strasse y luego seguía por Döbling para parar justo antes de los bosques de Viena, un espolón de los Alpes que llega hasta el Danubio.
Unos estudios cinematográficos no es un lugar donde sea probable ver muchas pruebas de laboriosidad. El equipo descansa sin funcionar en las camionetas alquiladas para transportarlo. Los decorados nunca están más que a medio construir, incluso cuando están terminados. Pero lo que sí hay son miles de personas, todas ellas cobrando, que parecen hacer poco más que estar de pie por allí, fumando cigarrillos y sosteniendo tazas de café; y están de pie porque no se las considera lo bastante importantes como para darles una silla. A cualquiera lo bastante tonto como para financiar una empresa tan evidentemente derrochadora, la película debía parecerle el material más caro después de la seda de China, y pensé que sin ninguna duda todo eso habría vuelto casi loco de impaciencia a Liebl.
Le pregunté a un hombre que llevaba una tablilla dónde podía encontrar al gerente del estudio y me indicó un pequeño despacho en el primer piso. Allí había un hombre alto y panzudo, con el pelo teñido, vestido con una chaqueta de punto de color lila y con los modales de una tía solterona y excéntrica. Escuchó cuál era mi misión con una mano descansando encima de la otra, como si yo le estuviera pidiendo la mano de la sobrina que tutelaba.
– ¿Qué es usted, una especie de policía? -dijo alisándose una ceja rebelde con el índice. Desde algún lugar del edificio llegó el sonido muy fuerte de una trompeta, lo cual le provocó una mueca de desagrado.
– Detective -dije, faltando a la verdad.
– Bueno, seguro que siempre estamos dispuestos a colaborar con los de arriba. ¿Qué papel me ha dicho que quería conseguir esa chica?
– No se lo he dicho. Me temo que no lo sé. Pero ha sido en las dos o tres últimas semanas.
Cogió el teléfono y apretó un botón.
– ¿Willy? Soy yo, Otto. Sé bueno y ven un momento a mi despacho. -Volvió a colgar el auricular y comprobó que no se había despeinado-. Willy Reichmann es el jefe de producción. Quizá pueda ayudarnos.
– Gracias -dije, y le ofrecí un cigarrillo.
Se lo colocó detrás de la oreja.
– Muy amable. Me lo fumaré luego.
– ¿Qué están rodando ahora? -le pregunté mientras esperábamos. Quienquiera que estuviera tocando la trompeta emitió dos notas altas que no parecían armonizar.
Otto soltó un gemido y fijó la mirada con aire de superioridad en el techo.
– Bueno, se llama El ángel de la trompeta -dijo con una evidente falta de entusiasmo-. Más o menos ya está acabada, pero el director es tan perfeccionista…
– ¿No será Karl Hartl?
– Sí, ¿lo conoce?
– Solo por El barón gitano.
– Ah, eso -dijo en tono agrio.
Llamaron a la puerta y entró un hombre bajo con el pelo rojo como una zanahoria. Me recordó a un gnomo.
– Willy, este es Herr Gunther. Es detective. Si estás dispuesto a perdonar el hecho de que le gustara El baróngitano, quizá quieras ayudarlo. Está buscando a una chica, una actriz que participó en unas pruebas para un reparto, no hace mucho.
Willy sonrió vagamente, dejando ver unos dientes pequeños y desiguales que parecían un puñado de sal gorda, asintió y dijo con voz aflautada:
– Será mejor que venga a mi despacho, Herr Gunther.
– No entretenga a Willy demasiado rato, Herr Gunther -me ordenó Otto mientras yo seguía la diminuta figura de Willy al pasillo-; tiene una cita dentro de quince minutos.
Willy se dio media vuelta y miró al jefe de los estudios sin comprender. Otto suspiró exasperado.
– ¿Es que nunca anotas nada en la agenda, Willy? Viene ese inglés de London Films. El señor Lyndon-Haynes, ¿te acuerdas?
Willy gruñó algo como respuesta y luego cerró la puerta. Recorrió el pasillo hasta otro despacho y me invitó a entrar.
– Veamos, ¿cómo se llama esa chica? -dijo, indicándome una silla.
– Lotte Hartmann.
– Supongo que no sabe el nombre de la empresa de producción.
– No, pero sé que vino durante las dos últimas semanas.
Se sentó y abrió uno de los cajones del escritorio.
– Bueno, solo ha habido tres películas buscando actores en el último mes, así que no tendría que ser muy difícil. – Sus cortos dedos sacaron tres carpetas. Las dejó sobre el cartapacio, y empezó a ojear su contenido-. ¿Tiene algún problema?
– No, solo que quizá conozca a alguien que nos puede ayudar en una investigación que estamos haciendo. -Esto, por lo menos, era verdad.
– Bueno, si ha venido por aquí para un papel en el último mes, estará en una de estas carpetas. Puede que no tengamos muchas ruinas atractivas en Viena, pero lo que sí tenemos son muchas actrices. Aunque, claro, la mitad de ellas son chocolateras. Incluso en las mejores épocas una actriz es solo una chocolatera con otro nombre.
Читать дальше